¿Una geopolítica online?

Por Estanislao Molinas
En nuestros días, el poder ya no se disputa únicamente en territorios físicos, también lo hace a través de redes, datos y plataformas digitales. Repensar el ciberespacio implica reconocerlo como un escenario central en las dinámicas políticas e internacionales.

Inicialmente, preguntarse por la geopolítica resulta hoy, un enigma no descifrado del todo; y lo que resulta más complejo, es cuando nos referimos al constructo conceptual designado al “ciberespacio”. Ambas palabras, inclusive más aún la primera, se utilizan en el vocabulario cotidiano de diplomáticos, internacionalistas o estudiosos de los procesos históricos mundiales. Y aunque, se tiende a difuminarse, sus significados por poseer definiciones tan equívocas.
La intención de este texto es arrojar un poco de luz respecto a la buzzword (palabra de moda), es decir, respecto al vocablo “ciberespacio”. La cuál es, para nosotros, una categoría propiamente geopolítica. Esto implica un arduo pero noble desafío, el de defender esta postura.
Lo que en la práctica se traduce en que debemos hacer un racconto desde la Geopolítica, entendiendo a esta como una disciplina científica particular que surge en un contexto histórico específico con el propósito de analizar las relaciones de poder en el espacio geográfico, hasta arribar a los enfoques contemporáneos que han ampliado y complejizado su campo de estudio.
Este recorrido implica no solo comprender los orígenes clásicos de la geopolítica, marcados por autores como Ratzel, Mackinder o Haushofer, sino también considerar cómo estas ideas han sido reinterpretadas y cuestionadas a lo largo del tiempo. En particular, es necesario examinar cómo la geopolítica ha transitado desde una visión determinista del territorio y el poder, hacia propuestas más críticas e interdisciplinarias, que incorporan elementos de la economía política, la sociología, la historia y la teoría internacional.
Así, el análisis geopolítico contemporáneo ya no se limita al estudio de los estados y sus fronteras, sino que incluye también actores no estatales, redes transnacionales, dinámicas regionales y fenómenos globales como el cambio climático, las migraciones o los conflictos híbridos, lo cual exige un marco teórico más flexible y actualizado. En dichos enfoques, es donde ha tenido lugar el surgimiento del ciberespacio como objeto de estudio. Sin más preámbulos, vayamos a eso.

Tal como lo hemos venido abordando en el marco de la evolución del pensamiento geopolítico, el surgimiento del ciberespacio como categoría conceptual representa una actualización en las agendas de seguridad del Estado y abre nuevas líneas de investigación. Este nuevo espacio no puede ser comprendido en términos geopolíticos clásicos, ya que no posee dimensión territorial estrictamente hablando, sino que más bien constituye un espacio ontológico abstracto.
Sin embargo, influye de forma directa sobre las disputas de poder entre Estados-Nación y actores no estatales. Por ende, su carácter mayoritariamente intangible no anula su connotación geopolítica, por el contrario, lo posiciona como un nuevo vector de fuerza. Donde ya no sólo se desatan batallas económicas o militares clásicas, sino también cibernéticas.
La geopolítica, entendida como un campo del saber que vincula espacio y poder, no nació como una disciplina académica formal ni con un enfoque neutral, sino como una forma de pensamiento estrechamente ligada al nacionalismo expansionista europeo de fines del siglo XIX. Sus primeros planteamientos surgieron en un contexto de competencia imperialista, donde se buscaba justificar la dominación territorial a través de argumentos geográficos.
En ese contexto, y antes de la consolidación de las Relaciones Internacionales como disciplina científica (que ocurrió recién tras la Primera Guerra Mundial), algunos pensadores comenzaron a reflexionar sobre el papel del territorio en la fortaleza y supervivencia de los Estados modernos.
El geógrafo alemán, Friedrich Ratzel (1844–1904), influenciado por el darwinismo social y las ciencias naturales, fue quien atisbó una visión organicista, en clave biológica, del Estado. Como si este fuese una suerte de organismo vivo prácticamente. Claro que no hablaba todavía de «geopolítica» como tal, pero sí pergeñó algunas estructuras conceptuales que luego se integrarían en esa matriz.
El Estado es un organismo vivo que crece, se desarrolla y requiere de espacio (Raum) para garantizar su supervivencia.
Friedrich Ratzel, Geógrafo.
Esta noción implicaba una justificación pseudocientífica de la expansión territorial, entendida como una ley natural de los Estados fuertes. Por otra parte, Ratzel estableció siete leyes del crecimiento territorial, entre ellas, que el Estado se expande absorbiendo unidades políticas menores, que su frontera es un órgano periférico vivo, y que el crecimiento tiende a acompañar el desarrollo cultural.
Ahora bien, el término geopolítica fue acuñado por el politólogo y geógrafo sueco Rudolf Kjellén (1864–1922), quien sistematizó las ideas de Ratzel y las trasladó al terreno de la ciencia política. En su obra Staten som Lifsform (1916), Kjellén propone que el Estado debe ser estudiado como un organismo viviente, integrado por cinco dimensiones:
- Geopolítica (relación con el espacio).
- Demopolitik (población).
- Ecopolitik (economía).
- Ociopolítica (estructura social).
- Cratopolítica (forma de gobierno).

Ahora bien, el autor Cuéllar Laureano (2012) establece una comparación y sostiene que Kjellén concebía el poder estatal como directamente vinculado a la extensión y organización del territorio. Y a pesar de ser de origen sueco, su pensamiento ejerció una fuerte influencia en la estrategia política alemana durante el período de entreguerras.
A diferencia de Ratzel, quien partía de un enfoque geográfico, Kjellén abordaba estos temas desde la Ciencia Política. Su aporte fue fundamental para convertir las intuiciones organicistas en un cuerpo teórico con aspiraciones científicas y aplicaciones estratégicas concretas.
Posteriormente, el general y geógrafo alemán Karl Haushofer (1869–1946) fue el principal responsable de la consolidación de la Geopolitik como disciplina científica con ciertos cimientos epistemológicos en la Alemania de entreguerras. Fundador de la Zeitschrift für Geopolitik (Revista de Geopolítica), incorporó las ideas de Ratzel y Kjellén, desarrollando la noción de Lebensraum (Espacio Vital) como justificación geopolítica del expansionismo alemán.
Para Haushofer, la potencia de un Estado residía en su capacidad para proyectarse territorialmente y asegurar rutas estratégicas, recursos naturales y zonas de influencia. Aunque su vínculo con el nazismo fue indirecto, (ya que no estuvo afiliado al Partido Nacionalsocialista) pero fue asesor de Rudolf Hess, allegado a Hitler.
Las ideas haushoferianas sirvieron como justificación teórica del proyecto imperial del Tercer Reich. De este modo, la geopolítica en su versión alemana, o Geopolitik Nazi, quedó asociada al pensamiento imperialista, lo que provocó su descrédito tras la Segunda Guerra Mundial.

Según Cuéllar Laureano (2012), Haushofer consideraba el Lebensraum esencial para la supervivencia nacional y destacaba el control de rutas estratégicas y recursos como base del poder estatal, anclado en la posesión del espacio físico. Tras el colapso del nazismo, la geopolítica clásica fue duramente criticada por su utilización ideológica y durante la Guerra Fría, fue sustituida en gran parte por otras formas de análisis, especialmente en el mundo anglosajón.
Aunque, durante los años de la Guerra Fría, esta comenzó a ser retomada por pensadores como Nicholas Spykman. Sin embargo, tanto en Brasil (Escuela Politécnica de Rio de Janeiro) como en Japón (en la Universidad de Tokio) la geopolítica continuó siendo enseñada, conservando su estructura conceptual clásica.
Geopolítica es la doctrina de las relaciones de la tierra con los desarrollos políticos (…) Tiene como base los sólidos fundamentos de la Geografía, en especial de la Geografía política, como doctrina y estructura de los organismos políticos del espacio (…) Los descubrimientos de la Geografía, en cuanto al carácter de los espacios de la tierra, representan el armazón de la Geopolítica. Los acontecimientos políticos han de ocurrir dentro de este armazón para tener consecuencias favorables permanentes. Aquellos que moldean la vida política ocasionalmente, podrán apartarse de este armazón, pero, antes o después, ha de prevalecer la característica limitación terrestre de los acontecimientos políticos (…) De este modo la Geopolítica se convierte en la doctrina de un arte. La cuestión de guiar la política práctica hasta este punto, es la que obliga a dar un paso hacia lo desconocido. Este paso sólo alcanzará el éxito si se está inspirado por conocimientos geopolíticos (…) La Geopolítica debe ser y será la conciencia geográfica del Estado.
(Haushofer et al., 1928, citado en Atencio, s.f., citado en Cuéllar Laureano, 2012).
Karl Haushofer | Geógrafo
Tal y como ya lo decíamos en la antesala introductoria, la emergencia del ciberespacio ha complejizado estas asunciones. Así lo explica Rivas, y dice que este puede entenderse como: “un conjunto compuesto por redes de información, dispositivos con capacidad de conectarse, protocolos y entornos para el flujo de datos en bytes”. Ya allegados a nuestros días, y sobre todo a partir de la década del 90’, los abruptos avances tecnológicos modificaron drásticamente la relación entre poder y territorio. Demostrando que los asuntos geopolíticos encuentran encrucijadas en nuevos espacios.
En este contexto, también se evidencia una competencia por el control de la infraestructura, la cual, desde una perspectiva geopolítica clásica, está vinculada al territorio. La vigilancia estatal sobre estas infraestructuras representa una forma de territorialidad funcional en el ciberespacio, donde se ejerce autoridad, se establecen límites y se monitorean actores.
Así, el ciberespacio se territorializa mediante servidores, cables o conexiones, lo cual no solo permite que los Estados proyecten su poder soberano sobre entornos virtuales, sino que también demuestra el impacto empírico de este espacio geopolítico en el territorio físico.
Aunque el ciberespacio per se no tiene fronteras físicas, sí podría presentar límites jurídicos, técnicos y de gobernanza. En la práctica, esto se traduciría en la implementación de firewalls nacionales, leyes sobre datos personales o acuerdos multilaterales sobre ciberdefensa.
La lógica geopolítica tradicional -basada en el control, la delimitación y la defensa- se adapta a los nuevos vectores del poder cibernético. Asimismo, la existencia de empresas de Big Data con poder cuasi-soberano en este espacio —como Google, Huawei, Microsoft o Meta— no anula la primacía estatal, sino que redefine las formas en que se construye la soberanía en el entorno digital. Los Estados no desaparecen, sino que se adaptan y amplifican sus capacidades en este nuevo espacio.

Para concluir, debemos decir que el ciberespacio se ha consolidado como un espacio geopolítico en sí mismo y aunque no se circunscribe a coordenadas geográficas tradicionales, su apropiación y control podrían reproducir lógicas de comportamiento similares a aquellas que tienen lugar en el territorio físico.
La expansión de capacidades tecnológicas (como la carrera por el liderazgo en inteligencia artificial) y el creciente poder de actores no estatales transnacionales (como las grandes compañías tecnológicas) son expresiones contemporáneas de la disputa por el poder.
En este marco, los aportes clásicos de la geopolítica encuentran más que contradicciones epistemológicas, una ampliación de sus acepciones tradicionales para poder comprender nuevas formas espaciales de poder. El poder ya no solo se manifiesta meramente en el territorio, sino también en el ciberespacio, donde los datos son los caballos de batalla del S. XXI.

Estanislao Molinas (Argentina): Estudiante avanzado en Relaciones Internacionales, Universidad Católica de Santa Fe, y columnista en Diplomacia Activa.
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