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Los muchos rostros del poder

Por Axel Olivares

Cuando la situación se complica, alguien asume el control. En política no hay lugar para vacíos de poder. Pero no existe un solo modelo de liderazgo: hay estilos que reflejan personalidades, visiones enfrentadas y formas distintas de ejercer la autoridad.

Ilustración | The Economist

¿Por qué de pronto es tan común escuchar a jefes de Estado descalificar a sus adversarios sin el más mínimo sentido de sutileza? ¿Y por qué otros no parecen salirse del protocolo ni por un segundo? Las circunstancias actuales parecen justificarlo, dependiendo del punto de vista, por supuesto. En un mundo marcado por guerras, tensiones comerciales, disputas territoriales y amenazas nucleares, los liderazgos pueden variar, pero al mismo tiempo todos buscan lo mismo: líderes fuertes, capaces de defender los intereses nacionales y de maniobrar hábilmente en un escenario geopolítico cada vez más complejo. Pero eso nos lleva a preguntarnos: ¿Quién puede considerarse hoy un verdadero líder?

La respuesta no es sencilla. A lo largo de la historia, las formas de ejercer el poder han variado según las épocas, las necesidades sociales y las estructuras institucionales. Lo que se espera de un líder en un país industrializado no es lo mismo que lo que se espera en una nación en desarrollo; del mismo modo, lo que se exige en tiempos de paz no coincide con lo requerido en épocas de conflicto. Por eso, comprender los tipos de liderazgo es fundamental para interpretar la diversidad de estilos de gobierno que coexisten actualmente y para anticipar las decisiones y comportamientos de quienes los ejercen.

Podríamos considerar a un líder como aquella persona que guía a un grupo hacia un objetivo común, siendo reconocida por su capacidad para tomar decisiones, movilizar voluntades y encarnar valores o intereses colectivos. Su conformación requiere legitimidad, es decir, el reconocimiento de quienes deciden seguirlo.

Max Weber | The Daily Economy

Uno de los primeros teóricos en categorizar el liderazgo fue el sociólogo alemán Max Weber, quien distinguió tres tipos puros de autoridad. Aunque formulados a comienzos del siglo XX, estos modelos siguen vigentes para entender las dinámicas de poder actuales.

En primer lugar, Weber señala al liderazgo carismático, un fenómeno que se sostiene de la devoción personal hacia el líder, percibido como alguien dotado de cualidades extraordinarias, incluso casi místicas. Su legitimidad no proviene de leyes ni tradiciones, sino del magnetismo personal, la capacidad de movilizar emociones y generar entusiasmo. El riesgo del liderazgo carismático es su fragilidad institucional: cuando el líder se va, todo puede colapsar si no se han construido estructuras sólidas

En Latinoamérica, uno de los ejemplos más clásicos es el de Juan Domingo Perón cuya figura rozó la canonización entre sus seguidores, pero luego, su muerte provocó una fuerte desestabilización en la política argentina.

Por otro lado, Weber habla del liderazgo tradicional. Como lo indica su nombre, esta categoría es la más clásica en la historia de la humanidad. El poder se transmite por costumbre, linaje o herencia. Este modelo se basa en una estructura jerárquica que rara vez se cuestiona, y cuya legitimidad proviene de la antigüedad y el respeto a la tradición. Ejemplos, las monarquías constitucionales como la británica o las absolutistas en ciertos emiratos del Golfo Pérsico, como Arabia Saudita.

Por último, el sociólogo menciona al liderazgo legal-racional el cual se fundamenta en un sistema de normas y procedimientos establecidos. El líder ejerce su autoridad porque ha sido elegido conforme a la ley o nombrado por méritos verificables. Este modelo predomina en los estados modernos y en las burocracias organizacionales.

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Hasta aquí no hay demasiadas sorpresas, cada uno es fácilmente reconocible. No obstante, Weber también alertaba sobre la tensión entre estos tipos: ningún líder real se ajusta exclusivamente a un modelo. De hecho, muchos combinan rasgos carismáticos con una base legal, o comienzan siendo carismáticos y se institucionalizan con el tiempo.

Con el tiempo, los líderes se tornaron más específicos, surgiendo nuevos estilos de liderazgo que van más allá de las categorías de Weber. Un quiebre financiero y dos guerras mundiales después, la sociedad exigió nuevos tipos de liderazgos como también nuevas formas de ejercer el poder.

Con la revolución rusa y el avance del nazismo, comenzó a reforzarse la figura del líder autoritario que centraliza el poder y toma decisiones de manera unilateral. «Poder, potencia, fuerza, autoridad y violencia no serían más que palabras que indican los medios por los que el hombre domina al hombre; se utilizan como sinónimos porque poseen la misma función», afirmaba Hannah Arendt en Crisis de la República. Este modelo suele estar acompañado de censura, represión, control mediático y concentración del poder militar y judicial. En muchos casos, se perpetúa mediante elecciones manipuladas o sin competencia real.

Ejemplos claros de ayer y hoy son la Unión Soviética de Josef Stalin, la Alemania nazi de Adolf Hitler, las dictaduras latinoamericanas, la Cuba de Fidel Castro, Vladímir Putin en Rusia, Xi Jinping en China, Nicolás Maduro en Venezuela o la dinastía Kim en Corea del Norte.

Este tipo de liderazgo genera estabilidad en el corto plazo, pero a costa de libertades individuales, instituciones debilitadas y escasa innovación política. El riesgo es alto: al eliminar las voces disidentes, el sistema se vuelve incapaz de corregirse.

Al otro lado del tablero se encuentran los liderazgos democráticos los cuales se basan en el diálogo, la consulta y el respeto a las reglas institucionales. Aquí, el líder busca consensos y se somete al control de otros poderes, como el legislativo o el judicial. La ciudadanía participa activamente y la rendición de cuentas es una obligación.


Ilustración | Jun Con

El politólogo Robert Dahl conceptualizó está rama como “poliarquía”, una forma más próxima a la democracia ideal. Dahl subrayó la importancia de la participación efectiva, la igualdad de voto, la información libre y plural, el control ciudadano sobre la agenda política, y la inclusión. Los nombres que forman esta lista no son los más resonantes debido a que son los liderazgos más discretos ya que gran parte de la sociedad civil puede ser parte del reflector.

Existe otro liderazgo que está fuertemente arraigado a la idea de “ideología vs pragmatismo”. Se trata del liderazgo tecnocrático. En este modelo, el poder está en manos de expertos: economistas, científicos, ingenieros, académicos. Su legitimidad no proviene del voto popular ni del carisma, sino de su competencia técnica. Es común en momentos de crisis económica o en países donde se desconfía profundamente de la clase política.

Aunque, en tiempos difíciles, pueden representar la mejor opción, ofreciendo decisiones basadas en datos, eficiencia administrativa y menor demagogia, también pueden ser contraproducentes. A largo plazo, una baja representatividad puede convertirlos en un riesgo para el orden democrático. En el peor de los casos, su accionar puede darse con el respaldo de un régimen dictatorial. Un ejemplo claro de ello son los “Chicago Boys” en Chile, pero también el mandato de Deng Xiaoping que llevó a China al progreso económico sosteniendo los métodos represivos del régimen de Mao Zedong. La tecnocracia, aunque a veces eficiente, suele entrar en tensión con la democracia participativa. Puede resolver problemas urgentes, pero no sustituye el debate público ni el contrato social.

Ahora bien, suceden acontecimientos que requieren más que técnicas ortodoxas y es ahí cuando surgen los liderazgos transformacionales. James MacGregor Burns, quien acuñó el término, sostuvo que este tipo de liderazgo se basa en una mutua elevación moral entre líder y seguidores. El objetivo no es solo ganar elecciones o administrar recursos, sino construir un nuevo orden político o social.

Este liderazgo aparece en momentos históricos de crisis o cambio profundo. El líder transformacional no solo gestiona, sino que reimagina la sociedad. Es movilizador, inspira a sus seguidores a alcanzar niveles más altos de compromiso y ética. Su impacto va más allá de su mandato.

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Franklin D. Roosevelt fue una de esas figuras emblemáticas liderando a un Estados Unidos sumido en la Gran Depresión, pero también lo fue Martin Luther King Jr. en la lucha por los derechos civiles, así como Lech Wałęsa en la transición polaca al fin del comunismo.

Líderes híbridos y dinámicas cambiantes

Cabe destacar que estos modelos no son compartimentos estancos. Rápidamente, muchos líderes se lanzan a combinar estilos o evolucionan de uno a otro. Un presidente puede comenzar con una retórica transformacional, pero ejercer su gobierno con un enfoque tecnocrático, como es el caso de Javier Milei. Otro puede mantener una imagen democrática mientras socava instituciones desde dentro como lo es el gobierno de Narendra Modi. Esto demuestra que el liderazgo es también una cuestión de contexto, de presiones internas y externas, de alianzas y desafíos.

Teniendo en cuenta los tipos de liderazgos que existen actualmente en las principales potencias mundiales, jamás sabremos cuál es el mejor ni el más fiel a su estilo. Probablemente, porque no existe una vara universal para medirlas. Quien esté dispuesto a representar a una vasta población tiene una idea en mente pero también una cultura local en constante movimiento encima que inevitablemente lo hará manejar a sus conciudadanos siempre por un nuevo sendero, uno que mezcla lo viejo con lo nuevo, uno que solo el tiempo dirá si vale la pena retomar.


Axel Olivares (Argentina): Estudiante de Comunicación Social, Universidad Nacional de Cuyo. Redactor y columnista en Diplomacia Activa.

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