Liberalismo comercial, declive y reconfiguración
Por Estanislao Molinas
Desde el GATT de 1947 hasta el auge del BRICS+, el comercio internacional pasó de un multilateralismo liderado por Occidente a un escenario en disputa, donde nuevas potencias impulsan reformas para una gobernanza que consideran más equitativa en medio de tensiones geopolíticas y desafíos sistémicos.

El comercio internacional, entendido como el intercambio de bienes y servicios entre países, es un elemento central de la economía política mundial. Según Radebaugh, Daniels y Sullivan (2018), consiste en transacciones entre Estados que permiten el acceso a productos no disponibles localmente y fomentan la eficiencia productiva a través de la división internacional del trabajo.
Tras la Segunda Guerra Mundial, las principales potencias impulsaron un sistema multilateral con reglas claras para evitar los errores proteccionistas del período de entreguerras, como los generados por la Ley Smoot–Hawley de 1930 en los EE.UU. En ese contexto, en 1947 se firmó el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés), inicialmente entre 23 países. Aunque concebido como una solución transitoria tras el fracaso de la Organización Internacional del Comercio, funcionó durante casi cinco décadas como marco normativo para liberalizar el comercio mundial.
El GATT se estructuró en torno a tres principios esenciales: la cláusula de la nación más favorecida, el trato nacional y el principio de reciprocidad. Estos elementos garantizaron la no discriminación, el trato igualitario entre productos nacionales y extranjeros, y la búsqueda de equilibrio en las concesiones arancelarias.
A través de sucesivas rondas de negociación —destacándose la Dillon (1960–62), Kennedy (1964–67), Tokio (1973–79) y especialmente la Ronda Uruguay (1986–94)— el GATT amplió progresivamente su alcance. La Ronda Uruguay significó un punto de inflexión, al incorporar servicios (GATS), propiedad intelectual (TRIPS) y agricultura, esferas hasta entonces excluidas del marco multilateral.
Como resultado, en 1995 con el Acta Final de Marrakech se creó la Organización Mundial del Comercio (OMC), dotada de una estructura orgánica permanente, un mecanismo vinculante de solución de diferencias (el famoso Órgano de Solución de Diferencias, su piedra angular) y mayor cobertura normativa. A diferencia del GATT, la OMC posee personalidad jurídica propia y mayor capacidad de supervisión.

Desde la escuela teórica liberal de las relaciones internacionales, esta evolución puede explicarse a través de los postulados de Moravcsik (1997), aclamado académico quien sostiene que las políticas exteriores reflejan las preferencias estatales formadas por actores sociales internos.
Exportadores, multinacionales y consumidores organizados presionan a los gobiernos para que firmen acuerdos que aseguren estabilidad y apertura comercial. Así, tanto el GATT como la OMC pueden interpretarse como expresiones institucionales de coaliciones internas pro-comercio, especialmente en democracias desarrolladas comercialmente donde los sectores ganadores de la globalización incidieron decisivamente en las decisiones gubernamentales.
Sin embargo, la OMC atraviesa una crisis institucional desde 2019, cuando el Órgano de Apelación (ente intraorgánico dentro del Órgano de Solución de Diferencias) quedó paralizado por la negativa de Estados Unidos a aprobar nuevos jueces. Esta situación debilitó el mecanismo de solución de controversias y generó un vacío jurídico que amenaza con erosionar el sistema multilateral.
Además, la proliferación de acuerdos regionales y bilaterales ha fragmentado el sistema de gobernanza global, reduciendo la centralidad de la OMC. Desde una lectura liberal, estos procesos reflejan transformaciones en las preferencias internas: sectores antes favorables al libre comercio han perdido influencia frente a actores proteccionistas o han reconfigurado sus demandas hacia nuevas agendas como el comercio digital, el cambio climático o la seguridad geoeconómica.
En este escenario de crisis del multilateralismo liberal, emerge un nuevo actor con potencial de transformación: el bloque BRICS y su proyección ampliada bajo la iniciativa BRICS Plus (BRICS+). Esta propuesta, impulsada por China en 2017, busca consolidar una coalición entre los cinco miembros del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y los bloques regionales que lideran, como MERCOSUR, la ASEAN+China, la Unión Económica Euroasiática y la SADC, con el objetivo de reformar la arquitectura económica global en favor del mundo en desarrollo. Desde esta perspectiva, el BRICS+ plantea una visión alternativa del sistema multilateral basada en la multipolaridad, la inclusión y el desarrollo equitativo.

En el marco de la OMC, los BRICS ya han mostrado capacidad de articulación colectiva, por ejemplo, a través del G20 agrícola, donde países como Brasil, China e India presionaron por reformas a favor de los intereses de los países en desarrollo. La proyección del BRICS+ podría consolidar esta tendencia, promoviendo reformas que incluyan la regulación del comercio electrónico, la facilitación de inversiones y la revisión de los subsidios agrícolas otorgados por economías avanzadas. Asimismo, en el FMI y el Banco Mundial, el BRICS+podría superar el umbral del 15% de votos necesario para obtener poder de veto, favoreciendo una distribución de cuotas más representativa del peso económico actual del Sur global.
Además, el surgimiento de actores estatales no occidentales como impulsores de nuevas formas de gobernanza comercial implica también una resignificación de los principios tradicionales sobre los que se fundó el multilateralismo liberal. Mientras el GATT y la OMC se basaron históricamente en la lógica de la no discriminación y la apertura regulada, BRICS+ incorpora discursos de justicia distributiva, inclusión y reequilibrio de poder geoeconómico que tensionan la estructura normativa vigente.
Esta evolución no implica una ruptura, sino una reinterpretación de las reglas desde nuevos centros de poder, buscando mayor representatividad y equidad sistémica.
La politización del comercio, además, ha recrudecido a partir de disputas estratégicas vinculadas a subsidios industriales, propiedad intelectual, comercio digital y cadenas de suministro sensibles. En este marco, BRICS+ aparece como una coalición dispuesta a ejercer una presión sistémica sobre las economías avanzadas, no necesariamente para desmantelar las reglas existentes, sino para renegociarlas desde un nuevo equilibrio de poder.
Como señalan Arapova y Lissovolik (2021), este bloque podría influir en las reformas de la OMC sin sustituirla, utilizando su masa crítica de votos y su coordinación regional para impulsar temas pospuestos por el Norte global.
Por otra parte, el futuro de la gobernanza comercial no puede desligarse de los nuevos ejes estratégicos del siglo XXI: tecnologías emergentes, sostenibilidad y seguridad económica. En estos temas, tanto la OMC como los BRICS+ buscan establecer estándares. Este enfoque contrasta con el de la Unión Europea o Estados Unidos, más centrados en la protección de la propiedad intelectual y la liberalización sin condiciones. El resultado de esta disputa tendrá implicancias directas en la arquitectura del comercio global en los próximos años.

En definitiva, el análisis histórico y político del comercio internacional posterior a 1945 permite identificar dos grandes fases: una primera, caracterizada por el liderazgo hegemónico de Occidente en la institucionalización del comercio bajo reglas comunes (GATT y OMC), y una segunda, en desarrollo, donde coaliciones como el BRICS+ desafían la arquitectura vigente para hacerla más representativa del nuevo mapa del poder económico global. Esta transición no debe entenderse como una ruptura absoluta, sino como una reformulación de la cooperación multilateral desde una perspectiva más inclusiva y dinámica.
En este contexto de transformación del comercio internacional actual, resulta ineludible considerar las implicancias de la ya desatada “guerra tarifaria” entre los Estados Unidos y China. Esta disputa arancelaria no solo alteró los flujos globales de bienes, sino que también tensionó las reglas y principios de la Organización Mundial del Comercio, especialmente los relativos a la no discriminación y la resolución multilateral de controversias.
Como consecuencia, muchos países coquetearan seguramente con adoptar estrategias bilaterales o regionales, debilitando aún más la centralidad normativa de la OMC. En la actualidad, el conflicto ha derivado en una desaceleración del comercio chino y en indicadores inflacionarios negativos que reflejan la creciente incertidumbre del sistema comercial global.
Estanislao Molinas (Argentina): Estudiante avanzado en Relaciones Internacionales, Universidad Católica de Santa Fe, y columnista en Diplomacia Activa.
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