Argentina y el BRICS: una mirada desde el autonomismo
Por Marko Alberto Sal Motola
En su última cumbre en Johannesburgo, el grupo BRICS anunció la admisión de seis nuevos miembros que obtendrán la membresía plena a partir del 1 de enero de 2024. Entre los países invitados, Argentina resaltó por ser el único de América Latina en ser contemplado como nuevo miembro del bloque.

Alberto Fernández, presidente de Argentina, recibió esta invitación como una nueva oportunidad para seguir, en sus palabras, “fortaleciendo relaciones fructíferas, autónomas y diversas con otros países del mundo”. En la retórica del presidente, el ejercicio de “relaciones autónomas” resalta como un objetivo central de Argentina con miras a ampliar su margen de actuación internacional e insertarse en el sistema internacional multipolar. En este tenor, ¿cómo podemos explicar esta integración a través de las teorías de las relaciones internacionales? La Escuela de la Autonomía nos brinda preceptos para entender los procesos de autonomización que llevan a cabo los Estados. Para tener un mejor panorama sobre esta corriente de pensamiento, tenemos que remontarnos al siglo pasado.
En las décadas de 1970 y 1980, cuando la Guerra Fría seguía ordenando la realidad global, el Programa de Estudios Comparados sobre Relaciones Internacionales de América Latina (RIAL) emprendió una nueva agenda para aportar perspectivas a las Relaciones Internacionales desde los lentes latinoamericanos. Entre los autores que aportaron a su desarrollo, destacan Juan Carlos Puig de Argentina y Helio Jaguaribe de Brasil, cuyas ideas consolidaron el pensamiento autonomista como un pilar de las teorías de las relaciones internacionales en la región.
Esta corriente del pensamiento surgió, como plantea la autora Arlene B. Tickner, de una hibridación de las corrientes teóricas predominantes del momento: realismo e interdependencia; y de las principales ideas propias de la periferia latinoamericana: el cepalismo de Raúl Prebisch, así como la Escuela de la Dependencia y sus corrientes neomarxista, estructuralista y crítica. Esta hibridación no se debe confundir con una simple apropiación de preceptos teóricos, sino con un proceso de crítica que realizaron Jaguaribe y Puig en su literatura para proponer una nueva línea de pensamiento.
Desde el contexto argentino, Juan Carlos Puig fue un jurista y diplomático que tuvo una amplia carrera como abogado y que participó en la política argentina ejerciendo el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores y Culto durante la presidencia de Héctor J. Cámpora. Crítico del modelo cepalino y defensor del proyecto peronista como llave para alcanzar el autonomismo, la aportación teórica de Puig se vio fuertemente influenciada por su carrera intelectual y política, dotando a esta teoría no solo de un plano abstracto, sino también de una “primacía práctica” con el objetivo de fomentar que los encargados de tomar decisiones formulen estrategias para que los países alcancen la capacidad de tomar decisiones.

¿Qué es la autonomía para Puig? ¿La soberanía del Estado no es sinónimo de autonomía? Las ideas puigianas definen la autonomía como la ampliación del margen de decisión propia de un Estado. Si bien los paradigmas realistas y de la interdependencia explican que los Estados por ser soberanos son autónomos, las ideas de Puig y de Jaguaribe deconstruyen esta noción al adoptar preceptos de la Escuela de la Dependencia sobre la división Norte y Sur. Esto refiere a que las relaciones entre países son asimétricas y definen diferentes grados de acción de los países del Sur Global ante los Estados hegemónicos del Norte.
Con base en esto, podemos indagar cómo Puig entiende el sistema internacional. Según sus ideas, este se caracteriza por ser un régimen estratificado por “repartidores supremos”, es decir, los Estados hegemónicos como Estados Unidos y la Unión Soviética durante la Guerra Fría, los cuales dividen funciones entre actores bajo su influencia. Luego están los “repartidores inferiores”, países que reciben y ejecutan las funciones ordenadas por las hegemonías, pero con cierto grado de actuación internacional. Por último, están los actores “recipiendarios”, los cuales representan el resto del mundo y se ven envueltos en las dinámicas de repartición. También, considera criterios que articulan el sistema internacional, tales como la posesión de armas nucleares, la autonomización intrabloque, definido como el proceso en el que los países ajustan sus intereses a su autonomía y su alcance potencial; y la ruptura estratégica, situación en la que un Estado periférico rompe relaciones con un Estado hegemónico.
En cuanto a grados de dependencia y autonomía, Puig retoma las ideas de Jaguaribe para explicar cómo estos dependen de la actuación de las élites que gobiernan los países de la periferia. Por un lado, los grados de dependencia -paracolonial o racionalizada- se relacionan con el actuar de las élites que buscan obtener beneficios de clase a cambio de satisfacer los intereses de un Estado hegemónico; mientras que los grados de autonomía -heterodoxa o secesionista- dependen del compromiso de las élites con el proyecto de nación de un país, además de estar condicionada por la “viabilidad nacional” o la suma de sus factores humanos, naturales y tecnológicos; y la permisividad internacional o la capacidad de hacer frente a las amenazas de terceros países. Asimismo, la autonomía conlleva procesos de suma cero y de integración, ya que el centro hegemónico pierde poder sobre el país sometido en el proceso de autonomización, además de que los Estados periféricos buscan la autonomía a través de la cooperación Sur-Sur para contrapesar el poder hegemónico.

Desde su consolidación, el BRICS ha destacado por ser una agrupación que, a través de la cooperación entre países del Sur Global -a excepción de China que puede considerarse un repartidor supremo junto con Estados Unidos-, busca contrapesar la predominancia occidental en el tablero global. Actualmente, el bloque de las potencias emergentes concentra más del 23% del PIB global, un 42% de la población mundial y 18% del comercio global; pero con la invitación de Argentina, Egipto, Irán, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita y Etiopía, estos índices pueden ascender al 37% del PIB mundial, el 46% de la población mundial y representa una suma importante de recursos naturales como hidrocarburos, minerales y alimentos en estos mercados. A su vez, la asociación creó en la Cumbre de Fortaleza de 2014, el Nuevo Banco de Desarrollo (NBD), instancia que busca posicionarse como una alternativa al Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, instituciones que Puig fuertemente criticaba por su contribución a la estratificación del sistema internacional. Ahora bien ¿Cómo BRICS contribuye a la autonomización de Argentina?
Ante la escasez de reservas del Banco Central, la alta inflación y el acuerdo con el FMI, la entrada de Argentina al BRICS representa un panorama positivo para ampliar sus destinos comerciales e incrementar el ingreso de divisas. Con base en la condición de la viabilidad nacional que establecen Puig y Jaguaribe, Argentina es una de las economías más grandes del mundo, formando parte del G20, y una de las potencias de América Latina y el Caribe por la presencia de abundantes recursos naturales en energía y agricultura. En particular la producción de alimentos convierte a Argentina en un actor crucial a nivel regional -reflejado en su participación en Mercosur- e internacional debido a la crisis alimentaria provocada por el conflicto entre Rusia y Ucrania.

El 30% de las exportaciones argentinas se dirigen al BRICS, principalmente a Brasil y China. En este tenor, Argentina puede incrementar las exportaciones de aceite de soja y grano de maíz en el mercado indio, carne y soja sin procesar en el mercado chino, mantener a Brasil como uno de sus principales compradores de trigo y cebada, y ampliar sus horizontes de exportación a otros países del bloque ante la emergencia alimentaria. Por otro lado, esta asociación puede profundizar la cooperación multidimensional con los miembros del BRICS para promover el desarrollo tecnológico y de infraestructura en beneficio del desarrollo económico y social del país.
Sin embargo, Argentina debe aprovechar esta situación como un impulso de su autonomía como Estado y no caer en una relación de dependencia, por lo que debe de convertirse en un Estado competitivo en el bloque BRICS si quiere posicionarse como un actor importante en el orden multipolar contemporáneo. En cuanto a su permisividad nacional, Argentina y los demás países del BRICS se benefician de la interdependencia económica global para hacer frente a las presiones occidentales. Así como los países miembros de la OPEP regulan los precios del petróleo para mitigar amenazas y tener ventajas en negociaciones, el mercado alimentario puede brindarle a Argentina un amplio margen de actuación y prestigio al coadyuvar con la mitigación de la crisis alimentaria global.
Argentina tiene muchos retos que superar para lograr la actuación que plantea la Escuela de la Autonomía. Los obstáculos macroeconómicos a los que se enfrenta le restan capacidad de actuar en el escenario internacional, en particular frente a Estados Unidos. Por ello, el país debe evaluar objetivamente sus capacidades internas para tener una actuación razonable en el escenario internacional y la invitación al BRICS representa una oportunidad para posicionar a Argentina en el mundo multipolar y que paralelamente posibilita la ampliación de su autonomía en el escenario global.
Marko Alberto Sal Motola (México): Licenciado en Relaciones Internacionales, Universidad Anáhuac Querétaro.
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