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El imperio «benevolente»

Desde el fin de la Guerra Fría, Estados Unidos ha aumentado considerablemente su injerencia en el territorio árabe a través de promesas de democracia e intervenciones forzadas, con el fin de crear una geoestrategia política que favorezca sus intereses personales.

En primer lugar, es importante recordar que Medio Oriente es el término utilizado para referirnos a la región entorno al Creciente Fértil, sin embargo durante los últimos años ha surgido una problemática cuando se trata de buscar una definición que sea capaz de englobar los conceptos geográficos, religiosos, políticos y sociales que forman parte de la misma. Si bien es un término subjetivo, actualmente se ha establecido que se encuentra conformado principalmente por 15 países: Arabia Saudita, Bahréin, Chipre, Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Irak, Irán, Israel, Jordania, Líbano, Kuwait, Omán, Qatar, Yemen, Siria y Turquía.

Partiendo de lo dicho, la importancia radica en la riqueza de recursos naturales, así como su cercanía al Mar Mediterráneo. De igual forma, el Golfo Pérsico y el Estrecho de Ormuz, adquieren relevancia estratégica al ser las vías principales por donde transita gran parte del petróleo y gas natural, recursos que abundan en la región. Esto evidentemente ha sido el foco de atención para las grandes potencias, en especial Estados Unidos quien, por su relevancia económica y militar a nivel mundial, busca adquirir aún más control sobre los demás estados.

Justificación de la intervención a través del tiempo

Bajo el lema de democracia y liberación, Estados Unidos ha perpetuado toda clase de intervenciones en el territorio, para «exportar» su modelo y para saciar sus intereses. Al final de la Segunda Guerra Mundial, la cercanía entre Oriente Medio y la Unión Soviética representaba una amenaza para los estadounidenses, quienes buscaban detener la expansión del comunismo. Así fue como empezó a convertirse en un campo de batalla de las dos potencias que se alzaron durante la Guerra Fría, en búsqueda de disputarse la hegemonía de manera indirecta con la ayuda de nuevos aliados, proporcionando armas a los países árabes y apoyando grupos revolucionarios por vía de capacitaciones y logística.

Posteriormente, los nacionalismos árabes que surgieron con el fin de lograr una independencia, fueron rechazados por Estados Unidos que, a través de un equilibrio de poder que buscaba compensar fuerzas de ambas partes, apoyaban a las monarquías tradicionales. Un ejemplo fue Egipto con Nasser. El líder egipcio buscaba una unidad árabe y esto era una amenaza comunista que debía ser detenida cuanto antes.

La caída de la URSS abrió paso a un periodo de transición que se caracterizó por el protagonismo y predominio unipolar de Washington. Se potenció el terrorismo como alternativa para la resolución de conflictos políticos, que trajo aún más problemas. Los sucesos del 11 de septiembre fueron claves en la historia de las relaciones entre Estados Unidos y Oriente Medio. Para este último, dicho ataque es visto mayoritariamente como una representación de defensa de la resistencia árabe; en cambio, del otro lado se encontró en aquel la mejor excusa para reafirmar su injerencia en la zona, y dar a conocer su discurso heroico de justicia y liberación que, con apoyo de la OTAN, buscó modificar el régimen de los países atacantes, Irak y Afganistán fueron señalados como aparatos de terrorismo y fue así como se llevó a cabo una destrucción total de estos dos países en nombre de la justicia y la seguridad norteamericana.

Ahora bien, teniendo todos estos acontecimientos en cuenta, la historia de injerencia en la zona puede verse como una escalada que empezó con una presencia limitada (casi nula) durante el periodo del Imperio Otomano, pero que poco a poco fue colocándose en la cima después de haber conseguido una hegemonía total por encima de la URSS. ¿Cuál ha sido la estrategia que durante tanto tiempo ha permitido que sigan teniendo predominio en territorio árabe?

El papel actual de la potencia hegemónica

El sistema internacional se ha tergiversado, a tal punto que las potencias a cargo han hecho mal uso del poder y al verse amenazados por los poderes emergentes, se han abocado a vencer cualquier unión entre estos. Estados Unidos protagoniza la escena y se enfoca en sus intereses con una política de puño fuerte.

La estrategia se ha desarrollado mediante la intervención en todo aquel sitio que represente un obstáculo para sus intereses nacionales, como por ejemplo la lucha contra el terrorismo, las alianzas entre países árabes y la inestabilidad de los precios del petróleo, que representan una amenaza total sobre su control geopolítico. Sin embargo, los estados dependen en gran medida de la economía y la ayuda que los norteamericanos les pueden proporcionar y por tal motivo, los países árabes se encuentran en una situación vulnerable. El problema es que los planes estadounidenses junto con sus valores e intereses, no son aplicables en todo el mundo. En el caso de Medio Oriente es importante tener en cuenta no sólo lo mencionado con anterioridad, sino también la pobreza, la amplia desigualdad económica y los conflictos nacionales que no permiten un adecuado funcionamiento estatal.

Nos imaginamos que ideas como «democracia», «derechos humanos» y «libertad» tienen un poder propio que puede transformar las vidas de quien esté expuesto a ellas. Lanzamos proyectos de cambios de gobiernos cuyo objetivo es hacer realidad estas ideas derrocando tiranos. Sin embargo, exportar la revolución de esa manera puede tener el efecto de fracturar al Estado -como ha pasado en Libia, Siria e Irak- lo que conduce a la guerra civil, anarquía y nuevos tipos de tiranía.

John Gray, filósofo

El gobierno liderado por Donald Trump ha optado por tensar relaciones y crear guerras para “mejorar” sociedades. La falta de transparencia política, de liderazgo e instituciones solidas en la región, ha permitido que el twitero siga tomando decisiones bruscas que lo beneficien a costa de la inestabilidad de toda la región árabe. ¿Cuál ha sido la reacción de la población? La respuesta en la mayoría de los casos es la religión, a través de la cual crean un refugio seguro que les permite actuar de manera conjunta.

Ilustración: Aïda Amer

El islam aparece motorizado como un vehículo de cohesión social y política que puede retomar las consignas de independencia y liberación de la dominación de las potencias extranjeras entre los países del mundo árabe e islámico.[1] Esto evidentemente representa una amenaza para los intereses estadounidenses, ya que al lograrse una unificación árabe, se podría concretar un poder centralizado y más estable en la región, y Washington dejaría de ser el “héroe” de la historia. La realidad es que, en la práctica, la unidad se torna muy difícil debido a las diferencias entre los movimientos sociales, políticos y religiosos. Por un lado, los defensores más ortodoxos, herméticos e intolerantes del islam, Irán y Arabia Saudita, desde su respectivas ramas (chiismo y sunnismo), que actualmente se encuentran en una disputa hegemónica regional caracterizada por una ruptura de relaciones diplomáticas, el financiamiento de grupos terroristas y los choques bélicos en estados cercanos.

El panorama para Medio Oriente continúa siendo un tanto caótico en el interior y exterior de sus fronteras. Es importante tener en cuenta que desde la entrada de Donald Trump al poder, el apoyo a Israel ha sido la única vía que no se ha abandonado en su totalidad, descuidando el territorio por lo costoso que ha sido mantener las guerras y por la intencionalidad de no se la «policía global». No obstante, desde que Rusia y China pasaron de ser un contrapeso a ser competidores en el mapa, EEUU está prestando mas atención.

La pandemia del Covid-19 y las próximas elecciones estadounidenses de noviembre definirán el futuro de las relaciones entre Medio Oriente y la potencia norteamericana en el mediano plazo. Mientras tanto, Washington seguirá buscando la manera de llevar a cabo su estrategia en base a la «liberación».


Opinión:

Ana Fabiola Gomez (México): Estudiante de Relaciones Internacionales, Universidad La Salle.

Referencia bibliográfica

[1] Matías R. Lobos “La política exterior norteamericana en el Medio Oriente; coherencia y previsibilidad” III Jornadas de Medio Oriente” (2000): 6

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