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Entre la renovación y la irrelevancia

Por Luca Nava

Albert Ramdin fue elegido por aclamación de los 34 países con derecho a voto durante una Asamblea General extraordinaria de la OEA celebrada en Washington. Ramdin era el único aspirante en la contienda para remplazar a Luis Almagro, luego de que el canciller de Paraguay, Rubén Ramírez Lezcano, abandonara su candidatura.

En este sentido, Brasil, Bolivia, Chile, Colombia, México y Uruguay prestaron su apoyo al surinamés, al igual que los Ejecutivos de Costa Rica, Ecuador y República Dominicana, de centro y centroderecha. Ramdin cuenta con experiencia previa en la OEA y ha resaltado su intención de abrir una nueva etapa de diálogo tras los 10 años de mandato de Almagro, muy criticado por la izquierda regional por su alineamiento con Washington.

No obstante, la elección de Ramdin como Secretario General de la OEA no está exenta de polémicas e interrogantes. EEUU ha expresado preocupación por la influencia de China en Latinoamérica y este lunes cuestionó el rol que Pekín juega dentro de la organización, donde tiene un asiento como miembro observador.

Teniendo en cuenta que EEUU aporta aproximadamente la mitad del presupuesto de la organización y el desprecio que la figura de Donald Trump ha profesado hacia las organizaciones multilaterales, sumado a los recortes en el gasto federal impulsados por Elon Musk y la guerra comercial con China, la OEA está viviendo uno de sus momentos más tensos en términos de sostenimiento autosuficiente. 

Sumado a esto, las controversiales opiniones de Ramdin sobre la construcción de un posible diálogo con Venezuela, y la desatención por la situación política en Nicaragua, generó dudas con respecto a su rango de actuación frente a las violaciones de los derechos humanos y la vulnerabilidad de la instituciones en la región, fraguando así las posibilidades de un cambio real en lo que concierne a la estabilidad democrática en Latinoamérica


Ilustración | Mariano Vior

El legado de Almagro

La gestión de Almagro finaliza tanto con aplausos como con abucheos, luego de estos 10 años de trabajo en la OEA. Su principal objetivo dentro de la organización fue terminar con la polarización en las Américas, y la pregunta aquí es: ¿Lo logró? Si bien su gestión estuvo marcada por una agenda de confrontación con los gobiernos autoritarios de la región y una férrea defensa de la democracia y los derechos humanos, irónicamente también estuvo caracterizada por la creciente polarización que el mismo Almagro juró eliminar.

Desde su elección en 2015, Almagro adoptó un enfoque activo e intervencionista, convirtiéndose en un actor central en crisis como la de Venezuela, Bolivia y Nicaragua. Sin embargo, su estilo combativo y su alineamiento con Washington generaron críticas por parte de varios gobiernos, que lo acusaron de debilitar el rol de la OEA como un foro multilateral de diálogo. En este sentido, Almagro acabó por actuar más como un político que como un diplomático, y si bien el balance de su mandato deja logros innegables, también deja una organización claramente fracturada en términos de unión y convivencia

Desde el inicio de su mandato, Almagro centró toda su atención en las violaciones a las libertades fundamentales. Bajo su liderazgo, la organización no solo condenó las elecciones fraudulentas en Venezuela, sino que también fue clave en el reconocimiento del gobierno interino de Juan Guaidó en 2019, una decisión respaldada por varios países de la región y Estados Unidos.

En el caso de Venezuela, impulsó investigaciones sobre crímenes de lesa humanidad respaldando los informes de la ONU y de la Corte Penal Internacional. En Nicaragua, la OEA fue una de las primeras organizaciones en denunciar la represión del gobierno de Daniel Ortega contra manifestantes en 2018, exigiendo sanciones internacionales y liberación de presos políticos. Este activismo diplomático reforzó la imagen de la OEA como un organismo dispuesto a defender los valores democráticos, aunque a costa de generar divisiones entre sus miembros.

Otro pilar fundamental de su gestión fue el impulso a las misiones de observación electoral, consolidando el rol de la OEA como garante de procesos democráticos en la región. Durante su mandato, el organismo participó en más de 50 elecciones en distintos países, promoviendo estándares de transparencia y legitimidad. En algunos casos, como en las elecciones de Honduras en 2017, la OEA denunció irregularidades y propuso la repetición de los comicios, generando un fuerte impacto en la opinión pública. En 2019 también denuncia irregularidades en las elecciones de Bolivia, lo que llevó a la renuncia de Evo Morales y a la instalación de un gobierno de transición. Si bien esta postura fue respaldada por algunos sectores, otros lo acusaron de precipitar una ruptura institucional.


Imagen | ICN

A pesar de que Almagro posicionó a la OEA como un actor relevante en la política hemisférica, su estilo intransigente terminó fracturando el consenso dentro del organismo. Su cercanía con Washington y su alineamiento con las posturas de la primera administración de Donald Trump llevaron a que gobiernos como los de México y Argentina lo acusaran de instrumentalizar la organización con fines políticos.

En particular, Almagro fue criticado por adoptar un enfoque diferenciado ante las crisis de la región. Mientras fue contundente contra Venezuela y Nicaragua, guardó silencio o fue más moderado en conflictos como la crisis política en Haití o el asesinato del candidato ecuatoriano Fernando Villavicencio en 2023. Esta inconsistencia debilitó su imagen de imparcialidad y abrió espacio para que otras organizaciones, como la CELAC y la ONU, asumieran un rol más activo en la mediación de conflictos.

Retomando el ejemplo de las elecciones en Bolivia de 2019, diversos estudios —incluidos análisis del Centro de Investigación en Economía y Política (CEPR) y medios como The New York Times— pusieron en duda la solidez de las pruebas presentadas que sostenían el presunto fraude electoral. Este episodio llevó a que Almagro fuera acusado de favorecer un golpe de Estado, debilitando la credibilidad de la OEA como observador neutral, y promovió así la idea de que la organización actuó de manera irresponsable y contribuyó a la desestabilización del país.

Un gigante silencioso acecha

La llegada del diplomático surinamés Albert Ramdin a la Secretaría General de la OEA coincide con un momento de profunda reconfiguración en el sistema internacional.

Ilustración | Diálogo Político

La política exterior estadounidense con Trump a la cabeza ha retomado un enfoque más confrontativo, especialmente en relación con regímenes de izquierda y la creciente influencia de China en Latinoamérica. En este escenario, Ramdin parece quedar atrapado en medio de la pugna entre Washington y Beijing por la hegemonía en la región.

La presencia de China en América Latina ha crecido significativamente en las últimas dos décadas, donde países como Brasil, Argentina y varias naciones del Caribe han intensificado sus lazos con Beijing. Ramdin se ha propuesto como reto evitar que la OEA sea percibida como un organismo alineado exclusivamente con Washington, especialmente cuando muchos de sus Estados miembros han encontrado en China una fuente alternativa de financiamiento.

Sin embargo, la administración Trump ya ha dado señales de que endurecerá su postura contra cualquier intento de acercamiento a Beijing, además de que el Secretario de Estado Marco Rubio ya ha anunciado que buscará frenar la expansión china cueste lo que cueste. Por lo tanto, estas medidas podrían traducirse en presiones económicas y diplomáticas sobre la OEA para mantener su fidelidad a la agenda estadounidense.

Durante su primer mandato, Trump identificó en la OEA un instrumento clave para establecer presión sobre los gobiernos de izquierda en la región. Ahora, con su segundo mandato en marcha, es probable que Washington exija aún más lealtad por parte del organismo, limitando la capacidad de Ramdin para adoptar un enfoque más conciliador o independiente.

Trump ya ha dejado claro que su administración no tolerará concesiones hacia Venezuela y Cuba, lo que podría generar fricciones dentro de la OEA, teniendo en cuenta que el nuevo secretario general alentó a una estrategia de diálogo en lugar de confrontación. Además, el propio financiamiento del organismo dependerá en gran medida del visto bueno de la Casa Blanca, lo que claramente condicionará las decisiones a tomar por Ramdin.


Los nuevos desafíos de la OEA

Terminada la gestión de Almagro, Ramdin ahora asume el desafío de restaurar la imagen de la OEA como un organismo imparcial y capaz de generar consensos, en un contexto de polarización acrecentada, con bloques de países enfrentados en torno a la crisis de Venezuela, el rol de Estados Unidos y la legitimidad de la organización como foro de diálogo.

Si adopta una política de neutralidad estratégica, podría lograr que la OEA recupere su función histórica como espacio de resolución de conflictos y fortalecimiento democrático. Sin embargo, esto depende pura y exclusivamente de su capacidad para barajar las presiones de Washington, los intereses de China en la región y las posiciones de los gobiernos latinoamericanos.

En el mismo sentido, la estabilidad de la OEA depende también de la evolución del mapa político latinoamericano. Si en los próximos años emergen liderazgos más pragmáticos y no tan extremistas, es posible que la OEA encuentre margen para recuperar su legitimidad. 

En suma, el futuro de la OEA bajo la gestión de Ramdin tiene como interrogante qué tan simple será adaptarse a un escenario local e internacional fuertemente polarizado. La organización enfrenta dos caminos opuestos: recuperar su rol como mediador regional o quedar atrapada en una estructura burocrática con influencia limitada.

Si logra modernizar su agenda y establecer puentes entre los distintos bloques de poder, podría recuperar parte de su legitimidad. Pero si las tensiones geopolíticas la siguen condicionando, la OEA corre el riesgo de perder protagonismo frente a organismos alternativos. En última instancia, el liderazgo de Ramdin definirá si la OEA puede reinventarse o si virará lentamente hacia la obsolescencia, convirtiéndose en una institución con más dudas que respuestas.


Luca Nava (Argentina): Estudiante de Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de San Martín. Columnista de Diplomacia Activa.

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