La ONU ¿sigue siendo relevante?
Por Axel Olivares
A pocos días de que la Asamblea General de las Naciones Unidas inaugure su 79º periodo de sesiones, el mundo está convulsionado por conflictos bélicos, crisis humanitarias y cambio climático. Sin embargo, el Secretario General, António Guterres aseguró que: “Podemos reconstruir la confianza y la fe en los demás y en lo que podemos lograr a través de la colaboración y la solidaridad”.

La organización madre de todas las organizaciones internacionales celebrará el inicio de su máximo órgano deliberativo. El 10 de septiembre, la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas abrió nuevamente sus puertas, esta vez de la mano del ex primer ministro de Camerún y nuevo presidente de la UNGA, Philemon Yang, quien abogó por el multilateralismo frente a los grandes conflictos que enfrenta el sistema multilateral actualmente.
El encuentro, que convoca a los representantes de todas las naciones del mundo, no es un evento protocolar más. La ONU se enfrenta a dos grandes desafíos que se vinculan entre sí. En primer lugar, las guerras en Ucrania y Medio Oriente, pasando por la crisis política en Venezuela o Sudán, además de los desastres naturales en países como Vietnam, Brasil y Chad, exigen una respuesta mancomunada y certera. Consecuentemente, las grietas que se producen en medio de estos obstáculos, inspiran a muchos sectores a cuestionar a la organización por considerar ilusoria su idea de poder llegar a acuerdos que satisfagan a las partes.
En su discurso inaugural, Philemon Yang destacó la cooperación internacional como la “herramienta más eficaz de que disponemos para abordar los problemas profundos y sin fronteras que enfrentamos”. Además, en sintonía con la impronta de la Organización, el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, distinguió a la Asamblea General como el medio para encontrar soluciones para poner fin a la pobreza y la desigualdad, y acabar con los conflictos que causan tanta muerte y sufrimiento.
El principal órgano deliberativo de la ONU, que comenzó el 10 de septiembre y continuará hasta el martes 24 de septiembre, acogerá nuevamente recomendaciones relativas a la paz y la seguridad, la admisión de nuevos miembros y las cuestiones presupuestarias.

Una de las sorpresas de este año fue la presencia de Palestina, la cual obtuvo mayores poderes en el seno de Naciones Unidas. En mayo, y en medio del conflicto con Israel, Palestina logró un reconocimiento limitado, pero le fueron otorgados algunos derechos adicionales ante la falta de una membresía real.
Sin embargo, la Asamblea General tiene una agenda mucho más apretada. Los sucesivos fracasos de cese al fuego en Gaza, la prolongación de la Guerra de Ucrania, la crisis política en Venezuela y las guerras civiles en África se suman a los muchos problemas que atañen a cada ciudadano a nivel global como el cambio climático o el avance de la inteligencia artificial. Aun así, el organismo enfrenta un desafío mayor: su propia existencia.
Ya sea que esté justificado o no, la burocracia y el letargo de las Naciones Unidas esta siendo objeto de debate y críticas. Visto como una fábrica de discursos y comunicados, muchos han llegado a preguntarse ¿La ONU sigue siendo relevante?
La organización no pudo detener el avance de Rusia sobre Ucrania o mediar entre Israel y Hamas. Tampoco logró aportar mucho para frenar la guerra civil en Sudán, la intervención militar en el oeste de África o las hostilidades entre Armenia y Azerbaiyán por Nagorno Karabaj, solo por nombrar algunos conflictos de los últimos años.
No obstante, el órgano o que tiene un poder real, es el Consejo de Seguridad. desde su establecimiento en la Carta de Naciones Unidas de 1945, los países que tienen derecho a veto son solo cinco: Estados Unidos, China, Rusia (antes Unión Soviética), Reino Unido y Francia. Esto significa que la entidad que se encarga de controlar la paz y la seguridad en el mundo, esta sujeta a los intereses de estas potencias. Una de las oportunidades en las cuales esta formación causó polémica, fue cuando el Consejo de Seguridad rechazó el reconocimiento de Palestina tan solo por el voto negativo de Estados Unidos.
Por otro lado, en los años posteriores a la pandemia, el nacionalismo ha resurgido con fuerza en muchos países. A lo largo del mundo, movimientos políticos de los extremos ideológicos han confrontado la globalización, promoviendo en su lugar lo que consideran «valores nacionales». Las iniciativas externas son vistas como amenazas a su estabilidad interna. Un ejemplo de ello es la Agenda 2030, que ha sido interpretada por varios líderes ultranacionalistas como una imposición que atenta contra la soberanía de sus naciones.
El rechazo a la integración o al «multilateralismo», promovido por el nuevo presidente de la Asamblea General, proviene de distintos sectores del espectro político. Desde el euroescepticismo de partidos ultraderechistas como Alternativa por Alemania, pasando por el lema «América para los estadounidenses» del expresidente Donald Trump, hasta la retórica de los regímenes socialistas latinoamericanos que tildan de «fascistas» a quienes los cuestionan. Estos conservadores populistas, dispersos globalmente, están erosionando la legitimidad de la ONU.
Aunque podría tratarse de un fenómeno temporal, similar a los desafíos que la entidad enfrentó durante la Guerra Fría, la pérdida de relevancia de la ONU podría llevarla al mismo destino que su predecesora, la Sociedad de Naciones, que fracasó en su intento de mediar en el periodo de entreguerras. La ausencia de un organismo capaz de reunir a todas las naciones para mitigar crisis globales podría abrir la puerta a que los errores del pasado se repitan en el presente.
Como afirmó Dag Hammarskjöld, el segundo Secretario General de Naciones Unidas, la organización no se creó para llevarnos al cielo, sino para salvarnos del infierno. La ONU tiene defectos, pero el mundo fallaría aún más sin su presencia. Su estructura no puede sostenerse solo con buenas intenciones; es necesario creer en ella y, sobre todo, actuar. Los ciudadanos debemos exigir a nuestros gobiernos que cooperen. Los problemas del siglo XXI son globales, y las soluciones deben ser igualmente globales. La ONU sigue siendo el escenario más adecuado para alcanzarlas.
Axel Olivares (Argentina): Estudiante de Comunicación Social, Universidad Nacional de Cuyo, y columnista en Diplomacia Activa.
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