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Naturalizar el horror, un error que se repite

Por Emilio Cruz López

“Nuevo ídolo popular asciende en Baviera”. Con estas palabras Adolf Hitler hacía debut en uno de los diarios más importantes del mundo, el New York Times, el 21 de noviembre de 1922. Nadie imaginaba lo que pasaría años después.

No fue sino hasta la quinta ocasión que se lo mencionó en este periódico que se habló acerca de se “ejército de camisetas pardas” y que se identificaba como “anticomunista” y “antisemita”. Evidentemente, en su momento se tenían diferentes perspectivas entorno a la figura de Hitler. De él se decía que era temido por algunos, tomado en serio por las clases más poderosas de Alemania y también era considerado como un “mesías y profeta económico” para salvaguardar los intereses de la mayoría. También se le observaba con heroísmo, por otros, como un hombre que había ganado a base de esfuerzo la Cruz de Hierro. Era un ejemplo de “valentía y audacia”.

Los medios internacionales realmente nunca tomaron en serio muchas de las ideas que Hitler en su momento propuso. Era más interesante como persona y como movimiento. Siempre acostumbró a decir dos cosas en una centena de generalidades en sus discursos.

Con el paso de los años se hicieron evidentes las atrocidades que se estaban cometiendo en contra de la comunidad judía y otras minorías dentro de Alemania. Sin embargo, estas eran tratadas en los medios como generalidades, no se les prestaba la importancia que merecían. De hecho, el New York Times mencionó en sus primeros artículos que el antisemitismo de Hitler no sonaba tan violento como fue realmente, se utilizaba como cebo para atrapar seguidores y mantenerlos despiertos.

Leer estos artículos del siglo pasado nos permite hacer un ejercicio pedagógico del porqué del ascenso de Hitler y cómo el horror de sus políticas se institucionalizó en leyes. Si se quiere entender cómo se normalizan las atrocidades, una de las pautas es el comprender como estos eventos pasan a ser tratados como simples “generalidades”.


El dirigente alemán fue seleccionado en 1938 como «Persona del Año» por la revista norteamericana «Time».

Esta situación no se dio únicamente en el New York Times. La mayoría de los medios de comunicación internacionales fueron omisos. Al analizar este proceso con los ojos del presente la violencia puede parecer evidente, sin embargo, el problema del nazismo no fue que no se reportara o escondiese. Por el contrario, las personas y medios de comunicación sabían lo que estaba pasando, simplemente no se le dio la importancia que ameritaba la situación.

De las 23,000 historias que se reportaron entre 1939 y 1945, 11,500 fueron sobre la Segunda Guerra mundial, pero sorpresivamente únicamente 26 fueron sobre el Holocausto. A medida que se desarrollan crímenes sin precedentes la civilización completa tiene la responsabilidad de prevenirlos. Tanto políticos, como periodistas y civiles tienen una responsabilidad común. Por ende, la responsabilidad de los medios de comunicación es, en parte, limitada, aunque también eran esquivos a nombrar a las cosas por su nombre; una política de estado sin precedentes que tenía el objetivo de destruir a una parte de la población.

Esta situación no obedece únicamente al Holocausto. En cuanto al Genocidio de Ruanda, podemos decir que se omitieron los eventos que antecedieron al Genocidio, pero aún peor, se tergiversó toda la información sobre el mismo. Los países más poderosos como los Estados Unidos y, particularmente, la administración de Bill Clinton, negaron que se estuviera cometiendo un genocidio, y en cambio, decidió incluso en su discurso llamarlo “actos de genocidio”, desestimando toda la carga legal y social que conlleva la palabra.

Lamentablemente, pasar por alto el sufrimiento de millones de personas es muy sencillo, se trata de una configuración predeterminada. Es tan simple como el hecho de que en este momento millones de personas están sufriendo, siendo atormentadas y oprimidas. El problema central es, precisamente, la impresionante capacidad del ser humano para ignorar, ser indiferentes, olvidar y ser omisos, y de los medios y los gobiernos para modelar a su antojo la información.


Esta también es la lógica del conflicto y de la guerra, en la que juegan otros elementos como el nacionalismo, utilizamos estas ideas para defender a “los nuestros” y atacar o ser omisos a los que no son como “nosotros”. El mayor problema de esta concepción de nacionalismo y protección de los “nuestros” en los conflictos es que esto es aceptable e incluso natural.

Dicha dinámica no solamente se ve en las guerras o en los genocidios de la historia, también se ve con las atrocidades cotidianas. En el problema trasnacional como lo es el crimen organizado y todas las implicaciones de la violencia que se producen derivado de ello, en países como México que reciben las principales consecuencias por ser la primera línea no es la misma narrativa que se maneja en uno de los países que también tiene una responsabilidad en este problema como lo es Estados Unidos.

Es evidente que este país no reporta lo suficiente la violencia que se produce en México, que sucede en parte a raíz del tráfico de armas proveniente de Estados Unidos o el consumo de drogas como el fentanilo. Las caras de la violencia y las narrativas que se producen no se comparten por todas las comunidades ni todos los países.

Aquí es dónde la moral juega un papel fundamental, tanto los medios de comunicación como la civilización deben tener una visión moral definida en todo momento. Se deben omitir las ideologías y enfocar la atención en los hechos.


La amenaza que representaba Hitler para la comunidad judía nunca se ocultó, siempre fue pública e incluso se buscó hacer evidente. No se trata de culpabilizar o evidenciar a ciertos medios de comunicación, se trata de señalar el fracaso del proyecto civilizatorio al que aspiraba la humanidad en el siglo XIX. Un fracaso moral de un período de no hace tantos años atrás es la mejor lección para saber cómo actuar en nuestro propio tiempo, y sobre todo tener claros cuáles pueden ser nuestros puntos ciegos en esta época.

¿Cómo darnos cuenta de que estamos pasando por alto algo horrendo? Lo más importante es omitir nuestros prejuicios, y siempre tener curiosidad, no dejar que la falta de intuición te impida leer las cosas como realmente son.

En la actualidad parece que somos sensibles al antisemitismo y los riesgos que puede implicar en todos los países. Sin embargo, aun así, debemos seguir cuestionándonos si realmente lo estamos haciendo de forma activa pero, sobre todo, debemos preguntarnos ¿Qué grupos y qué riesgos no estamos notando hoy?¿Qué no estamos notando que eventualmente puede ser demasiado tarde?¿Qué grupos reciben la menor empatía?

Si bien, nuestro tiempo no es semejante a la Alemania de los años ’20 o los ’30, el recuerdo de lo que sucedió nos indica que la amenaza siempre se encuentra latente. Si aspiramos a tener como consigna el “nunca más”, tenemos una responsabilidad para no normalizar las atrocidades. Debemos mirar nuestra propia con ojos críticos, así como hoy en día miramos la Alemania de Hitler, pero que en su momento no supimos ver.


Emilio Cruz López (México): Estudiante de Licenciatura en Relaciones Internacionales, Universidad Iberoamericana.

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