Las democracias desorientadas
Por Jesús del Peso Tierno y Jorge Itriago Viso
El Sistema Internacional es regulado por una serie de normas y consensos, sin embargo, el auge de los populismos y las doctrinas autocráticas están poniendo al modelo liberal en peligro. ¿Hasta qué punto son rivales sistémicos las democracias y las autocracias?

El orden liberal internacional, que rige tambaleante en nuestros días, viene predeterminado por las normas consensuadas en las conferencias de Bretton Woods y San Francisco de 1945, tras las cuales, las democracias se impulsaron como protagonistas con una serie de normas y conductas. Estas sumadas al ejercicio de un sólido multilateralismo, ayudó a conectar mercados y promover los valores de estos estados. Sin embargo, resurge en la tercera década del Siglo XXI un modelo alternativo que gana fuerza con cada día y acumula poder, riqueza e influencias: el Modelo Autocrático.
En este modelo se establece una nueva serie de pretextos que buscan legitimar la ruptura con el modelo actual. En él, las autocracias, y especialmente sus líderes, se benefician de un sistema internacional fragmentado, en el que no deben responder a valores y principios universales que puedan ponerlos en aprietos. Esta rebeldía con el estatus quo les da libertad de acción doméstica y externa, pero significan un peligro para la comunidad global al no existir límites para su accionar.
Así, dentro del Modelo Autocrático, el rol y caprichos del “líder” está en el centro de la escena. El autócrata debilita los contrapesos institucionales y los controles que le impedirían actuar en beneficio propio o en el de su gente. Pero no solo atacan internamente al Estado de Derecho, también buscan librarse de normas internacionales como aquellas que sirven a la buena convivencia de la comunidad global. Por su parte, las democracias requieren de estas mismas limitaciones para poder establecer un modelo estable de gobernanza acerca de temas que consideran esenciales para su propia existencia; unos pretextos en los que los cambios de gobierno no supongan el cambio de las políticas de una manera drástica.
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Sendos modelos son diferentes formas de perseguir la estabilidad estatal. Mientras las democracias liberales buscan el equilibrio a través del pacto, la cooperación y una política horizontal, con el establecimiento de reglas claras redactadas en constituciones y tratados internacionales, en las autocracias la estabilidad se encuentra en la figura de un líder fuerte o una oligarquía poderosa que garantiza el orden, la continuidad y el establecimiento de la política vertical mediante la eliminación de resistencias y contrapesos.
Y, es precisamente en la disparidad de ese hacer en la que chocan las propias doctrinas, pues, en su pujanza por la supervivencia en el sistema internacional, los autócratas tienden a romper sus lazos con el resto de la comunidad si eso significa la primacía total de los intereses de sus naciones. Mientras las democracias ven como se debilita el orden que fueron construyendo en las últimas décadas, las autocracias aprovechan las crisis para justificar y legitimar “poderes especiales”.
Sin embargo, todos los modelos, aunque algunos de ellos se encuentren en auge, plantean carencias y dificultades a la hora de ser ejecutados. Pero el mayor desafío no proviene de los autoritarismos, que amenazan con cercenar los principios de los modelos liberales, sino de estos mismos que no solo no han sabido responder principalmente a las demandas de sus ciudadanos. Así mismo, han generado nuevos obstáculos como las clases políticas alejadas del vivir ciudadano o las medidas asumidas con organismos multilaterales que cargan sobre los individuos cargas económicas y nuevas responsabilidades sociales tal como ocurre, por ejemplo, en la Unión Europea.

Por su parte, la falta de visión realista y del pensamiento estratégico a largo plazo que conllevan los pactos internacionales, ha instaurado en las sociedades actuales el desconocimiento y la apatía de los mismos. Los líderes que defienden el orden internacional liberal no están siendo lo suficientemente claros y prácticos, a la hora de expresar el por qué de cada decisión externa ¿El resultado? Es un desplazamiento de los controles que impiden vulnerar ciertos derechos, normas y libertades.
Es aquí donde las doctrinas autoritarias ganan terreno. Al deterioro existente y la crisis de ideas en las democracias globales de los últimos años, se le debe sumar su incapacidad para encuadrar correctamente sus relaciones con grandes autocracias como China o Rusia, quienes desarrollan sus políticas exteriores bajo sus propias reglas.
No se trata de un conflicto entre democracias y autocracias. Entre buenos o malos, Se trata de que cada actor en la esfera internacional está buscando asegurar su supervivencia y, en este sentido, la carrera la vienen ganando los Putin, Xi, Bukele o Erdogan de la vida.

El choque en la actualidad
En la actualidad, el mapa del mundo ha cambiado, las capacidades militares que dan poder e influencia han basculado hacia otras regiones; el peso de las tecnologías, no solo como valor económico, sino como valor geopolítico se ha disparado; los flujos migratorios y la percepción de la gente del sistema se han vuelto variables mucho más peligrosas e intensas que requieren gobernanza constante; el clima y la transición energética se han convertido en temas candentes relacionados con el conflicto social, la migración, la economía, la tecnología y se ha convertido por pleno derecho en un pilar geopolítico (el cambio climático, por ejemplo, cambiará fronteras naturales y el modo de vivir de las sociedades): la capacidad de un Estado a adaptarse al nuevo modelo energético y a las nuevas condiciones de vida será una fuente de poder.
Con este escenario, autocracias como la China, han logrado crecer y mantenerse hábilmente dentro de un sistema liberal pero sin ceder un ápice en el núcleo de sus políticas. Han visto y aprovechado las oportunidades brindadas por la ingenua generosidad de las democracias y el resultado fue el paulatino cambio del juego a su favor. Han mejorado su posición y han podido establecer sus propias zonas de influencia con mayor fortaleza que la de hace algunos años, empujando al sistema multilateral a uno parecido al equilibro westfaliano.
En este contexto, las autocracias tienen la confianza suficiente para entrar en conflicto con las potencias occidentales. Conflictos para el que dichas democracias están preparadas solo a medias y que solo han respondido con sanciones o políticas poco efectivas.

Si Hobbes creía que el hombre es el lobo del hombre, hoy podemos afirmar que “los gobiernos son el lobo de los Estado”. Los pactos de confianza mutua solo son posibles cuando se perciben y se predicen los resultados como una mejoría para los protagonistas de estos sistemas, los ciudadanos. Ahí es donde Estados Unidos o la Unión Europea pueden encontrar valor frente a Rusia o China, en el restablecimiento de relaciones con sus ciudadanos, en el potencial que tienen estos en toda su individualidad para darle sentido al sistema y fortalecerlo como supieron hacerlo.
Jesús del Peso Tierno (España): estudiante de Relaciones Internacionales, Universidad Rey Juan Carlos de la Comunidad de Madrid.
Jorge Itriago Viso (España): estudiante de Relaciones Internacionales, ESADE Barcelona.