Venezuela ¿Una revolución de colores?
Por Lautaro Bermudez
Las elecciones pueden haber sido un fraude a cielo abierto, pero también podrían marcar el comienzo del fin del régimen. Nicolás Maduro creó un sentimiento de unidad más fuerte en los venezolanos que se encuentran en el país y también en los desplazados. El heredero de Hugo Chávez abrió las heridas de toda una generación que ahora, buscará revancha.

Como era de esperarse, el oficialismo, encabezado por Nicolás Maduro, quien asumió el poder en 2013, ha demostrado una firme determinación de mantenerse en el gobierno a cualquier costo. Esta postura se evidenció, entre otras cosas, en la repetida violación de los acuerdos de Barbados, diseñados para garantizar unas elecciones justas y transparentes. Las señales estaban ahí, mucho antes de las elecciones, Maduro y los suyos sabían que no iban a aceptar una derrota electora.
Por otro lado, la oposición venezolana, liderada por la popular María Corina Machado y el candidato presidencial Edmundo González Urrutia, respaldada por una coalición de observadores internacionales, sostuvo que la única forma en que Maduro podría mantenerse en el poder sería a través de un fraude monumental y una manipulación electoral descarada como a la que asistimos el domingo por la noche. Esta desconfianza mutua se reflejó en la promesa de Maduro de que las fuerzas gubernamentales y sus seguidores defenderían su administración a toda costa, un compromiso que presagió un enfrentamiento violento si los resultados electorales no le daban una victoria segura. Mientras tanto, la oposición está igualmente decidida a no aceptar una derrota que consideren injusta, creando un escenario potencialmente explosivo de movilizaciones masivas y confrontaciones en las calles de Venezuela.
“Queremos decirle a toda Venezuela y el mundo que Venezuela tiene un nuevo presidente electo y es Edmundo González Urrutia (…). González Urrutia obtuvo el 70% de los votos y Nicolás Maduro 30%. Esta es la verdad”
María Corina Machado, líder de la oposición venezolana.
Al mismo tiempo, la participación de la oposición en estas elecciones, a pesar de sus reiteradas denuncias de fraude y manipulación, plantea al menos una pregunta ¿Por qué insisten en participar en un proceso al que consideran amañado? La respuesta a esta cuestión implica un entramado de estrategias políticas y consideraciones internacionales que van más allá de la simple búsqueda de una victoria electoral. La oposición parece estar utilizando estos comicios para evidenciar el fraude de manera contundente, movilizar a la ciudadanía y desestabilizar al régimen de Maduro, un enfoque que recuerda a las «revoluciones de colores» en Europa del Este y otros movimientos similares en diversas partes del mundo.
El “playbook” de Maduro: la táctica habitual
La historia reciente de Venezuela está marcada por la violación constante de acuerdos destinados a restaurar la democracia y garantizar procesos electorales justos. Los acuerdos de Barbados, firmados en 2023, son un claro ejemplo de esto. A pesar de las promesas iniciales, el gobierno de Maduro incumplió sistemáticamente estos compromisos, descalificando a candidatos competitivos y manipulando el sistema electoral para asegurar su permanencia en el poder. Unas acciones que no sólo minan la confianza en el proceso electoral, sino que también exacerban la crisis de legitimidad que enfrenta el régimen chavista.

De esta forma, la retórica de Maduro, que acusó a la oposición de planear un fraude con ayuda de fuerzas extranjeras, no fue más que una estrategia para justificar cualquier acción represiva que pueda tomar en respuesta al levantamiento a los fraudulentos resultados.
El control que el chavismo ejerce sobre las fuerzas armadas y otros sectores clave del gobierno, añade otra capa de complejidad a esta situación. Muchos dentro del régimen se benefician del statu quo y no están dispuestos a permitir un cambio que podría poner en peligro sus intereses. Incluso si la oposición hubiese logrado una victoria en las urnas, la transición del poder hubiese sido extremadamente difícil y probablemente violenta, con facciones dentro del gobierno y las fuerzas armadas resistiendo cualquier intento de cambio.
¿Una revolución de color en Venezuela?
A pesar de las numerosas dificultades y la inevitabilidad del fraude, la oposición venezolana decidió participar en las elecciones del 28 de julio. Esta decisión, a primera vista contradictoria, puede entenderse mejor en el contexto de una estrategia política más amplia. La oposición, junto con varios países occidentales que desean ver el fin del régimen chavista, parece estar utilizando estos comicios para establecer un marco moral y legal que justifique acciones posteriores. La participación en unas elecciones claramente amañadas permite a la oposición documentar y denunciar el fraude de manera convincente, movilizando tanto a la ciudadanía venezolana como a la comunidad internacional contra el régimen de Maduro.
Este enfoque recuerda a las «revoluciones de colores» que se produjeron en Europa del Este y otros movimientos de protesta similares en Hong Kong, Ucrania y el mundo árabe. En cada uno de estos casos, las elecciones fraudulentas sirvieron como catalizador para movilizaciones masivas y demandas de cambio político, apuntaladas con inteligencia y diplomacia desde el exterior. En Venezuela, la oposición supuso una demostración contundente de que el fraude electoral pueda generar presión popular y desestabilizar al régimen, creando las condiciones para una transición de poder, aunque esta sea tumultuosa y prolongada.
«Las revoluciones de colores no son simplemente manifestaciones espontáneas de descontento; son procesos cuidadosamente orquestados que involucran una mezcla de estrategias de resistencia pacífica y apoyo internacional».
Gene Sharp, activista de la resistencia no violenta.
Sin embargo, el contexto internacional actual presenta serias limitaciones para una «revolución de color» en Venezuela. Los múltiples conflictos que Occidente enfrenta en otras partes del mundo, como la guerra en Ucrania, las tensiones en Gaza y la competencia estratégica con China en el Asia Pacífico, limitan la capacidad de Estados Unidos y sus aliados para apoyar una movilización masiva en Venezuela. Además, la incertidumbre política en Estados Unidos, exacerbada por una campaña electoral divisiva y eventos recientes como el intento de asesinato a Trump y la renuncia de Biden a la reelección, dificulta una coordinación burocrática efectiva para respaldar a la oposición venezolana.
Con el diario del lunes
Las primeras horas de la jornada electoral en Venezuela transcurrieron de forma tranquila, no obstante tiempo después el pueblo venezolano intentó a toda costa emular movimientos de protesta como las «revoluciones de colores» y con razón. Teniendo en cuenta que esta fue una elección presidencial que podría haber representado el cambio político más significativo en el país en los últimos 25 años o prolongar por seis años más un gobierno autoproclamado socialista, se hizo inevitable la tensión y la necesidad de manifestación de todas las partes involucradas.
Como se mencionó previamente, la historia de Venezuela está caracterizada por la repetida transgresión de acuerdos que buscan restaurar la democracia y asegurar elecciones justas, es por eso que los dos principales candidatos instaron al pueblo venezolano a mantenerse atento y defender sus votos a capa y espada.
Tanto la oposición como el chavismo, dieron por ganada esta elección durante horas. Pero en la silla presidencial de un país no hay lugar para dos cabezas. Después de horas de espera, incertidumbre y temor, el peor de los escenarios se consumó: el Consejo Nacional Electoral, con el 80% de las urnas escrutadas, afirmó que el líder autoritario Nicolás Maduro obtuvo el 51,2% de los votos, mientras que el principal candidato de la oposición, Edmundo González, perdió con el 44,2 %.

¿Y ahora qué? Las elecciones pueden haber sido un fraude a cielo abierto, pero también podrían marcar el comienzo del fin del régimen. Nicolás Maduro creó un sentimiento de unidad más fuerte en los venezolanos que se encuentran en el país y también en los desplazados. El heredero de Hugo Chávez abrió las heridas de toda una generación que ahora, buscará revancha.
Lo cierto es que estamos hablando de una nación que se encuentra al borde de una crisis anunciada, donde las elecciones servirán como el detonante de una serie de eventos que definirán el futuro del país. En este escenario, la comunidad internacional y el pueblo venezolano deberán prepararse para enfrentar las consecuencias poco predecibles pero que harán historia.
Lautaro Bermudez (Argentina): Licenciatura en Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de San Martin, y columnista en Diplomacia Activa.
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