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DIPLORAMA 92

“El nacimiento de nuevos hombres y un nuevo comienzo es la acción que son capaces de emprender los humanos por el hecho de haber nacido”

Hannah Arendt

Edición N° 92

2025 se nos va como un año denso: doce meses que pasaron rápido, cargados de giros políticos, tensiones económicas y silencios que pesaron más que los titulares. Mirarlo hoy despierta una nostalgia cansada, la de un mundo aprendiendo a adaptarse al desorden. Pero 2026 asoma algo distinto: un tiempo de proyección, decisiones y reencuadres. Si todo está conectado, también lo está la esperanza de darle forma, juntos, a un futuro de paz, libertad, justicia e instituciones sólidas.


DiploRewind 2025: ¿Una antesala de qué?

Iker Escobar León

2025: 1 año, 12 meses, 52 semanas y 365 días, se trató de un período que no dejó de sorprendernos con la celeridad y la variedad de eventos que pudimos observar. Tanto ha pasado en este tiempo que conviene darle un repaso rápido para anticipar el 2026. Pues, quien no conoce su historia…

Él regresó. Y desde entonces la Casa Blanca no ha dejado de estar en movimiento, ya sean por las remodelaciones en el edificio, las inesperadas decisiones unilaterales hacia el comercio internacional o por las visitas de numerosos jefes de Estado aliados del águila calva. No olvidemos los encuentros con Xi Jinping y Vladimir Putin; el regreso pródigo de Siria, tras más de sesenta años; la humillación que sufrió Zelenski por su vestimenta cuando buscaba apoyo urgente; y el plan de paz para Palestina, propuesta entre los mandatarios estadounidense e israelí. Todos estos eventos, que ocurrieron en el Despacho Oval, marcan el peso rojiazul en el plano  internacional.

Mientras tanto, la economía internacional pende de un hilo. Como una moira, los Estados Unidos tensaron el comercio global con numerosos aranceles que atacaron indiscriminadamente a aliados y enemigos. La promesa del Made in America ha forzado la relocalización de múltiples industrias hacia los EE. UU., mientras que obliga a socios comerciales a imponer aranceles contra China, como en el caso de México. Asimismo, las cuidadosas relaciones entre el Palacio Nacional y la Casa Blanca ha hecho que México sea uno de los países menos afectados por los aranceles, mientras que la Copa del Mundo y las renegociaciones del T-MEC se acercan. 

Mientras tanto, las Naciones ¿des-Unidas? siguen fragmentadas por los grandes conflictos y los intereses políticos. Israel-Palestina y Rusia-Ucrania estuvieron bajo el foco internacional, pero ¿y el resto? La violencia estalló entre múltiples países como Irán, Yemen, Líbano e Israel, la República Democrática del Congo y Ruanda, India y Pakistán, Tailandia y Camboya, Sudán, Myanmar, Malí, Burkina Faso, Guinea Bissau. Pero así como surgieron, muchos de ellos terminaron igual de rápido… aunque ¿cuántos de estos esfuerzos de paz cuelgan como una medalla sobre los Estados Unidos?

Los cambios en la política alcanzaron hasta las instituciones religiosas. En este año, la partida de Su Santidad, el Papa Francisco I —un líder religioso que promovió activamente la cooperación, el desarrollo, la paz y la solidaridad durante su cargo—, desató una carrera para definir al sucesor petrino. La incertidumbre se acumuló durante varios días hasta que se anunció al obispo agustino Robert Prevost como el Sumo Pontífice León XIV. La nueva cabeza de la Iglesia Católica promete seguir el mensaje de paz en tiempos tumultuosos; en su primera gira internacional en Medio Oriente, llamó al diálogo interreligioso y a la solución pacífica de la Cuestión de Palestina. 

La avalancha del movimiento de la Generación Z se extendió a múltiples países, desde Nepal hasta México. Disruptiva e inquieta son los adjetivos que marcan a una fracción de la sociedad que busca incidir en la toma de decisiones, cansada de la incertidumbre y del miedo. En síntesis, podemos ver un mundo que teme avanzar por que los apretados nudos que lo sostienen se rompan y caiga al vacío. Esto provoca que vivamos un tiempo caótico sin identidad, sin fuerza, sin unidad. Hoy más que nunca es crítico que nos unamos para darle buena forma al futuro que queremos vivir. Empecemos por las próximas fiestas decembrinas, como un motivo de reunión y alegría.

Desde Diplo, ¡felices fiestas!


2026, Ahí Vamos

Luca Nava

A veces, en nuestra disciplina, el silencio hace más ruido que las balas. Al mirar por el retrovisor este 2025 que se nos va, la sensación predominante no es de vértigo, sino de una extraña y pesada digestión. Fue el año en que el mundo tuvo que procesar los drásticos cambios de liderazgo del ciclo anterior, el agotamiento físico, mental y material de las guerras, y reacomodarse a un nuevo panorama internacional que llegó para quedarse. 

El presente nos enseñó que las instituciones internacionales siguen ahí, respirando, pero que el verdadero poder se ha vuelto más fluido, escapándose de las cumbres oficiales para resolverse en mesas chicas, o unilateralmente, al mejor estilo realpolitik. En esta parte nos toca mirar el futuro con luces largas. Porque si el 2025 fue la adaptación a la volatilidad y el desconcierto, el 2026 se perfila como el año de la proyección de poder y la redefinición de las esferas de influencia.

Si miramos hacia el sur, el año próximo definirá la tendencia política de Latinoamérica. No debemos perder de vista Brasil en octubre y Colombia en mayo. No son elecciones cualquiera; es la sostenibilidad del modelo progresista o la transmutación conservadora que estuvimos observando estos últimos años en la región, siendo Chile el último país en incorporarse a la moda. 

En Brasil, la disputa es por la hegemonía regional. Mientras tanto, Colombia enfrentará el pos-petrismo, un duro test para la izquierda andina que definirá si logra echar raíces institucionales duraderas. A esto debemos sumar un tumultuoso Perú en abril; siempre impredecible, pero clave para la estabilidad de la Alianza del Pacífico. 

En este mapa de movimientos tectónicos, no podemos ignorar el eterno retorno del acuerdo UE-Mercosur. La firma que estaba prevista para este sábado en Brasil, finalmente se pospondrá hasta enero de 2026, siendo Italia y Francia dos de los países que más presionaron para dar marcha atrás con el entendimiento. Esta prórroga no es un simple bache de agenda, sino que revela el síntoma de una Europa fragmentada por sus sectores agrícolas y un Mercosur que empieza a agotar su capital político de espera.

Moviéndonos hacia oriente, el conflicto en Gaza entró en una frágil tregua en octubre, pero 2026 seguirá siendo un año de incertidumbre, ya que ni Israel ni Hamás parecen dispuestos a aceptar plenamente una contención internacional. 

Las elecciones previstas para noviembre del próximo año añaden otra capa de tensión, donde Netanyahu buscará mantenerse en el poder con una mayoría parlamentaria frágil y una base cada vez más radicalizada.

Volviendo a nuestro continente, ya el año pasado habíamos advertido que la guerra comercial encabezada por Trump complicaría a priori el tratamiento del T-MEC. Ahora en 2026 se activará la cláusula de revisión conjunta del tratado, y este representa mucho más que aranceles y cupos de exportación; es la redefinición de Norteamérica como bloque competitivo frente a Asia.

El peligro, puntualmente, es que esta revisión técnica quedará atrapada en el cóctel político de las Midterms de EEUU en noviembre. La historia nos enseñó que, en año electoral, la política exterior en Washington se vuelve rehén de la política doméstica. Cualquier concesión comercial será leída en clave electoral en los swing states. Veremos una contienda reñida donde la diplomacia comercial tendrá que navegar aguas infestadas de retórica nacionalista.

Pero si hay un evento que capturará el entusiasmo global y servirá de termómetro para el Soft Power occidental, ese será el Mundial de la FIFA 2026. Y no lo digo únicamente por el fútbol. Por primera vez, tres naciones (EEUU, México y Canadá) compartirán la localía en un ejercicio de integración logística y seguridad fronteriza sin precedentes.

Por lo tanto, mientras en los despachos se discuten las rispideces del T-MEC y la crisis migratoria, las cámaras mostrarán al mundo una Norteamérica unida, eficiente y festiva. Será la máxima expresión de multilateralismo tripartito justo cuando las costuras políticas regionales parecen desgarrarse.

Ya cerrando este insight sobre el mañana, debemos añadir una última capa de observación: el desarrollo y rentabilidad de la Inteligencia Artificial. Estamos hablando de cientos de miles de millones de dólares invertidos en infraestructura y entrenamiento de modelos, que no logran responder a la interrogante de si toda esta inversión masiva se traducirá, finalmente, en una mejora real y generalizada de la productividad global.

En un año de revisión comercial en Norteamérica y de incertidumbre fiscal en el G7, la IA no es solo un avance tecnológico; es el flanco económico más volátil. Su manejo definirá no solo la competitividad de las potencias, sino también la redistribución del trabajo, con creciente preocupación sobre el desplazamiento de empleos altamente calificados.

Nos espera un año fascinante, y desde nuestra posición, creemos que el 2026 tendrá como lema una constante fundamental de las RRII: todo está conectado. Seguiremos intentando decodificar este caos ordenado, buscando siempre el hilo invisible que une el deporte con la urna, la guerra comercial con los centros de cómputos, y el discurso con la acción. 

El partido arranca en breve y Diplo, como siempre, juega de titular. 

Entérate un poco más sobre qué nos depara el año próximo en estos diversos temas, el mundo nos necesita atentos:


El diagnóstico político latino en 2025

Santiago Leiva

La región de América Latína está por terminar su año 2025 con más incertidumbres que certezas. Así mismo, hemos visto puntos de inflexión que resonarán por muchos años en la historia de la región. No es, de igual manera, un año de quiebres abruptos, sino de confirmaciones incómodas. El avance de una dicotomía política en el escenario regional consolida una nueva tendencia como lo hemos visto en años anteriores hacia la inclinación por un sector dentro del espectro ideológico. Se trata entonces de un clima político regional marcado por la fatiga, la polarización y la búsqueda desesperada del orden público. La región no vira en bloque hacia la derecha como suele presentarse, ni es que abandone definitivamente sus proyectos progresistas; sino que se trata de una reconfiguración bajo presión, empujada por electorados menos pacientes, Estados más frágiles y promesas vacía que envejecieron demasiado rápido.

Uno de los rasgos más visibles del año es el avance y la consolidación de fuerzas de derecha, particularmente aquellas que combinan discursos caracterizados por querer frenar la persistente inflación regional, aumentar la seguridad contra el crimen organizado, y la aparente armamentización de la batalla cultural contra una ¨agenda globalista¨. En paises como la Argentina, Chile y El Salvador, estos movimientos no solo alcanzaron el poder o lo reafirmaron, sino que comenzaron a estructurar proyectos con ambición de permanencia. El caso argentino resulta incluso más particular por ser paradigmático: el presidente de la Nación, Javier Milei, logró sostener un programa de ajuste económico severo sin pagar, al menos hasta ahora, el costo político de la censura nacional. Al contrario, logró reafirmar su mandato consiguiendo una primera minoría en la cámara baja del Congreso, por primera vez en la historia del partido La Libertad Avanza. 

El mensaje sobre estos movimientos de derecha es igual de implícito que claro: en contextos de crisis prolongada, el electorado puede tolerar el sacrificio si percibe dirección, coherencia y ruptura con el pasado. Al otro lado de la cordillera, en Chile, la victoria de José Antonio Kast marcó más que un cambio de signo político. Emana la sensación de ser un cierre simbólico del ciclo abierto tras el estallido social de 2019 bajo la administración Boric, y la sentencia final sobre la promesa refundacional impermutable que encarnó la izquierda chilena. En un país donde el progresismo regional fue visto como un experimento funcional, volvió a girar hacia discursos de orden, control migratorio y endurecimiento penal, en una señal que se vió reflejada más allá de sus fronteras. 

El resonante avance de la derecha latinoamericana, sin embargo, no corresponde a una identidad ideológica homogénea como puede ser representativo de la centro izquierda. En estas llamadas ¨nuevas derechas¨ se incluyen proyectos libertarios, conservadurismos clásicos, liderazgos personalistas, o identidades ¨antí-establishment¨ que en su momento fueron novedad. El proyecto positivo de estas ideologías no es un programa común, sino la promesa compartida de control y estabilidad, en un mundo donde no parecen coexistir ambas al mismo tiempo. Es, por así decirlo, una explotación de la incertidumbre regional con propuestas que logran cohesionar un arquetipo que el ciudadano desee obtener. 

Pero más allá de las consolidaciones conservadoras, el 2025 fue también un año de experimentación institucional. Es este caso, los Estados Unidos Mexicanos ocuparon un lugar central, convirtiéndose en el primer Estado de la región que pondría al destino del sufragio su sistema judicial. Bajo el liderazgo de la presidenta Claudia Sheinbaum, el país avanzó con una elección que busca democratizar un poder históricamente opaco y elitista. Al mismo tiempo, estas elecciones abrieron un debate profundo sobre los límites de la representación democrática. 

Extendiéndose del juicio normativo sobre si está bien o no, democratizar el sistema judicial en pos de corregir una desconexión histórica entre el Poder Judicial y la ciudadanía, El dato político es ineludible; América Latina vuelve a poner en tensión sus equilibrios institucionales, en un contexto de desconfianza generalizada. Cuando los mecanismos tradicionales pierden legitimidad, las sociedades presionan por reformas que promuevan cercanía, aún a riesgo de alterar contrapesos fundamentales.

Por otra parte, otro eje transversal del diagnóstico regional es la profundización de la polarización política. En 2025, la polarización dejó de ser únicamente ideológica para convertirse en estructural. No sólo divide a oficialismos y oposiciones, sino que fragmenta sociedades, erosiona consensos mínimos y dificulta la gobernabilidad cotidiana. Países como Colombia y Perú lo evidencian con crudeza. En Colombia, Gustavo Petro enfrenta un Congreso adverso y una opinión pública crecientemente escéptica, mientras que en Perú la inestabilidad se volvió norma tras la caída de Pedro Castillo y el colapso del gobierno de Dina Boluarte.

La polarización latinoamericana ya no logra realizar la misma movilización que realizaba con anterioridad. Al contrario, esta polarización produce apatía política, descreimiento y, en muchos casos, la desafección democrática. Mientras el sufragio sigue contando los votos de una mayoría, la expectativa de la misma en sus ciudadanos ilustres se vuelve absolutamente nula. 

A esto mismo, habrá que sobre analizar la inclusión de los elementos en cuanto la crisis de seguridad y el control territorial. El avance del crimen organizado y de las economías ilegales dejó de ser un fenómeno localizado para convertirse en un problema regional. Dicha misma situación ha sido intervenida en tanto Ecuador como en El Salvador. Es decir, que la respuesta predominante fue el endurecimiento del enfoque securitario: más fuerzas armadas en las calles, más estados de excepción, más poder concentrado en el Ejecutivo

En un plano internacional, América Latína mantiene su lugar ambiguo que la caracteriza. Es relevante, pero no decisiva; disputada, pero fragmentada. Es a partir de estos puntos de inflexión donde Estados cuya hegemonía es más abarcativa, buscan recomponer en cada. Estados Unidos, bajo la presidencia de Donald Trump, busca recomponer su influencia hemisférica frente al avance económico y diplomático de China, o viceversa. 

El diagnóstico final prevé una larga salud para la región latinoamericana. Son procesos que giran constantemente en la evolución de la historia de las civilizaciones. No significa que América Latína esté colapsando, sino que se trata de un estancamiento previsible en la política moderna. Las democracias sobreviven, pero con menor calidad; los Estados gobiernan, pero con márgenes cada vez más estrechos; las sociedades participan, pero con expectativas reducidas. 2025 no marca el inicio de una nueva era, sino la confirmación de una transición prolongada cuyo desenlace sigue abierto.


Natalidad

Cerrar un año suele invitar al balance, pero también —y quizás con mayor urgencia— a la pregunta por lo que puede comenzar. En el pensamiento de Hannah Arendt, esa pregunta tiene un nombre preciso y que desglosamos como último diploconcepto de 2025: natalidad.

La natalidad remite a la capacidad humana de iniciar algo nuevo, de irrumpir en el mundo con acciones imprevisibles que no estaban contenidas en el orden previo. Allí donde la historia parece clausurada, Arendt recuerda que cada nacimiento introduce una posibilidad inédita.

En Relaciones Internacionales, la natalidad permite pensar los momentos de transición sistémica sin caer en determinismos. El orden internacional no se transforma únicamente por el desgaste de sus estructuras, sino por la irrupción de actores, sus decisiones y prácticas que transforman la realidad. La aparición de nuevos liderazgos, reconfiguraciones regionales, giros doctrinarios o incluso formas de cooperación pueden entenderse como actos de natalidad que abren horizontes.

El cierre de 2025 encuentra al sistema internacional atravesado por una incertidumbre inédita: guerras persistentes, crisis de legitimidad de las democracias, fragmentación  económica y una profunda erosión de las instituciones que daban orden al concierto global. De acuerdo con Arendt, el peligro no reside solo en la acumulación de crisis, sino en la renuncia de la capacidad de comenzar de nuevo. Cuando los actores internacionales se limitan a administrar el deterioro, la política se vacía de sentido.

Pensar en 2026 desde la natalidad implica asumir que ningún orden está condenado a repetirse ni ninguna crisis a perpetuarse. No se trata de mero optimismo, sino de una noción de responsabilidad política para que nuevos comienzos sean posibles. Incluso en los escenarios más adversos, la lección arendtiana nos recuerda que la política existe porque los seres humanos nacen, actúan y pueden —todavía— empezar de nuevo.

Si te interesa saber más, te recomendamos leer “Arendt, hoy más que nunca” por Agustina Miranda Giordano, nuestra filósofa de confianza.

La Redacción de Diplo cierra otro año creando contenido para divulgar y reflexionar sobre la política internacional. En 2026 seguiremos guiándonos por esta máxima arendtiana, con la idea de que el conocimiento sea una herramienta para esos nuevos comienzos que nos ayuden a pensar —y construir— un mundo mejor. 

En nombre de toda el Área de Redacción, gracias por acompañarnos, leernos y confiar siempre en nosotros.

El mundo nos necesita atentos.

Marko Sal


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