Delegación olímpica de refugiados, ¿símbolo de esperanza?
En la primavera de 2019 más de 2.880 atletas compitieron en una carrera de 10 km en Ginebra. Fue un evento habitual en el calendario atlético de la competencia, pero esta vez con un resultado llamativo, ¿el ganador? Un refugiado huérfano de Sudán del Sur, exiliado en Kenia, que se había puesto su primer par de zapatillas para correr solo unos años antes. En lo alto del podio, sosteniendo un ramo de flores y un trofeo, Dominic Lokinyomo Lobalu sonrió con deleite. «Estoy muy feliz de haber ganado hoy», dijo. «Volveré a un entrenamiento aún más intenso cuando regrese a Kenia».

En un mundo de casi 8 mil millones de personas alguien es desplazado de su hogar cada dos segundos. Algunas de aquellas son refugiados, es decir, «personas que no pueden o no quieren regresar a su país de origen debido a un temor fundado de ser perseguidos por motivos de raza, religión, nacionalidad o pertenencia a un grupo social en particular, u opinión política”, según la Convención de Refugiados de 1951.
Nada es sencillo en sus vidas pero durante al menos un momento, hace cinco años, parecía que los deportes podrían serlo. En la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de 2016 en Río de Janeiro, el primer Equipo Olímpico de Refugiados del Comité Olímpico Internacional (COI) marchó detrás de la bandera, no de una Nación sino de los propios Juegos Olímpicos. En un esfuerzo conjunto del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados y el COI, el equipo ganó incluso antes de que sus diez miembros compitieran, sacando a los Juegos del ámbito del dopaje, las infraestructuras novedosas y los altos costos del evento.
En 2016 el mundo se conmovió con aquella en la competición de Río. Fueron recibidos con una ovación de pie en la ceremonia de apertura y Ban Ki-moon, Secretario General de las Naciones Unidas de ese momento y quien no era un hombre dado a las extravagantes muestras de emoción, no paraba de sonreír. Samantha Power, en aquel entonces Embajadora de Estados Unidos ante las Naciones Unidas, publicaba un video en Facebook en el que hablaba de los 65 millones de personas desplazadas en el mundo, el número más grande desde la Segunda Guerra Mundial y afirmaba que “están soñando en grande.»
En la Asamblea General de la ONU celebrada en octubre de 2015, frente a la crisis mundial de refugiados que ha provocado el desplazamiento de millones de personas en el mundo, el presidente del COI, Thomas Bach, anunció la creación del Equipo Olímpico para los Refugiados, el primero de su tipo, para participar en los Juegos Olímpicos de Río 2016, gesto que fue repetido en los de Tokyo 2020.
Se podría interpretar que este proyecto demuestra el compromiso del COI de auxiliar a los refugiados y apoyarlos a través del deporte, así como la solidaridad Olímpica, porque no solo se les permite entrenar con el objetivo de que puedan clasificar, también se les ayuda para continuar su carrera deportiva y construir su futuro. Pero después de los Juegos Olímpicos, ¿alguien se acordará de la delegación sin bandera? Sí, acompañamos al equipo de refugiados en Tokyo, por segunda ocasión, pero no con palabras vacías porque caminan bajo una bandera olímpica, sino porque que quieren la bandera de una patria.
Sí, el mundo se conmovió por este equipo sin embargo los refugiados no conmueven al mundo. Mueren en el mar, asfixiados en la parte trasera de un camión y de formas anónimas. Se construyen vallas, se cementan muros. Representan peligro y amenazan con desorden. Son parásitos. Se quedan en un limbo en las remotas islas del Pacífico. Se habla de una amenaza para la «civilización europea». Muchos no quieren refugiados, pueden ser terroristas o delincuentes. Pero, el mundo ama al equipo Olímpico: los dos nadadores de Siria, los dos judocas originarios de la República Democrática del Congo, el maratonista de Etiopía y los cinco corredores de Sudán del Sur.

«Vayan a casa», lema de las protestas anti refugiados que empiezan a expandirse por Europa, principalmente en los países de entrada.

El mundo está siendo empujado en dos direcciones a la vez. La fuerza de la globalización, de la humanidad nómada y del ciberespacio sin fronteras ha engendrado una fuerza contraria igualmente fuerte de nacionalismos e ideologías antiinmigrantes. Las dos tendencias se encuentran en un tenso equilibrio. La glorificación del Equipo Olímpico de refugiados y la difamación de los refugiados coexisten. Estamos mejorando y empeorando al mismo tiempo, a la misma velocidad y, lo que es evidente, es que la libertad no se puede construir sobre la exclusión y el odio.
El mundo está siendo empujado en dos direcciones a la vez. La fuerza de la globalización, de la humanidad nómada y del ciberespacio sin fronteras ha engendrado una fuerza contraria igualmente fuerte de nacionalismo e ideologías antiinmigrantes. Las dos tendencias se encuentran en un tenso equilibrio. La glorificación del Equipo Olímpico de refugiados y la difamación de los refugiados coexisten. Estamos mejorando y empeorando al mismo tiempo, a la misma velocidad. Lo que es evidente es que la libertad no se puede construir sobre la exclusión y el odio.

Por un lado, representan la antítesis del nacionalismo feroz e irreflexivo. Difuminan los claros límites de la ciudadanía y lo que significa. De hecho, se encuentran en una posición tan precaria precisamente porque los lazos de ciudadanía y nacionalismo les han fallado abyectamente. Esta aceptación de los refugiados como individuos y también como colectivo es esperanzadora. Es un mensaje de que su difícil situación en todo el mundo ha trascendido lo político y que su estado es el barómetro de nuestra propia humanidad.
El mensaje del COI no debe descartarse como un mero simbolismo. Es un reconocimiento abierto del internacionalismo y de pasar por alto las fronteras nacionales en interés de la humanidad desde una organización históricamente cautelosa y conservadora. En un mundo cada vez más partidista, el atractivo perdurable de los JJ.OO atraviesa los espectros políticos, lo que significa que aquel Comité ha aprovechado una oportunidad única para interactuar con una de las audiencias globales más grandes y diversas.
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Aunque podemos, con razón, ser profundamente escépticos acerca de si esta buena voluntad puede conducir a algún cambio político sustancial, este acto de elevar el perfil de los refugiados es singularmente único: el COI se ha convertido en su defensor, característica que todos debemos arropar. Todavía tenemos que ver qué frutos trae esto y si este mensaje será escuchado, pero la creación de esta delegación es un acto significativo de rehumanización y desvictimización en todo el mundo.
Hacen contribuciones enormes; ayudan a construir naciones, a que las economías sean más prósperas y llevan la diversidad a las sociedades. Este es el mensaje más profundo e importante. Hay 82,4 millones de refugiados y personas desplazadas en todo el mundo y este también es su equipo. Incluso sin una medalla, la sola presencia de estos atletas y los viajes que han realizado para llegar hasta aquí, es suficiente para inspirar. La unión de su equipo olímpico no es poca cosa, es exactamente lo contrario de cómo se les trata en todo el mundo. Es un acto de solidaridad y amistad que requiere una inversión y planificación considerables en el futuro para la esperanza e inspiración de millones de personas en todo el globo.
«Los Juegos Olímpicos son una peregrinación al pasado y un acto de fe en el futuro»
Pierre de Coubertin, fundador de los Juegos Olímpicos modernos.
Brasil, Japón y el Comité Olímpico Internacional le han dado al mundo una idea de la humanidad y las aspiraciones de cada refugiado y han demostrado así que el deporte puede emitir mensajes más efectivos que la política. Quizás después de todo estemos mejorando más rápido de lo que empeoramos y las barreras continuarán cayendo, pero no solo con palabras sino también con acciones.
Emilio Cruz López (México): Licenciatura en Relaciones Internacionales, Universidad Iberoamericana.
Categorías
Deporte, Derecho Humanitario, Derechos Humanos, Minorías, Social