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Y no hay sangre en la Argentina… 

Por Tomas Peña

Así se pronunció Raúl Alfonsín en abril de 1987, a dos años del juicio a las juntas militares, luego de un intento de motín por parte del Ejército que tuvo en vilo a toda la sociedad. Fue luego de enfrentarse a Aldo Rico que el expresidente argentino desechó sus reclamos y sentenció, con una mezcla de augurio y esperanza, que ya no habría sangre en la Argentina.

Desde entonces, la democracia y los derechos humanos fueron pilares inamovibles, fue el producto de un consenso multipartidario, un bastión sagrado. Tal misión se materializó constitucional y políticamente, siendo los derechos humanos el salvaguardo de la democracia argentina y la expresión nerviosa más viva de soberanía.

Pasados los últimos 40 años ininterrumpidos de democracia, cabe evaluar la revalorización de una palabra que ha protagonizado la esfera política contemporánea argentina: libertad. En el marco del 79º periodo de Sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas (AGNU), la Canciller argentina Diana Mondino dejó entrever cómo se rotula la libertad para el gobierno actual y cómo esto se extrapola a su política exterior.

«Una agenda no debe quedar en meras declaraciones, creemos que el modelo que puede hacerlo es el de la libertad económica. El hambre se acaba garantizando mas comercio y no menos. el desarrollo se logra profundizando el respeto por las instituciones, fundamentalmente priorizando el respeto por la propiedad privada”. 

Diana Mondino | 79º periodo de Sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas 

La política exterior argentina ha sido históricamente pendular. Éstas líneas de discontinuidad son notorias con el traspaso de poder. Desde un punto de vista filosófico, es como si la teoría política de Rawls y Nozick volvieran a enfrentarse. Mientras que la cancillería de Fernández vio al mundo desde la libertad positiva, es decir, aquella que ve la libertad como la posibilidad de alcanzar un proyecto de vida mediante la asistencia de políticas redistributivas y equidad social, Milei y Mondino definen la política exterior argentina desde la libertad negativa. Por ende, la libertad se define desde la no interferencia, (lo que hoy se rotula como el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión y en defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad). Un libertarianismo orientado a un Estado mínimo coordinado con una idea trágica o bien violenta sobe la génesis de la redistribución. 

La coyuntura actual de Cancillería argentina pone un paño frío al movimiento “woke” internacional. El progresismo se desarticula ante una postura internacional fuertemente derechista y conservadora en áreas culturales, pero particularmente liberal (en el sentido clásico) sobre el alcance y el sentido de la globalización y la apertura comercial. Prueba clara de esto es la reacia posición argentina sobre los 17 objetivos de la Agenda 2030 aprobada por 193 países. La igualdad de género, acción climática, reducción de las desigualdades económicas son para Milei “la adherencia al marxismo cultural, a la decadencia”. 


Ilustración | Ziperarte. Revista Seul.

Es una lectura colérica al multilateralismo y disruptiva a la constante argentina por defender arduamente las resoluciones concernientes a los Derechos Humanos. La objeción de Sonia Cavallo (embajadora argentina en la OEA) sobre todos los proyectos referidos a los derechos humanos, seguridad hemisférica, fortalecimiento de la democracia, la crisis electoral de Haití (donde se objetó un párrafo que aludía a la necesidad de proteger y mejorar los derechos humanos y abordar todas las formas de violencia, incluida la violencia sexual y de género), además de proyectos que abogan por la necesaria igualdad de género se posan como un revés histórico de Cancillería argentina. La doctrina Milei no desdeña la democracia, pero sí los avances que la constituyen.

La disociación del pacto por el futuro 2045 tiene un componente ideológico férreo, coincidente con el arraigo del concepto de libertad que tiene esta gestión. La ONU ha emitido un documento con 56 puntos que establece un plan de acción para abordar el desarrollo sostenible, la paz y seguridad internacionales, ciencia y tecnología, juventud y generaciones futuras, el manejo de la IA y gobernanza global entre otras. Las reservas hechas por la Argentina sobre este pacto van en concordancia con la visión escéptica que tiene la Cancillería sobre la Agenda 2030. Para ambos casos, la postura aislacionista argentina se ampara en un profundo desarraigo al multilateralismo, a una crítica virulenta sobre la agenda climática internacional y una cosmovisión antifeminista, anti interrupción del embarazo encabezada por la asesora en temas de familia designada en Cancillería, Ursula Basset. 

Como dijo Federico Merke: “el mundo de Milei es un mundo de héroes y villanos, donde los primeros se encarnan en empresarios”. Tal lectura condice con las visitas que hace el presidente al resto del mundo, las cuales condensan un alto grado de ideología: su presencia en Wall Street en la bolsa de valores de Nueva York, la visita a la cumbre del partido VOX en España, la visita a Bolsonaro (en detrimento de su ausencia a la cumbre del MERCOSUR), su reunión con Elon Musk, son señales que muestran una fuerte vertiente identitaria del gobierno ¿Se está pecando de desmesura diplomática? ¿Ideología o pragmatismo? Estas acciones claramente acarrean una posición dogmática. No obstante, convive con un espíritu aperturista comercial el cual retrata una Cancillería argentina abierta a salir a venderle al mundo y a buscar inversiones extranjeras.


El discurso de Milei en AGNU ha sido la culminación expresa y taxativa de los puntos previamente mencionados: “Es una rama de gobierno supranacional de corte socialista”, (en referencia a la Agenda 2030); “porque donde entra el comercio no entran las balas”, “la única manera de garantizar la igualdad es limitando el poder del monarca”; Acusó a la ONU de “imponer una agenda ideológica”; “Tampoco ha ayudado el tutelaje del Foro Económico Mundial, donde se promueven políticas ridículas con anteojeras maltusianas – como las políticas de “Emisión Cero” – que dañan, sobre todo, a los países pobres.”; “Tampoco la organización ha cumplido satisfactoriamente su misión de defender la soberanía territorial de sus integrantes, como sabemos los argentinos de primera mano, en la relación con las Islas Malvinas” (cabe destacar como la culpabilidad recae en la organización y no en el ocupante); “A las políticas vinculadas a los derechos sexuales y reproductivos, cuando la tasa de natalidad de los países occidentales se está desplomando anunciando un futuro sombrío para todos”.

Su alocución sigue todos los matices propios de la doctrina Milei. Si bien contó con un guiño a aliados naturales de Occidente (la condena rusa sobre la invasión a Ucrania, la dictadura en Venezuela y el inquebrantable apoyo argentino a Israel sobre su guerra en Gaza), hubo tintes aislacionistas y personalistas en lo discursivo. De algún modo, la idea de interés nacional fue avasallada por la mirada que tiene Milei sobre el mundo pero desde su calidad como Presidente y no desde una idea de interés nacional. Las arduas críticas a la Organización reafirman su postura anti-institucionalista y una simplificación moralista de la política internacional, como si el mundo estuviera boyando entre las buenas y las malas ideas en donde Argentina rompe el neutralismo y de modo casi heroico, retoma el sendero correcto (pese a posarse en una situación minoritaria, sino aislada internacionalmente). Como ha afirmado Puricelli: “es una más de las acciones de política exterior que ignora por completo la realidad del mundo y refuerza un aislamiento que hay que decir, en 40 años de democracia, no tuvimos nunca”.

Hay una extrapolación del su discurso partidario de La Libertad Avanza a la esfera de la política internacional. En palabras de Negri: “cuando Milei habla, no le habla a los analistas internacionales, le habla a su electorado, le habla a los que lo votaron y también a quienes comparten estas teorías más conspirativas e ideologizadas de la política mundial”. Asimismo, los analistas internacionales discuten las aristas que estuvieron ausentes en la oratoria de Milei, como lo fue el desafío del acceso a los minerales críticos en la transición ecológica o el haber olvidado exigir a la República Islámica de Irán que colabore con la justicia argentina para que haya verdad y justicia sobre el atentado a la AMIA (una continuidad de la política exterior argentina en los discursos de AGNU desde De la Rúa a la actualidad). 

La consignación presidencial de una política exterior argentina comercialmente pragmática pero enervada por un lente cultural y políticamente ideológico se materializa en una aparición argentina en la ONU controversial. Reiterando, si bien las relaciones diplomáticas bilaterales y las posturas en foros multilaterales han caído en la trampa de la pendularidad (principalmente producto de la política interna), Argentina pareciera estar aislándose en áreas donde, desde su regreso a la democracia, se ha mantenido constante en su postura. Pese a estar ausentes de un clima cuasi anárquico y totalitario, presente en los vaivenes democráticos del siglo XX argentino cabe interrogarse ¿Hay sangre en la Argentina? 


Tomas Peña (Argentina): Licenciado en Relaciones Internacionales, Universidad de San Andrés. Columnista en Diplomacia Activa

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