Ciudadanos virtuosos
En su progreso y evolución, Occidente, ha trabajado para construir una «sociedad civilizada». En el camino existieron casos horribles y reprochables, sin embargo, hoy podemos identificar gobiernos democráticos, que impulsan los mercados libres y el progreso humano, y los regímenes autocráticos, que personifican el poder concentrado y el espíritu tribal de la sociedad.

La democracia se ha convertido en un valor fundamental de la sociedad civilizada. Como afirmaba el histórico primer ministro del Reino Unido, Winston Churchill: “La democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás». Sin embargo, para Aristóteles, el grado de perfección de la democracia estaba condicionado al grado de virtud que había en sus ciudadanos. En otras palabras, la democracia, la buena democracia, necesita buenos ciudadanos.
En palabras del filósofo griego, “Las buenas formas de gobierno son aquellas en que una sola persona, unas cuantas o muchas, gobiernan con la vista puesta en el interés común». Así, para alcanzar la justicia en la sociedad, entendida como dar a cada uno lo que le corresponde, los ciudadanos deberían elegir a líderes sabios y prudentes.
Este interés común no es el interés de la mayoría, es el bienestar y la prosperidad de la sociedad en su conjunto y deben estar considerados todos los que participan en ella. De no gobernar este interés común, tendríamos una sociedad más injusta que justa, donde la injusticia va esparciéndose como un parasito, contaminando la mayor cantidad de huéspedes en los que logra entrar, ya sea con mayor o menor dificultad, debilitando el cuerpo en general.

Esta sociedad impura, con ciudadanos obsecuentes y despojados de toda virtud, se encuentra en un círculo vicioso, que se repite y radicaliza. Al no estar sentadas las bases del progreso, que se relacionan con la libertad de los individuos, sus derechos y las garantías de no ser limitados por un poder superior, este tipo de sociedad solo encuentra la infelicidad.
Aristóteles consideraba que esta condición era lo peor que le podía ocurrir a una democracia. Un gobierno en que muchas personas “gobiernan con la vista puesta en el interés particular”. Para él, estos eran gobiernos demagogos.
Podríamos estudiar a estas sociedades como sistemas frágiles, que no son tierra fértil para emprender, expresarse y cultivar los valores que alejan al humano de sus impulsos más emocionales. Lamentablemente, América Latina es actualmente un escenario en el que podemos observar esta condición a la perfección: Gobiernos personalistas, un débil estado de derecho y un cercenamiento constante a los individuos. La consecuencia directa de ello es la corrupción, la pobreza, la violencia política y una sociedad estancada.
Pues bien, Aristóteles pensaba que esta demagogia era el mayor de los males que le podía llegar a suceder a una sociedad en democracia, lo cierto es que no. Un cuerpo enfermo si no se trata puede llegar a un estado de coma. Podríamos decir que la enfermedad ha avanzado mucho y que ha dañado una parte esencial del cuerpo: la democracia es ahora dictadura.

La verdadera constitución de un país es siempre la distribución real del poder, su antónimo es la dictadura; el gobierno en donde gobierna una sola voz que calla a todas las demás. También existen los grises, en donde se esconden el populistas de todo el abanico político.
Así vemos que las dictaduras no ocurren de la noche a la mañana. Podemos advertir acciones y actitudes que nos llevan a ellas, tanto de la sociedad como de los gobiernos. Así lo buscaron retratar el arquitecto Peter Eisenman y el ingeniero Buro Happold, en el Monumento del Holocausto, una obra de estelas de hormigón con tamaños variantes que representan «un sistema supuestamente ordenado que ha perdido contacto con la razón humana».
Los peces pueden adaptarse rápidamente a cambios en la pureza del agua, especialmente si el cambio no es muy drástico. El hombre en sociedad puede observar pequeños casos de corrupción. Estos pueden ser tan insignificantes para él que llega a permitirlos, que se adapta y se sigue adaptando. El hombre, en contraste con el pez, si deja pasar mucho tiempo sin introspección de sí mismo, puede hallar que sus condiciones de impureza son extremadamente altas. Podríamos decir, incluso, que es ahora otro pez. De esta forma, la corrupción va transformando lentamente a las sociedades.
En todos estos estadios en que se pueden hallar las sociedades, encontramos siempre al buen ciudadano o al menos, aquel que se acerca al «ciudadano ideal». Este se comportará siempre del mismo modo: si su democracia es sólida, permanecerá en alerta, en permanente vigilancia, listo para combatir cualquier acto de injusticia, además, exigirá de sus gobernantas los mismos valores que él práctica.

Si se encuentra sometido a un “gobierno de intereses particulares”, su esfuerzo será igual, pero con diferente enfoque, pues aquí, la corrupción ya ha entrado. Pero en las dictaduras, el buen ciudadano ha de probar más fortaleza, ha de resistir y luchar por restablecer una sociedad libre y democrática.
De este análisis se desprende una verdad: de todos los individuos que integran una sociedad resulta el carácter de la misma. El orden político existente siempre va a ser un reflejo del orden social existente. “Somos los gobiernos que elegimos.”
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