Recambio geocultural
Por Jesús del Peso Tierno
Llevamos cerca de dos décadas en un proceso de cambio social, una profunda transición política y cultural de la que somos partícipes sin apenas darnos cuenta.

Hace décadas que nos encontramos en un periodo de inestabilidad, el cual a menudo nos cuesta definir. Desequilibrio político, polarización económica, crispación social. Es difícil explicar las causas del clima en el que nos encontramos, y es que, en realidad, todos estos fenómenos contestan a uno mayor del que formamos parte sin tener conciencia de ello o, al menos, sin percatarnos de todo: la batalla cultural. Pero ¿De dónde procede este fenómeno?
Los grandes cambios económicos conllevan grandes transformaciones sociales, y la pugna que despertó ella primera década del siglo XXI con la entrada china en la Organización Mundial del Comercio, junto con las circulares crisis económicas occidentales, potenciaron estos fenómenos. La gran crisis del sistema liberal.
El resurgir de una potencia en un lado del mundo ineludiblemente supone el retroceso de otra, y lo que en un lado del mundo se celebró entonces como el gran despertar de las culturas nacionales, en el otro significó una grave voz de alarma que trazó enormes cambios culturales. En relaciones internacionales no existen los vacíos de poder, ante tal situación, algún actor siempre está dispuesto a ocupar el espacio dejado por otro.
El fondo del debate era simple: China había conseguido llegar a un amplísimo grado de desarrollo sin haber cedido ni un ápice en las demandas liberales del Orden Internacional. Y, además, había comenzado a patrocinar un modelo de Estado alternativo a la democracia liberal al que los dirigentes chinos tildaban de “Impuesto”. El modelo de desarrollo occidental se había puesto en duda.

El debate se esparció como la pólvora por este hemisferio. Ya no se hablaba de la globalidad de las instituciones liberales, del respeto a los Derechos Humanos y el Desarrollo Sostenible, a los cuales las nuevas fuerzas acusaban repetidamente de ser imposiciones culturales. El debate ya no contestaba a la necesidad de converger hacia estos valores como mayor símbolo del desarrollo de una nación, sino más bien a criticar las limitaciones que estos imponían al desarrollo de las culturas, a la soberanía y los valores de cada Estado.
La supervivencia nacional sobre la universal, y la imposición de los valores propios sobre los considerados como impuestos fueron la mecha que prendieron, por ejemplo, a los populismos europeos; que desembocaron en el surgimiento de partidos de extrema derecha, todos ellos sustentándose bajo el mismo discurso: la identidad nacional.
Una corriente multiforme que, en un giro contracultural, terminó por agrupar a los alérgicos al lenguaje inclusivo o de género, a los que ven generarse nuevos tabúes que supuestamente cercenaban la libertad, los defensores de los valores del pasado y a los que huyen de lo que consideran una deriva identitaria frente a la tradición. Al fin y al cabo, la identidad siempre se ha construido en torno a la otredad.
El plano económico y el apoyo
El fenómeno chino planteaba una nueva cuestión: No hacía falta ser una democracia para mejorar la condición de vida de las personas que habitaban en el seno de dicho Estado. Un arma de doble filo para las naciones democráticas provocando que, las instituciones liberales, terminasen por caer en el efecto de la trampa del ingreso medio y que, por solventar problemas puntuales, hayan terminado cayendo en déficits estructurales al carecer de proyección en el largo plazo. Una situación que ha terminado por generar una grave sensación de malestar entre sus poblaciones al verse incapaces de mejorar las condiciones de vida de estas.
Dicho contexto, además, ha traído incuestionablemente nuevos modelos de Estado a seguir, al poner en práctica el modelo de desarrollo a lograr y que ha agriado el debate entre derechas e izquierdas a nivel global, incluso dentro de las sociedades con Estados ya constituidos como democracias. Esto ha llevado a una nueva reconfiguración orgánica de los países, y es que, si a finales de los años 90 parecía que la idea liberal había triunfado en el mundo, en la actualidad estamos viendo unos peligrosos retornos a esas -no tan nuevas- formas de organización social ligadas a los autoritarismos.
Lo grave de este ámbito es, sin ninguna duda, el cada vez más alejado consenso sobre los valores económicos que debe perseguir cada sociedad. Una polarización tal que ha llevado a que los extremismos liberales occidentales hayan terminado por cercenar el Estado de Bienestar, mientras en el otro lado del mundo, los intervencionismos estatales no han respetado las reglas del juego monopolizando sus propios mercados atendiendo los intereses sus élites políticas y económicas.
En definitiva, la derrota es de las clases medias y el Estado del Bienestar, que se había logrado alcanzar tras las guerras mundiales huyendo -precisamente- de las corrientes autoritarias (por derecha e izquierda) que habían llevado hasta la conflagración global.
El plano cultural
A menudo, los cambios culturales son visto como meros sucesos que ocurrieron en algún momento puntual de la historia, sin embargo, son largos procesos para poder autodefinirse, asentarse en las sociedades en las que se producen y moldearse por estas mismas para que nuevos valores pudieran tomarse como propios y, es precisamente en ese recambio cultural americano que estamos presenciando en la actualidad, donde comenzaron a aparecer nuevas formas identitarias, de grupo, y de concebir la propia existencia.
Si hace unos años lo más normal era encontrarse con producciones norteamericanas en todos los ámbitos de la cultura (cine, música, centros de pensamiento, entre otras), en la actualidad el retroceso de los Estados Unidos ha provocado la ocupación del plano cultural por quienes estuvieran dispuestos a hacerlo. Novelas turcas, la Casa de Papel, el Juego del Calamar, el Fenómeno del K-Pop, el exponencial crecimiento de la música en español en el mundo, los nuevos liderazgos regionales. Fenómenos que hacen que, a su vez, la percepción de identidad grupal se vea puesta en peligro dentro de un mundo que, gracias a las nuevas tecnologías, parece nunca acabase el largo catálogo de identidades diferentes.
Así, mientras tanto, vemos cada vez modelos de éxitos culturales más propios, cada vez más castizos y que cada vez apelan más a lo patrio como la mejor manera de representar un éxito y un modelo social que parece haber desaparecido.
Sin embargo, el verdadero peligro es que, sumidos en esta tormenta social, los jóvenes terminen por sentir que los modelos liberales en los que habitan nada pueden hacer por mejorar sus condiciones materiales de vida y terminen por abrazar a esos nuevos autoritarismos que les invitan a combatir al diferente ante el miedo a seguir perdiendo algo. “Al menos, la identidad que no me la quite nadie”. La defensa de nuestras libertades, tanto económicas, políticas como culturales, nos corresponde a cada uno.
Jesús del Peso Tierno (España): estudiante de Relaciones Internacionales, Universidad Rey Juan Carlos de la Comunidad de Madrid.
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