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Irak: un Estado espinoso

Por Arturo Bautista

Un país sin atajos que intenta resurgir del horror de la guerra y los conflictos tribales tiene por delante un largo camino.

La regeneración democrática de Irak comenzó en 2019, cristalizando en octubre de ese año en el movimiento Tishreen (Octubre). Este movimiento quería reformar la decadente democracia iraquí, pervertida por el sistema de ‘muhasa‘ (que reparte el poder político por cuotas confesionales). Este reparto por cuotas es, por naturaleza, antidemocrático, estableciendo un reparto de cargos abstraído de lo que voten los ciudadanos.

Además, la muhasa induce lógicamente a que los partidos políticos se organicen confesionalmente, en lugar de fomentar la competencia electoral. Esto conformaba una hegemonía de partidos en función de si eran exclusivamente chiitas, sunitas o kurdos, en lugar de partidos de alcance nacional que pujaran en elecciones competitivas.

A su vez, esto fomentaba que en la facción chiita los partidos políticos partidarios de Irán, como Dawa, Estado de la Ley, Badr, etc, se terminan imponiendo electoralmente usando sus mayores recursos para hacer clientelismo (prometiendo cargos y dinero a ciertos sectores de población a cambio de votos).

Por lo tanto, todo el sistema forzaba a que hubiera muy poca participación electoral en Irak, ya que el sistema político de grandes pactos de consenso y de la muhasa, hacían que la influencia real del voto fuera nula, ya que los gobiernos y ministerios se repartían en negociaciones secretas en función de cuotas y reglas no escritas.


La corrupción generada y generalizada se suma a la influencia de Irán mediante actores interpuestos, la cual era considerable, algo inaceptable tanto para los chiitas nacionalistas iraquíes como para los sunitas. Aunque no cabe desarrollarlo aquí, este fue el principal motivo de la guerra civil iraquí que se inició en 2012 y alcanzó su punto culminante con la caída de Mosul y auto proclamación del Califato en junio de 2014, que provino de la elección de Maliki (un radical del Partido Dawa y muy cercano a Irán) como primer ministro mediante esta clase de trapicheos políticos en 2010.

En 2019 el movimiento de protestas Tishreen luchaba por una auténtica regeneración democrática y, entre uno de los muchos logros que consiguieron para sanar las graves taras de la democracia iraquí, pudieron conseguir que se elaborara el proyecto de nueva ley electoral en el parlamento en diciembre de 2019. Tras varias enmiendas de mejora adicionales impulsadas por las protestas, culminó con una versión definitiva aprobada en noviembre de 2020.

Esta nueva ley estaba destinada a dinamitar los decadentes y perversos sistemas electorales de orden político de la muhasa, el trapicheo de cargos y de la influencia del gobierno iraní. Esta nueva ley hacía de la democracia iraquí algo mucho más transparente, rindiendo cuentas al electorado y fomentando la competencia política.

El viejo sistema electoral tenía circunscripción provincial y era por listas electorales. Esto fomentaba, como se ha indicado, una partitocracia de base confesional y partidos manejados por una potencia extrajera (Irán). Se vota una lista electoral designada por la cúpula de cada partido; el subsiguiente reparto de escaños se hacía en función de los votos mediante una regla electoral; luego los pactos y normas no escritas repartían cargos según la muhasa.

El nuevo sistema electoral es de Voto Único No Transferible (VUNT), que consiste en que cada elector vota directamente a un candidato específico, lo que crea un vínculo directo entre representante y representado. Con el nuevo sistema se conformaron pequeños distritos electorales de 3 a 5 escaños cada uno (antes era por provincia), a razón de 100.000 votos por escaño.

Con el VUNT cada votante solo puede votar por un candidato (no una lista electoral), ganando sencillamente el que obtiene más votos. Así, si el distrito es de 5 diputados, vencen los 5 candidatos más votados, no siguiendo el impersonal y abstracto mecanismo de una regla electoral.


Además, como el diputado depende directamente del voto de sus electores y no del partido, se rompe con el sistema que permitía los grandes pactos al margen de los deseos del votante. También dinamita la lógica del clientelismo, ya que el diputado es elegido directamente por los votos populares, no por figurar en una abstracta lista electora. Se corta el vínculo del candidato con su partido, que a su vez llevaba a comprar al electorado y a la ‘clientela’.

Como era de prever, las elecciones de octubre de 2021 con este sistema electoral fueron un sonoro fracaso para los partidos cercanos a Irán y un gran éxito para Sadr, que siempre ha ido por libre e incluso llegó a estar en guerra abierta con los chiitas proiraníes en 2007-2008.

Los jóvenes del movimiento Tishreen, sorprendentemente, también consiguieron algunos escaños a pesar de no contar con recursos económicos de ningún tipo, organizando la campaña electoral con su improvisación y los escasos recursos de las donaciones (no podían competir en dinero con los mucho más financiados partidos proiraníes). Los suníes también estuvieron satisfechos con el resultado electoral, ya que implicaba una grave derrota para los intereses de Irán.

Como era de esperar, las milicias proiraníes reaccionaron de manera violenta y trataron de matar al primer ministro Kadimi en un espectacular ataque con drones contra su vivienda. También trataron de impugnar los resultados de las elecciones. Todo fue en vano. Parecía que la regeneración democrática lograría un triunfo más y habría un gobierno de saderistas, sunitas y kurdos, ya que tenían mayoría absoluta de escaños en el parlamento iraquí.

Sin embargo, la facción proiraní logró destruir ese logro democrático mediante un golpe judicial que impidió la formación de gobierno. El 3 de febrero de 2022, el Tribunal Federal sorpresivamente sentenció que la elección del primer ministro debería hacerse con al menos dos tercios de los diputados y con un quorum en el parlamento también de dos tercios.

Debe destacarse que en la constitución iraquí no hay nada escrito sobre la mayoría cualificada de dos tercios de votos y quorum. Hasta ahora, como sucede en la mayoría de democracias parlamentarias, era suficiente una mayoría absoluta (la mitad de los diputados más uno) para poder formar gobierno. Por lo tanto, la sorprendente e infundada decisión del Tribunal ha de interpretarse como una evidente maniobra de «lawfare» y activismo judicial, en este caso para favorecer los intereses de las facciones proiraníes que se oponen a la regeneración política en Irak.

A comienzos de agosto, Sadr pidió que se disolviera el parlamento y que se convocaran nuevas elecciones generales por orden del poder judicial, sin esperar a que lo decidiera el parlamento, ya que la minoría de bloqueo del Marco de la Coordinación lo impide (también se requiere de dos tercios para la disolución parlamentario) esperando que con el tiempo logren formar un gobierno que organice una elecciones con reglas que les beneficien.

La situación continuó en un impasse, con los partidos proiraníes intentando apropiarse ilegítimamente de escaños vacíos y los partidarios de Sadr y el Tishreen en las calles, protestando para evitar que un parlamento ya antidemocrático formara un gobierno que organizara unas elecciones con las viejas y decadentes reglas. Esto es lo que explica la indignación contenida en el barril de pólvora que se ha convertido Irak por el empecinamiento de los proiraníes de aferrarse al poder a toda costa.


La chispa que hizo explotar ese barril y degeneró en las escenas de violencia de los últimos días de agosto, fue causada la semana pasada por el ayatolá y marja Al-Haeri (guía espiritual del movimiento saderista), quien anunciase su renuncia, cerrando su oficina y retirándose de la vida pública (inédito en la historia del chiismo, ya que los ayatolas son venerados y están activos hasta que mueren).

Igualmente, de manera muy sorprendente, pidió a sus seguidores (que también son los de Sadr) que siguieran las enseñanzas de Jamenei (actual Líder Supremo de Irán). El anuncio de Haeri era un acto de protesta por las agresivas maniobras de Sadr contra la facción de partidos proiraníes. A este respecto, cabe mencionar que no son pocos los iraquíes que piensan que aunque Sadr pueda tener razón en el fondo, sus métodos, como asaltar instituciones, son excesivos y tensan demasiado la cuerda.

Sin embargo, Sadr y muchos en Irak vieron la decisión de Haeri como una maniobra encubierta de Irán. El clérigo iraquí reside en estos momentos en Irán y sus palabras de que los iraquíes debían seguir los dictados de Jamenei, hacen sospechar y desatar teorías conspirativas de que Irán está tratando de acabar con el saderismo y, con ello, el futuro de la democracia en Irak.

Sadr reaccionó de manera igualmente radical, diciendo que abandonaba la vida pública. Esto llevó a sus seguidores a desatar una gran furia en muchos lugares de Irak, como protesta por las supuestas maniobras de Irán para destruir el movimiento saderista y la soberanía de la democracia iraquí.

Las protestas llegaron a su punto culminante cuando los seguidores de Sadr entraron en la Zona Internacional de Bagdad, donde está el palacio presidencial y también sedes de algunas milicias proiraníes. El ejército iraquí no disparó a los asaltantes civiles desarmados, sino que intentó (sin mucho éxito) dialogar un desalojo.

En ese momento, las milicias proiraníes respondieron abriendo fuego contra los protestantes desarmados, matando a docenas de ellos. Esto provocó que la milicia del movimiento saderista, Saraya al-Salam, tomara las armas y fuera a responder con su propio fuego a las milicias proiraníes. La subsiguiente batalla duró varias horas y dejó varios muertos adicionales, tanto entre las milicias proiraníes como soldados iraquíes (por el fuego cruzado y confusiones, sin ser objetivo específico de la milicia saderista).

La tensión era máxima y parecía que habría otra guerra civil intrachiita como la que hubo en 2007-2008, momento en que Al-Sistani (marja además de ayatolá), la máxima autoridad del chiismo duodecimano, hizo saber a Sadr que, o sus partidarios abandonaban las protestas que estaban tensando la situación, o se vería obligado a hablar públicamente contra Sadr, lo que habría implicado un descrédito gigantesco para Sadr y todos sus activistas.

Aunque Sistani y muchos en Irak puedan simpatizar con el movimiento de reforma Tishreen, la nueva ley electoral, el resultado de las elecciones de octubre de 2021, etc, y estar contra las maniobras de Irán y partidos proiraníes, los métodos de Sadr son vistos como excesivos y que podrían conducir a una guerra civil, ya que responder con violencia a una injusticia puede llevar a consecuencias contraproducentes de escalada bélica en la que todos pierden.


Las presiones de Sistani tuvieron éxito y la violencia acabó abruptamente. Pero la calma actual es un cierre en falso, solo es una suerte de tregua. El conflicto subyacente, el robo de las elecciones por los partidarios de Irán, sigue presente, por lo que las protestas volverán a reanudarse. Además, la violencia y los asesinatos de las milicias proiraníes continuarán, para intentar amedrentar los intentos de reforma democrática.

Una mala paz siempre fue mejor que una buena guerra, así que el resultado de la crisis prebélica actual puede considerarse como muy positivo aunque ello implique que se sigan robando las elecciones de octubre de 2021. Pero otra guerra civil chiita difícilmente habría devuelto esas elecciones.

Sadr actúa por ambición personal y por la rabia de no haber alcanzado el poder de gobierno que le otorgaban las elecciones de octubre del año pasado, pero la paz y el futuro de Irak es más importante que el interés de un partido, especialmente cuando hace unos meses pudo no haber abandonado el parlamento y así no dar oportunidad a las desfachateces del Marco de la Coordinación.


Arturo Martínez Bautista (México): estudiante de Relaciones Internacionales, Universidad Tecnológica de México.

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