¿Puede el MERCOSUR tener una moneda única?
Por Julián Resentera Ficcardi
El ministro de Economía de Brasil, Paulo Guedes, volvió a insistir en la creación de una moneda única para Argentina y Brasil tras su participación en el Foro económico Mundial en Davos, Suiza.

Guedes afirmó que la moneda común entre ambos países sería un punto estratégico para enfrentar a las nuevas exigencias en los mercados internacionales de materias primas y energía que el mundo demandará en las próximas décadas. Pero ¿Es realmente posible tener una moneda común?
Jair Bolsonaro está decidido en apostar por una mayor integración regional dentro de Sudamérica para poder enfrentar las “turbulencias de los mercados internacionales” causadas por la inflación de los precios de la energía y de los alimentos.
«Creo que veremos, probablemente, el peso-real” dijo el ministro brasileño en relación a la integración con Argentina -principal socio comercial del Mercosur y receptor de sus productos-. También previó que este proyecto de moneda única al que llamó «peso-real» tiene un horizonte estimado de 15 años. Sin embargo, esta idea no es nueva y tiene antecedentes desde antes de la pandemia. Bajo la presidencias de Alfonsín y Menem también se propuso la creación una moneda única, pero dichos proyectos no prosperaron.
Por otro lado, el proyecto de moneda única recobró fuerza recientemente en la oposición brasileña, ya que el Partido de los Trabajadores afirmó que está diseñando un plan de mediano y largo plazo para poder crear una moneda regional para el Mercosur con el fin de evitar el uso del dólar para el comercio entre países sudamericanos. Esta propuesta se está desarrollando dentro del equipo de asesores económicos del ex presidente Lula da Silva.
Más allá de las declaraciones e intenciones manifestadas por los distintos países, es importante replantarnos si realmente es posible una unificación monetaria. La coordinación monetaria entre distintos países implica sortear distintos desafíos y pautas en las que los países se deben poner de acuerdo. Existen tres puntos claves que pueden generar divergencias entre defensores y críticos de la unificación monetaria.

El primer punto es la “soberanía”, ya que la implementación de una moneda única con respecto a los criterios macroeconómicos de convergencia disminuye la capacidad de accionar que tienen los gobiernos. Ello se debe a que, por un lado, los estados nacionales perderían la posibilidad de manipular la política cambiaria como posible instrumento de ajuste y, por el otro, está la necesidad y compromiso pactado de respetar ciertos parámetros de coordinación macroeconómica entre distintos países con realidades distintas.
El segundo es la definición del tipo de cambio en el momento de unificación monetaria. Es decir no es fácil determinar la paridad cambiaria entre distintas monedas y una nueva moneda a implementar. Los antecedentes de dicho problema lo podemos encontrar en el caso europeo tras la implementación del Euro. Dicho continente sufrió una gran crisis de monedas en el año 1993, ya que el establecimiento de los tipos de cambios no suele ser sencillos y los estados nacionales no siempre suelen ser “sinceros” en relación al valor de su moneda. El caso argentino también es un ejemplo de ello, el país no reconoce el verdadero valor del peso, es por ello que en el país predomina un gran mercado negro de venta de divisas en donde se sinceran los precios del peso y de demás divisas. Esto representaría uno de los principales problemas que enfrentaría la unificación monetaria.
Por otro lado, también nos enfrentaríamos a los sacrificios sociales asociados a las metas macroeconómicas. En primer lugar, estarían los problemas asociados a las políticas cambiarias nacionales, muchos países utilizan la devaluación como una oportunidad para aumentar la competitividad y el crecimiento de las exportaciones en el corto plazo. Y en segundo lugar, las naciones involucradas deberían hacer frente a los costos relacionados a la necesidad de hacer ajustes fiscales para poder mantener la paridad monetaria y no comprometer la estabilidad regional.
Cabe mencionar que estos serían solo algunos de los problemas que el bloque debería enfrentar, pero entonces ¿por qué algunos insisten en la creación de una moneda única? La realidad es que no todo serían desventajas. El hecho de poseer una moneda común traería la posibilidad de posicionar al bloque como un actor económico y geopolítico más importante, con mayor participación y peso en los mercados internaciones y con una moneda propia, la cual tendría mayor reconocimiento y fuerza que las actuales monedas nacionales, especialmente para aquellos casos como el de la moneda argentina, la cual cuenta con una pésima reputación internacional.
Por otra parte, se lograría reducir la incertidumbre cambiaria. Ello permitiría predicciones económicas mucho más precisas para proyectos que involucren intercambio de productos dentro de la región y también disminuiría la variación de la expectativa de fluctuación monetaria con relación al resto del mundo, ya que la variabilidad de una moneda única con respecto al resto del mundo tiende a ser menos oscilante que la de la moneda de un solo país específico. Los costos de transacción hacia el interior de la región desaparecerían, lo cual favorecería al comercio regional y al desarrollo del turismo interno.
Sin embargo, la realidad es que hasta el momento no se ha expresado un acuerdo y voluntad conjunta entre los distintos países para poder llevar a cabo semejante proyecto. Son muchos los consensos y pautas que los países tendrían que acordar para poder mantener la estabilidad monetaria del bloque. Y es aquí donde se encuentra el verdadero dilema, ya que a fin de cuentas, los países deberían respetar dichas pautas tanto en momentos en donde los países estén alineados en términos políticos como cuando no lo estén.
Julián Resentera Ficcardi (Argentina): Licenciado en Economía, Universidad Nacional de Cuyo.
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