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Genocidio en el “Techo del mundo”

El Tíbet disfrutó por décadas de independencia pero con la victoria del comunismo en China, su vida cambió totalmente su rumbo y su mayor líder es uno de los refugiados más distinguido.

Panchen Lama, Mao Zedong y Dalai Lama.

En el año 1950 las tropas del ejército de la República Popular China invadieron la región del Tíbet. Sin prácticamente resistencia, logran ocupar fácilmente la basta y rica meseta tibetana, obligando a su población a someterse al régimen de Mao, hecho que se materializa unos meses después cuando las autoridades chinas obligan al recién coronado XIV Dalai Lama (Tenzin Gyatso), de tan sólo 15 años, a firmar un acuerdo de 17 puntos donde se establece la legitimación de la incorporación de aquella alta meseta como territorio “autónomo” dentro de la República.

Pero todo cambió a partir de 1959. Un levantamiento popular reclamando la independencia tibetana de aquel país generó una feroz represión. Ante el inminente peligro que corría la vida del Dalai Lama, sus seguidores y compatriotas, burlando los férreos controles impuesto por las tropas del ejército maoísta, logran evacuar a su líder al norte de la India, más exactamente a la ciudad de Dharamsala. Lugar donde se asienta el Gobierno del  “Techo del Mundo” (nombre por el cual también es conocido el Tíbet por sus altas cumbres) en exilio, para dar comienzo a un gran enfrentamiento por la liberación que continúa hasta nuestros días.

La lucha por la recuperación del Tíbet llevaron al Dalai Lama a recorrer el mundo entero y reunirse con personalidades del ámbito político y religioso, y captando la atención de artistas y celebridades alrededor del globo. La misma tuvo su punto de mayor visualización cuando en el año 1989 se le otorga el Premio Nobel de la Paz.

Este caso podría ser considerado como un largo y cruento genocidio, que lleva más de 70 años ininterrumpidos donde 1.2 millones de personas han sido asesinados, más de seis mil monasterios, templos, estructuras históricas destruidas sin posibilidad de reparación y recursos minerales sustanciales saqueadas. A su vez, es usado como vertedero de desechos nucleares generando una destrucción total de su ecosistema.

Más de 8 millones de chinos han migrado a estos territorios, siendo ya los tibetanos minoría en su propio país, quienes deben jurar lealtad a aquel gobierno. No hacerlo puede resultar en encarcelamiento u otras formas de castigo severo. Celebrar el cumpleaños de Su Santidad, el Dalai Lama, conmemorar aniversarios o festivales y poseer una imagen de él o la bandera todavía es ilegal en aquel territorio.

El avance sobre esta cultura es firme y constante. Buscan destruir toda conexión entre las nuevas generaciones con su nación. En las escuelas está prohibida la enseñanza de su idioma, costumbres e historia, siendo educados como ciudadanos chinos pero, a su vez, discriminados por pertenecer a familia tibetanas que los llevará a que en el futuro sus salarios serán menores  al de los chinos étnicos y la oferta laboral a la cual accederán es bastante más precaria. Más del 80% todavía viven por debajo del umbral de pobreza; sus libertades están coartadas ya que no está permitida su circulación más allá de las fronteras regionales sin un permiso previo; no poseen pasaporte como cualquier otro ciudadano del país; y sus prácticas religiosas deben pasar el escrutinio de los funcionarios comunistas. Sin más rodeo es una región bajo un estricto control orwelliano.

Y ante la interrogante de porqué tanto interés chino por dominar la alta meseta y a su pueblo de monjes pacifistas y nómadas, hay que tan sólo pensar en las riquezas que se esconden bajo su suelo. Carbón, litio, oro, cobre, zinc, entre otros. Pero, sobre todo, el mayor interés es su ubicación geográfica. Desde estos territorios nacen los ríos más importantes de Asia: Ganges, Mekong, Amarillo, Brahmaputra, Yangtsé y Irrawaddy. Quien controle esta zona controla el agua de la que depende 1/3 de la población mundial. El Gran Dragón ha iniciado hace algunas décadas un ambicioso plan de construcción de represas hídricas sobre los afluentes de dichos ríos, amenazando la provisión de agua a Myanmar, Laos, Camboya, Bangladesh y especialmente la India, uno de sus máximos competidores regionales.

Beijing aplica una estrategia de desgaste. Poco a poco busca asimilar a todos los tibetanos, destruyendo sus tradiciones y su estilo de vida milenario, silenciando sus reclamos y reprimiendo sus protestas. Ante la mirada desinteresada de Occidente, cientos de jóvenes han tomado la drástica decisión de auto-inmolarse para visualizar la trágica realidad del territorio. Se estima que han sido más de 200 desde el 2009.

Ante una China cada vez más poderosa y un Dalai Lama más desgastado por su edad (85 años), parece que el gigante asiático cumplirá su objetivo de acallar de una vez por todas la cultura tibetana. La pregunta que planteo es, ¿qué pasará con las demás minorías étnicas alrededor del globo que no tiene un premio nobel de la paz como símbolo de lucha? La codicia y ambición en que están sumidos los intereses de los países más poderosos demuestran que el rumbo adoptado está determinado por el mercado sin importar que esto signifique erradicar pueblos, tradiciones, costumbres, ecosistemas, entre otras.

Sonan Gyatso, tercer dalái lama (1543-1588). Fue el primero en utilizar dicho título, el cual le fue otorgado por el Khan mongol Altan.

La cultura es parte fundamental de la especie humana, todo intento por erradicarla tendría que ser castigada con la mayor severidad posible y la comunidad internacional condenar firmemente a quienes comentan estos atropellos. Sin embargo, Beijing utiliza constantemente su poderío e influencias económicas para aplacar reclamos sobre el tema Tíbet y otros tantos como es el caso de la minoría musulmana de los Uigures, en el extremo occidental del país. El objetivo del gran gigante asiático es lograr la total uniformidad cultural de su población para ejercer un control aún más estricto sobre esta y poder continuar con su política extractivista sin más límites de los que su gobierno desee imponer.


Franco Chizzoli Bauzá (Argentina): Analista en relaciones internacionales, Universidad de Congreso.

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