Estados fallidos: ¿concepto o herramienta?
Por Alejo Guaycochea
Para entender mejor al sistema internacional, los académicos han encontrado una forma de simplificar los análisis: la estratificación de los Estados. El último de los lugares lo tienen los «estados fallidos». El concepto ha sido cuestionado y repensado debido a las connotaciones que este adquirió desde los acontecimientos del 11-S, momento en que estalló y desapareció la ilusión del mundo unipolar bajo el ala de Estados Unidos.

Un nuevo concepto
Aunque hay mucho que entender sobre las diferentes definiciones de lo que constituye realmente un estado fallido, en sus inicios se refería a un estado con un gobierno central incapaz de mantener el control efectivo sobre su territorio y proporcionar servicios básicos a sus ciudadanos.
El concepto nace en la década de 1990, después de la Guerra Fría. Durante este tiempo, muchos estados en todo el mundo experimentaron conflictos internos y colapsos del gobierno central, otros no pudieron encontrar un equilibrio tras independizarse. El término “estado fallido” se utilizó para describir estos casos y se convirtió en un tema relevante en las relaciones internacionales a la hora de realizar estudios respecto del por qué estos habían fallado y si dichos colapsos podrían haberse evitado. A pesar de que el concepto fue debatido dentro de la disciplina, no adquirió relevancia fuera de las academias y permaneció desconocido para el público general.
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Sin embargo, después de los ataques del 11 de septiembre de 2001, el término adquirió una nueva importancia. Los ataques terroristas llevaron a los analistas a explicar cómo fue posible un ataque de tal magnitud en un sistema internacional reinado por la potencia estadounidense. Así, los internacionalistas europeos y americanos se dedicaron inmediatamente a tratar de explicar el hecho de que surgieran tales amenazas en el centro del poder global y sin que nadie pudiera anticiparlas.
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Ante la búsqueda de dicha justificación se encontró en el estado fallido una respuesta coherente a primera vista. Esta fuente de inseguridad en el sistema internacional provenía de aquellas zonas donde el estado democrático no había logrado florecer y llevar las ventajas de la sociedad occidental. Por lo que la causa de la inseguridad internacional proviene de la falta de aplicación de la democracia y no de problemas en el sistema en sí mismo.
Se planteó que los estados fallidos eran una amenaza para la seguridad global, ya que eran utilizados como refugios para grupos terroristas por la inexistencia de un gobierno presente y con capacidades reales. Como resultado, la idea de la intervención en estos, para prevenir el terrorismo, se convirtió en una política global a la que se sumaron los países más influyentes de la escena internacional, especialmente dirigidos por Estados Unidos.
Esto derivó en múltiples intervenciones internacionales en búsqueda de «estabilidad regional e internacional» teniendo como principales ejemplos Afganistán en 2001 e Irak en 2003 y bajo los parámetros de Washington. Estas intervenciones se llevaron a cabo con el argumento de perseguir a grupos terroristas, prometiendo una estabilidad tanto para la comunidad internacional como para los propios territorios intervenidos, aún a pesar de los fracasos estadounidenses que ya había sufrido en otras intervenciones con objetivos similares durante los años 90, en Bosnia y en Somalia.
Una doble interpretación
A medida que ha pasado el tiempo, y luego de los eventos de diciembre de 2001 que llevaron a años de polémicas guerras contra el terrorismo e intervenciones en Medio Oriente y África, surgieron dos posturas principales sobre el concepto de estados fallidos.

La primera de estas posturas es aquella que nació al intentar explicar los sucesos que convulsionaron al sistema internacional luego del inicio del siglo y que hemos visto anteriormente. Esta defendió un concepto favorable a Estados Unidos culpando de las fallas de seguridad en el sistema a estas naciones incapaces de mantener un completo control en sus fronteras y territorios.
Así se construyó la idea de que los estados fallidos eran una amenaza para la seguridad global al dar vía libre a la proliferación de peligrosos grupos radicales en sus territorios, es por esto que se planteó que debían ser intervenidos para prevenir el extremismo y otros problemas globales. Esta postura es defendida por autores como Aleksandar Pašagić, quien argumentó que la intervención en estos era justificable desde una perspectiva antiterrorista.
La segunda posición empezó a ganar popularidad fuera de los círculos académicos europeos y norteamericanos. Esta defiende una perspectiva crítica sobre las acciones tomadas por un país y cómo fueron justificadas. Según esta postura, el concepto de estados fallidos es una herramienta utilizada por las potencias occidentales para justificar la intervención en otros países, donde la intención real iba más allá de la pacificación de la región en conflicto, buscando ejercer control sobre territorios con improntas fuertemente antioccidentales y en posesión de recursos energéticos estratégicos.
Esta postura es defendida por autores como Nieves y Sampo, quienes argumentan que el concepto es una forma de neocolonialismo y que la falla de los estados no solo no era un causante de inestabilidad internacional sino que además las fallas en estos estados se dieron a causa de las intervenciones colonialistas de las grandes potencias en el SXX y los desordenados procesos de independencia que dejó Europa durante el mismo siglo que no permitieron una creación autónoma de los estados.
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Más allá de la postura con la que nos identifiquemos o aquella que tomemos como válida, debemos entender y estudiar la forma en que las corrientes ideológicas nos presentan sus concepciones y definiciones clave de su campo e incluso de otras ciencias, ya que estas serán las que utilizarán más adelante para justificar sus acciones y medidas.
Alejo Guaycochea (Argentina): estudiante de Relaciones Internacionales, Universidad de Congreso.
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