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La interminable crisis política italiana

Las constantes vicisitudes políticas en el país europeo no son nuevas, se han vuelto un emblema de la península itálica pero sólo que en esta ocasión, la pandemia causada por el SARS-CoV-2, lo tiñe de un color mucho más gris. Para entender esta complicada situación es necesario conocer el sistema político del país, pues paradójicamente es la razón principal de la interminable inestabilidad gubernamental.

Ilustración bajada y destacada: Paulina Sánchez Valdez

Italia tiene un nuevo gobierno, otra vez. Luego de semanas de incertidumbre, Mario Draghi se une a la larga lista de presidentes del Consejo de Ministros que han gobernado al bel paese desde la fundación de la República Italiana —63 gobiernos en 72 años, lo que significa que en promedio estos han durado tan sólo un año y medio en el cargo—. ¿Cuál fue la causa en esta ocasión? El ex primer ministro Matteo Renzi (2014-2016) “retiró a su pequeño partido Italia Viva (IV) de la coalición gobernante liderada por Giuseppe Conte tras semanas de críticas a la gestión de la crisis sanitaria y los planes de gasto económico”, ocasionando con ello una nueva inestabilidad política.

El sistema político italiano en breve 

Al término de la Segunda Guerra Mundial, transitó de una monarquía a una república parlamentaria fundada en 1948. La particularidad consiste en que el presidente o jefe del Estado (Capo dello Stato) y sus funciones, son esencialmente representativas pues la labor de jefe del gobierno recae en el primer ministro, quien dirige la política general del gabinete. El centro de gravedad político está en el parlamento, donde se toman las decisiones más importantes de la vida del Estado y se determina la orientación política y la integración de sus principales órganos.

Por esta razón, los partidos pugnan por alcanzar la mayoría para dominar el gabinete y ejercer control sobre la marcha política y administrativa del país. De modo que “una característica típica del funcionamiento del gabinete italiano es que su primer ministro es una de las cabezas más débiles de Europa Occidental, por la naturaleza de la propio organización política, de carácter multipartidista, que se rige mediante gobiernos de coalición. Sólo cuando el partido dominante está unido o tiene un líder fuerte, su poder aumenta”, así que el problema está enraizado en los procesos electorales, los referendos y cómo se determinan sus respectivos resultados; el presidente del Consejo necesita contar con una mayoría en ambas cámaras y para ello debe negociar el nombramiento de los miembros de su gabinete con los partidos que representen una mayoría en el Congreso, pues cada nuevo gobierno debe recibir un voto de confianza del Parlamento.

El bicameralismo perfetto, no tan perfecto

La fundación de la Primera República significó la adopción de un sistema electoral democrático y, para impedir volver al autoritarismo vivido durante el fascismo, se estableció un sistema de contrapesos llamado bicameralismo perfetto —“un esquema de doble confianza en el que la administración es políticamente responsable no sólo de la Cámara de Representantes, sino también del Senado; un modelo prácticamente desconocido en el panorama entero del derecho constitucional contemporáneo” (Gigliotti 2010, 1)—, en donde ambas cámaras tienen el mismo poder. Si bien esto pareció la mejor opción en ese momento, se convirtió después en un obstáculo para la toma de decisiones y la formación de futuros gabinetes, pues la Constitución no especifica si se aplica el principio de decisión mayoritaria o de representación proporcional, y desde entonces se han llevado a cabo diversos modelos mixtos, mayormente tendientes a la representación proporcional.

¿Cuál es la diferencia entre uno de mayoría y uno de representación proporcional? Al contrario de la fórmula mayoritaria, la representación proporcional significa que los resultados electorales otorgan a cada partido un peso proporcional al número de votos obtenidos. De modo que todos los partidos, incluso los derrotados, obtienen escaños parlamentarios pero es mayor el peso de los que tuvieron más éxito en las elecciones, así que el resultado final puede depender de un solo voto y eso conlleva a que los partidos luchen hasta por el último. Asimismo, la existencia de una ley electoral altamente proporcional hace necesario recurrir a heterogéneas y vacilantes coaliciones que impiden formar gobiernos estables y duraderos, resultando en el aumento desmedido de la turbulencia política con el pasar de los años.

El sistema electoral: nuevas reformas, misma crisis

Desde 2005 hasta hoy se han aprobado tres leyes electorales, dos de las cuales han sido declaradas parcialmente inconstitucionales por el Tribunal Constitucional: la reforma del sistema electoral del 2005 propuesta por el gabinete del populista Silvio Berlusconi, conocido como il Cavaliere (el Caballero), con la que se retornó a la proporcionalidad luego de años bajo una estructura mixta, pero esta vez con una modificación: el otorgamiento de un premio mayoritario, que finalmente fue declarado inconstitucional. El propio autor de la ley, Roberto Calderoli, la describió como una “porquería” (porcata), razón por la cual se le denominó Porcellum.

Una década después, bajo el impulso del entonces presidente Matteo Renzi, en mayo de 2015 se aprobó una nueva ley electoral para la Cámara de Diputados conocida como Italicum. Sin embargo, la reforma votada con carácter definitivo por el Parlamento no fue aprobada en el referéndum constitucional del 4 de diciembre de 2016, lo que conllevó a la renuncia de Renzi y a otro desequilibrio político. Aunque esta ley nunca fue empleada, fue considerada inconstitucional.

“Retirado el sello postal dedicado a Renzi. La gente escupía del lado equivocado”

En noviembre de 2017 fue sancionada una nueva ley electoral tanto para la Cámara de Diputados como para el Senado llamada Rosatellum (por el diputado Ettore Rosato). Si bien puede ser clasificado como “mixto”, contempla elementos tanto proporcionales como mayoritarios y ha tenido como efecto que el parlamento se haya dividido en tres agrupaciones: (1) el Movimento 5 Stelle (M5S); (2) la coalición de centroderecha compuesta por tres partidos: Lega, Forza Italia y Fratelli d’Italia; (3) el Partito Democrático (centroizquierda) que ha dirigido Italia en los últimos años en coalición con los antisistema del M5S y el izquierdista Libres e Iguales (LeU).

Adicionalmente, en el año 2020, en el contexto de la crisis sanitaria y por iniciativa del M5S, se decidió en referéndum reducir el tamaño de las Cámaras parlamentarias en más de un tercio con la intención de ahorrar a los italianos más de 1.000 millones de euros a lo largo de una década, hacer más eficiente las cámaras y acelerar el debate político. Esta modificación fue aprobada en septiembre de ese año con un total del 70% de los votos. Aunque resulta una reforma bastante prometedora, a tan sólo unos meses la realidad ha mostrado que la inestabilidad parlamentaria sigue vigente. El complejo nombramiento de un nuevo gobierno ha sido la prueba de ello. En este entendido, dadas las condiciones actuales y los acontecimientos políticos ya programados para el 2022, no se puede esperar que dure más del tiempo promedio respecto a los que el país ya ha tenido hasta ahora. 

COVID-19 + crisis política = Gobierno Híbrido

Debido a la fragilidad que implica la composición de los regímenes de coaliciones, llegaron las renuncias de las ministra de Agricultura y de la titular de Igualdad del partido Italia Viva de Renzi el pasado 13 de enero de 2021, el Segundo Gobierno Conte perdió el apoyo de ese pequeño pero decisivo partido para mantener la mayoría en el Parlamento y se generó una nueva incertidumbre en plena pandemia ocasionada por la COVID-19. La decisión de Renzi de abandonar la coalición se basó en su crítica a este último “por su gestión de la pandemia, así como por el plan de reconstrucción del país para el gasto de los fondos concedidos por la Unión Europea (más de 200.000 millones de euros), que las ministras se abstuvieron de aprobar”.

En este escenario, y de manera similar a como ocurrió en el 2008, la nación europea ha sido una de las más azotadas por la crisis económica y sanitaria; a la fecha se han presentado 3.306.711 casos de coronavirus y se ha perdido la vida de casi 103.855 personas; lo que provocó una caída del Producto Interno Bruto (PIB) de un 8,9% en 2020, según las estimaciones oficiales.  

El presidente italiano Sergio Mattarella estrecha la mano de Mario Draghi. (Boris Roessler/Pool Foto via AP)

La urgencia de responder a esta situación y el fracaso de Conte para disipar las diferencias políticas y alcanzar una nueva mayoría, orillaron al presidente Sergio Mattarella a encargar al economista y ex presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, la creación de un nuevo gobierno. ¿Por qué él? Porque cuenta con el respeto internacional, es considerado como el “salvador del euro» y como el político italiano más prestigioso e influyente. Gracias a dicha popularidad y su buen desempeño, Draghi logró convencer en tiempo récord a las diversas fuerzas políticas y recibió el apoyo necesario para conformarlo, cuyas composición híbrida (técnico y político) promete la estabilidad que el caos generalizado requiere.

No obstante, la tendencia de la inestabilidad gubernamental y la composición del nuevo gabinete, conllevan a preguntar si este es el fin de la crisis política en el territorio. La respuesta es incierta pero es posible olvidar la amenaza de un vacío de poder indefinido, al menos por ahora.


Karla Estephany Alvarado Romero (México): Maestría en Estudios en Relaciones Internacionales del Programa de Posgrado en Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

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