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¿Cuál es el costo de la dependencia?

Por Julián Resentera Ficcardi

La pandemia de coronavirus ha replanteado la forma en que vivimos y consumimos, pero para pensar el “mundo que viene” debemos enfocarnos en cuáles han sido los obstáculos que hasta el momento no hemos podido superar.

Para comenzar, debemos aclarar que por más que a algunos les pese, el único sistema que ha prevalecido y que ha ganado la hegemonía global es el sistema capitalista, en algunos países implementado con democracias como el caso de Estados Unidos y en otro con autocracias como el caso de la República Popular China, pero de una u otra manera hablamos de capitalismo en fin. A principios del año 1989 y luego de la caída del telón de acero, quedó claro que el único sistema que puede direccionar incentivos de la forma menos imperfecta posible es el sistema capitalista y sus distintas versiones ya que en el mismo, el conocimiento está descentralizado, lo cual ya advertía Hayek en 1945 en su artículo “El uso del conocimiento en la sociedad”.

Un sistema en donde el conocimiento está descentralizado es equivalente a decir que la sociedad se comporta como un conjunto de agentes económicos que gozan de la libertad de tomar decisiones propias y privadas basadas en el conocimiento que éstos mismos tienen de su campo de especialidad. Para comprender de que hablamos cuando decimos “conocimiento descentralizado”, observaremos el siguiente ejemplo: un mecánico automotriz va a tener el conocimiento necesario para reparar autos y en base a dicho conocimiento y a las demandas del mercado va a poder tomar decisiones de forma tal que éste mismo maximice beneficios y minimice costos tantos privados como sociales.

Esto se dificultará en un sistema comunista, donde el mecánico no tendría libertad de tomar decisiones y de escuchar las demandas del mercado, ya que tanto el conocimiento y la toma de decisiones estaría “centralizada” en un solo agente económico: el estado, el cual es incapaz de contar con todo el conocimiento de los deseos y demandas de cada uno de los consumidores y productores de un país.


Una vez aclarado esto, sería lógico preguntarnos ¿Si el capitalismo es el sistema económico que goza de reconocimiento global, a qué nos referimos con cambio de paradigma? ¿Seguirá todo igual? La clave para entender el cambio de modelo no radica en la idea de pensar que presenciaremos una lucha entre el sistema capitalista y socialista, sino que el cambio procederá de la idea de repensar, resignificar y reconstruir al sistema capitalista, para continuar perfeccionándolo. A pesar de que este sistema ha logrado posicionarse como generador de riqueza, cuenta con grandes falencias pendientes de ser resueltas; como la desigualdad rampante y la inminente crisis ecológica.

La erradicación de estos flagelos se logra a partir de la creación de riqueza y del impulso del Producto Bruto Interno mundial. Más que la distribución de la riqueza, la respuesta viene por la creación de la misma. Por otro lado, una de las formas de combatir a la crisis medioambiental que atravesamos es con el avance de la tecnología, es decir con nuevos métodos de producción que sean menos contaminantes y la conciencia de los consumidores. La humanidad lleva décadas luchando contra las falencias del capitalismo, sin embargo hay un problema que podría amenazar a esta lucha; la interdependencia y centralización de la producción mundial.

El simple hecho de que el 70% de los celulares provengan de China, según las estimaciones del Banco Mundial, o que el 80% de la producción de semiconductores electrónicos se ubique en Asia, más precisamente en el Gran Dragón y sus alrededores, representa un riesgo de gran magnitud para la economía internacional. En otras palabras, la concentración de la producción en un único país podría tener consecuencias desastrosas, ya que si dicho Estado sufre algún evento fortuito, no solo se vería afectada la cadena de suministro de dicho país sino también el suministro global de bienes, afectando así la recuperación o normalización económica de todo el sistema.

La concentración de la producción mundial ha estado por décadas fundadas en el concepto de la “eficiencia económica”. Distintos gobiernos y empresas alrededor del mundo han decidido concentrar sus fábricas en China, ya que es el lugar más barato en donde se puede producir. La República Popular moderna cuenta con dos componentes que hacen que su producción sea barata, los bajos salarios que perciben los ciudadanos y el alto nivel de tecnología disponible en el país.

Producir y relocalizar la producción en donde es más barato producir no es algo en sí malo, siempre y cuando no se comprometa la calidad de vida de los ciudadanos del país productor. Un proceso productivo más barato puede traer grandes beneficios económicos, dado que como humanidad podemos tener acceso a una mayor cantidad de bienes. El problema es que nunca antes los economistas, políticos y empresarios alrededor del mundo habíamos tenido en cuenta el costo de la dependencia económica.

Seguir la ley de la “eficiencia económica” es algo sano para una economía, debido a que se reducen costos y se aumentan beneficios. Sin embargo debemos repensar el capitalismo y la generación de utilidades, la idea no es abandonar la ley de rendimientos crecientes, eficiencia económica o minimización de costos, sino que debemos incluir el llamado “costo de la dependencia”, el cual nos llevará a diversificar la matriz productiva mundial y repartir la producción en distintos países, aún si esto implica incurrir en otras inversiones.


Quedó evidenciado en la crisis sanitaria, que las consecuencias de la súper concentración de la producción global pueden traer severas consecuencias como inflación, pobreza y dificultad para abastecer la cadena de suministro global. Debemos impulsar matrices productivas internacionales inteligentes y diversas, respetando las ventajas comparativas de cada país. También es importante redireccionar el valor que le damos a los productos y trabajos relacionados a la cadena de suministros global.

Remunerar y valorar mejor a los empleos relacionados al suministro de bienes, como camioneros y repositores, también debería ser una prioridad. La idea crucial para poder repensar el capitalismo y perfeccionarlo, es comenzar a atribuir correctamente los costos, repensarlos y contabilizarlos. No podemos seguir ignorando la necesidad de tener un mundo donde la producción esté repartida de una forma más estratégica sino queremos incurrir en grandes pérdidas y riesgos.

Quedan muchos asuntos pendientes a resolver dentro del capitalismo. Tampoco hemos tenido en cuenta los costos en términos de calidad de vida que ha representado para la ciudadanía de países como China. Es nuestro deber moral repensar costos y beneficios, y comenzar a cambiar la forma en la que valoramos la producción y el trabajo ajeno. Pensar y planificar a largo plazo nos llevará a un mundo resiliente de las futuras amenazas internacionales.


Julián Resentera Ficcardi (Argentina): estudiante avanzado de la licenciatura en economía, Universidad Nacional de Cuyo.

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