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El Feminismo en labores humanitarias

Refugio Esteves Reyes, Leonor Villegas de Magnón y cientos de otras mujeres a lo largo de la historia contribuyeron a los esfuerzos humanitarios cuando fueron movilizadas en masa como enfermeras y brindando asistencia médica en el campo durante diversos conflictos armados en México, particularmente en la Revolución Mexicana de 1910. Sin embargo, Elena Arizmendi destaca por la creación de la emblemática institución de la Cruz Blanca Neutral y sus esfuerzos humanitarios.

Elena Arizmendi y voluntarios de La Cruz Blanca Neutral, 1911.

Luego de los levantamientos armados derivados del Plan de San Luis en la Revolución Mexicana, los revolucionarios heridos carecían de atención médica en el norte del país, solo se asistía a los soldados del ejército federal porfirista. Es así que estudiantes de medicina indignados por la situación, tal fue el caso de Elena Arizmendi, se propusieron formar una organización neutral que atendiera a los heridos de acuerdo con las disposiciones de la Convención Internacional de Ginebra, que buscaba acabar con los males de la guerra y mejorar la vida de los heridos. Con ello, se prestó ayuda a las fuerzas revolucionarias junto con la cooperación de cientos de voluntarios y el 5 de mayo de 1911 nacía formalmente la Cruz Blanca Neutral.

La organización operó mientras los revolucionarios combatían pero también una vez terminadas las hostilidades, debido a que los muertos y heridos no disminuían. El descuido de las víctimas de la guerra en el norte del país fue aún más escandaloso porque la Cruz Roja Mexicana (que recién iniciaba sus actuaciones como institución en el territorio) se había mantenido al margen del conflicto.

La asociación denunció falta de personal con experiencia en la campaña y material insuficiente para intervenir en la guerra, y  sus representantes aseguraron que carecían de todo tipo de equipamiento, desde botiquines y uniformes de servicio hasta ambulancias. Si bien es cierto que era una organización nueva y con poca experiencia, ni la juventud ni la falta de recursos fueron los únicos ni los principales motivos de su inmovilidad. Básicamente, se debía a su subordinación al Secretario de Guerra y Marina del gobierno mexicano, por lo que no era una asociación humanitaria autónoma, sino una “sociedad de utilidad pública” al servicio del Ejército. En otras palabras, actuaría como una agencia gubernamental dependiente del Ministerio de Guerra y su misión sería ayudar a los militares heridos y enfermos, no a los enemigos.

La Cruz Roja de Ginebra sanciona a la Delegación Mexicana por no atender a los heridos revolucionarios. El Diario del Hogar, 15 de junio de 1911.

Por otro lado, la Cruz Blanca fue el inicio de una exitosa campaña de propaganda a favor de un cuerpo médico regido por el principio de neutralidad en la guerra, que brindaría ayuda a los diferentes bandos combatientes. La organización siguió los principios de la Convención de Ginebra de 1864 y determinó que las mujeres podrían ingresar a la misma en iguales condiciones que los hombres, las cuales en ese momento no gozaban de derechos de ciudadanía y su estatus dentro de las organizaciones políticas no era el mismo que el de ellos.

Si bien este principio no se siguió estrictamente, representó un precedente para la búsqueda de la igualdad entre ambos sexos. Teniendo esto en cuenta podemos decir que la Cruz Blanca y Elena Arizmendi no solo hicieron un esfuerzo filantrópico durante la conflagración, sino también uno revolucionario y feminista.

Uno podría pensar que el trabajo terminó una vez que cesó el conflicto, pero no fue así. La asociación mantuvo su misión de causas humanitarias y se enfocó en ayudar a niños, trabajadores desprotegidos, combatir la criminalidad, realizar campañas antialcohólicas y promover proyectos educativos. A pesar de que la mayoría de estos proyectos no se llevaron a cabo en su totalidad por la falta de fondos, los esfuerzos de Arizmendi fueron un precedente nacional e internacional para contribuir a una de las columnas de paz para la pacificación en el país, que en el futuro pasaría a ser la base de un concepto que en la actualidad conocemos como “construcción de paz”.

El respeto a las personas no debería depender de su trabajo porque, en verdad, tan solo hay una clase social: la gran clase de la humanidad

Eglantyne Jebb –  Activista social británica, fundadora de Save the Children.

Si bien en este período de la historia no podemos hablar de aquel concepto, es evidente que la base práctica del mismo se estaba empezando a formar, especialmente después de un conflicto desastroso, y la característica fundamental sería la aceptación de los derechos de los demás. Se pudo observar cuando incluso los periódicos “oficialistas” que apoyaban al gobierno, como “Nueva Era” y “El Imparcial”, comenzaron a informar sobre el propósito benévolo de aquel servicio de atención médica voluntaria y de su fundadora.

El reconocimiento de permitir salvar una vida humana que ya no tenía la posibilidad de seguir combatiendo (el bando revolucionario), sin importar que fuera tu adversario directo, fue un precedente importante, especialmente porque los diarios reportaban la labor humanitaria de Elena y el gobierno no impidió que efectuara su noble labor.

Sería un error atribuir al gobierno de Porfirio Díaz este precedente ya que se dio gracias a un proceso de cambio de conciencia nacional que logró Elena y su asociación. La aceptación de los derechos ajenos en un conflicto nacional no evitó la guerrilla, la muerte y la violencia, pero contribuyó a la disminución del odio y la ira. Esto se puede observar con la exitosa consolidación de la identidad nacional en México después de la revolución, con el reconocimiento común de una bandera y un himno nacional, que fue probablemente uno de los resultados más notables del proceso revolucionario. Sin embargo, aquella contribución esencial como estándar no ha sido reconocida durante este.

Colección Library of Congress, Washington, D. C.

En la búsqueda de salvar vidas y de la pacificación, la respuesta humanitaria y el feminismo fueron de la mano debido a que la Cruz Blanca se distinguió como una asociación que contribuyó al reconocimiento de la mujer como autónoma, sin dependencia directa de un hombre. Esto fue precisamente lo que buscaba el movimiento desde inicios del siglo XX, establecer una tendencia de mayores oportunidades educativas, trabajos con salarios adecuados y principalmente reconocer su capacidad racional. La organización mexicana arropó estos postulados, generando en el sentir público la palabra “noble” dentro de su labor.

Su digno propósito mantuvo la identidad de la mujer mexicana en el ámbito doméstico y, si bien no tuvo un impacto sustancial en el sufragio femenino que se daría unas décadas después, las acciones humanitarias contribuyeron a su reconocimiento y también se las observó como catalizadoras para la mejoría de la sociedad mexicana y , con ello, la participación de aquellas estaría abierta para salvar vidas y para formar parte de instituciones de esta índole.

La Cruz Blanca Neutral nació durante el proceso revolucionario como una asociación filantrópica, pero terminó siendo una institución que durante décadas dejó un precedente en las labores humanitarias destacado principalmente por su origen hispanoamericano, a diferencia de la Cruz Roja, el Derecho Internacional Humanitario y la Convención de Ginebra de 1864 que se dieron en Europa occidental. 

Si se busca entender el accionar humanitario de las jóvenes como un tipo de conocimiento práctico, producido en el campo mientras vendaban heridas, proporcionaban ropa, alimentaban a los niños,  aplicaban vacunas, fabricaban vendajes o escuchaban los recuerdos traumáticos de las víctimas, a diferencia de la enfermería, aquel trabajo se articula en torno a una noción más amplia de cuidado, cuyas dimensiones morales están íntimamente ligadas a la vulnerabilidad de las poblaciones afectadas, así como a la compasión que se siente como una especie de imperativo moral frente a su dolor.

Aunque tanto hombres como mujeres han afirmado que la compasión es el sentimiento humanitario por excelencia, su expresión histórica ha implicado relaciones de poder fuertemente marcadas por el género. Durante siglos, el sexo femenino fue percibido como más compasivo que el masculino, principalmente debido a su papel tradicional como cuidadoras dentro de la familia. De hecho, las mujeres en este momento establecieron su lugar en el movimiento humanitario basándose en esta noción de género de emociones altruistas, expresándose como «la voz del cuidado«.

En la actualidad, tomar la “compasión” como una característica inherente a ellas podría interpretarse como una reafirmación de un estereotipo mal utilizado, sin embargo, es necesario tomar en consideración el tiempo histórico y lo que ellas podían buscar o hacer en ese momento por las complicaciones sociales y políticas que enfrentaban. Si bien esta visión esencialista de la feminidad ayudó a definir la atención humanitaria como una competencia femenina, también reforzó la noción de que operan en una esfera de acción discreta, separada y, por lo tanto, subordinada a los expertos hombres; el conocimiento de su trabajo ha sido marginado en la historia tanto del humanitarismo como de la medicina.

Una perspectiva feminista nos permite considerar el cuidado que brindan en labores humanitarias no solo como una forma de conocimiento empírico dirigido a mejorar el bienestar de las víctimas, sino también como un tipo de poder blando conformado por diferencias de género, clase, etnia y religión. Este poder solidario, muy ligado al de Elena Arizmendi, fue fundamental para el surgimiento de la «sensibilidad humanitaria».

Pero la herencia que le dejo es que intento poner mi grano de arena para lograr un mundo mejor. Mi lema es: Haz cosas pequeñas con mucha pasión y corazón”.

Claudine Joseph – Trabajadora humanitaria de la ONU en El Chad.

Lo que podemos aprender de todo esto es que el pasado es esencial para cambiar el presente a fin de que la comunidad internacional sea más sensible a las cuestiones de género en el futuro. Al analizar las relaciones de poder que subyacen, es necesario concienciar sobre las desigualdades que están, incluso ahora, en el corazón del sector de la ayuda y las disposiciones humanitarias.

La “compasión”, este sentimiento humano que en ese momento las mujeres llevaron a la arena de los conflictos y las guerras, enseñó las lecciones más importantes a la humanidad. Es así que se deja en claro que aquel no es solo un rasgo de las mujeres, sino más bien uno que todas las personas deberían tener siempre desde la conflagración más pequeña hasta la más grande. El feminismo y su historia pueden renovar nuestra comprensión de las acciones humanitarias.


Emilio Cruz López (México): Licenciatura en Relaciones Internacionales, Universidad Iberoamericana.

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