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DIPLORAMA 80

«Nunca me rendiré. Por la paz, la dignidad, la justicia, la humanidad y el mundo que sabemos posible»

Antonio Guterres | Secretario General de la ONU

Edición N° 80

El multilateralismo nunca fue fácil, pero siempre fue necesario. La ONU, con todas sus fallas y aciertos, sigue siendo el lugar donde el mundo prueba cómo vivir en paz, aunque a veces se tropiece. Entre críticas, reformas pendientes y mapas que se reescriben, queda algo claro: mientras haya gente que insista en cooperar y pueblos que reclamen dignidad, todavía hay esperanza de un futuro compartido.


Volver a las bases de un mundo posible

Juan Cruz Zalazar

En 1917, unos cincuenta académicos corrían por los pasillos de la Biblioteca Pública de Nueva York entre libros, silencios y estudiantes atareados. Allí, bajo la tutela del presidente Woodrow Wilson, nació The Inquiry, un proyecto secreto que buscaba pensar alternativas de paz incluso antes de que terminara la Primera Guerra Mundial. La historia es cíclica: donde hay Estados, hay comercio y cooperación, pero también juegos de poder, conflictos y guerras sangrientas. Aquellos intelectuales, diplomáticos y estrategas no solo discutían el final de la contienda en el Viejo Continente, sino también la necesidad de una disciplina capaz de imaginar un orden internacional distinto.

El experimento derivó en una profesión y thinks tanks que viven hasta nuestros días, aunque el proyecto mayor, fracasó. La Sociedad de las Naciones nació con buenas intenciones, pero su estructura rígida y rudimentaria en términos multilaterales, abrió la puerta a la violencia de los años treinta, cuando los nacionalismos y los discursos de odio movilizaron a las masas hacia objetivos destructivos. El colapso del sistema desembocó en la Segunda Guerra Mundial, una de las etapas más oscuras de la humanidad. La brutalidad de las masacres y la magnitud de los crímenes obligaron a las naciones a comprender la urgencia de contar con un espacio que funcionara como mesa común, un lugar de diálogo antes de la tragedia, la última advertencia antes del desastre. De esa conciencia surgieron las Naciones Unidas: no como un escenario de burócratas, fotos lindas y brindis diplomáticos, sino como un recordatorio de lo que ocurre cuando la humanidad pierde su brújula moral y abandona la cooperación.

Ochenta años después, la ONU enfrenta desafíos que trascienden guerras puntuales o disputas de financiamiento. El verdadero problema no está en Gaza, en Ucrania o en Washington, sino en nosotros: en lo que creemos como individuos y en la manera en que nuestras acciones alimentan narrativas de paz o de confrontación. Como internacionalistas, tenemos un legado que honrar: el de quienes imaginaron que la libertad, la justicia y la paz podían alcanzarse. No se trata solo de escribir en redes sociales o participar de un proyecto u otro, sino de hacer de cada paso, cada abrazo y cada decisión un aporte real a la construcción de un mundo posible. La fragilidad de las Naciones Unidas es nuestra propia fragilidad. Por eso, más que nunca y en cada paso, trabajemos juntos para mantener al mundo atento.



Reformar ante la incertidumbre

Ivana Patanè

En tiempos de fragmentación y desconfianza, de crisis humanitarias y de conflictos prolongados, las Naciones Unidas abrieron la 80ª sesión de la Asamblea General en medio de fuertes inquietudes internacionales. Instituidas tras la Segunda Guerra Mundial con el propósito de vigilar sobre la paz y la seguridad internacional, hoy las Naciones Unidas enfrentan preocupantes desafíos mundiales como la alarmante erosión del multilateralismo. De igual manera, funcionarios internacionales han sido testigos de una profunda fractura en la “diplomacia onusiana” y ahora solicitan una concreta reforma de la organización

Efectivamente, en marzo de este año, el Secretario General, António Guterres, lanzó la “ONU 80” un plan de reforma interior y exterior que prevé, en sus puntos principales, una ONU más compacta en atender las nuevas necesidades mundiales; reafirmar los valores multilaterales; y, responder a los recortes financieros que están provocando una disminución de los empleados. Sin embargo, el tema más discutido ha sido, sobre todo, la reforma del Consejo de Seguridad. Está formado por cinco miembros permanentes y diez miembros no permanentes elegidos por rotación. Durante esta semana de debates en el Palacio de Vidrio, a partir del presidente keniano, altos representantes estatales han ejercido presiones sobre una más justa representatividad de sus países ante el Consejo de Seguridad, considerado ya obsoleto ante las nuevas crisis.

Por otra parte, la intervención del presidente chileno fue clave para abordar el tema del “desequilibrio histórico de género en las Naciones Unidas” en vista de las elecciones del próximo Secretario General. Por eso, el presidente Boric instó a la organización a “reflejar los avances del mundo” incluyendo líderes femeninas en su lista de candidatos y, en su discurso del martes, anunció la candidatura de Michelle Bachelet (si se respeta el pacto implícito de rotación continental) que podría devenir la primera mujer en liderar la ONU.

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Naciones Unidas con Palestina

Iker Escobar León

Ilustración | Owen Gent

En el albor de la Semana de Alto Nivel de la Asamblea General de las Naciones Unidas, Palestina recibió el reconocimiento internacional que le había sido ignorado por décadas, ahora incluyendo a miembros del G7: la causa palestina está tomando más fuerza que nunca. ¿Podremos ver algún cambio pronto?

El domingo, 21 de septiembre, inauguró la semana con las declaraciones de Australia, Canadá y Reino Unido otorgando su reconocimiento al independiente y soberano Estado de Palestina, y volviéndose promotores de la solución de los dos Estados. Al día siguiente, Francia emitió su reconocimiento y urgió a la solución del conflicto. El jueves, Japón prometió su reconocimiento y su apoyo a la causa biestatal. En total, 157 naciones reconocen a Palestina, lo que equivale al 80% de la comunidad internacional. 

Durante la Semana de Alto Nivel, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina Mahmud Abbas se dirigió en video ante la Asamblea General; llamó a la cooperación con Estados Unidos para el fin de la guerra contra la solución de los dos Estados; reafirmó que Hamás no tendrá lugar durante la reconstrucción de Palestina; y pidió a Israel que deje de usar la hambruna como arma de guerra, permitiendo la entrada de ayuda humanitaria. Abbas no participa presencialmente tras ser denegado en agosto su visado hacia EE. UU.

Por su parte, el viernes 26, el premier israelí Benjamín Netanyahu habló, ante la Asamblea General, a favor de la continuación de la guerra contra Hamás en la Franja de Gaza y mencionó que Israel no olvidará a los rehenes bajo militantes palestinos. Su comparecencia en las Naciones Unidas fue motivo de abandono de la sesión entre los presentes en protesta por el genocidio palestino. La “perseverancia” continúa. La flotilla Global Sumud, compuesta de 50 embarcaciones con tripulación de más de 40 países, recibió la escolta de navíos de guerra italianos y españoles. Se trata de otro intento para acercar ayuda humanitaria a Gaza y romper con el cerco israelí. La flotilla denunció ataques con drones en aguas internacionales, cerca de Grecia, acto que ha sido adjudicado a Israel, quién no ha respondido. El apoyo a Palestina se ha solidificado en los últimos días, civil o gubernamental, la lucha crece. ¿Será que en un corto plazo se vea el fin pacífico de la guerra?

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La sombra del “ONU escepticismo”

Marko Sal

Imagen | Chip Somodevilla

Lo que debió ser una ocasión de decoro para el multilateralismo terminó convirtiéndose en un episodio que pasará a la historia por los motivos contrarios. El 80º debate de la Asamblea General de las Naciones Unidas (AGNU) se vio ensombrecido por discursos que profundizaron la falta de legitimidad de una organización que en 1945 nació como epicentro de la diplomacia multilateral.

No sorprendió que el tono “ONU escéptico” lo marcara Donald Trump, quien volvió a Nueva York para pronunciar su quinto discurso ante la AGNU. A diferencia del Trump que hace ocho años denunciaba el avance de autoritarismos como amenaza al orden internacional, ahora su mensaje fue distinto. Acusó a la ONU de “financiar un ataque contra los países occidentales y sus fronteras”, calificó el cambio climático como “la mayor estafa jamás perpetrada” y desestimó la capacidad de la organización para resolver conflictos. “Son palabras vacías, y las palabras vacías no resuelven la guerra”, sentenció, dejando claro que para él el unilateralismo es la única vía y que el podio de la ONU sirve más para hablarle a su base electoral que a sus pares.

El coro de críticas no se limitó a Washington. Javier Milei, presidente de Argentina, denunció que la ONU se ha transformado en un “modelo de gobierno supranacional” que impone estilos de vida y reiteró su rechazo a la Agenda 2030. En contraste, otros líderes latinoamericanos se hicieron escuchar. Chile, Brasil, Colombia y Perú defendieron el papel de la ONU como foro indispensable, pero sus discursos dejaron ver una insatisfacción profunda. Señalaron la falta de respuestas efectivas frente a tragedias como Gaza y el avance de autoritarismos que erosionan el derecho internacional y debilitan un orden basado en reglas compartidas. Aun defendiendo la organización, es sabido que varios países reclaman reformas de fondo que permitan recuperar legitimidad y eficacia en un sistema multilateral en crisis.

Trump y Milei coinciden en un punto: la ONU está estancada. Pero la crítica resulta rentable porque conviene a sus narrativas y agendas domésticas. No es que las ideas de la ONU en migración, cambio climático o seguridad estén destinadas al fracaso. El problema es que sus estructuras siguen atrapadas en lógicas del pasado que no logran soluciones para las cuestiones actuales. En la AGNU, abundaron los discursos sobre rearme y división, y escasearon los llamados a cooperación y unidad. El multilateralismo enfrentará tiempos más difíciles de lo anticipado. La pregunta es si la ONU será capaz de reformarse o si se quedará congelada en el tiempo.

Mientras sobrellevamos el clima del “ONU escepticismo” te recomendamos consultar lo siguiente:


Diplomacia de la Tribuna

La diplomacia de la tribuna describe el uso de foros multilaterales —como la Asamblea General de Naciones Unidas— como escenario para discursos dirigidos más al público internacional y doméstico que a la negociación efectiva entre Estados. En vez de buscar compromisos, los líderes aprovechan el podio para proyectar identidad, reforzar legitimidad interna o confrontar rivales en el plano simbólico.

En la Asamblea General, los discursos anuales ilustran esta lógica. Líderes que critican a adversarios, defienden agendas nacionales o buscan visibilidad global, aun sabiendo que las resoluciones de este órgano tienen un peso más simbólico que coercitivo. Es un concepto que subraya la distancia entre la retórica solemne y la capacidad real de incidir en la gobernanza mundial.

Ejemplos abundan, desde el famoso discurso de Fidel Castro en 1960, pasando por las intervenciones de Hugo Chávez y su “olor a azufre”, hasta las declaraciones recientes de Donald Trump o Javier Milei, que utilizan el foro para movilizar a sus bases políticas.

La diplomacia de la tribuna no debe entenderse como irrelevante. Cumple la función de visibilizar posiciones, reforzar identidades nacionales y marcar agendas. Sin embargo, su límite radica en que, más que impulsar consensos, muchas veces cristaliza la brecha entre discurso y acción en el sistema multilateral.


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