Unas elecciones entre dos terremotos
Por Arturo Martínez Bautista
La próxima elección de Turquía puede generar un cambio radical en el país y en toda la región. En las urnas se enfretaran el actual presidente autocrático, Recep Tayyip Erdoğan, y el líder de la oposción unida, Kemal Kiliçdaroglu.

Con el tiempo, Erdoğan convirtió a su partido en una maquinaria de guerra personal, al tiempo que sus seguidores afianzaron un régimen que combina autoritarismo, populismo e islamismo, con el nacionalismo turco como principal unión de todos los factores. Los resentimientos contra Occidente son parte de las razones de su fortaleza.
En un contexto internacional convulso, una situación económica difícil y una oposición unida que puede poner en serios apuros a Erdogan, estas elecciones son más trascendentales que nunca.
Kemal Kılıçdaroğlu es la esperanza de miles que buscan torcer la deriva autoritaria del país. Como tantos otros hombres fuertes, Erdogan ha neutralizado al poder judicial y ha amordazado a los medios, en parte a través de la intimidación. Además, siguiendo el manual de los autócratas, ha dejado de lado al parlamento, a realizado cambios constitucionales y gobernado por decreto; Kilicdaroglu promete revertir esto.
El actual jefe del Estado lleva 20 años en el poder, de 2003 a 2014 como primer ministro y como presidente desde entonces. Este desgaste en el poder, añadido a la creciente crisis económica y al terremoto que devastó el país en febrero, han restado popularidad al presidente Erdogan.

A medida que se acercan los dos comicios, Erdogan y Kiliçdaroglu, compiten entre sí con promesas para seducir a la generación Z (supresión de impuestos en la compra de teléfonos móviles, paquete de Internet gratuito, carné joven, entre otras). Mientras, un tercer candidato, Muharrem Ince, que intentó imponerse como candidato de los jóvenes, ta bajó su candidatura.
La postura laica de Kılıçdaroğlu le ha pasado factura a la hora de atraer al electorado conservador. Para ello, ha garantizado el uso del velo; una forma de atraer a las mujeres conservadoras, históricamente simpatizantes de Erdogan que, por ejemplo, ha permitido a las estudiantes asistir a la universidad con Hiyab. Además, su partido también se ha aliado con tres grupos islámicos. Los expertos describen esta estrategia como un mensaje de reconciliación con el electorado religioso que debería tener efecto.

Alrededor de 3,4 millones de ciudadanos turcos que viven en el exterior ya votaron presidente y votaron mayoritariamente a favor del gobernante partido AKP.
En total, unas 60 millones de personas fueron llamadas a las urnas en Turquía para elegir un nuevo parlamento y un nuevo presidente el próximo 14 de mayo.
Las encuestas ven al opositor con una notable ventaja sobre Erdogan, aunque no está claro si logrará en la primera vuelta la necesaria mayoría del 50 %. En caso de que ninguno de los candidatos obtenga esa cifra, habrá una segunda ronda electoral el 28 de mayo.

Las elecciones presidenciales y parlamentarias turcas se perfilan como una ‘coyuntura crítica’ en un país que se ha convertido en el centro de la evolución geopolítica de Europa, Oriente Medio y Africa. La última jugada nivel internacional de Ankara, es mantener vivo los acuerdos de exportación de granos de Ucrania para mantener los suministros ya afectados durante la invasión de Rusia. Otra movida, en este caso una que ha afectado su relación con Estados Unidos y la Unión Europea, ha sido el esfuerzo del gobierno turco para no sumar a Finlandia y Suecia a la OTAN.
Washington observa con atención las elecciones tras años de antiamericanismo sin oposición que ha impregnado el discurso público en Turquía. El gobierno turco ya acusa a la oposición de ser un instrumento de Occidente para debilitar la identidad del país, y entre otras coas, difundir el matrimonio homosexual para debilitar los valores familiares.
Si Erdogan pierde, demostrará que la erosión de la democracia puede revertirse y será un golpe para los autócratas del mundo. Los partidos de oposición democrática deben reconocer el peligro y unirse antes de que sea demasiado tarde.

Erdogan hizo algunas cosas buenas en sus primeros años en el cargo, pero la constante acumulación de poder excesivo, como suele ocurrir, nubló su juicio y su sentido moral. Si el actual presidente pierde, demostrará que la erosión de la democracia puede revertirse y será un golpe para los autócratas del mundo. Los partidos de oposición democrática deben reconocer el peligro y unirse antes de que sea demasiado tarde.
Arturo Martínez Bautista (México): Estudiante de Relaciones Internacionales, Universidad Tecnológica de México