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Multilateralismo en llamas: a 80 años de la ONU

Por Maria Candela Molina

El 80º período de sesiones de la Asamblea General de la ONU se inaugurará en medio de la crisis profunda. La organización internacional por excelencia enfrenta el reto de cerrar la brecha entre discursos solemnes y prácticas que contradicen sus principios fundacionales.

Ilustración | Nate Kitch

El 2 de septiembre de 2025 se cumplieron 80 años desde el final de la Segunda Guerra Mundial y del Holocausto. En respuesta a las atrocidades acontecidas, una parte importante de los Estados del mundo crearon la Organización de las Naciones Unidas (ONU), con la promesa de construir un mundo justo en el que se consagraran los derechos humanos y todos pudieran vivir con dignidad y en paz. 

Desde ese momento en adelante, la Asamblea General de Naciones Unidas (AGNU), principal órgano deliberativo de la institución, se reúne anualmente para deliberar sobre los desafíos que preocupan a la humanidad y buscar soluciones conjuntas. El 80º periodo de sesiones, bajo el lema “Juntas y juntos somos mejores: más de 80 años al servicio de la paz, el desarrollo y los derechos humanos”, se llevará a cabo en Nueva York, del 22 al 30 de septiembre. La semana de alto nivel de este año destaca la urgencia de cumplir la promesa de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y revitalizar la cooperación mundial.

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Sin embargo, el discurso institucional contrasta fuertemente con la coyuntura actual, marcada por la falta de solidaridad y la crisis del multilateralismo. Parece haber un abismo entre la realidad material y los objetivos intangibles para el 2025, con designaciones como: Año de la memoria del Holocausto y la educación para la dignidad y derechos humanos y Año Internacional de la Preservación de los Glaciares. Frente a un horizonte desolador, cabe preguntarse: ¿queda aún un mínimo de humanismo en los actores que definen las reglas del juego?

En primer lugar, la memoria del Holocausto y de los derechos humanos actúa como un holograma: revela, de manera nítida aunque intangible, que la historia amenaza con repetirse. Hoy, conflictos como los de Gaza, Ucrania o Myanmar vuelven a demostrar que comunidades enteras siguen siendo perseguidas por motivos de religión, nacionalidad o etnicidad. Al mismo tiempo, la ambición de poder, expresada en la expansión territorial y regímenes autoritarios, continúa socavando la dignidad y los derechos fundamentales de las personas.

En segundo lugar, mientras más aumenta la temperatura global, más evidentes son sus efectos. Este año, el fenómeno de las “sequías relámpago”, las inundaciones en Texas y el fuego incontrolable en España fueron evidencia suficiente de que el medio ambiente está enviando señales. La cuestión es si el mundo es capaz de percibirlas o prefiere ignorarlas. Acciones políticas recientes, infieren lo segundo. El partido Reform UK, por ejemplo, afirmó que el cambio climático es un fenómeno natural. Y en agosto, en Estados Unidos, el jefe de la Agencia de Protección Ambiental, Lee Zeldin, derogó regulaciones ambientales clave, abriendo la puerta a la desmantelación de toda la normativa climática.

Desde 1945, las Naciones Unidas siguen esforzándose por alinear al mundo a sus propósitos y exportan los principios determinados en su Carta. Aunque redactados hace ocho décadas, se constituyen como valores consuetudinarios fundamentales del sistema internacional. La diferencia con respecto al siglo XX, es que los Estados que originalmente enarbolaron las banderas de la cooperación, multilateralismo, paz y seguridad, han orientado sus acciones en dirección opuesta. No obstante, eso no es lo más grave sino el hecho de que quienes ahora dicen apoyar las premisas del orden liberal, en realidad no hacen más que exhibir una retórica completamente falsa. Ni sus creadores ni sus actuales reivindicadores parecen convencidos de sus principios, utilizando a las instituciones como legitimadoras de conductas opuestas a su espíritu.

Entonces, la polémica central radica en la existencia de una clara oposición entre discurso y práctica en el sistema internacional. En otras palabras, el multilateralismo está en crisis y, tanto quienes lo crearon como quienes lo reivindican, se han servido de las instituciones como legitimadoras de su conducta, dejando de lado una convicción genuina en sus principios.

Alexander Wendt ya señalaba en Teoría Social de la Política Internacional (1999) que la realidad material carece de sentido si no está sustentada por una estructura ideacional. Es decir, las capacidades de los actores adquieren valor en función de las ideas que las acompañan. La estructura es construida por los actores principales y condiciona el comportamiento de todos los agentes del sistema. Entonces, si la estructura liberal configurada por Occidente, de la que forma parte la ONU, sirvió a sus creadores como directora del comportamiento de todo el sistema, no sorprende que los gigantes asiáticos busquen apropiarse de sus ventajas. 

La Cumbre 2025 de la Organización para la Cooperación de Shangai (OCS) dejó muchos mensajes. Allí, el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres describió el estado actual del multilateralismo como “en llamas” y criticó veladamente a Estados Unidos en medio de los desafíos a los que se enfrenta la organización.

Asimismo, declaró al presidente chino, Xi Jinping, que el papel de China en la defensa del multilateralismo es fundamental. En respuesta, Xi afirmó que China siempre será un «socio fiable» de la ONU. Prometió que profundizará su cooperación con la organización y asumirá conjuntamente sus responsabilidades en el mantenimiento de la paz mundial, el desarrollo y la prosperidad. En la misma línea, Putin expresó en una entrevista para la agencia oficial china Xinhua, que el encuentro servirá de impulso a la OCS para enfrentar conflictos globales y para fomentar la solidaridad en el espacio Euroasiático. Destacó que ello contribuirá a forjar un orden multipolar más justo, con la ONU como eje de referencia. 


Ilustración | Chloe Cushman

Mientras tanto, Estados Unidos y Europa, impulsores originales del sistema, parecen actuar en su contra. Washington recurre a guerras comerciales, abandona organismos multilaterales y refuerza sus políticas antiinmigración. Europa, por su parte, se ve atravesada por el ascenso de partidos de ultraderecha nacionalista y xenófoba.

El escenario revela un renovado enarbolamiento de las banderas de la ONU, esta vez desde Oriente. Pero el problema de estos actores es que su discurso es aún menos genuino que el de los fundadores originales. El objetivo de los gigantes asiáticos, léase China y Rusia principalmente, de proyectar una visión alternativa al mundo frente a la hegemonía estadounidense, considera que el fin justifica los medios. Si los medios implican izar las banderas de la paz, seguridad y cooperación para legitimar un avance sin precedentes, entonces el discurso está justificado. El logro de la meta final es capaz de ir en contra de la buena fe y proclamar una retórica vacía de contenido real. Ante la retórica ficticia de los regímenes autoritarios, las Naciones Unidas corren el riesgo de acelerar su deslegitimación al confiar en actores que nunca compartieron realmente sus principios.

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En definitiva, frente a la pregunta de si aún queda humanismo suficiente como para salvar al sistema de cooperación, debemos pensar en dos cuestiones. Primero, si los creadores originarios de este orden asumirán el costo de dejarlo en manos de otros actores. Segundo, si quienes hoy dicen defenderlo podrán hacerlo con convicción real y no solo con un discurso vacío. 

En conclusión, las Naciones Unidas nacieron como un halo de esperanza en un mundo devastado. Desde ese momento han velado por la paz y la seguridad de la humanidad, materializadas en distintos lemas para cumplir con sus propósitos. Ochenta años después, el abismo entre discurso y práctica amenaza su supervivencia. Si la crisis del sistema multilateral no se resuelve con acciones coherentes con el discurso, el riesgo no es solo el fracaso institucional sino la deslegitimación completa del orden internacional

En palabras de Wendt, las estructuras internacionales no están escritas en piedra: existen en la medida en que los actores las sostienen con prácticas compartidas. En 2025, la verdadera pregunta no es si queda humanismo, sino si queda voluntad colectiva para traducirlo en acción. De no ser así, el riesgo no será solo la fragilidad del sistema multilateral, sino la normalización de un orden internacional en el que la vida humana, los derechos y el planeta se vuelven prescindibles ¿Podrá la humanidad sobrevivir a una anarquía todavía más anárquica?


Candela Molina (Argentina): licenciada en Relaciones Internacionales, estudiante de la carrera de Derecho y candidata a la Maestría en Política y Economía Internacionales en la Universidad de San Andrés. Columnista en Diplomacia Activa.

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