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¿Quién tomará la batuta de Europa?

Con la salida de Angela Merkel de la cancillería alemana y a la espera de las próximas elecciones presidenciales en Francia, la Unión Europea queda en suspenso a falta de alguien que tome las riendas de los retos que tiene que afrontar en su futuro más próximo. 

Para Europa, la coyuntura internacional es apremiante, con un viraje de Estados Unidos hacia el pacífico y una incipiente China en la región; con un alejamiento de los intereses comunes entre los socios de la OTAN en la que, mientras unos abogan por el mantenimiento del statu quo otros se inclinan por reformas integrales para la organización; con vecinos en el Este que amenazan la seguridad energética y migratoria en las puertas de la comunidad, en tanto otros Estados que en un pasado no muy lejano eran aliados en materias migratorias o de lucha contra el terrorismo -como lo eran Marruecos y Turquía- ahora se encuentran en pie de guerra desestabilizando al continente en persecución de sus propios intereses; con países miembros torpedeando el funcionamiento de las instituciones comunitarias -Hungría y Polonia- alzándose en contra de la preeminencia del derecho europeo sobre su normativa interna negándose a acatar las resoluciones del propio TJUE.

Y además, por si fuera poco, teniendo que hacer frente a los coletazos de la crisis sanitaria con millones de personas que se niegan a ser vacunadas mientras aumentan los números de contagios entre los países del norte, conteniendo los fantasmas de una inflación que no existía en Europa desde hacía más de treinta años, con una elevada dependencia energética de países que rivalizan con la Unión Europea por el control de la región mientras, por el sur, las disputas bilaterales entre Argelia y Marruecos le cierran el paso a la llegada de gas hacia España. 

Europa necesita de un liderazgo fuerte que sepa conducir los principales retos que afronta. El periodo de transición por el que transcurre ahora la Unión es de una suma incertidumbre a la espera de los resultados de las próximas elecciones en Francia, y es que, el tradicional eje París-Berlín se ha puesto en pausa justo cuando el continente más lo necesitaba. 

Pese a la autonomía política de la que gozan las instituciones, tanto el Parlamento como la Comisión Europea necesitan el respaldo del Consejo Europeo para legitimar sus iniciativas entre el resto de los 27 parlamentos nacionales. La importancia que tienen, tanto Francia como Alemania, es el principal motor para el funcionamiento de las instituciones y, sobre todo, el principal punto de consenso entre el resto de Estados que configuran el mayor proyecto político confederado del mundo.

Con la salida de la canciller alemana del poder en las pasadas elecciones de septiembre, se ha marchado una lideresa sobre la cual había recaído la mayor parte de la responsabilidad de los órganos de la UE y también el peso en la toma de las principales decisiones políticas hasta que, con la llegada en 2017 de Emmanuel Macron, se comenzase una colaboración cada vez más estrecha entre dos países que hasta entonces habían utilizado esta herramienta más como una ventana para el desarrollo nacional que como un medio para el crecimiento compartido.

Fue el cambio de los tiempos y el paradigma internacional el que permitió la llegada de un nuevo modelo de colaboración entre países, y lo que ha hecho que precisamente hoy en día, el liderazgo europeo se haya convertido en cada vez más apremiante. El paulatino alejamiento estadounidense y el crecimiento chino han mostrado las debilidades de una fragmentada Europa, o mejor dicho, las debilidades de un proyecto político que se sustentaba, casi únicamente por la fortaleza del libre mercado. Ningún Estado europeo tiene la capacidad de ser un actor global por sí mismo, y necesita de la unión entre todos los países para lograr sus objetivos.

Una buena muestra en el cambio del discurso de las instituciones desde la llegada del presidente francés fue el cambio en la forma de gestionar las dos últimas crisis a las que ha tenido que plantar cara en los últimos tiempos. Y si bien en 2008 era Angela Merkel quien lograba imponer las reglas de austeridad como respuesta a la crisis financiera escuchando únicamente las demandas de los países del Norte. En cambio, a lo largo de lo peor de la pasada pandemia era el Eje franco-alemán el que lograba consensuar una salida social a la crisis: por primera vez en la historia se producía la mancomunación de la deuda europea con el acuerdo, al fin, entre los países del Norte y los del Sur. 

El papel de Macron

El vacío que ha dejado Merkel no debe sin embargo verse como una debilitación a la colaboración del eje, sino como una llamada a un nuevo liderazgo, compartido o no, para guiar a las instituciones a lo largo de los próximos años. Una llamada para la que Macron se ha presentado a la vacante.

Las próximas elecciones presidenciales al Eliseo son cruciales para el futuro más inminente de la Unión Europea y sus países miembros, no solo porque sería un varapalo contra los populismos europeos liderados por Marine Le Pen, sino porque su reelección supondría un espaldarazo a las políticas de calado europeo que su presidente ha venido proponiendo durante los últimos dos años para el próximo mandato que se avecina; unas políticas y unas propuestas que quedarían refrendadas por una población tan importante para el proyecto común como lo es la francesa (generalmente muy reticente a la cesión de su soberanía). 

Y es que además, el modelo de Estado francés, con un sistema político semi-presidencialista, le evitaría a su líder tener que encarar los problemas legislativos que el tripartito alemán aún tiene por delante (y buena prueba de ello son los dos meses de desgobierno en los que se encuentra sumido el país desde las pasadas elecciones). Ante esta situación, Macron se plantea además como el principal unificador de la tradicional discrepancia entre los polarizados intereses de los países del Sur, en un periodo en el que la inestabilidad se ha instaurado como regla (polarización en España, fragmentación e inestabilidad en Italia, ruptura del gobierno en Portugal) y del Norte, donde se han establecido dudas sobre el buen funcionamiento del multilateralismo a lo largo de los últimos dos años.  

En Europa se entiende «la Política» como la política doméstica y, durante los próximos años los europeos van a necesitar de una voz que unifique la de los otros 26 para afrontar los retos más acuciantes. Al fin y al cabo, quien mejor representa esa demanda es el propio Josep Borrel -actual Comisario de Exteriores de la Unión Europea- y es que, “Muchas veces el continente está en peligro y los europeos no siempre son conscientes de ello”. 


Jesús del Peso Tierno (España): estudiante de Relaciones Internacionales, Universidad Rey Juan Carlos de la Comunidad de Madrid

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