Cumbre Trump-Putin: Europa sin voz en su vecindario

Por Fabio Almada – Warrior Diplomacy
La Unión Europea pretende tener su propio asiento en la mesa, pero en la reunión entre Donald Trump y Vladimir Putin, apenas consigue una llamada telefónica. Entre débiles promesas de paz y el riesgo de que la cumbre se convierta en show personal, la seguridad de un continente entero pende de la diplomacia improvisada y los gestos calculados de dos líderes que rara vez consultan el reglamento.

Este viernes 15 de agosto, Donald Trump y Vladimir Putin se reunirán en Alaska para definir el futuro de la guerra en Ucrania, con escasas consultas a los líderes europeos y ucranianos. Washington y Moscú parecen diseñar la arquitectura de seguridad europea, dejando a la Unión Europea y a Kyiv en un papel secundario frente a decisiones que afectarán directamente su seguridad y estabilidad.
La llamada transatlántica para coordinar perspectivas previas a la cumbre refleja la tensión previa a la cumbre: los líderes europeos tuvieron una última oportunidad para persuadir a Trump de adoptar una postura firme contra el presidente ruso.
Sin embargo, persiste la incertidumbre sobre si sus voces serán escuchadas o si, en el peor de los escenarios, Trump convertirá la cumbre en un espectáculo, imponiendo un acuerdo que, en nombre de un Premio Nobel de la Paz, acabe por traicionar a Kyiv. Mientras tanto, en el frente oriental, tropas rusas avanzan, en un aparente intento de asegurar territorio y presionar a Ucrania antes de las conversaciones.
A pesar de que Trump, cuyo enfoque de política exterior se basa en el instinto y las relaciones personales, calificó la próxima reunión con Putin como una oportunidad para “probar las aguas”. En Europa persisten temores de que el presidente estadounidense haga concesiones excesivas.
La cumbre de este viernes es un recordatorio inquietante de que Europa continúa, con demasiada frecuencia, como espectadora en su propio vecindario, mientras las decisiones sobre su seguridad se toman en conversaciones donde su voz aún lucha por ser escuchada.

Buzón de voz transatlántico
Con apenas el 5% de la población mundial, la UE genera una séptima parte del PIB global (eurostat). Sin embargo, su peso geopolítico rara vez refleja esas cifras. La guerra en Ucrania y la potencial amenaza que representa el régimen de Putin, ha obligado a Bruselas a levantar la mirada y a hablar de defensa más seriamente. Los Estados miembros se han comprometido a gastar hasta un 3,5% del PIB en defensa básica, más otro 1,5% en ciberseguridad e infraestructura para 2035 en la cumbre de la OTAN del Haya.
La Comisión Europea propone nuevos instrumentos de inversión defensa de €150 mil millones y un fondo de competitividad que no solo financie baterías y microchips, sino también componentes militares. A pesar de las últimas iniciativas, la industria militar europea sigue fragmentada, redundante y dependiente de EE.UU. La disuasión nuclear permanece dividida entre París y Londres, sin perspectivas de unificación. El paraguas nuclear estadounidense sigue abierto, y pocos en Bruselas se atreven a cerrarlo.
El poder geopolítico no se compra solo con presupuestos. Europa necesita algo más que tanques y misiles: requiere unidad política, “munición” mucho más difícil de fabricar. Este problema no es sólo técnico, sino estratégico. Viejos fantasmas históricos, percepciones opuestas sobre amenazas y prioridades nacionales contradictorias bloquean cualquier visión común de seguridad.
La UE cuenta con cartas de peso: es el principal sostén financiero y militar de Ucrania y controla aproximadamente €230 mil millones en activos rusos congelados, pieza clave para cualquier paz duradera. En la reciente llamada con Trump, Bruselas reiteró que el mandatario norteamericano debe evitar ceder a las exigencias rusas de conservar territorios ocupados antes de acordar un alto el fuego, y convencerlo de que cualquier pacto debe incluir garantías de seguridad férreas para Kiev.
El apoyo europeo ha sido vital ante el debilitamiento del respaldo material y político americano desde el regreso de Trump a principios de 2025. Un colapso ucraniano tendría consecuencias impredecibles para la seguridad del continente y para los intereses de Estados Unidos. Como advirtió la jefa de la diplomacia europea, Kaja Kallas: “Para implementar cualquier acuerdo, se necesitará a Europa y a Ucrania”, subrayando que Putin no quiere a Zelensky en la mesa para ocultar sus verdaderas intenciones y ganar tiempo para suavizar las sanciones.

Aunque Trump no se ha pronunciado sobre garantías de seguridad para evitar futuras agresiones rusas, su postura se ha acercado a la europea tras meses de contactos infructuosos con el Kremlin. Sin garantías sólidas, la cesión de territorios podría ser políticamente letal para Zelensky: implicaría una reforma constitucional difícil de aprobar, enfadaría a una población que ha sacrificado vidas y recursos, y provocaría desplazamientos masivos desde las zonas entregadas a Moscú.
Para Rusia, no se trata solamente de territorio, sino de la propia existencia de Ucrania como nación independiente, y ha descartado cualquier concesión territorial, reafirmando que Ucrania debe retirarse de las regiones orientales bajo control ruso.
Desde Bruselas, el diagnóstico es evidente: Europa no puede depender indefinidamente de Washington para garantizar su seguridad. Los países europeos están decididos a asumir una mayor cuota de responsabilidad, aunque el salto de la ambición a la acción sigue siendo un gran desafío.
El teléfono rojo de las grandes potencias
La segunda administración de Trump rompe con el paradigma tradicional de la política exterior americana desde la Guerra Fría. En lugar de concebir el panorama global como una competencia por influencia entre las principales potencias internacionales, parece que su enfoque se orienta hacia una “colusión” entre líderes fuertes: un “concierto internacional” en el que las grandes potencias colaboran para mantener el orden mundial, a pesar de no compartir valores ni intereses.
En este esquema, los actores clave optan por repartirse el mundo y gestionar sus respectivas zonas de influencia. Los gestos de Trump, desde su búsqueda de acuerdos directos con Xi Jinping y Putin, sus comentarios sobre un rápido fin a la guerra en Ucrania o su interés en hacerse con Groenlandia, Canadá o Panamá, nos dan indicios de esta visión pragmática y transaccional.
Paralelamente, emerge un patrón en la política global: la consolidación de los llamados “Strongmen”, líderes fuertes y carismáticos que, apoyados por las masas y medios fragmentados, reviven arquetipos tradicionales de poder: la consolidación y personalización del poder, la gran nación, la civilización orgullosa. Putin, Xi Jinping, Erdogan, Modi, Trump u Orbán se centran en construir narrativas antes que en respetar instituciones, desprecian foros multilaterales y normas internacionales, y privilegian una política exterior flexible, transaccional e incluso performativa.
La sugerencia americana de que Ucrania ceda partes de su territorio a cambio de conservar otras, choca frontalmente con la posición de Ucrania y la UE. Kyiv considera cualquier intercambio territorial inaceptable sin garantías de seguridad sólidas. El presidente Zelensky ha enfatizado que Ucrania no puede ser tratada como propiedad privada, mientras que la Unión Europea ha dejado claro que no aceptará condiciones contrarias a los intereses del país. El objetivo estratégico de Rusia es evidente: debilitar la cohesión transatlántica, dividir a Estados Unidos de sus aliados europeos y obtener un alivio de sanciones junto con mayores inversiones estadounidenses.
La reunión en Alaska ejemplifica perfectamente el nuevo patrón característico de las dinámicas internacionales: un orden donde los Strongmen negocian entre sí cómo repartirse el mundo. La lógica ya no se limita a la competencia o la confrontación; se basa en la transacción y el reparto, con profundas implicaciones para la estabilidad global y las alianzas tradicionales.

Autonomía estratégica sin divorcio transatlantico
La UE debe forjar su propio camino hacia la autonomía estratégica sin romper los lazos históricos y vitales con Estados Unidos. Encontrar ese delicado equilibrio es una tarea sumamente compleja, especialmente en un mundo donde la influencia global se redefine constantemente bajo la sombra de una actual Casa Blanca conocida por sus cambios abruptos de opinión.
A pesar de las constantes críticas de la administración Trump, la relación transatlántica es mutuamente beneficiosa, ya que permite compartir la carga de la defensa gracias al aumento del gasto militar europeo y mantener presencia estratégica en bases clave para operaciones globales, lo que fortalece la posición estadounidense frente a China y Rusia.
El despertar en defensa de los miembros europeos de la OTAN fortalece a Europa para desalentar a Rusia de amenazar el continente. Esto puede dar lugar a que EEUU centre sus esfuerzos en China, cumpliendo un objetivo estratégico de una década atrás. Sin embargo, para que esta división de tareas funcione, es crucial que Trump, no abandone a sus aliados europeos frente a la situación en Ucrania, asegurando así que Europa pueda asumir su rol sin quedar vulnerable a las presiones rusas.
Sin embargo, esta alianza atraviesa un momento de transformación. Europa ya no confía plenamente en el liderazgo estadounidense y comienza a buscar su propio camino. Esto incluye considerar nuevas alianzas y acuerdos comerciales, así como debatir la posibilidad de contar con capacidades de defensa propias más robustas, incluso nucleares. Washington debe reconocer que para mantener la influencia global debe recalibrar su enfoque y aceptar que Europa es un actor esencial en un mundo multipolar.
Una pregunta inevitable persiste: ¿Podrá Bruselas dejar de ser espectadora para convertirse en una potencia autónoma, capaz de negociar y decidir sin depender enteramente de Washington, mientras mantiene la cooperación necesaria para enfrentar los verdaderos desafíos globales? ¿o seguirá relegada mientras Washington, Beijing y Moscú escriben, borran y vuelven a escribir las reglas del juego?
Durante la cumbre de Alaska veremos si la limitada influencia de la UE avanza en esa dirección. Si el encuentro logra un alto al fuego y que Putin se siente a negociar con Zelenskiy, se podrá considerar un éxito. Pero en el actual panorama internacional, lo inesperado sigue siendo la regla, y nada está asegurado.

Fabio Almada – Director de Warrior Diplomacy
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