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Cómo el autoritarismo ruso está seduciendo a Occidente

Por Axel Olivares

Mientras Ucrania enfrenta el abandono de su aliado en América, la influencia de Vladimir Putin crece en el hemisferio. Líderes populistas de izquierda y derecha ven con simpatía su modelo, desafiando la democracia liberal y redefiniendo el orden global.

Hace tres años, una de las figuras más agresivas del mundo pasó a ser el principal villano del mundo. Cuando Rusia decidió invadir Ucrania y desatar una guerra injustamente asimétrica, simplemente por la intención de una nación independiente de acercarse más a Occidente, Vladimir Putin dejó en claro que los intereses del Kremlin estarían a partir de ahora por encima del derecho internacional y la soberanía de los países.

La invasión a Ucrania fue la gota que derramó el vaso. El líder ruso había cruzado una línea que obligaba a Occidente a levantarse contra el líder ruso, quien durante muchos años había ejercido presión sobre los países exsoviéticos.

A pesar de las diferencias, los países de la OTAN y la Unión Europea tenían algo en claro: la defensa de la soberanía ucraniana era una obligación. Así lo fue hasta que, en 2025, el “líder del mundo libre” decidió cambiar de punto de vista.

Con Donald Trump nuevamente en la Casa Blanca, el frente de batalla que acompañó a Ucrania por tres tempestuosos años comenzó a sufrir fisuras. Trump no solo responsabilizó a Volodimir Zelenski por la guerra, sino que además se mostró sumamente servicial a su par ruso, obstaculizando la ayuda a Ucrania.

La incómoda entrevista en la Oficina Oval con el presidente ucraniano, la suspensión de la ayuda militar a Ucrania y la posibilidad cada vez menos imposible de que Estados Unidos corte vínculos con la OTAN y la Unión Europea: cada hecho orquestado por el mandatario estadounidense es como un planeta alineándose con otro a favor de Vladimir Putin quien ve con goce el resquebrajamiento de sus verdaderos adversarios


Ilustración | The Telegraph

Cabe preguntarse, ¿cómo Estados Unidos logró ser parte de los planes del Kremlin? Lo cierto es que la postura de Trump no es causa sino consecuencia de una tendencia que no muchos vieron venir.

Vladimir Putin recolecta cada vez más popularidad en el público occidental e inspira a muchos dirigentes a replicar su modelo indistintamente de si se trata de líderes de izquierda o derecha. A estos sectores no solo les resulta indiferente lo que le suceda a Ucrania, sino que además comparten su descontento con la democracia liberal.

Rusia ¿Un modelo a seguir?

A lo largo de los 25 años que Vladimir Putin estuvo al mando, el ex agente de la KGB fue forjando la figura de una autoridad fuerte. Al asumir, una de sus primeras medidas fue invertir grandes cantidades de dinero en armamento militar para ubicar a Rusia a la altura de las potencias occidentales.

Su impronta maquiavélica no tardó mucho en salir a la luz. Luego de reprimir el levantamiento en Chechenia (lo cual le valió gran popularidad en Moscú), Putin se lanzó a la misión de reclamar por medio de la fuerza los países exsoviéticos y reintegrarlos a la esfera de influencia rusa. 

Una Rusia recargada militarmente comenzó a avanzar en países como Georgia y Ucrania con el fin de instalar gobiernos satélites en cada región. Su principal estrategia se basó en defender la lucha independentista de varios territorios arraigados a la cultura soviética, tales como Abjasia y Osetia del Sur en Georgia, o Dombás en Ucrania.

La respuesta internacional podía variar, mientras tanto, Putin adquiría la fama de un sujeto con el cual se debe tener cuidado. Simultáneamente, Rusia se mostraba ante el mundo como una sociedad cohesionada y un lugar en donde los valores tradicionales ortodoxos habían logrado prosperar, en comparación con los países europeos y americanos donde la descentralización del poder creaba polarización e intereses particulares.

Lo cierto es que esa paz que el Kremlin promocionaba solo se podía lograr a través de la represión y el adoctrinamiento. Con un gobierno atravesado por los valores de la iglesia ortodoxa, varios sectores fueron fuertemente reprimidos por no encajar en esa rigidez moral. Además, las autoridades dedicaron gran parte de sus esfuerzos en eliminar opositores como también censurar y manipular a medios de comunicación (ya sea dentro o fuera de Rusia).

Paradójicamente, el gobierno de Putin mantuvo índices de popularidad estables. Pero, ¿cómo un gobierno tan extenso y autoritario logró conservar el consenso hasta el día de hoy? Para responder esta pregunta, debemos remontarnos a la historia reciente de Rusia. Luego de la caída de la URSS, los años posteriores fueron caóticos para el país. Durante el gobierno de Boris Yeltsin, el primer presidente elegido democráticamente, Rusia atravesó una fuerte crisis económica producto de la caída del sistema comunista.

Décadas después, se introdujo en el imaginario colectivo que democracia es sinónimo de crisis, una idea que le permitió al líder ruso no solo perpetuarse en el poder sino también centralizarlo en manos de una élite selecta.

Un Occidente vulnerable

Actualmente, varios países occidentales atraviesan una crisis institucional impulsada tanto por dictaduras socialistas como por gobiernos de extrema derecha. En detrimento del pluralismo, estos sectores optan por la reducción del aparato estatal, justificada como un recorte presupuestal, para concentrar el poder en manos de un grupo más movilizado por una ideología que por la colaboración multilateral.

Por otro lado, el ascenso del nacionalismo dentro de estos sectores hace que la globalización comience a verse con desconfianza por la posible intromisión de “influencia extranjera” en sus naciones.

Ilustración | Klawe Rzeczy

En el ámbito diplomático, gobiernos como el de Donald Trump, Javier Milei o Viktor Orban se inclinan por un sistema unilateral que deje atrás todo tipo de integración regional.

Existe un país que articula estos tres factores exitosamente: Rusia. Más allá de la posición que puedan tener los partidos extremistas sobre la invasión rusa sobre Ucrania, todos comparten estos pilares. De hecho, una gran porción de la población que prioriza los valores conservadores cristianos y el fortalecimiento militar por encima de la participación democrática ya no tienen pudor en admitir que admiran a Putin.

Además, si se trata de ideologías, Putin ha traspasado la dicotomía izquierda-derecha convirtiéndose en un punto unificador entre las facciones autoritarias de ambas posiciones. Mientras que la derecha populista ve en el líder ruso un defensor de los valores conservadores, la izquierda populista considera la actual Rusia como una reminiscencia de lo que alguna vez fue la Unión Soviética. Un lugar que logra ilustrar esta convulsión en el clásico espectro ideológico es el este de Alemania, una región fuertemente arraigada a su pasado comunista, pero que actualmente es el bastión del partido de ultraderecha Alternativa para Alemania (AfD) y también una zona con una fuerte conexión con el presidente ruso.

¿Cómo empatizar con un tirano?

El sutil aval que Putin comienza a tener en Occidente coincide con el resurgimiento de una visión conservadora de las relaciones internacionales que se fusiona a la perfección con la idiosincrasia rusa. Putin rememora a Pedro el Grande, Catalina la Grande o hasta Josef Stalin como fuentes de inspiración para su régimen, próceres rusos que forjaron la Rusia Imperialista, movilizados por la idea de que Rusia es la “verdadera Europa”. Para eso, el fin siempre justifica los medios, o como alguna vez dijo Trump, «aquel que salva a su país no viola ninguna ley».

En este afán, el Kremlin ha logrado impartir en su territorio lo que la filósofa Hannah Arendt llamó la “banalidad del mal”, es decir, la naturalización de los actos de violencia y corrupción como parte de la estructura burocrática del régimen.

Ilustración | The Atlantic

Arendt argumenta que esta banalidad se relaciona a la falta de libertad de pensamiento e imaginación dentro de un sistema totalitario, lo cual neutraliza el cuestionamiento moral de un acto hasta hacerlo desaparecer. Ahora bien, más allá de la amenaza coercitiva, ¿Cómo se puede explicar ese sólido consenso dentro de Rusia?

De acuerdo con el filósofo alemán, Erich Fromm, la libertad es un desafío que implica tomar decisiones sobre nuestro propio destino. En “El miedo a la libertad”, Fromm sostiene que los líderes autoritarios le ofrecen a quienes temen enfrentar esta responsabilidad la posibilidad de sentir seguridad y certeza en sus vidas, así como también la oportunidad de fusionarse con las masas, evitando el temor de lidiar con la soledad que implica la individualidad.

Depositar toda la confianza en un líder mesiánico es una tendencia que ha tomado fuerza en Occidente. Pero ¿por qué ocurre esto en países con una base institucional sólida? Podría decirse que la democracia ha sido víctima de su propio éxito. Una vez garantizados los derechos civiles comienzan a resonar las frustraciones ante el sistema. 

Las nuevas tecnologías, las redes sociales, la inflación, el desempleo, la falta de “moldes sociales” crea en la población, sobre todo en los más jóvenes, rencor hacia el establisment. He aquí un nuevo detonante de empatía con la sociedad rusa, cuya falta de libertades individuales ha creado una sociedad engañosamente armoniosa.

La ley del más fuerte

A partir del nuevo orden mundial que Donald Trump y Vladimir Putin pregonan, en el cual la geopolítica estaría marcada por la ley del más fuerte, es posible que el culto a las personalidades autoritarias siga en ascenso. 

Un primer destello puede verse con la suspensión de la ayuda militar estadounidense a Ucrania. Ante este panorama, la OTAN no ve otra opción que aumentar hasta 5 puntos del PBI de sus miembros en gasto militar. Esta decisión posiblemente tenga efectos colaterales en sus respectivas economías y, consecuentemente, estimule el rechazo a la autoridad que Rusia más aborrece.

Aun así, ¿existe la posibilidad de que la “doctrina Putin” logre replicarse en países donde la democracia, con sus vaivenes, se encuentra estable? Nadie podría medir el alcance del arquetipo Putin. No obstante, nadie pudo predecir que Estados Unidos se alinearía a los intereses rusos. Tal como indicó el politólogo Joseph P. Overton, una idea puede ser impensable en un principio, pero, al ser sugerida sutilmente por el líder de turno, esta pasa a ser sensata, luego una buena idea, luego una idea popular, hasta que finalmente se convierte en una realidad política.


Axel Olivares (Argentina): Estudiante de Comunicación Social, Universidad Nacional de Cuyo. Redactor y columnista en Diplomacia Activa.

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