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¿Un nuevo actor nuclear?

Por Alejo Guaycochea

La posibilidad de que Irán se sume a la lista de países con arsenal nuclear plantea un nuevo escenario a un sistema internacional ya complejo.

Ilustración | Ana Paula Durán

El origen de un problema más grande

Luego de años de negociaciones en 2015 se llevó a cabo la firma del «Acuerdo Nuclear», en el que se establecía que Irán limitaría su programa de tecnología nuclear a un uso pacífico y no sería usada para el desarrollo armamentístico, poniendo así fin a casi una década de sanciones económicas.

Estas sanciones se levantarían de forma progresiva en la medida que Irán cumpliera con los requerimientos del acuerdo entre los que se encontraba: la no producción de uranio enriquecido; deshacerse de 98% del material nuclear en su posición y permitir el constante control del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) sobre la mina de uranio nacional, el reactor nuclear y otras instalaciones.

Este acuerdo se vería interrumpido en mayo 2018, luego de que el presidente estadounidense Donald Trump anunciara la retirada de su país de la mesa y la implementación de una política de “máxima presión” afirmando que el acuerdo estaba siendo incumplido por Irán, que había vuelto a producir los materiales necesarios para la construcción de armas nucleares.

Estas declaraciones se ven reafirmadas por el máximo responsable nuclear de Naciones Unidas, Mariano Grossi, en enero de 2023 y el principal jefe de energía atómica de Irán, Mohammad Eslami, que aseguró en agosto de 2022 que Irán tiene «la capacidad» de construir un arma nuclear, aunque agregó que no tienen planes inmediatos para hacerlo. 

El número no es preciso, pero se estima que podrían ser varias las armas nucleares a desarrollar con el enriquecimiento de uranio actual (que se halla a un nivel más alto que en la firma previa al acuerdo).

El presidente de Irán Mahmoud Ahmadinejad visita la planta de enriquecimiento de Irán 2008.

¿Sanciones por la paz?

En 2015, momento de la firma del Plan de Acción Integral Conjunto, diferentes Estados de Medio Oriente presentaron sus preocupaciones sobre las implicaciones regionales que tendría el acuerdo al permitir que el Estado iraní extendiera sus influencias regionales al verse liberado de la crisis económica generada por las sanciones a la principal industria del país. En su mayoría, estos Estados eran de origen suní o judío (en el caso de Israel).

Sin embargo, esto no quiere decir que apoyaran el desarrollo de armas nucleares por parte de lo que veían como la mayor amenaza a la estabilidad y su propia integridad territorial sino que era un acuerdo que “solucionaba una amenaza para ver surgir otra”.

Gracias a su renovadas fuerzas económicas, el régimen de Irán extendió sus tentáculos por toda la región.

Lo hizo en Siria, con la protección del gobierno chií de al-Ásad y la recuperación de territorios perdidos durante de la guerra civil; en Yemen, con el apoyo en la guerra interna a los grupos nuevamente chiitas y el suministro de misiles balísticos; en el Líbano, donde apoya militar y económicamente al grupo Hezbollah también de origen chií con gran peso político en el país y en Palestina, al grupo Hamas, un verdadero dolor de cabeza para Israel.

Estas son herramientas poco convencionales a través de las cuales el Estado ha incrementado las influencias regionales, siempre en el marco de los grupos, naciones y gobernantes de origen chií o hutíes.

Tras el retiro de Estados Unidos del acuerdo en 2018, se evidencia que sus intenciones van más allá de la pura idea de detener la proliferación de armas nucleares para el bien internacional.

Esto se muestra en los 12 requisitos pedidos por la potencia occidental para el levantamiento de las sanciones, compuesto por no solo la destrucción del uranio enriquecido y agua pesada para la construcción de armas nucleares, sino que además sus condiciones incluyeron: liberación de presos estadounidenses y otros aliados; desmovilización de milicias chiíes paramilitares; cese de apoyo de grupos como Hamas y Hezbollah; retiro de apoyo a milicias Yemeníes; retirar las fuerzas de Siria; cesar el apoyo a grupos Talibanes en Afganistán; entre otros.

Gráfico | Marina Pasquali

Es de esta forma que Estados Unidos pretende limitar la amenaza de una bomba nuclear en mano de uno de sus enemigos declarados desde la revolución islámica de 1979, a la vez que limita sus capacidades regionales de una vez por todas: es para esto que produce el retiro del acuerdo de forma drástica, sin negociaciones previas e instaurando las sanciones agresivas que mantenían a Irán a raya antes de la firma de 2015, dando alivio a sus aliados clave en la región.

Mientras EEUU protege la seguridad internacional e Irán afirma querer las armas solo para defensa propia ¿a quién creer?

En las declaraciones del presidente Donald Trump, en el momento de la retirada del acuerdo de 2018, se encuentran las acusaciones al gobierno iraní de “régimen asesino” que extendía “la muerte y la destrucción” y de ser “el mayor patrocinador de mundial del terrorismo”; en lo que deja entrever que sus intenciones pretenden parar en seco a un agente de inestabilidad que supone una grave amenaza a la seguridad internacional.

Los factores por los que el país persa aseguraba previo a la firma del acuerdo de 2015 el derecho a la posesión de armas nucleares, y que quizá incluso hoy motivan su accionar a pesar de que el Estado declara no construir dichas armas, son la afirmación de que las potencias occidentales a día de hoy poseen, mantienen, renuevan y aumentan cada vez su arsenal nuclear por derecho de legítima defensa y prevención hacia un ataque, a la vez que le prohíben a otros Estados el desarrollo de estas mismas armas para así mantener al resto de Estados bajo el temor.

Velando entonces por su propia seguridad es que el Estado de la Revolución Islámica afirma como derecho propio el desarrollo de estas mismas capacidades que no harán a los estados más que iguales.

Cada una de las potencias involucradas, con la pretensión de mejorar o transformar el sistema internacional a su favor, o solo transferir el poder de un estado a otro, lleva a la región de Medio Oriente (como a algunas otras), a envolverse en el juego geopolítico de círculos de influencia.

El sistema internacional actual camina hacia un mundo entrópico, marcado por la existencia de dos polos, uno en Washington y el otro en Pekín, pero, diferente a la Guerra Fría, aquí existen actores vivos y que no esperan por dar el paso. No hay buenos o malos, hay intereses.


Alejo Guaycochea (Argentina). Estudiante de Relaciones Internacionales, Universidad de Congreso.

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