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Prospectiva estratégica: Venezuela

Por Agustín Bazán

Este artículo no busca justificar ni promover el uso de la fuerza militar. Su objetivo es estrictamente analítico: ofrecer al lector una mirada estratégica sobre un eventual escenario de escalada entre Estados Unidos y Venezuela.

Washington parece ensayar escenarios de fuerza frente al régimen de Maduro. ¿Preparación real para una intervención o presión estratégica calculada? El dilema no es solo el ataque, sino el día después y el riesgo de repetir errores del pasado.

En los últimos días, mientras Maria Corina Machado lograba eludir los controles de seguridad bolivarianos y viajar a Noruega para recibir su merecido Premio Nobel de la Paz, una noticia pasó casi desapercibida o no se le dió la debida importancia: Dos F-18 estadounidenses penetraron el espacio aéreo venezolano y lo sobrevolaron durante 40 minutos. Si bien según Flight Radar o FlyAware, aplicaciones de rastreo de aeronaves, los cazas eran F/A-18 Superhornets, no se puede descartar que en realidad hayan sido la versión EA-18G Growlers, que comparte la estructura con el Super Hornet pero tiene una función más crítica, la guerra electrónica

Ocurre que estas aeronaves última tecnología, cuentan con sensores que le permiten obtener la firma radar (información única que emite cada radar de detección aérea) e intervenir el correcto funcionamiento de los mismos, haciendo que para los operadores sea imposible distinguir un eco real de uno falso, generado por una saturación en las devoluciones que se ven en la pantalla del radar. A su vez, el conocer la firma radar del enemigo, le permite atacar esos radares empleando misiles anti-radar (ARM), básicamente armamento sofisticado al cual se le carga la información de la firma radar (desde dónde emite, la frecuencia y demás) y el misil usa esa información como una especie de GPS, viajando directamente hasta la información proporcionada, impactando directamente en el radar y  generando así una brecha para el ingreso de aeronaves al espacio aéreo ahora desprotegido, para realizar distintas misiones. 

A estas alturas, más que una interrogante se vislumbra en el horizonte una realidad: Estados Unidos se está preparando para realizar operaciones militares en Venezuela. Esto se apoya en lo dicho por el propio Presidente Trump, “los ataques por tierra a Venezuela van a empezar a suceder”. Lo que está realizando Washington en este momento, es obtener toda la información posible, mientras se diagrama un posible plan de ataque, y es que, como dijo el filósofo chino Sun Tzu “Conoce a tu enemigo, conócete a tí mismo, y saldrás triunfador en mil batallas”. 


Los objetivos estratégicos

Para una eventual entrada de tropas estadounidenses, se debe diezmar las capacidades venezolanas tanto tecnológicas como humanas. Para eso, Washington debería: Cortar las comunicaciones, destruir las capacidades de defensa aérea, interrumpir la logística, controlar fuentes e instalaciones de recursos estratégicos y por último pero no menos importante, amedrentar a las milicias. El conjunto de estas acciones podría tener un efecto decisivo en los pocos  leales remanentes que le quedan a Maduro. 

Una vez que se controlan de forma completa todos estos puntos, el conflicto deja de definirse en el plano estrictamente militar y pasa a resolverse en el terreno político. La neutralización de capacidades no persigue la aniquilación total del adversario, sino la erosión de su voluntad de resistir y de su capacidad de sostener el poder. En este sentido, Hans Morgenthau advertía que el poder militar sólo adquiere sentido cuando se traduce en un resultado político concreto, y que la destrucción material, por sí sola, raramente garantiza la sumisión del adversario. De forma similar el Dr. Kissinger ha sostenido que el uso de la fuerza resulta eficaz únicamente cuando está subordinado a una estrategia que combine coerción, persuasión y una salida política creíble.

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Para poder darle un seguimiento correcto a los objetivos, se debe tener muy buena información militar y de inteligencia, que permita realizar la ejecución correcta de misiones quirúrgicas y contundentes. Basta recordar que el presidente Trump autorizó a la CIA a realizar operaciones de inteligencia en suelo venezolano, como detalló el New York Times en una publicación de noviembre de este 2025. 

En sí, el objetivo último de una eventual intervención estadounidense no sería la ocupación prolongada del territorio, sino la generación de un punto de quiebre en la cohesión del régimen, forzando a sus cuadros civiles y militares a reevaluar los costos de la lealtad frente a la supervivencia.

Una de las posibles estrategias

Se considera que dadas las intenciones de Washington de eliminar al tren de Aragua y al cartel de los soles, los ataques estadounidenses en territorio venezolano conllevarán una respuesta militar de las  Fuerzas Armadas Nacionales Bolivarianas (FANB). Estados Unidos debe considerar el impacto en el mediano y largo plazo de sus acciones militares, por lo que, si bien un bombardeo estratégico se presenta como opción viable que limita las posibles bajas norteamericanas, deja de plano el problema del día después, que se tratará más adelante. 

Como consecuencia, para lograr el corte y control de las comunicaciones, bastaría con realizar una interferencia de señales constante mediante aviones AWACS (sistema de alerta y control aerotransportado, por sus siglas en inglés), como el Boeing E-3 Sentry. Estas aeronaves tienen la capacidad de interferir varias señales al mismo tiempo, haciendo inentendibles las comunicaciones por radio, dejando al enemigo sin capacidad de uso de radio en casi 500 kilómetros a la redonda. A su vez, estos aviones pueden interferir señales de radar dejando, al igual que los EA-18G Growlers “ciego y sordo al régimen”. 

Una vez cortadas las comunicaciones y disminuidas las capacidades de detección, se debe pasar a la acción militar directa, atacando las principales bases aéreas, como la Base Aérea El Libertador, que se encuentra a unos 110 kilómetros de Caracas, muy cerca del mar, al sur de la ciudad de Maracay. Ahí es donde el régimen tiene varias de sus aeronaves principales como los C-130 Hercules, Sukhoi SU 30MK2, F-16 Versiones A y B, etc. Un ataque aéreo se puede realizar mediante drones y/o cazas proyectados desde el USS Gerald Ford. Se debe prestar principal consideración a la cercanía con la población civil, para reducir al mínimo la posibilidad de daño colateral. El efecto de este ataque además de la inutilización de los sistemas de armas y de la pista, sería amedrentador para los milicianos leales a Maduro.


No se descarta que Venezuela haya desplegado en ese momento sus aeronaves en respuesta, por lo que existe la posibilidad de combates aéreos. A su vez, se deberían neutralizar los sistemas de defensa antiaérea como los buk-M2E y  los S-300VM, todos de fabricación soviética, con los que cuenta el régimen. Un Ataque similar se realizaría en la Base Aérea Teniente Luis del Valle García, en la Ciudad de Barcelona, Estado de Anzoategui. 

Una vez asegurado el dominio aéreo, se debería proceder a atacar centros logísticos de las FANB, principalmente donde se almacenen municiones de artillería, misiles y donde tengan asiento los blindados T-72B1V. A su vez, una estrategia muy común empleada en el corte de cadena logística es destruir rutas, autopistas, puentes y toda estructura que permita la movilización del enemigo.

Finalmente, el control de las infraestructuras críticas, como fuentes de generación de electricidad, plataformas petroleras, puertos y aeropuertos, se puede realizar mediante el empleo de fuerzas especiales que neutralicen el control de las FANB allí, y que luego, mediante fuerzas regulares se puedan mantener bajo control.

Las acciones militares contundentes suelen producir un efecto profundamente desmoralizador sobre las fuerzas adversarias, particularmente cuando existe una asimetría tecnológica abrumadora. Un ejemplo paradigmático fue la Guerra del Golfo de 1991. Irak contaba entonces con uno de los ejércitos más numerosos del mundo; sin embargo, tras una prolongada campaña aérea estadounidense, amplios sectores de las fuerzas iraquíes se rindieron prácticamente sin ofrecer resistencia significativa durante la breve ofensiva terrestre posterior. Más que la derrota táctica en el campo de batalla, lo que se produjo fue un colapso de la voluntad de combatir, producto del impacto psicológico de la superioridad militar y de la percepción de inevitabilidad de la derrota. Se considera viable que Washington esté apuntando a lograr el mismo efecto en Venezuela. 


Ilustración | Sam Green

El Problema del día después

Ante una hipotética caída del régimen de Maduro, la autoridad que lo debe reemplazar ya ha sido elegida por el pueblo, Edmundo González Urrutia. Pero instaurarlo en su puesto de Presidente de Venezuela, no será tarea fácil.

Ocurre que las fuerzas leales al régimen que no se hayan rendido y depuesto las armas, pueden organizarse con facilidad para realizar escaramuzas en gran parte del territorio. Si a eso se le adiciona que gruesa parte de las Fuerzas Armadas de Venezuela aún no serán de fiar, se tiene la receta perfecta para el desastre: Multiplicidad de combatientes y armas dispersos e inmiscuidos con la población civil frente a un gobierno que debe instaurar la paz y la seguridad en todo el territorio tras 25 años de un régimen totalitario. 

Y eso a Washington no le conviene. Si bien durante un tiempo pueden desplegar sus fuerzas armadas para dar un firme sustento a la transición de gobierno, nadie en la Casa Blanca quiere otro Afganistán, donde tras 20 años de presencia militar, miles de millones de dólares invertidos y cientos de bajas, el gobierno afgano cayó ante los talibanes seis semanas después del anuncio de la retirada oficial de Estados Unidos en 2021. 

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Se vislumbra que sí sería viable la intervención de Naciones Unidas mediante una Misión de Estabilización, pero su eventual aprobación conlleva que todos los miembros permanentes del Consejo de Seguridad estuvieran de acuerdo. Cabe mencionar que la Federación Rusa (si bien está más pendiente de Ucrania que de Venezuela), debería dar su voto favorable. Lo mismo ocurrirá con la República Popular China, ambos países son miembros permanentes del Consejo de Seguridad que tiene estrechos lazos con Maduro. 

El pueblo venezolano merece vivir en paz, prosperidad y sin el yugo opresor de un totalitarismo que no reconoce ni da lugar a opiniones contrarias. Millones de exiliados ansían volver a su país, para reconstruir y trabajar en un mejor futuro.  El problema reside en decidir qué hacer y cuál será la vía menos destructiva para poner fin a un problema que no debe existir en el segundo cuarto del siglo XXI, el totalitarismo tiránico.


Agustín Bazán (Argentina): Licenciado en Recursos Navales para la Defensa y Maestrando en Defensa Nacional, Universidad de la Defensa Nacional (UNDEF), Oficial de carrera de la Armada Argentina, estudiante avanzado de la Licenciatura de Relaciones Internacionales y columnista de Diplomacia Activa.

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