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Dos años de aislamiento talibán

Por Paula Gómez

En agosto de 2021 el mundo se conmocionó con las imágenes de la «Caída de Kabul». Se avecinaba un futuro oscuro para los afganos, sobre todo a las mujeres, quienes serían víctimas de las más represivas políticas del nuevo gobierno radical. Ahora, el segundo aniversario del gobierno talibán, su reconocimiento sigue muy limitado, principalmente por su sistemática vulneración de los Derechos Humanos. 

Ilustración | Ana Paula Durán

Este aislamiento internacional limita el desarrollo y reconstrucción del país, además de agravar la situación de los afganos. Tras dos años, se puede observar el poco o nulo efecto que están teniendo las presiones de la comunidad internacional hacia el gobierno, que solo agrava la crisis que afecta a su sociedad.  

Kabul presenció el exilio de los líderes del gobierno respaldado por Washington tras su colapso a mitad de agosto de 2021; y para el treinta del mismo mes se producía la retirada de las últimas tropas americanas, dejando una imagen desoladora de civiles intentando huir del infierno que se les presentaba. Sin embargo, esto no fue algo repentino, Washington negoció su salida del país con el grupo talibán en 2020 a través de la firma de los acuerdos de Doha. Este pacto bilateral que dejaba al margen al gobierno afgano y dictaba la fecha de la salida de las tropas occidentales, fue clave para la preparación de los talibanes y la posterior toma de Kabul

La administración del país insistía en la integración efectiva de los talibanes en el gobierno y negociaciones, con la esperanza de que así pudieran llegar a comprometerse en una solución conjunta como se proponía; pero el único compromiso que adquirieron los talibanes mediante Doha fue el prevenir que Afganistán sirviera de base para planear o llevar a cabo ataques en contra de la seguridad estadounidense.

Un informe de la oficina del Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR) creada por el gobierno de los Estados Unidos, recogió los aprendizajes de veinte años de intervención, identificando los elementos clave del desenlace. El documento subraya el efecto negativo que supuso en el gobierno del presidente Ghani su exclusión a petición de los talibanes. 


Ilustración | Sarah Grillo/Axios. Fotografia | Ami Vitale

Tras veinte años intentando reconstruir (fallidamente) un país a través de la creación de instituciones gubernamentales estables, democráticas y representativas, Washington puso fin a sus esfuerzos. Se buscaba una solución a través de un proceso de paz intra-afgano en el que los talibanes dialogarían con el gobierno. Sin embargo, estos se apresuraron a tomar las ciudades por la fuerza, haciendo caer la administración antes de lo previsto. Esto imposibilitó el relevo que le harían las fuerzas de seguridad afganas a los occidentales para tomar el control tras su retirada. 

Nos encontramos en el segundo aniversario de estos sucesos, y la situación lejos de mejorar se complica. Las Naciones Unidas siguen negándose a que un talibán sea el representante de Afganistán en la Asamblea General, manteniendo al elegido por el gobierno anterior.

Tras la última visita al país a principios de este año de Amina Mohammed, vicesecretaria general de la organización, expresó en una conferencia la necesidad de ofrecer una respuesta conjunta por parte de la comunidad internacional. En la agenda para Afganistán la prioridad es conseguir que se respeten los derechos de las mujeres y niñas, que ahora no pueden salir a la calle sin compañía, ni tienen acceso a educación a partir de secundaria. Impactante en el discurso talibán es el hecho de que defienden sus restricciones como políticas que pretenden crear un ambiente que proteja a la mujer bajo la Sharía (ley islámica). No obstante, Mohamed declaraba en el mismo discurso la negativa de los países de la OCI (Organización de Cooperación Islámica) de aceptar estas medidas radicales “cada vez que iba a uno de esos países musulmanes, me insistían en que el Islam no prohibía a las mujeres la educación ni el trabajo”. 

Es por ello que la vicesecretaria pide la unidad y firmeza en la acción internacional y específicamente los países islámicos para hacer presión y devolver a las niñas y mujeres sus derechos. No obstante, los intereses individuales en la región y la grave crisis económica en la que se encuentra Afganistán, están minando esta petición de unidad en la respuesta internacional. 

El ministerio de relaciones exteriores de China ha declarado su voluntad de cooperar en la práctica con el régimen por el desarrollo político e incluso asistir gratuitamente a la construcción de estructuras, labores de administración y gobernación, además de la formación de talento. En geopolítica nada se ofrece desinteresadamente. Esto forma parte de la estrategia de China para llevar a cabo su Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI por sus siglas en inglés). Afganistán es parte de la vía terrestre de esta Nueva Ruta de la Seda, además de contar con recursos naturales preciados para las nuevas tecnologías como las tierras raras.

Ilustración | Stephen Case

A pesar de pedir moderación, respeto y protección de los Derechos Humanos de mujeres, niñas y etnias, Pekín ha decidido colaborar. El gigante chino necesita un régimen que mejore la seguridad del territorio en el fluctúan varios intereses, como son la inversión y construcción además del control del terrorismo islámico que supone una amenaza para sus negocios e integridad.

En una reunión trilateral en el mes de mayo se sumó Pakistán. Islamabad se ha prestado a la propuesta de Pekín de brindar apoyo a Afganistán además de pedir el fin del embargo de sus bienes en el extranjero. Pakistán ha priorizado en todo momento los intereses nacionales, y es por ello que se ha arriesgado a participar en alianzas peligrosas. Fue de los primeros países junto a Arabia Saudí y Emiratos Árabes en reconocer su soberanía, algo que no extrañó por su estrecha colaboración con el grupo.

Islamabad ha sido siempre acusada de llevar un doble juego en la lucha contra el terrorismo, sirviendo como refugio para los talibanes después del 11-S, a los cuales otorgó un apoyo que se ha considerado esencial para que retomaran Kabul en 2021. No obstante, las relaciones entre los vecinos son más tensas que nunca, y es que los oficiales pakistaníes han acusado a los talibanes afganos del aumento de los ataques en su suelo, como el que se produjo este julio en la región fronteriza de Bajaur.

En el caso de Rusia, actor acostumbrado a negociar en la región, no llega a fiarse de la gestión talibana. En un intento de generar confianza mutua llegó a ofrecer recursos energéticos y paquetes de ayuda alimentaria para los afganos. Sin embargo, el atentado suicida de septiembre de 2021 a su embajada en Kabul suscitó las dudas en cuanto a la efectividad en materia de seguridad de una alianza con el grupo. Por ello a día de hoy Rusia sigue considerando a los talibanes como terroristas y rechaza reconocer su gobierno.

Otro país en vías de aumentar la confianza mutua con los talibanes ha sido Estados Unidos, que mantuvieron del 30 al 31 de julio las primeras conversaciones desde que están en el poder. El portavoz occidental les pidió revertir las políticas que atentan contra los derechos de los afganos además de expresar su preocupación por la crisis que se está viviendo.

Ilustración | Sarah Grillo/Axios. Fotografía |  Saul Loeb, Farshad Usyan y Javeed Tanveer

A su vez han elogiado el decrecimiento del cultivo de opio y el mantenimiento de su acuerdo de no ser una amenaza a la seguridad de su país.

Con veintitrés millones de personas recibiendo asistencia del Programa Mundial de Alimentos, Washington, que congeló 7.000 millones de dólares que el banco central afgano mantenía en una reserva de Nueva York, ha comenzado a desbloquear parte del capital. La desesperada situación que viven los afganos ha hecho que este capital sea esencial para la recuperación del país; sin embargo, no es tan fácil, ya que el objetivo es que llegue a la población, no a manos del gobierno. Así 3.500 millones de dólares han acabado en un fondo fiduciario para apoyar al pueblo afgano creado en Suiza, considerándolo la mejor opción según Alexandra Baumann, jefa de la División de Prosperidad y Sostenibilidad del Ministerio de Asuntos Exteriores del país, “El DAB (Da Afghanistan Bank) en su forma actual no es un lugar adecuado para este dinero. No tenemos ninguna garantía de que si el dinero se devuelve ahora se utilice en beneficio del pueblo afgano”.

Mientras que se intentan encontrar soluciones para aliviar la situación de la sociedad afgana, los talibanes siguen sembrando el terror. A pesar de todas las críticas y el aislamiento general prosiguen sus restricciones a las mujeres, su último objetivo: los salones de belleza. En un comunicado del reciente mes de julio se declaró el cierre permanente de estos negocios que en su mayoría regentan y hacen uso las mujeres.

Desde los Acuerdos de Doha hasta los últimos acercamientos de los talibanes a otros oficiales, la petición común gira en torno a la seguridad de cada uno. Como se ha visto en los casos expuestos, aquellos países que negocian con el grupo talibán, que no estará eternamente aislado, saben el potencial con el que cuenta el país además de la importancia de mantener un aliado que te asegure que no es una amenaza, y mucho basándose en experiencias anteriores.

Considerado al país una cuna del terrorismo islámico, el mayor miedo de la comunidad internacional es que este se propague y se repitan tragedias como la del 11-S. Es por ello que los talibanes tienen claro que en lo único que tienen que hacer caso para que no se repita otra intervención militar que les saque del poder es mantener la violencia y represión dentro de sus fronteras.

Mientras los talibanes sepan controlar las insurgencias islámicas y reduzcan su área de actuación a su propio territorio nadie va a poder ni querer intervenir para detener las brutalidades a las que se enfrenta la sociedad afgana. 


Paula Gómez (España): Estudiante de Máster en Estudios Geopolíticos, Charles University, Republica Checa.

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