El “Françafrique»
La relación especial entre Francia y sus antiguas colonias en África se interpone en el sueño de una verdadera independencia, y durante décadas les permitió a los franceses mantener su control sobre el continente, afectando la región hasta el núcleo de su estabilidad mientras para muchos de nosotros era algo desconocido.

Françafrique, que significa Francia en África y fue acuñado en un solo término, se refiere a la sinergia poderosa de aquella nación con su antiguo imperio en el continente africano, y gira en torno al patrocinio político y económico, así como a la cooperación militar.
En un recuento del contexto histórico podemos ver como a medida que las colonias africanas declararon su independencia política separándose de sus colonos europeos, la experiencia de las que estaban bajo control francés y británico fue completamente diferente: muchas de las últimas obtuvieron su independencia a través de la violencia y, por lo tanto, rompieron los lazos con Londres; mientras que por otro lado la mayoría de las primeras se separaron por medios no violentos, por lo cual mantuvieron vínculos profundos con París.

En la década de 1960, justo antes de ceder a las demandas africanas de independencia, los líderes franceses de la época, sobre todo Charles de Gaulle, creían que para satisfacer las necesidades geopolíticas de su territorio a largo plazo necesitaban preservar la energía política privilegiada y su acuerdo comercial con el antiguo Imperio francés. En otras palabras, era fundamental un sistema de cooperación y cumplimiento para asegurar el control de aquel sobre África. Como tal, la administración de de Gaulle elaboró el sistema monetario del franco CFA, siendo el acrónimo de «colonias francesas de África».
El acuerdo que se firmó en torno a aquel sistema dio a las catorce recientes excolonias francesas una moneda estable y robusta, pero también las obligó legalmente a depositar el 50% de sus reservas de divisas en el palacio del Tesoro francés más otro 20% para compromisos financieros. Eso significa que los estados miembros de aquella zona monetaria solo retuvieron el acceso al 30% de su dinero y se vieron obligados a que su moneda se imprimiera bajo la supervisión del Banco Nacional de Francia.
El acuerdo aseguró que el control del país hoy liderado por Macron sobre África no cesara con la declaración de independencia política pues, si los 14 estados africanos querían tener acceso a sus propios fondos, tenían que pedir prestado a los franceses a tarifas comerciales fijas. Un ejemplo de este efecto es lo que sucedió durante la crisis financiera de 2008 cuando los miembros del franco CFA no pudieron obtener crédito porque sus reservas estaban a nombre de Francia que, sin embargo, si les otorgó crédito a sus antiguas colonias pero utilizando la propia riqueza de estas.
Este arreglo, que ha estado presente desde la década de 1960, resultó ser un impulso significativo para los bancos y el Estado, pero privó a los países africanos de su riqueza y crecimiento. Este sistema de servidumbre fue claramente puntualizado por el expresidente Jacques Chirac quien dijo que «tenemos que ser honestos y reconocer que una gran parte del dinero en nuestros bancos proviene precisamente de la explotación del continente». En el 2008 inclusive manifestó que «sin África, Francia se deslizaría hacia el rango de una potencia del tercer mundo».
Los legisladores de París califican la zona CFA como una unión monetaria pero en la práctica es un ejercicio de neocolonialismo. Mientras se les niegue a estos estados la posibilidad de tener sus propias instituciones políticas básicas para administrar su base socioeconómica, sus soberanías y voluntad política se vuelven bastante superficiales. Esto no quiere decir que el gobierno francés sea responsable de todos los agravios sufridos por el continente, pero lo cierto es que les es difícil crecer cuando alguien más controla la oferta monetaria, las regulaciones financieras, las actividades bancarias y presupuestarias, económicas y políticas. Aquel sistema monetario por su naturaleza genera corrupción, fuga de capitales y actividades ilegales. En ese contexto el desarrollo económico es casi imposible.
Podemos decir que esta práctica se considera neocolonialista desde su definición, la cual alcanza su punto máximo cada vez que el Estado francés envía ayudas públicas, quien utiliza la riqueza del continente para extender una línea de crédito con la condición de que el dinero de la ayuda se gaste en equipos, bienes o contratos con empresas francesas. En enero de 2019 el viceprimer ministro italiano Luigi Di Maio, líder del populista Movimiento Cinco Estrellas, acusó al gobierno de manipular las economías de las antiguas colonias, empobreciéndolas y alentando así la migración a Europa. Su argumento encuentra validez, considerando que en 1994 autoridades devaluaron la moneda CFA en un 50%. Dicha medida buscaba “mejorar la situación económica” pero hizo lo contrario. El poder adquisitivo de los ciudadanos comunes se redujo drásticamente, el desempleo se disparó y las economías, ya frágiles, quebraron, lo que provocó una migración acelerada hacia los países industrializados.
La legalidad del CFA es dudosa y se desconoce cuánto capital perdieron los Estados africanos desde la implementación de este pero ha tenido un impacto directo sobre su riqueza y prosperidad. Este problema se agrava si agregamos que las empresas multinacionales francesas conservaron los derechos exclusivos para comprar o rechazar cualquier recurso natural extraído del suelo de esos territorios.
África Occidental y Central es rica en materias primas, pero la comercialización de estas se mantuvo bajo las decisiones de firmas francesas como Areva (luego restructurada con el nombre Orano) y Total, las cuales mantienen las primicias comerciales. Solo con la aprobación de París, aquellas naciones pueden vender sus recursos en los mercados internacionales y las empresas se reservan el derecho de comprar productos a bajo precio, ya que los africanos no pueden devaluar sus monedas.

La zona monetaria del franco le ha dado a Francia un veto sobre el bienestar económico de aquella región. Esta política neocolonial desenfrenada no habría tenido éxito sin las élites gobernantes africanas dependientes del apoyo político, técnico, militar y económico de aquel. Cualquier líder que desobedezca su voluntad o que históricamente haya intentado salir de la zona monetaria del franco, debe hacer frente a la consiguiente presión política, financiera y militar.
Un ejemplo de esto fue lo sucedido con el presidente Sylvanus Olympio de Togo quien fue asesinado tres días antes de emitir una nueva moneda durante su mandato. Otros líderes que sufrieron asesinatos o derrocamientos relacionados con esto han sido los presidentes David Dacko, República Centroafricana, Thomas Sankara de Burkina Faso, Hubert Maga de Benín, entre otros.

El país europeo ha realizado 40 intervenciones militares en el continente desde la década del 60, en un proceso en que los líderes africanos leales fueron compensados con estilos de vida lujosos. En 1994 el escándalo de Elf reveló precisamente cuán extenso era el proceso de corrupción ligado a estas elites. Aquella compañía pública petrolera creada por De Gaulle en 1965 había ofrecido sobornos, bienes raíces, arte, etc. a aquellos políticos para asegurar su lealtad al país y mantener sus derechos exclusivos sobre los campos petroleros locales. La petrolera también presionó a los partidos políticos en Francia para garantizar su apoyo.
Este arreglo explica la larga historia francesa de apoyo a gobiernos no democráticos pero leales. Para los dictadores africanos, Françafrique era y sigue siendo una forma de seguro de vida. Desde esta perspectiva, la doctrina permite a los franceses mover muchos hilos sobre el terreno, dando a los legisladores y empresas de París acceso unilateral a las materias primas de la zona.
Sin embargo, la reconfiguración del mundo después de la Guerra Fría ha contribuido a que este control se vea diezmado por la creciente presencia económica de China y otras naciones en la región. Existe también ahora una nueva generación de líderes que buscan cada vez más patrocinadores alternativos y que ven en el resurgimiento de la cooperación Sur-Sur, una promesa histórica para transformar el orden mundial cuyo objetivo potencial es el desarrollo económico de este punto cardinal, de la mano con un proyecto de liberación de la dominación del Norte.
Steven Guerrero (Costa Rica): bachiller en Relaciones Internacionales y Administración de Negocios en Universidad Nacional de Costa Rica y profesor de Design Thinking en Universidad Cenfotec.
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Africa, Democracia, Derecho Humanitario, economía, Educación, Europa, gobernanza, Regiones, relaciones internacionales