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DIPLORAMA 81

«Gracias a todos los países que nos apoyaron. Con su ayuda, vamos a poner fin a esta guerra y vamos a ver la paz en Medio Oriente»

Donald Trump, presidente de los Estados Unidos

Edición N° 81

Gaza vuelve al centro de la escena. Pero esta vez con una diferencia: hay una oportunidad para la paz. El plan presentado por Trump ganó terreno, fue refrendado por la comunidad internacional y aprobado parcialmente por Hamas. Inmediatamente los tanques israelíes comenzaron a retroceder ante la posibilidad de que los rehenes vuelvan a casa. Mientras tanto, Rusia mide la paciencia europea, y Washington debe lidiar con múltiples desafíos, sin dinero ¿¡Cómo!? Así como leíste.


¿Paz en el horizonte?

Luka Santiago Cuellar

“Es una oportunidad para detener el sufrimiento, traer estabilidad a la región y abrir una nueva etapa. Pero si Hamás la desperdicia, el costo será enorme”, afirmó el mandatario estadounidense en los últimos días. El pasado 29 de septiembre se presentó el plan de paz para terminar el conflicto en Gaza, fue emitido desde la cuenta oficial de La Casa Blanca y elaborado por el presidente Donald J. Trump. Nuevamente se reabre el debate sobre el rol de Estados Unidos en Medio Oriente.

La iniciativa de Trump es vista como un avance diplomático significativo por una gran parte de la comunidad internacional. Por otro lado, Hamás encuentra en ella ciertas inconsistencias, dudas y temores frente a la desprotección de los intereses palestinos. En resumidas palabras, este plan se apoya principalmente en: alto al fuego inmediato, gobierno provisional palestino, creación de una junta de paz, reurbanización y ayuda humanitaria para Gaza, desmilitarización, desradicalización y una posible vía hacia la autodeterminación palestina y su condición de Estado; así también, se busca entablar un diálogo con ambas partes para garantizar una convivencia pacífica. 

El plan impacta directamente en la imagen de Trump, al situarlo en el centro del conflicto y proyectarlo como un actor que busca reforzar el liderazgo internacional de Estados Unidos. No obstante, enfrenta serios desafíos: la desconfianza de Hamás sobre sus intenciones y la percepción de que se trata de una iniciativa excesivamente favorable a Israel, lo que limita sus posibilidades de legitimación.

Muchos analistas ven como algo positivo el cese del conflicto en la región, sin embargo, advierten que el plan solo tiene garantías para Israel y varias inconsistencias sobre los “beneficios” para el pueblo palestino, catalogándolo como un acuerdo apresurado en el que se trabajará sobre la marcha.

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Zaporizhzhia, guerra híbrida y rehenes: el tablero ruso-europeo

Víctor Figueroba

Tras meses de amenazas, tensiones y amagos de ataques híbridos entre Rusia y las potencias occidentales, el futuro de Ucrania y Europa parece hoy estar más cerca de la escalada bélica que de la antesala de negociaciones y paz. La guerra ya no se limita a los frentes de Donetsk o Járkov: se libra en el ciberespacio, en los cielos del Báltico y en la narrativa estratégica de Moscú y Bruselas en su infinito toma y daca geopolítico.

Después de una sucesión de ciberataques, sabotajes e incursiones de drones en espacio aéreo de la OTAN en varios países europeos —con cierres de aeropuertos en Dinamarca e incidentes en el Báltico—, varios líderes europeos han salido a la palestra con voz crítica para exigir una respuesta que ponga freno a las intenciones del Kremlin. El alto representante y ex vicepresidente de la Comisión Europea, Josep Borrell, habla de reivindicar la “soberanía estratégica europea” que hoy se impone no como opción, sino como necesidad urgente. A su vez, los gobiernos bálticos y Polonia se aferran a la idea de los muros anti-drones en la frontera con Rusia, mientras Alemania plantea un escudo antimisiles a nivel continental. La primera ministra danesa, Mette Frederiksen, ha advertido recientemente que Europa atraviesa “el mayor riesgo de seguridad desde la Segunda Guerra Mundial”, reclamando un rearme inmediato y el aumento del gasto militar común.


Del otro lado, el ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, acrecienta la narrativa de confrontación asegurando que “ya existe una guerra real con la OTAN y la Unión Europea”. Sus palabras coinciden con el decreto del Kremlin para reclutar 135.000 conscriptos este otoño, con miras a una estrategia de desgaste que se extiende más allá del frente. En paralelo, Bruselas debate emplear 140.000 millones de euros en activos rusos congelados para financiar militarmente a Kiev, algo que Moscú ya ha calificado de “robo”. Como telón de fondo, la central nuclear de Zaporizhzhia —la más grande de Europa— ha estado desconectada de la red durante más de una semana tras daños en sus líneas externas provocados por los bombardeos en la zona. El OIEA advierte que, aunque no existe un peligro inmediato, la situación incrementa gravemente el riesgo de un desastre nuclear en caso de prolongarse.

A la postre, Europa se encuentra en una encrucijada crítica: mientras sus líderes hablan de muros, escudos y rearmes, Rusia convierte su narrativa de asedio en política de Estado y movilización militar. No obstante, el reciente intercambio de prisioneros —185 soldados y 20 civiles ucranianos liberados a cambio de un número equivalente de rusos— prueba que todavía existen canales diplomáticos, aunque sean meros destellos utilitaristas en medio de una dinámica de confrontación creciente. Así, entre la fragilidad de Zaporizhzhia, la presión híbrida contra infraestructuras y la retórica de “guerra real”, el continente se adentra en un escenario incierto: Europa podría contener la escalada con mayor coordinación, Moscú podría forzar un nuevo punto de ruptura, o un accidente nuclear podría precipitar lo impensable.

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El Shutdown bajo la mirada de los rivales de Washington

Valentina Terranova

El pasado miércoles el Congreso de Estados Unidos cerró sus puertas dejando al mundo en vilo. Aunque los servicios esenciales sigan activos, el hecho refleja un problema mayor: la primera potencia global está siendo incapaz de sostener su propio funcionamiento. Y esa fragilidad interna es el espejo en el que se miran sus adversarios, listos para capitalizar cada error.

El caos interno es inminente. Sin autorización del Congreso, la Casa Blanca no puede mover un dólar hacia actividades no esenciales. Más de 750.000 trabajadores federales quedarán suspendidos sin paga, con el cese de programas de salud, educación y servicios clave. Mientras tanto, Donald Trump prometió “hacer cosas que son irreversibles” como represalia institucional, aunque este tipo de amenazas no detienen la hostil mirada de la política exterior. 

Mientras Washington se detiene, Pekín y Moscú continúan avanzando en sus tableros de influencia. Lo resumió con crudeza Ned Price, exvocero del Departamento de Estado: “Nunca se oye hablar del cierre de operaciones del Partido Comunista Chino ni del cierre de operaciones del Kremlin”. La supremacía global se disputa minuto a minuto y, en ese terreno, las pausas internas son concesiones estratégicas. El Pentágono, con 334.904 empleados civiles suspendidos, es ejemplo de ello: desfinanciar el corazón militar no solo limita operaciones, también debilita la imagen de poder en plena competencia global.

Estados Unidos enfrenta así un dilema de doble filo. Por un lado, la parálisis que debilita la gobernabilidad y resiente la economía. Por el otro, el riesgo de que sus rivales transformen esa debilidad doméstica en poder geopolítico. La pregunta de fondo es cuánto tiempo resistirá la imagen de liderazgo global de Donald Trump frente al Shutdown.

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Libertad de Navegación

La libertad de navegación —diploconcepto de la semana— es un principio esencial del derecho internacional reconocido en la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (1982). En alta mar, ningún Estado puede someter a un buque con bandera extranjera a su jurisdicción, salvo en casos excepcionales previstos en la convención: piratería, trata de personas, transmisión no autorizada de radio, buques sin bandera o sospecha de que la nave pertenezca al mismo Estado.

Israel interceptó la Flotilla Global Sumud a más de 70 millas náuticas de Gaza, en aguas internacionales. El hecho de abordar embarcaciones con bandera de otros Estados —transportando ayuda humanitaria y pasajeros civiles— no encaja en ninguna de las excepciones reconocidas por la Convención sobre el Derecho del Mar. Por tanto, constituye una violación del principio de libertad de navegación y un acto contrario al derecho internacional.

Aunque Israel argumenta que mantiene un “bloqueo naval legal” sobre Gaza, la legalidad de un bloqueo no puede extenderse extraterritorialmente a aguas internacionales, salvo autorización expresa del Consejo de Seguridad de la ONU, la cual nunca ha sido otorgada. Por ello, la intercepción de barcos civiles en alta mar es considerada por juristas como una forma de piratería de Estado.

La reacción global frente a la captura de más de 400 activistas, entre ellos Greta Thunberg, demuestra que más que una cuestión local, está en juego la vigencia de que los mares deben permanecer abiertos y libres. La libertad de navegación no es negociable; es un pilar del orden basado en reglas.


¿Llegaste hasta acá? ¡Gracias! En Diplomacia Activa respetamos la pluralidad de ideas, comprendiendo que el diálogo es la herramienta para encontrar puntos de conexión y construcción frente a las diferencias. Con este espíritu, aportamos a la libertad, la paz, la justicia y las instituciones sólidas. Apóyanos

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