Afilando las mentiras: manipular la información como ejercicio del poder

Ya llevamos no sé cuántos días de cuarentena con más de un millón de infectados por el COVID-19 en todo el mundo. Y claro está, seguimos sin comprender qué está sucediendo. Mientras los ciudadanos occidentales pagan un alto precio por la irresponsabilidad de su accionar ante esta problemática, en Oriente el panorama evolucionó de una manera distinta. Corea del Sur, Japón y China (cuna de nacimiento del virus), fueron mostrados por los medios de comunicación como países que habían logrado contener la expansión del virus gracias a su rigidez y precaución. Las cuarentenas obligatorias, los test masivos y la utilización de barbijos y guantes en todo momento, fueron algunas de las ya conocidas medidas que se tomaron.
Sin embargo, y a pesar del esperanzador mensaje que transmitía la facilidad con la que estos gobiernos lograron proteger y contener a su gente, alarmantes videos se difundieron en las redes sociales del caos que se vivía con la entonces epidemia del virus en Wuhan. ¿Alguien los vio? Según las imágenes, lo que parecía una ciudad vacía debido al aislamiento obligatorio, tapaba la crueldad de un sistema de gobierno incapaz de controlar la situación. Gran cantidad de cuerpos yacían en las calles, los sospechosos de infección eran buscados por la policía y muchos intentaban suicidarse mientras los detenían.
¿Sorprendidos? ¿Por qué? ¿No es acaso China una dictadura que oprime a sus ciudadanos en pos de mantener una imagen de poder y fortaleza en su lucha por la hegemonía?

¿POR QUÉ MIENTE CHINA?
“… Los procesos globales se han hecho demasiados complejos para que una persona pueda comprenderlos por sí sola. ¿De qué manera, entonces, podemos saber la verdad acerca del mundo y evitar caer víctimas de la propaganda y la desinformación?”
Yuval Noah Harari
21 lecciones para el siglo XXI
China, que ocupaba el primer puesto en el ranking de países infectados de acuerdo a los informes de la Universidad de Medicina John Hopkins, hoy se encuentra en el 7° lugar después de Gran Bretaña, Alemania, Francia, Italia, España y Estados Unidos que ocupa el primer puesto (yay, Trump le ganó a Xi por primera vez). De los 83.213 infectados, solo murieron 3.345 personas desde que inició el brote, siendo los recuperados 78.036 personas.
A simple vista estos números afirman la notable evolución del sistema sanitario chino en su lucha contra el coronavirus. Pero, ¿por qué deberíamos confiar en la información “actualizada” que brinda el gobierno comunista y unipartidario chino?
China comenzó a construir una política exterior más sólida y confiable basándose en la creación de una positiva imagen frente a los ojos del mundo. Estrechando lazos de acercamiento con varios países a través del comercio y cooperación en todos los ámbitos, China logró marcar su presencia —sobre todo geopolítica y militar— en el mundo y sus estrategias le llevaron a fortalecerse y convertirse en una de las potencias mundiales más importantes del mundo, compitiendo con Estados Unidos por el título del “país más poderoso”.
El asombroso ascenso del poder chino en el sistema internacional, llevó a muchos internacionalistas a detectar que parte de su política exterior se basa en lo que Joseph Nye definió como soft power o poder blando. De acuerdo al autor el poder blando “es la habilidad de un país para estructurar determinada situación de manera que otros países definan intereses que concuerden con los propios. Este poder tiende a surgir de la atracción cultural e ideológica, tanto como de reglas e instituciones de regímenes internacionales”. En otras palabras, se trata de una forma de ejercer el poder extendiendo la influencia de un país sobre otros a través de lazos culturales o ideológicos, una especie de exportación de las mismas para crear el acercamiento entre las naciones.
Sin embargo, cuando hablamos de un país cuya credibilidad siempre fue cuestionada debido al sistema político que dirige el régimen, ¿qué puede hacer para sostener un buen posicionamiento a nivel internacional? ¿Se tratan de estrategias transparentes o no es más que la máscara que oculta la perversión de su mano dura?
En noviembre del 2017 los investigadores del National Endowment of Democracy, Christopher Walker y Jessica Ludwig, acuñaron un nuevo concepto que define algunas de las estrategias que los Estados utilizan para ejercer su poder: el sharp power o poder afilado. En palabras de Walker este poder posee la capacidad de “limitar la libertad de expresión y distorsionar el entorno político”. Estamos hablando de un poder que se utiliza a través de la manipulación de la información, cuyo objetivo es “mejorar” (mejor dicho, distorsionar) la imagen de un país ante la visión del mundo. El concepto hace referencia a regímenes autoritarios, como el caso de Rusia o China, con el fin de hacer que su accionar político encaje con la percepción de las sociedades democráticas.
Que China manipule su información y reprima la libre expresión puertas adentro no es algo novedoso. Se trata de una forma de solidificar y fortalecer el poder ideológico del Partido Comunista Chino en cada rincón de su territorio; porque claro, es la única forma de unificar a las masas bajo un mismo régimen. La soberanía sobre los medios de comunicación y el absoluto control del Internet son solo dos ejemplos de un accionar represivo de larga data.
En ese contexto, y siguiendo la teoría propuesta por los autores, es que China edificó otras afiladas estrategias para consagrar su poder. Lo que parece un pasivo plan de acción para estrechar lazos, atraer y persuadir, obedece más a una política de disfrazar al lobo de oveja y mezclarla en el rebaño. De hecho, la creación del Instituto Confucio es una clara muestra de ello. De acuerdo a los estudios realizados por Christian Walker sobre la política exterior china, esta institución que cuenta con gran cantidad de filiales en todo el mundo principalmente en América Latina, se creó con el objetivo de impartir clases de idioma y cultura china con financiación del gobierno, careciendo de transparencia. Los cursos y programas de estudio promueven de manera sutil el posicionamiento del Partido Comunista Chino sobre algunos temas “calientes” como lo son las disputas territoriales o los conflictos con las minorías religiosas en el país. Además, la constitución del Instituto establece que la ley china es aplicable dentro de las instalaciones del mismo. Quienes hayan asistido alguna vez a charlas universitarias que fomentaban el estudio sobre China promocionadas por el Instituto Confucio, probablemente se replanteen la definición de esta institución como una conocida herramienta de soft power.

El desarrollo tecnológico chino ha sido otra fuerte columna de construcción del sharp power. China posee una sorprendente capacidad de diseñar herramientas que controlan y regulan la información que circula en Internet (como el Gran Cortafuegos), profundizando en la censura y formateando la mente de sus ciudadanos. Su crecimiento tecnológico plantea, siguiendo lo expuesto por Walker, una gran amenaza a las sociedades democráticas. En palabras del investigador, “la idea es permitir que el régimen busque el control sistemático de múltiples formas de comunicación extendiéndose bien en las democracias”. Diversas empresas chinas encargadas del desarrollo de la Big Data y la inteligencia artificial (IA) han ampliado su participación en instituciones democráticas. Los deseos de convertir a China en un Estado especializado en el área, tiene grandes implicancias en una gobernanza global democrática.
¿CORONAVIRUS BAJO CONTROL?
El 7 de febrero, luego de que el miedo y el caos se extendieran a la par que incrementaban los infectados, había fallecido Li Wenliang: uno de los primeros médico que advirtió sobre el brote a fines de diciembre. A través de WeChat se contactó con sus colegas para comentarles que había recibido 7 pacientes de un mercado local de Wuhan que habían sido diagnosticados con una enfermedad de síntomas similares al síndrome respiratorio agudo severo (SARS). Se trataba de un coronavirus proveniente de la cepa que incluía al SARS que provocó una dramática epidemia en el año 2003 y que había sido ocultada (oh, surprise) por el gobierno chino.
Cuando la información llegó a manos del gobierno, el médico fue acusado por la policía de “hacer comentarios falsos que perturban severamente el orden público”. Luego de ello, fue obligado a firmar una nota que advertía que sería llevado ante la Justicia si continuaba divulgando tales datos. Mientras atendía a pacientes con coronavirus, Li fue desafortunadamente contagiado y murió a causa de la enfermedad.
Y mientras la comunidad china manifestaba su angustia e indignación a través de las redes sociales (información que fue después censurada), el videoperiodista Chen Qiushi, quien además es abogado y activista por los derechos humanos, decidió viajar a Wuhan para documentar la realidad que los ciudadanos vivían frente al coronavirus. Luego de mostrar lo que estaba sucediendo, Chen desapareció y sus redes sociales fueron eliminadas. Aún siguen “con vida” sus cuentas de Twitter, administrada por un amigo suyo, y YouTube. ¿Y el periodista? Aún no hay rastros y las autoridades chinas no han dicho nada al respecto.

A pesar de este dramático contexto, el gobierno de Xi Jinping anunció a principios de marzo que lo peor había pasado. Esperanzadores datos que afirmaban haber regulado la curva, noticias de días sin nuevos contagios y videos de felices ciudadanos liberándose de sus barbijos, daban un mensaje de alivio para el resto del mundo. Progresivamente las restricciones de aislamiento impuestas fueron levantándose habilitando el funcionamiento del transporte público. Muchos trabajadores volvieron a sus actividades habituales utilizando, obviamente, guantes y barbijos como resguardo de un posible rebrote del virus. El pasado 8 de abril China celebró ante los ojos del mundo “estar libre de coronavirus” pero lo que parecía un gran festejo, se vio opacado por las recientes noticias de un rebrote por contagios importados.
AFILAR MENTIRAS, “PULIR” LOS DATOS
¿Están tan perplejos como yo? Gran parte de los hechos aquí expuestos indican que China ocultó y manipuló su información. Algunas investigaciones revelaron hace pocos días que al menos 40.000 muertes de Wuhan fueron ocultadas, muchas de ellas no fueron contabilizadas y algunas de las víctimas fatales no tuvieron la posibilidad de realizarse el test que determinaba el contagio.
¿Por qué el gobierno chino permitiría tanta crueldad? ¿No era acaso su objetivo fomentar la cooperación con el resto de los países? Claro que no. Su objetivo es evidente: afilar su poder y fortalecer su posicionamiento en un escenario internacional en crisis.
La imagen de las democracias tradicionales de Occidente están siendo ampliamente destrozadas por su tardía respuesta al avance del virus. Frente a esta situación, modificar algunos números que mejoren la deteriorada percepción de China en los últimos meses, la hace quedar incluso aún mejor ante el debilitamiento de los sistemas democráticos de América y Europa. Justamente, este es otro de los objetivos del sharp power: debilitar a las democracias mostrando a las potencias autócratas con una mejor gestión del poder político.
En estos tiempos de incertidumbre, ¿a quién debemos creerle? Y lo que es más curiosos aún, ¿debemos utilizar este concepto para referirnos a dictaduras como China, Rusia o incluso Corea del Norte? O ¿podemos adaptarlo al accionar de otras potencias en otros ámbitos?
Mientras tanto, la falta de respuesta y de fácil acceso a información verídica nos deja una sola alternativa inmediata para protegernos de este poder afilado: debemos cuestionarlo. Cuestionarlo todo.
Columnista Diplomacia Activa
Ana Paula Collado (Argentina): Lic. en Relaciones Internacionales, Universidad de Congreso.
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