China: las claves del desarrollo económico
Fundada en 1949 como un país socialista, la República Popular de China ha cambiado mucho desde entonces. En los años 70, China no era más que un país de agricultores con deplorables condiciones de vida, hoy es toda una superpotencia.

Ningún país en la historia ha crecido tan rápido, ni ha sacado a tantas personas de la pobreza, como lo ha hecho China en los últimos 40 años. Durante este tiempo este país ha crecido a un ritmo promedio de casi el 10% anual y ha logrado sacar a más de 750 millones de personas de la pobreza, es decir a más personas que toda la población de América Latina.
Al analizar la profunda transformación económica que cambió la historia china y teniendo en cuenta su sistema político, es inevitable preguntarse si el milagro económico chino se le debe atribuir a un plan minuciosamente trazado por el Gobierno o si es la misma sociedad en su conjunto la cual fue responsable de dicho cambio. Para dar una respuesta a esta pregunta debemos recurrir a la historia económica del país.
El día 1 de Octubre de 1949, Mao Zedong proclamó desde la plaza de Tiananmen en Pekín, la República Popular de China. Y lo hizo expresando una consigna muy clara, “China se ha puesto en pie”. Sin embargo, durante las siguientes 3 décadas la realidad fue muy diferente. Mao fue un líder dispuesto a implantar el modelo de sociedad que él tenía en su cabeza a cualquier precio. Pensaba que Pekín podría decidir sobre todo y determinar el futuro de todo: Cuánto producir, qué producir, cómo repartir a los trabajadores, cuántas fábricas hacían falta, cómo se repartirán los bienes y la producción, entre otros aspectos.
Durante los años en los que Mao estuvo en el poder las reformas económicas consistían en la colectivización de empresas, la implementación de cuotas de industrialización a los campesinos y en el cierre de la economía nacional a mercados extranjeros. El país se convirtió en una economía altamente centralizada, la cual únicamente seguía las indicaciones impuestas por el partido comunista chino. La administración de Mao Zedong derivó en hambrunas, persecuciones políticas y la más absoluta miseria. Millones de personas a lo largo del país murieron por falta de alimentos.

Luego de 30 años en el poder; tras colectivizar toda la tierra y todas las propiedades de China; y de perseguir brutalmente con “la revolución cultural” a millones y millones de intelectuales, académicos, profesores y a cualquier persona que no fuera cómoda para el régimen, China se convirtió en un país sumido en la más absoluta miseria. En aquel momento, más del 80% de los chinos vivían en condiciones miserables; las hambrunas no eran extrañas, el terror político y las purgas caracterizaban el escenario político y social de la República Popular China. El nivel de vida era comparable al de algunos de los países del África subsahariana. Mientras tanto, Japón y los tigres asiáticos, Hong Kong, Taiwán, Corea del Sur y Singapur ya estaban despegando y viviendo una de las transformaciones económicas más sobresalientes del Siglo XX.
Luego de la muerte de Mao Zedong en 1976, el Partido Comunista se dividió en tres facciones muy diferentes entre sí: los radicales, liderados por Jiang Qing (la viuda de Mao), los reformistas moderados de Hua Guofeng y los reformistas más agresivos liderados por Deng Xiaoping. Luego de grandes luchas por el poder, en diciembre de 1978, en el XI Congreso del Partido Comunista chino, el reformista Deng Xiaoping se hizo con el liderazgo del país.

Deng Xiaoping defendía que había que dejar a un lado toda esa utopía ideológica que tanto daño había hecho a China, y que había que apostar decididamente por la modernización. De hecho su frase más célebre es la siguiente; “No importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato.»
Impulsó importantes reformas en 3 grandes bloques: la agricultura, la industria y el comercio. El punto de partida fue el campo, con la reforma agraria se descolectivizó el campo y se suprimieron las comunas, que fueron sustituidas por el modelo de explotación familiar. Además, se implantó el “sistema de responsabilidad familiar” por el cual muchas decisiones como qué tipo de cultivos plantar y qué inversiones hacer pasaron del gobierno de los burócratas a las propias familias. De hecho, una parte de la cosecha del campesino se la vendía al estado, pero el resto podía ser vendido en los mercados a precios completamente libres.

El resultado de dichas medidas fue un aumento sin precedentes de la producción agrícola, acompañado de la disminución del precio de los alimentos. Las condiciones de vida de los campesinos mejoraron. Como los resultados fueron tan buenos, en Pekín decidieron aplicar reformas similares a la industria. De esta forma el gobierno trasladó poco a poco la toma de decisiones desde los ministerios de Pekín a las propias empresas públicas. A pesar de que las empresas eran públicas, la forma en la que operaban y el criterio que se implantaba eran diametralmente opuestos al instaurado por Mao Zedong.
Poco a poco, a lo largo de los años ’80, los directivos de las empresas públicas fueron capaces de tomar decisiones como repartir los beneficios entre los trabajadores, pagar primas de productividad, libertad para contratar y despedir a sus empleados, decidir con qué proveedores trabajar y fijar precios libres. Todo ello fue acompañado de la legalización de la empresa privada, por lo que las empresas públicas pasaron a tener competencia.

Por otro lado se dio también la reforma comercial, por la que poco a poco China fue permitiendo el comercio exterior, desmontando en buena medida las trabas y los aranceles que existían a las importaciones. Sin embargo, las reformas se enfrentaron a un problema descomunal: China era, a principios de los años 80, un país cerrado al mundo y que no tenía ni dinero ni tecnología, pero lo que sí tenía era mucha mano de obra deseosa de trabajar en mejores condiciones que las que deparaba el campo.
Dadas las circunstancias, el gobierno de Deng Xiaoping decidió hacer un experimento: Como no querían todavía renunciar completamente al modelo económico heredado de Mao, optaron por crear Zonas Económicas Especiales, lugares donde el sistema comunista dejaba de funcionar. En estas zonas las empresas extranjeras podían invertir y montar fábricas, es decir, podían tener acceso a la mano de obra china. Además disfrutaban de pocos impuestos, relativamente poca burocracia y no tenían aranceles. Era algo así como pequeños oasis para las multinacionales en medio de la hermética y hostil República Popular de China.
La idea de Pekín era muy clara, traer tecnología, capital y trabajo. Inicialmente se montaron cuatro Zonas Económicas Especiales: las de Shenzhen, Zhuhai, Xiamen y Shantou. El éxito fue tan grande que pronto las autoridades empezaron a replicarlas por todo el país.
Un claro ejemplo es el éxito de Shenzhen. Cuando se creó la Zona Económica Especial en este lugar, Shenzhen no era más que un pueblo de pescadores pobres donde vivían poco más de 30.000 personas. Hoy tiene más de 12 millones de habitantes, su PIB está compitiendo cara a cara con el de la mismísima Hong Kong y es una de las capitales mundiales de la tecnología. Todo en apenas unas pocas décadas.

El éxito de estas zonas económicas fue tan grande que bien podemos decir que fueron las precursoras de la apertura china. La idea de Deng Xiaoping era utilizar estas zonas no para abrir el país, sino para que el gobierno lograra recursos con los que mantener el viejo modelo. Se suele pensar que la gran transformación de China fue perfectamente trazada, diseñada y calculada por el gobierno de Pekín, sin embargo no fue del todo así.
Tras la muerte de Mao, China era un país que estaba destrozado. Fue durante este periodo cuando empezaron a extenderse los mercados negros, lugares donde al margen del sistema, la gente trataba de sobrevivir y eso supuso también un cambio cultural muy importante. Ante el caos de la transición de gobierno, algunos cambios empezaron a producirse de forma automática.
Mientras el gobierno seguía impulsando la agricultura colectivizada, en algunas regiones se “rebelaron” y decidieron poner en marcha, por su cuenta el sistema de explotación familiar, incluso aunque esto suponía violar las leyes y regresar, de facto, a un sistema de explotación privada. De repente la iniciativa sumó a más y más adeptos, el gobierno de Pekín al final decidió establecer estos cambios como política estatal.

Algo parecido ocurrió con los negocios privados en las ciudades. Tras la muerte de Mao, muchos jóvenes que habían sido enviados al campo regresaron a las ciudades y cómo no había trabajo, se lo buscaron por su cuenta. Y el gobierno simplemente lo tuvo que aceptar y así de repente las tiendas privadas empezaron a surgir en las ciudades chinas, terminando para siempre con el monopolio comercial del estado. Lo mismo sucedió con las empresas municipales y regionales, que empezaron a surgir fuera del control del estado.
El gobierno de Deng Xiaoping no frenó estos cambios, todo lo contrario, los acabó asumiendo como política de Estado. Gran parte del cambio, lejos de lo que se nos cuenta, vino de abajo hacia arriba y no de arriba hacia abajo. Tal vez por eso la transformación de China ha sido tan grande en tan poco tiempo, y que continúa en marcha.
Julián Resentera Ficcardi (Argentina): estudiante avanzado de la licenciatura en economía, Universidad Nacional de Cuyo.