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Hagan lío

Frente a una ley injusta o sin lógica, lo lógico es no acatarla ¿Cuándo permitimos que un grupo de burócratas irresponsables decidieran por nosotros? La pandemia le quita las caretas al poder y muestra la peor cara de quienes «nos representan».

A mediados del siglo XIX las autoridades de Gales decidieron aumentar bruscamente los impuestos con el interés de llenar sus bolsillos y salvarse de los malos tiempos para la cosecha. El peaje se cobraba por transportar mercancías y ganado, pero también por las cosas más simples como llevar cultivos al mercado. Invadidos por la cólera, los agricultores se organizaron en bandas para destruir los peajes.

Estos grupos tomaron el nombre de un pasaje bíblico y se conocieron como «Rebecca y sus hijas». Su lucha contra los impuestos injustos logró que los peajes fueran abolidos en el sur de Gales por al menos cien años. A lo largo del tiempo podemos encontrar movimientos similares de ciudadanos enojados, cansados de medidas arbitrarías y gobiernos despóticos.

«Protestar más allá de lo que la ley permite no equivale a desviarse de la democracia; es más bien parte absolutamente esencial de ésta».

Howard Zinn

Buscar la libertad se transformó en la esencia común que motiva a los diferentes grupos a levantarse, muchas veces con el riesgo de sufrir fuertes represalias. Pero el deber civil nos indica que el precio de la libertad es su eterna vigilancia, ya que no es una condición que crezca naturalmente de la tierra. Este sentimiento es el que le cortó la cabeza al rey, creó instituciones para dividir el poder del poder y nos enseñó una lección simple para respetar al prójimo: no hay unos por encima de otros, ante la ley todos somos iguales.

El rey está desnudo

No conocemos a las personas hasta el momento de una crisis, con la política es similar; la pandemia desenmascaró las fortalezas de algunos y las debilidades de otros. Muchos gobiernos, por ejemplo, mostraron su cara autoritaria utilizando la emergencia sanitaria para suprimir libertades básicas y los derechos humanos tal como indica Human Rights Watch y Naciones unidas.

La deriva autoritaria se da en gobernantes que apelan a la restricción irracional de libertades para centralizar las decisiones en el Poder Ejecutivo. Una pandemia precisa de medidas extraordinarias, pero en una democracia esas medidas deben ir acompañadas de diálogo, transparencia y ciencia, no de miedo, pensamiento mágico o soberbia política.

Recientemente el presidente argentino Alberto Fernández impuso un paquete de medidas más duras para frenar la segunda ola de Covid-19 que golpea al país. En un contexto de incertidumbre y ruptura en todas las dinámicas sociales, lo hizo sin consultar a los sectores afectados, a la oposición o a sus propios ministros.

La falta de un mensaje claro agrava la situación. En su conferencia el presidente decidió suspender las clases desautorizando al ministro de Educación, Nicolás Trotta, cuando solo unas horas antes declaró que “no podemos comenzar las restricciones cerrando las escuelas”. Priorizar la educación parecía evidente ya que, según las cifras oficiales de CABA, las escuelas no son un foco de contagio. Más tarde, el presidente argumentó su postura culpando a madres y a niños con capacidades diferentes porque, según él, «no entienden la dimensión del problema sanitario que enfrentan”.

Despojado no solo de datos sino también de toda humanidad, Alberto agregó que limitará la circulación horaria en el AMBA afectando directamente a gastronómicos, turismo y hoteles, los más golpeados en el 2020. Pero sin dejar sector por ofender, insultó a médicos y trabajadores de la salud al decir que «el sistema sanitario se relajó» y renovó su falta de federalismo al decidir unilateralmente por encima de la Ciudad de Buenos Aires. La conferencia fue coronada a tono de dictadorzuelo: «esta decisión que acabo de tomar voy a hacerla cumplir con las fuerzas federales».

Ilustración: Eameo
Ilustración: Kid Navajo Studio

¿Qué podemos hacer?

Es nuestro derecho y nuestra obligación moral protestar contra condiciones políticas, económicas o sociales injustas. En 1955 cuando la afroamericana Rosa Parks se negó a ceder su asiento a un blanco en el transporte público, se puso de manifiesto que la desobediencia no era un acto de rebeldía gratuita, sino un gesto cívico que podía cambiar el rumbo de la historia.

Como nos enseña Henry David Thoreau, si los poderes públicos cometen abusos apoyándose en leyes injustas, la mejor alternativa es desobedecer sin temor.  No hay razones legítimas para obedecer a un gobierno injusto, los ciudadanos no somos niños y mucho menos, súbditos. El caso argentino es oportuno para explicar lo que sucede en diferentes partes del mundo cuando burócratas con grandes privilegios, que vacunan a sus amigos sin controles u organizan eventos masivos, le dan lecciones al conjunto de individuos sobre cómo llevar sus vidas.

«La única obligación que tengo el derecho de asumir es hacer en cualquier momento lo que considero justo«.

Henry Dadid Thoreau

No significa esto que la desobediencia civil sea un camino violento; se puede -como anuncia Sun Tzu en El Arte de la Guerra- someter al enemigo sin librar combate. El método está inspirado en el pacifismo y uno de sus actos puede ser, por ejemplo, no pagar impuestos cuando estos asfixien una actividad, como sucedió en Gales con «Rebecca y sus hijas».

Quienes demuestran una acción noble de desobediencia civil en la actualidad son los restaurantes que, pese al decreto ciego del presidente argentino, abrirán sus puertas para recibir comensales y así poder subsistir después de un año que casi los extermina.

No es una medida repentina, mucho menos combativa. El sector gastronómico pidió con justa razón a través del movimiento No Más Sillas Al Revés que el gobierno desistiera de cobrar algunos impuestos por ser económicamente los más afectados. No fueron escuchados.

La libertad suena como el llamado de un ángel pero no es tan simple. Por una parte, como vimos, hay que defenderla de poderes establecidos y, por otra, hay que ejercerla. Ejercer la libertad significa ser responsables del propio ejercicio cívico; matar a mi vecino no es ser libre, así como tampoco lo es no respetar los protocolos en una crisis sanitaria. El respeto recíproco es uno de los fundamentos de la libertad, así como la empatía de la convivencia social. Esta plena conciencia también corre para no ser carnada de políticos caranchos que aprovechan la debilidad del gobierno para hacer campaña. Es hora de despertar de la siesta porque las consecuencias pueden ser fatales.

La desobediencia civil es el camino legítimo cuando se han agotado los instrumentos de diálogo y negociación frente a quienes gobiernan. No es recomendable agitar los ánimos en un momento de crisis, pero tal vez sea necesario recordarle al presidente argentino, su séquito y aquellos que en el mundo se copian, que no es el pueblo el que debe tener miedo a su gobierno sino el gobierno el que debe temer al pueblo.


Juan Cruz Zalazar (Argentina): Analista en relaciones internacionales (Universidad de Congreso), estudiante de Comunicación Social (Uncuyo) y Director de Diplomacia Activa.

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