Disuasión Extendida: la teatralidad del poder
Por Luca Nava
La promesa de la protección estadounidense de Occidente está en juego. China busca minar la confianza en esa estrategia, que depende de la fe en el poder y la determinación de Washington. Si los aliados perciben dudas o debilidad, el compromiso de Washington pierde peso. En este juego global, cada movimiento militar o declaración pública cuenta. Incluso el gesto más pequeño puede revelar firmeza, pero también incertidumbre.

En los últimos meses, Pekín ha aumentado el número de ejercicios y advertencias hacia Taiwán y la región. Maniobras recientes –como el simulacro Joint Sword-2024B– concentraron decenas de aviones y buques chinos rodeando la isla, simulando bloqueos portuarios y patrullas coordinadas.
El Ejército Popular de Liberación describió estas maniobras como advertencias contra supuestos “actos separatistas” en la isla. No obstante, la diplomacia china viene echando leña al fuego con su retórica defensiva hace bastante tiempo.
El portavoz del gobierno chino, Wang Wenbin, denunció en 2023 que las patrullas estadounidenses no buscan libertad de navegación sino imponer la “hegemonía” naval de EE.UU., además de llamar a estos movimientos una “provocación militar” en la región. Esto sucedió luego de que Corea del Sur movilizó cazas tras detectar aviones chinos y rusos en su ADIZ, incidente ocurrido tras enfrentamientos cercanos entre buques y aviones de EE.UU. y China en el estrecho de Taiwán y el Mar del Sur de China.
Anteriormente en 2016, después de que Estados Unidos instalara un sistema de defensa de área de gran altitud terminal en Corea del Sur, Pekín decidió prohibir los viajes grupales chinos a Corea del Sur, incluyó en una lista negra a celebridades surcoreanas para que no pudieran aparecer en programas de televisión chinos, impuso restricciones a las empresas surcoreanas en China y excluyó a Corea del Sur de diversas iniciativas diplomáticas y culturales lideradas por China.
En conjunto, para responder a las presiones materiales de occidente, Pekín exhibe no solamente su músculo militar, sino también una campaña de censura e interrupción del intercambio cultural con sus rivales ideológicos por dos motivos claros: intimidación regional y reforzamiento de una narrativa de firmeza nacional insoslayable.

Taiwan en medio de la encrucijada
Taiwán se encuentra atrapado en el centro de esta confrontación idiosincrática. El gobierno de la isla reafirma su compromiso de defender “el sistema constitucional de libertad y democracia” mientras promueve un diálogo activo con Pekín para mantener la paz regional. No obstante, en Washington se perciben señales más bien ambiguas.
El presidente Donald Trump llegó a sugerir que Taiwán debía “hacer mucho más para merecer el apoyo en defensa” estadounidense, insinuando que Taipei se estaría aprovechando de ese respaldo económico. Frente a esto, las autoridades taiwanesas han acelerado su rearme defensivo: ya han proyectado elevar el gasto de defensa al 3% del PIB este año y están fabricando misiles, drones y vehículos de combate no tripulados (como el USV “Endeavor Manta” con torpedos ligeros) para disuadir posibles ataques.
Según expertos, estas mejoras buscan “mantener el equilibrio estratégico en la región y evitar una escalada” hacia un conflicto abierto. De hecho, los ejercicios anuales Han Kuang simulan escenarios en los que el EPL lanza ofensivas contra la isla, subrayando la determinación taiwanesa. No obstante, la disuasión es equilibrio, y este equilibrio puede fallar de dos maneras. Si se hace demasiado poco, Pekín podría arriesgarse a apoderarse de Taiwán antes de que Washington pueda responder. Si se hace demasiado, los líderes chinos podrían concluir que la fuerza es el único camino restante hacia la unificación.
Cada despliegue militar o ceremonia pública en la región funciona como un acto de representación simbólica. El propio secretario de Defensa estadounidense, Pete Hegseth, enfatizó que la “percepción de la disuasión” debe ser “real y continua” para desalentar a Pekín. En la práctica, esto significa que no basta con poderío militar, sino que es clave cómo se percibe ese poder.
Por ejemplo, el despliegue del sistema de misiles Typhon en Filipinas en 2024 no sólo reforzó la defensa del aliado, sino que proyectó explícitamente el compromiso estadounidense, precipitando la condena china por “desestabilizar la paz regional”. De forma análoga, la declaración conjunta China-Rusia de mayo de 2025 rechazó enfáticamente cualquier despliegue de armas nucleares o antimisiles en Asia bajo el pretexto de reforzar la disuasión extendida estadounidense.
A pesar de todo ello, la teatralidad implica riesgos, ya que una disuasión mal calibrada puede volverse una provocación. En este sentido, algunos gestos militares extremos “no aumentan la seguridad de Taiwán”, sino que de manera contraria pueden poner en peligro la existencia de la misma.
Quizá, EE.UU. debería centrarse en invertir discretamente en capacidades reales y comunicar estos avances de manera más cautelosa. En este contexto, ambos bandos actúan de forma imprudente y elevan las tensiones con posibles consecuencias adversas para aliados como Corea del Sur, Japón y Taiwán. En suma, este “juego de representaciones y disfraces” en el Indo-Pacífico convierte cada movimiento militar en un mensaje político directo y concreto. Mientras tanto, los Estados vecinos deben de reajustar sus posturas según perciban credibilidad (o no) en el paraguas estadounidense.
Las acciones y reacciones de los aliados reflejan la tensión reinante que prima hoy sobre la región. Por ejemplo, en Filipinas la escalada naval militar china llevó a Washington a reforzar la presencia de misiles de largo alcance como señal de apoyo a Manila. Aunque este gesto fue bien recibido en términos de seguridad, persisten dudas sobre la solidez del compromiso a largo plazo, más aún con Trump a la cabeza del gobierno.
En Japón, la coordinación de defensa con EE.UU. es materia prioritaria, y el ministro de Defensa japonés subrayó que la estabilidad en el estrecho de Taiwán “es importante para la seguridad nacional de Japón”. Estados Unidos prometió una disuasión “robusta y creíble” con Tokio “en primera línea” ante cualquier contingencia en China.
Corea del Sur, por su parte, también busca fortalecer sus defensas mientras observa de cerca los ejercicios conjuntos chino-rusos. En síntesis, los aliados de EE.UU. se ven inmersos en una revisión continua para evaluar si la alianza con EE.UU. sigue garantizándoles seguridad, ya que cualquier señal de debilidad podría llevarlos a buscar acuerdos alternativos o a ajustar sus propias estrategias, o subóptimamente, caer presos de las garras del eje Pekín-Moscú.

Éste justamente es otro factor que complejiza el escenario. China y Rusia han multiplicado sus maniobras conjuntas a gran escala en este último tiempo. Por ejemplo, el ejercicio naval Ocean-2024 desplegó varios buques chinos y 15 aviones en aguas del Pacífico ruso, y ambos países han realizado patrullas aéreas combinadas cerca de Japón y en el océano norte.
Entre 2014 y 2023 han celebrado entre cuatro y diez ejercicios bilaterales por año, subrayando la continuidad de su creciente cooperación militar. El presidente Putin sostuvo que esta estrecha colaboración responde a las “crecientes tensiones geopolíticas” globales.
En el clima actual de las confrontaciones y roces militares en el sistema internacional, Rusia y China se consideran mutuamente “clave para proyectar su fuerza” en eventuales escenarios de conflicto. Esta alianza estratégica, que se sostiene por las declaraciones conjuntas en las que ambos países rechazan duramente la expansión de la disuasión extendida estadounidense, tiene como objetivo primario socavar el orden creado y liderado por Washington, además de influir en los cálculos de costo – beneficio políticos y militares de los países asiáticos.
El posible fin o deterioro de la disuasión extendida estadounidense en Asia parece ser un proceso gradual, marcado por una lucha de diferentes perspectivas y percepciones sobre el “nosotros y los otros”, tanto por el despliegue de fuerzas excesivamente calculado, como por el poder de la retórica disuasiva y de alianzas clave en función de un objetivo simbólico, como lo es la muestra del dominio del poder.
Su solidez depende de que EE.UU. decida mantener una postura coherente y creíble ante sus aliados; ya que cualquier signo de titubeo puede erosionarla rápidamente. En este gran juego del Pacífico, la teatralidad del poder –la coreografía de visitas, ejercicios y declaraciones– define con creces la “normalidad” estratégica.
“La escalada militar ha impuesto una tensión tal que EE.UU. y China parecen “jugar mal” con la seguridad regional, haciendo que Corea del Sur, Japón y Taiwán observen cautos cada movimiento.”
Zuri Linetsky, Eurasia Group Foundation.
En última instancia, la percepción de amenaza o respaldo, comunicada a través de gestos simbólicos o discursivos, podrá redefinir las decisiones futuras de estos países. El resultado de este enfrentamiento, más que por el poderío material per se, dependerá de quién logre proyectar con mayor convicción la voluntad de actuar –o de abstenerse– ante una posible escalada bélica de un conflicto silencioso, pero latente.
Luca Nava (Argentina): Estudiante de Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de San Martín. Columnista de Diplomacia Activa.
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