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Geopolítica del Magreb ¿decidida por Madrid?

El estrecho de Gibraltar es uno de esos lugares únicos en el mundo. Es una pequeña franja de apenas 14 kilómetros que separa a dos culturas muy diferentes pero también que las une. En España casi es costumbre que, tras la conformación de un nuevo Gobierno, desde la Moncloa se tenga una consideración especial con Rabat (capital de Marruecos) y no es raro ver como entre las primeras visitas oficiales de un Presidente o un Ministro de Exteriores se encuentre este destino. A pesar de la distancia, ¿cómo se forjó el entrelazamiento entre los dos?

La imagen que se viralizó el pasado 17 de mayo no es más que la punta del iceberg de una relación histórica que no pasa por sus mejores momentos.

Los vínculos que hay entre ambos países son tan largos como la existencia de los mismos, con lazos e influencias culturales que se remontan casi a la caída del Imperio romano y ciudadanos en continuo contacto, con casi un millón de marroquíes residiendo en España (mayor nacionalidad extranjera en el país) y relaciones tan profundas que serían casi equiparables a las que mantiene este con Portugal. No se necesita más que echar un vistazo a las exportaciones entre ambos para constatar, de la misma manera, la cercanía económica que también los une, algo que se ve reflejado en muchos ejemplos de complementariedad como podría ser, por citar uno de ellos, el de los puertos de Algeciras (en el lado español) y Tánger Med (en el Marroquí) los cuales ven incrementados año a año sus volúmenes de contenedores, no por la competitividad entre ambos puertos sino por la colaboración de los mismos, convirtiendo la simbiosis del estrecho en una gran fortaleza para ambos Estados.

La distancia que separa una orilla de la contraria ha generado unos ciclos de dependencia mutua que la globalización ha potenciado aún más. Para la Unión Europea, Marruecos es un socio vital en la lucha contra la inmigración irregular, el tráfico de drogas y el Yihadismo, mientras que para este la UE es el principal destino de sus exportaciones, mercado de deuda y emisor de turistas (12 millones al año).

Es por lo antes mencionado que en España no sorprende cuando se producen varios episodios seguidos de llegadas de migrantes irregulares a las ciudades de Ceuta y Melilla, las costas de las Islas Canarias en el marco de los encuentros bilaterales o cuando el territorio africano pretende algo desde las instituciones europeas, ya sea la apertura a los productos marroquíes o la concesión de fondos. La presión migratoria es el arma que mejor emplea el país alauí como manera de ejercer una mayor presión diplomática al otro lado del estrecho. Sin embargo, el episodio que presenciamos el pasado mes de mayo en la ciudad de Ceuta responde a una naturaleza completamente diferente a la que nos tiene acostumbrados.

Las autoridades españolas desplegaron a soldados para tratar de contener la llegada de migrantes.
Concentración en contra del líder del Frente Polisario, Brahim Gali, frente a la sede de la Audiencia Nacional en Madrid. Fuente: El País

Si bien en un principio desde el Estado árabe desmentían que este fenómeno tuviera que ver con pretensiones políticas, a los pocos días del gran asalto de hasta casi 8.000 migrantes a la ciudad de Ceuta el gobierno marroquí reconoció que había terminado por forzar tal situación como represalia por el ingreso del Líder del Frente Polisario, Brahim Gali, en un hospital de Logroño bajo una identidad falsa.

El fenómeno responde a la explosión de una situación interna que venía fraguándose desde hacía ya varios meses con el incipiente crecimiento de las tensiones entre aquel frente y el ejército marroquí en lo más profundo de su territorio, el bloqueo de carreteras y el intercambio de ataques mutuos a raíz de los recientes movimientos diplomáticos al respecto de la situación en el Sáhara Occidental. Gali, quien es además el líder de la República Árabe Democrática Saharaui (pese a gozar de limitado reconocimiento internacional), es acusado desde Marruecos de ser un terrorista y un genocida al ser la principal resistencia del movimiento pro-Sáhara contra Marruecos, en el que lleva envuelto desde 1970.

Cuando los servicios secretos del país árabe destaparon el internamiento del líder saharaui, pronto se hicieron eco de la noticia los medios de comunicación desde donde las instituciones marroquíes ya amenazaban al gobierno español en unas alegaciones en las que afirmaban “tomar nota” de la actitud que había tomado Madrid al respecto.

Y es que el ingreso de Brahim en un hospital español ha vuelto a abrir una caja de pandora que se mantenía enterrada en las relaciones entre ambos estados desde hacía ya tiempo. Sin embargo, las políticas iniciadas por la diplomacia del régimen de Mohamed VI, el tanto que se anotaron tras el reconocimiento estadounidense sobre la soberanía marroquí del Sáhara Occidental (a cambio del reconocimiento del Estado de Israel) y las responsabilidades históricas que tiene España para con este, así como los potentes lazos económicos que mantiene con Argelia (principal aliado del Frente Polisario y enemigo del régimen marroquí en su disputa por la hegemonía sobre el Magreb), han terminado por hacer volar el Statu Quo que se mantenía en la región desde hace mucho tiempo.

Tal situación de la región es algo que han venido tratando de soterrar ambas partes en sus relaciones bilaterales a lo largo de los años, empero la incipiente asertividad marroquí sobre el Sáhara y la responsabilidad histórica española al respecto, han venido generado fricciones a lo largo de los estos últimos meses. Esta ha sido siempre una relación que ha sido marcada por unas pautas consensuadas desde que el régimen franquista comenzase un proceso en 1973 para tratar de buscar una salida a un territorio africano que mantenía como colonia desde 1885 y que, tras la constitución del Frente Polisario en ese mismo año, le diera ya más dolores de cabeza que rendimientos.

Las negociaciones a las que el gobierno español dio paso apuntaban sobre todo a encontrar una salida consensuada con los países de la región con los que principalmente buscaba mantener unas buenas relaciones tras el desenlace y que fuera válida para la comunidad internacional. Sin embargo, el asunto del “Spanish Sáhara” ya había trascendido internacionalmente para entonces y la transición sobre el dominio no se produciría tal y como le habría gustado al por entonces rey de Marruecos, Hasan II, ya que el Régimen militar español tuvo de comprometerse a la realización de un referéndum de autodeterminación.

La red de gasoductos entre Europa y África del Norte.

Toca la imagen para conocer más sobre el Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular.

Con todo ello se llegó a la firma de los Pactos de Madrid en el año 1974 donde se acordaba una administración tripartita sobre el Sáhara Occidental entre España, Marruecos y Mauritania de una manera transitoria mientras se resolvía el conflicto. La misma fue una situación que se prolongó hasta el año siguiente, meses durante los cuales se producía el avance de la conocida como “Marcha Verde”, un plan ideado por el propio monarca marroquí que trataba de lograr la ocupación pacífica del territorio y que, a lo largo de los meses, llegó a movilizar hasta 350.000 ciudadanos marroquíes mientras que la población local se veía obligada a huir lejos de sus hogares, principalmente a Argelia. La Marcha Verde fue una situación ante la que los Legionarios españoles no llegaron a mover un dedo ni trataron de mediar hasta que el 26 de febrero abandonasen el lugar sin haber llegado a realizar el anunciado referéndum pues, ante todo, la prioridad de Madrid era no enturbiar sus relaciones con Rabat.

Fue en ese momento cuando el Estado argelino dio un paso al frente en la defensa de los derechos de los ciudadanos del territorio pese a que ningún otro ni la ONU le considerasen parte del conflicto. Con la retirada de las tropas españolas y la concesión de asilo a sus civiles, Argelia se erigió como principal apoyo internacional del Frente Polisario ante la comunidad, algo que vino a deteriorar las relaciones entre Marruecos y aquel país en el marco de una pujanza de poder sobre el dominio de la zona.

Un juego de suma cero

Las intensas relaciones de ambos territorios africanos con sus aliados europeos (fundamentalmente Francia y España) junto con el semejante crecimiento económico, demográfico y social de estos dos Estados, les ha traído a rivalizar de una manera cada vez más pujante sobre el dominio que ejerce cada uno de ellos sobre el resto de Estados del Magreb en un marco en el que el Sáhara es el principal frente abierto. Ambos países pugnan por convertirse en los principales aliados de los Estados europeos en la zona, sobre los que tratan de mostrarse como la pieza más útil en el tablero del norte de África en búsqueda del beneficio que una colaboración cada vez más estrecha con cada uno de éstos pudiera reportarles. 

Lo cierto es que, por las circunstancias dadas y las responsabilidades que mantiene sobre el territorio, España es el encargado de mantener un equilibrio en la región que congele la escalada de la tensión entre todas las partes. Sin embargo, es cierto que mantiene intereses encontrados en la cuestión. Por un lado, tal y como comentaba anteriormente, tiene una enorme dependencia de Marruecos en cuanto a su seguridad e integridad territorial, pero también mantiene una profunda dependencia energética y económica de Argelia desde donde procede hasta un 30% del gas natural que se consume en Madrid y con quienes el pasado mes de octubre de 2020 acordaron, a través de las principales empresas energéticas, la construcción de nuevos gaseoductos que sigan vinculando más estrechamente a ambos países en un futuro.

Ahora, a unas semanas del retorno de Brahim Gali a territorio argelino, vemos como la profunda crisis diplomática desatada entre España y Marruecos, que ha llevado incluso a la retirada de la embajadora del Estado africano en Madrid, aún no ha terminado. La solución del conflicto se sujetará al rumbo que tome el Ministerio de Relaciones Exteriores español y como trate de pacificar los ánimos en una región tan importante para el continente europeo puesto que depende tan estrechamente de un socio como de otro. 


Jesús del Peso Tierno (España): estudiante de Relaciones Internacionales, Universidad Rey Juan Carlos de la Comunidad de Madrid.

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