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Un Héroe Complicado

El 21 de abril de 1994, en el pleno genocidio de Ruanda en el cual 800.000 personas serían sistemáticamente exterminadas por el Gobierno ruandés y algunas milicias extremistas, el periódico del New York Times anunció que entre 200 y 300.000 personas ya habían sido asesinadas en el genocidio. Irónicamente, resaltaba que solo estaba en el periódico, no en la página principal del mismo. 

Ruanda fue enterrada en los diarios, no era vista como digna de ser noticia, y de forma increíble el genocidio mismo tampoco fue visto como un tema popular.

Sin embargo, el 21 de abril, un momento maravillosamente ocurrió cuando una congresista estadounidense llamada Patricia Schroeder se reunió con un amplio grupo de periodistas. Uno de ellos preguntó ¿Qué está pasando con el gobierno estadounidense? De 200 a 300.000 personas acaban de ser exterminadas en las últimas semanas, se preguntaban ¿Por qué hay tan poca respuesta de Washington? ¿De qué se trata? Ella respondió con honestidad, «Es una gran pregunta, lo único que puedo decir es que tanto en mi oficina del Congreso como en mi oficina en Washington estamos recibiendo cientos y cientos de llamadas por la población de gorilas, simios y orangutanes en peligro de extinción en Ruanda, pero nadie está llamando por la gente, los teléfonos simplemente no están sonando».

Este momento refleja una cruel verdad del siglo XX: mientras creamos movimientos para especies en peligro de extinción por ejemplo, no tenemos un movimiento para personas en peligro de extinción. La mayoría de las personas que estudian ciencias sociales han escuchado del holocausto, la mayoría han observado imágenes sobre catástrofes nucleares, la llamada cultura del «nunca más». Sin embargo, la politización del «nunca más» junto con su implementación no se ha dado de forma contundente en este siglo, no se ha accionado.

Lo que refleja la entrevista de Patricia Schoreder es que si queremos terminar con las peores atrocidades del mundo, se debe actuar. Tiene que darse el ruido político, sin importar los costos que tenga en respuesta a los crímenes de lesa humanidad.

Hoy quizás la realidad es un poco diferente, en el siglo XXI sí existen movimientos que han buscado generar consciencia de que existen los costos políticos por la perpetuación de estos crímenes, por permitir el genocidio, por no ser actores, y por ser, de hecho, espectadores. Podría parecer que hemos logrado mucho, pero en realidad es muy poco con relación a la gravedad de los crímenes que se dan.

Ilustración por Tom Bachtell

El problema principal es que no existe un movimiento global que reclame con una agenda común como acabar con el genocidio. Si es que queremos algo duradero, tiene que ser global y debe cruzar fronteras porque los gobiernos nunca ejercerán fuerzas contra crímenes de esta magnitud de forma natural y comprometida ¿Por qué esperaríamos que a una burocracia le interese el sufrimiento ajeno?

Es evidente que tomará un tiempo, y quizás esto evoca la pregunta de ¿Y ahora qué? ¿Qué haremos para avanzar como país y como ciudadanía para avanzar del peor sufrimiento, de los peores asesinatos y crímenes?

Cuando busqué resolver esta incógnita voltee hacia un hombre que quizás no muchos hayan escuchado, un brasileño, Sergio Vieira de Mello -diplomático asesinado en Irak en el 2003-, víctima de la primera bomba suicida. Ahora, ¿Quién fue Sergio?

Muchas personas lo describen como una mezcla entre James Bond y Bobby Kennedy. James Bond en un sentido de que era muy ingenioso, le atraía el peligro, el conflicto. Y era Bobby Kennedy porque de alguna manera uno nunca podía saber si era un realista enmascarado de idealista o un idealista enmascarado de realista. Lo que es un hecho, es que fue un decatleta en la construcción de países y naciones, en la resolución de problemas en los peores lugares del mundo y en los lugares más corrompidos de este mundo. En Estados decadentes, Estados genocidas, Estados sin gobierno.

Puntos donde la mayor parte del sufrimiento humano tiende a estar concentrado, estos son los lugares que a él le atraían, se movía con los titulares de los periódicos. Estuvo en la ONU por 34 años e ingresó a los 21 años de edad. Empezó a causa de las guerras de independencia en los 70 y descolonización. Estuvo en Bangladesh lidiando con la emigración de millones de refugiados, una de las ola más grandes en la historia de la humanidad; en Sudán cuando estalló por primera vez la Guerra Civil; en Chipre justo después de la invasión turca; en Mozambique durante la guerra de independencia y en Beirut cuando la Embajada de los Estados Unidos fue atacada por el primer ataque suicida en su historia.

Sergio fue desde Líbano hasta Bosnia en los 90, en donde los problemas eran por su puesto la violencia sectaria étnica. Fue la primera persona en negociar con el Jemer Rojo. Estuvo en la misma habitación con la encarnación del mal en Camboya y también negoció con los serbios durante las sangrientas guerras balcánicas. Fue tan lejos en el campo de la negociación con el mal y tratando de convencer al mal que no necesitaba prevalecer. Incluso se ganó el sobrenombre de «Serbio» en lugar de «Sergio» mientras vivía en los Balcanes y dirigía las negociaciones. 

Después partió a Ruanda y al Congo tras el genocidio, al final de la década de los 90, la construcción de la nación fue la causa del día a día. Él fue el hombre asignado, definitivamente un avanzado de la experimentación en hacer el bien con muy pocos recursos de apoyo. Más tarde fue nombrado Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, ahora tenía que lidiar con equilibrar libertad y seguridad y arreglárselas.

¿Qué haces cuando la nación más poderosa de la ONU (Estados Unidos) no respeta la Convención de Ginebra, ni respeta las leyes internacionales? ¿Lo denuncias? Bueno, si lo haces posiblemente no regreses a las salas de negociación, tal vez te quedes reticente, tal vez trates de usar tu encanto diplomático con el Presidente, quizás esa fue la razón por la que se le designó de forma desafortunada su último y trágico destino, Irak.

Sergio Vieira de Mello | Philip Burke

Quizás Sergio fue una de esas últimas personas que logró anteponerse a la burocracia de la ONU, del Consejo de Seguridad y de verdad tratar de ayudar a las personas «sin Estado», durante toda su carrera. Siempre tuvo la encomienda de representar a todas las personas, porque si no lo hacía no representaba a nadie.

Después del asesinato de Sergio y otras 21 personas en ese fatídico ataque nos dejó con lecciones de vida para resolver esta ansiada incógnita ¿Cómo hacer para prevenir que el mal prevalezca?

Primero, pienso en su relación con el mal, en el transcurso de su carrera, cambió mucho. Empezó como alguien que denunciaba a quien hiciera daño, señalar a la gente que violara las leyes internacionales. Pero resultaba inútil, porque no tenía el poder del Estado, de un ejército o de la policía, él solo tenía las reglas, tenía las normas y trató de usarlas. Se embarcó en la dirección opuesta, entró en la habitación del mal, sin embargo, no denunciaba, se convirtió en alguien cortés, logró un equilibrio del cual podemos aprender. Preséntate en la sala, no tengas miedo de hablar con tus adversarios, pero no quites la importancia a lo que pasó antes de entrar a la reunión. No ocultes la historia, no dejes tus principios en la entrada.

Sea que fuera Nixon quien va a China, o Khruschchev y Kennedy o Reagan y Gorbachev. Todo el gran progreso del mundo ha ocurrido por ir a la sala. No tiene que ser un acto de debilidad. Como ciudadanos del mundo mientras vayamos viviendo esta experiencia de crisis de confidencialidad, de competencia, de legitimidad, surge de forma natural una tentación de retirarnos del mundo, pero no podemos darnos el lujo de alejarnos del planeta. Debemos aprender a cómo estar en el mundo. Si queremos ver el cambio, debemos transformarnos en ese cambio, no se puede confiar en que las instituciones hagan el trabajo de tener el respeto a la dignidad de las personas y por traer esa combinación de humildad y una especie de sentido audaz de responsabilidad a la negociación con el resto del mundo.

Entonces ¿Triunfará el mal? La respuesta debe ser: “No, a menos que lo permitamos”.


Emilio Cruz López (México): Licenciatura en Relaciones Internacionales, Universidad Iberoamericana.

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