Geopolítica verde: el nuevo juego de poder
Por Marko Alberto Sal Motola
La transición a fuentes de energía sostenible está generando transformaciones profundas en el sistema global. Tras la fachada amistosa de la agenda ecológica, emerge una rivalidad geopolítica que configura un nuevo mapa energético. No obstante, esta búsqueda de energías limpias difiere notablemente de experiencias pasadas ¿Cómo afecta esta geopolítica verde al entramado internacional?

Desde el establecimiento del Acuerdo de París en 2015, alcanzar la neutralidad de carbono para el año 2050 supone una transformación sistémica. En particular, la sustitución de los combustibles fósiles por energías bajas en emisiones o sin emisiones, ha motivado cambios en el sector energético. En teoría, la neutralidad de carbono es posible partiendo del actuar colectivo de la comunidad internacional e invirtiendo en energías renovables, eficiencia energética y tecnologías no contaminantes. Empero, la realidad es muy distante al optimismo planteado en el Acuerdo de París, ya que esta transición se ha convertido —bajo la lógica del realismo político— en una suerte de supervivencia de los Estados.
El auge del término “seguridad energética” ha alcanzado una posición prioritaria en las agendas de los gobiernos, y es que los combustibles fósiles han resultado en un arma de doble filo. Actualmente, alrededor del 80% de la energía mundial es suministrada por el carbón, el gas natural y el petróleo. Por ende, gran parte de la electricidad necesaria para las actividades humanas, la calefacción para sobrellevar el invierno, el aire acondicionado para aguantar el calor, el transporte y la producción industrial, son sumamente sensibles a eventos geopolíticos. Basta con ver los efectos de la Guerra entre Rusia y Ucrania en los sectores energético y alimentario, el temor de que el conflicto entre Hamás e Israel detone una nueva crisis energética, o que la cuestión del Esequibo provoque alteraciones en el mercado.
Entonces, ¿cuál es la solución para resolver esta inseguridad? La transición energética promete aliviar las preocupaciones de los Estados con nuevas formas de generar energía limpia. Sin embargo, las aspiraciones individuales han obstaculizado el actuar colectivo para alcanzar las metas establecidas en el Acuerdo de París. Tomemos como ejemplo a Estados Unidos y la Unión Europea, actores que han impulsado en sus legislaciones la Ley de Reducción de la Inflación y Ley Sobre la Industria de Cero Emisiones Netas respectivamente. Estas tienen el objetivo de incentivar la producción, refinado y procesamiento de recursos esenciales para la transición energética. Si bien incentivan la producción nacional, el mensaje de estas legislaciones es proteccionista y de fragmentación para reducir la interdependencia con sus rivales.

La Unión Europea busca sustituir progresivamente los combustibles fósiles abastecidos por Rusia —acusada de utilizar el gas como arma geopolítica— con las energías limpias y aspira a convertirse en el epicentro de la fabricación de tecnologías amigables con el ambiente. A su vez, ambos buscan producir sus propios minerales para deslindarse de China, la cual centraliza la mayoría de los recursos verdes críticos para la transición energética y que domina la cadena de suministro de tecnologías verdes. Por su parte, en aras de alcanzar una posición predominante en la electromovilidad, Estados Unidos ha optado por el reshoring con el fin de reducir la interdependencia con su rival asiático y promover la producción nacional y regional de estos recursos verdes con sus socios del Tratado México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC). Cabe mencionar que las inseguridades de Washington se han hecho notar con el establecimiento de una lista de 50 minerales críticos considerados esenciales para la economía o la seguridad nacional y cuya cadena de abastecimiento es vulnerable a disrupciones.
Desde otra mirada, es pertinente analizar quiénes van a la delantera y aquellos que se están quedando atrás en esta carrera geopolítica verde. De acuerdo con predicciones de la Agencia Internacional de Energía (IEA, por sus siglas en inglés) el 70% de la energía para 2050 será solar y eólica, y con miras a lograr este porcentaje son necesarios determinados recursos naturales. En este tenor, será crucial la participación de las llamadas “superpotencias verdes” por la presencia de los “oros verdes” (aluminio, cobalto, litio, cobre, manganeso, níquel, grafito, tierras raras y zinc) en sus territorios.
Estos recursos verdes son el pilar fundamental para la producción de baterías de vehículos eléctricos, turbinas eólicas, placas solares, para el funcionamiento de la energía nuclear, entre otras energías, y su importancia se ha reflejado en el incremento de la demanda desde hace unos años. En 2022, el mercado de estos oros verdes alcanzó los 320.000 millones de dólares y seguirá repuntando hasta el año 2050. Asimismo, entre 2017 y 2022 se triplicó la demanda del litio y se estima que el valor de este metal aumentará 40 veces para el 2040, mientras que la demanda del grafito, el cobalto y el níquel aumentará de 20 a 25 veces.
Países como Australia (con yacimientos de aluminio, cobalto, cobre litio, níquel, plata y zinc), República Democrática del Congo (la cual produjo 73% del cobalto en 2022), China (con yacimientos de aluminio, cobre, litio y tierras raras), Indonesia (con yacimientos de níquel) y Perú (con yacimientos de plata) recibirán grandes rentas de estos recursos los próximos años. Igual de importante es el Triángulo del Litio integrado por Argentina, Bolivia y Chile, donde potencias como China, Estados Unidos, Japón y Alemania se encuentran en marcha para introducir sus empresas para la extracción de este metal. Por su parte, en África será importante monitorear la región del Sahel, cuyos recursos como el cobre y el uranio beneficiarán a los regímenes autocráticos de la región por las rentas provenientes de estos insumos.
En contraste, ¿quiénes resultarán afectados? Si bien la demanda de combustibles fósiles sigue siendo necesaria para la transición energética a corto plazo, países altamente dependientes a la extracción del petróleo y al gas perderán influencia progresivamente si la reducción de la demanda de combustibles fósiles hacia el 2050 se hace realidad. Empero, no hay que caer en el reduccionismo de que los exportadores de combustibles fósiles son perdedores automáticos de la carrera geopolítica verde, ya que algunos se están adaptando a la transición. Por ejemplo, Rusia ha comenzado a explotar un yacimiento de cobre en la zona de Udokan, Siberia, el cual contiene 26 millones de toneladas de cobre y que piensa exportar a China, Corea y Japón.
Desde otro punto de vista, los países de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) han emprendido iniciativas para la transición energética. Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos —país donde se llevó a cabo la COP 28— han dirigido sus esfuerzos a la creación de centros de tecnologías verdes y han apostado en proyectos sobre captura, utilización y almacenamiento de carbono. Igual de importante es su ambición de convertirse en exportadores de energía verde a base de hidrógeno, aprovechando los fuertes vientos y rayos solares del desierto arábigo para producir este gas que es esencial para la reducción de emisiones de carbono. No obstante, aquellos países de la OPEP altamente dependientes del petróleo tendrán que replantear su relación con el medio geográfico para encontrar oportunidades que coadyuven a su introducción a la transición energética global.
¿Futuro verde o gris?
Por el momento, esta nueva fase promete una alta demanda de oros verdes, la reducción del consumo de combustibles fósiles, la estimulación de la minería en puntos estratégicos previamente mencionados y un incremento en la fabricación y utilización de las energías verdes para el año 2050. No obstante, es importante prestar atención a otros factores más grises que verdes.
Si bien la demanda de los recursos verdes incrementa progresivamente, no hay que olvidar que estos son finitos y que se suscitará una crisis inevitable en la oferta de estos. Por ello, aquellos países que emprendan iniciativas de reciclaje de metales podrán mitigar los efectos de las disrupciones en el mercado de energías verdes. Como ejemplo, metales como el cobre pueden ser reciclados y reutilizados con las infraestructuras y tecnologías apropiadas.

También, estructuras que conocemos del sistema internacional no se podrán replicar con esta nueva transición. Es posible imaginar una agrupación como la OPEP de recursos verdes con la capacidad de tener control sobre el mercado de la energía verde. Sin embargo, los costos de la minería, la dificultad de sus operaciones y la dispersión de estos minerales que complica su extracción hace poco probable la formación de un cártel de este tipo.
Será relevante, asimismo, prestar atención a los efectos de la geopolítica verde en la multipolaridad del sistema internacional. Los pocos países con yacimientos de estos oros verdes podrán optar por una administración estatal de estos recursos o, en caso de no poseer las tecnologías necesarias, aceptarán la llegada de empresas extranjeras de países desarrollados para extraerlos. Lo cierto es que independientemente de los dos casos anteriores, se avecina una nueva era de extractivismos que podrá tener efectos económicos, sociales y ambientales negativos. Estos Estados no solo tendrán que enfocarse en extraer, sino también en invertir y utilizar energías verdes para no estancarse en la dependencia de estos recursos verdes.
De igual manera, la nueva geografía energética supone un punto de inflexión para la seguridad internacional, tomando en cuenta que la competencia por estos recursos verdes puede propiciar nuevos conflictos. Así como hemos presenciado conflictos relacionados con los combustibles fósiles, no será de extrañar ver disputas por el litio, el níquel, el cobalto o las tierras raras. En este sentido, pongamos el caso del Esequibo disputado entre Venezuela y Guyana, territorio que, además de sus yacimientos petroleros, llama la atención por sus reservas de minerales y metales, entre ellos el manganeso y el cobalto; su potencial para generar energía hidráulica por sus rápidos y cascadas, y la presencia de bosques tropicales que coadyuvan en la fijación del dióxido de carbono, aspecto atractivo para el mercado de bonos de carbono.
Vale la pena mencionar que, a pesar de que la transición energética promete una relación amigable con el medio ambiente a largo plazo, los Estados contaminarán lo necesario para alcanzar su seguridad energética.
«Las superpotencias energéticas de la transición serán aquellas que ignoren a las críticas y hagan de todo: azotar los combustibles fósiles, extraer metales y acelerar las energías renovables. Ningún país hace todo eso todavía».
Matthieu Favas | The Economist

Idealmente, los verdaderos ganadores de la geopolítica verde no serán los extractores de los oros verdes, sino aquellos que se adapten al medio geográfico para aprovechar el sol, el viento y las mareas para la aplicación de tecnologías verdes. Sin embargo, la descoordinación de la comunidad internacional y las desigualdades estructurales en el sistema internacional pueden amenazar con contribuir en el cambio climático y afectar el funcionamiento de las infraestructuras verdes. Los efectos del incremento de la temperatura, como el calentamiento de los mares y las fuertes sequías, ya afectan a la energía hidroeléctrica y la refrigeración de centrales eléctricas. De no tomarse acción para la mitigación del incremento de la temperatura, será cuestión de tiempo ver cómo el cambio climático seguirá obstaculizando la eficiencia de otras tecnologías verdes.
Hasta la fecha, puede que haya países posicionados a la delantera de esta carrera geopolítica verde, producto de sus capacidades extractivas y tecnológicas; otros que están surgiendo como actores estratégicos, tales como las superpotencias verdes que poseen abundantes recursos; y algunos que se están quedando estancados por su dependencia a los combustibles fósiles o por su postura negacionista ante el cambio climático. Pero sin cooperación internacional en la materia e ignorando que hay Estados que todavía no son capaces de adaptarse a esta nueva realidad, la comunidad internacional en conjunto no ganará en el futuro próximo. Sin una coordinación en la transición energética, no habrá agenda de seguridad energética que pueda salvar a los Estados de los efectos irreversibles del cambio climático.
Marko Alberto Sal Motola (México): Licenciado en Relaciones Internacionales, Universidad Anáhuac Querétaro.
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