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El país que nunca dejó de tener voz

Por Jesús Del Peso Tierno

La crisis de Ucrania ha puesto en un segundo plano una gran multiplicidad de cuestiones que asolaban el panorama internacional y Rusia, casi sin quererlo, ha unificado aunque sea momentáneamente a dos viejos rivales bajo el mismo paraguas: Turquía y la Unión Europea, pero ¿Cómo es la situación de Turquía en el tablero internacional?

Ilustración | Alarabiya News

Turquía es una pequeña gran potencia a la cual, tras las guerras mundiales, Occidente dejó en un segundo plano para tratar de abordar otras cuestiones más acuciantes: la contención a la Unión Soviética, la construcción de un orden propio como el liberal internacional o la ampliación de la propia OTAN según se iban desmoronando los regímenes comunistas. Para la Unión Europea, Turquía es una primera línea de defensa, no siempre fiable, contra el extremismo islamista y la inmigración ilegal.

Sin embargo, hace no mucho tiempo, el Imperio Otomano era un importantísimo polo de influencia global al cual se debía tener en cuenta para los equilibrios de poder geopolíticos. Y no fue hasta su derrota en la Primera Guerra Mundial que perdió gran parte de esa influencia que ostentaba tras ser despojada de su amplio imperio en la región.

Como consecuencia, la refundación de dicho Estado en la República de Turquía llevó al Estado otomano a la búsqueda de una voz propia en el discurso internacional tal y como una vez tuvo en el devenir de la historia. El alcance de Turquía se extiende al Cáucaso y Asia Central, donde la influencia de Rusia ha comenzado a decaer, pero también a África, Medio Oriente y los Balcanes occidentales. No es menor mencionar que Turquía ha mejorado las relaciones con Israel, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, y parece estar cerca de reconciliarse con Egipto y Siria. El país se encuentra atravesado por oleoductos que llevan petróleo y gas natural desde Rusia, Oriente Medio y Asia Central a Europa, el punto geopolítico es estratégico.

Desde entonces, la reconversión de su industria, ejército y administración proyectaron la modernización de un Estado que seguía las diligencias occidentales de organización y que, según sus intereses, convergía o confrontaba con los Estados europeos sobre las materias sobre las cuales consideraba, debía marcar unas líneas rojas: el Estado de Israel, la relación con los kurdos, una postura propia ante Rusia y frente al terrorismo internacional, el estatus de las aguas del mediterráneo oriental, o incluso la reconfiguración de poderes en el norte de África.


Imagen | Grid

No obstante, esa demarcación del espacio y el discurso político, a menudo se solventaba con la cooperación militar a la lucha contra el terrorismo, el desarrollo de armamento bajo el paraguas de la OTAN, el asilo de inmigración que Europa no esta en disposición de asumir o tratados de libre-comercio entre ambas partes.

De la misma manera ocurría con los elementos del Soft-Power y la proyección de su propia nación. Así, mientras Attatürk refundaba a Turquía como un Estado laico, prohibía el velo en los lugares públicos y adoptaban formas de relacionarse más occidentales tales como la vestimenta, el Estado turco patrocinaba su proyección internacional fomentando sus propios elementos culturales, ya fuese a través de sus universidades, películas o incluso a través de la cultura gastronómica.

Así, son muchos los elementos que unen y a la vez separa a los poderes occidentales del espacio que Turquía pretende ocupar en el sistema internacional, pero también ocurre con otras potencias como Rusia o China. Las posturas y discrepancias encontradas entre los países occidentales y Ankara no solo no deben verse bajo una voz de alarma y de confrontación perpetua, sino como la de dos potencias que delimitan y demarcan el espacio regional sobre el que pretenden establecer su influencia.


Otro de los elementos fundamentales que ha marcado una clara distancia entre los aliados y, en particular desde el comienzo de la guerra en Ucrania, ha sido la amenaza de veto de Turquía sobre Suecia y Finlandia por la discrepancia entre sendos Estados respecto el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), al cual el Estado turcomano considera como un grupo terrorista mientras, alega, dichos Estados europeos dan cobijo político.

La cuestión del PKK ya era un asunto que Ankara tenía controlado tras haber logrado que tanto la Unión Europea como los Estados Unidos contemplasen a dicho grupo como ente terrorista, sin embargo, la entrada de ambos Estados parecía haber puesto bajo amenaza tal logro conseguido por Turquía. Al fin y al cabo, estas discrepancias son la voz de un país que no solo dice que haya vuelto, sino que afirma que nunca se terminó de ir.  


Jesús del Peso Tierno (España): Licenciado en Relaciones Internacionales, Universidad Rey Juan Carlos de la Comunidad de Madrid.

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