Las implicancias de la deuda externa en Latinoamérica
Por Tomas Peña
El crecimiento continuo y prolongado de la deuda externa de los países latinoamericanos según lo demostrado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) revela el enfrentamiento de dos aspectos fundamentales en la economía de la región: la dependencia del financiamiento externo en contraste a la posibilidad de obtener liquidez financiera mediante clubes crediticios internacionales. Si bien los préstamos pueden ser un instrumento para impulsar la actividad económica, también pueden ser motivo de fricción entre los gobiernos y los prestamistas.

Tal como fue descripto por los autores Campello y Zucco (2013), los países sudamericanos encajan en la economía mundial de manera muy similar. Son todos, en mayor o menor medida, exportadores de productos primarios (denominados commodities), como el cobre, petróleo, soja, hierro, entre otros. También son países de bajo ahorro interno y, por ende, dependientes de financiación externa. Este esquema económico internacional ha variado muy poco a lo largo de la historia y, debido a este modelo de inserción, las implicancias resultan evidentes.
Los países con bajo margen de ahorro dependen de los flujos externos de capital para potenciar la inversión y su crecimiento económico. No obstante, los flujos trasnacionales de capital en las economías de países emergentes están atados a los costos del capital internacional, que, en gran medida, están determinados por las tasas de interés del tesoro norteamericano. Por ende, cuando las tasas de interés internacionales son bajas, la liquidez financiera internacional aumenta, y el capital externo es más accesible para las economías de los países emergentes. Por el contrario, tasas más altas de interés internacionales impulsan una salida del capital internacional a refugios más seguros (países cuyo riesgo país es más bajo).
La tendencia del crecimiento de la deuda latinoamericana puede interpretarse en gran medida como la incapacidad de la región para alcanzar el desarrollo. Si bien la industria de São Pablo y Monterrey demuestran ser diversificadas y altamente tecnológicas, la CEPAL arroja cifras vinculadas con un ascenso en los préstamos realizados a Estados latinoamericanos. En 2000, la deuda externa total de la región era aproximadamente 570 mil millones de dólares. Para 2023, esta cifra ha superado 2.3 billones de dólares, lo cual representa un aumento de mas del 300%. La relación de la deuda como porcentaje del PBI ha alcanzado niveles históricos. Para 2022, esta relación promedió un 60% en comparación del 40% del 2010. Argentina, Brasil y México son quienes poseen una mayor deuda externa/PBI de la región, siendo para la Argentina un 90%.
«Si desde su creación a finales de la Segunda Guerra Mundial el Fondo Monetario Internacional tuvo una intervención controversial en la política económica de los países en desarrollo, la relación con la Argentina destaca por su persistencia y conflictividad».
Pablo Nemiña
Por otro lado, las implicancias de la deuda externa tienen un sentido ambivalente para los países de la región: son fuente de liquidez y, en ocasiones, una traba al crecimiento. La alta dependencia del financiamiento externo produce que las economías latinoamericanas sean sensibles ante shocks externos, como las fluctuaciones de las tasas de interés globales y las condiciones económicas y políticas de los países desarrollados. Además, los intereses que devienen de los préstamos resultan, según los términos de pago y reestructuraciones, una parte significativa del presupuesto público, lo que limita la capacidad de los gobiernos para intervenir en áreas claves como educación, salud e infraestructura. En 2022, Argentina destinó más del 20% del presupuesto al servicio de la deuda. Por último, muchos países latinoamericanos tienden (debido a una productividad económica poco competitiva y bajos niveles de ahorro interno) a incurrir crónicamente en financiamiento externo para cubrir sus déficit fiscales y de cuenta corriente, lo cual paradójicamente flagela su economía.

En segundo orden, las metas fiscales que impone el FMI suelen condicionar la implementación de políticas de ajuste estructural, tales como medidas de austeridad fiscal, reformas en el mercado laboral y la privatización de empresas estatales. Medidas que estabilizan la economía a corto plazo pero que suelen tener costos significativos en el desarrollo económico de largo plazo. En contraste, los préstamos son a menudo motivo de alivio financiero para los países en desarrollo, sea para posibilitar políticas monetarias expansivas que reactiven la actividad económica en tiempos de crisis o bien restaurar la confianza en los inversores. En 2018, la Argentina recibió un préstamo de 75 mil millones de dólares, el más grande en la historia del organismo. Para cumplir las metas fiscales, el país debió implementar una serie de reformas económicas como recortes en el gasto público y aumentos en las tarifas. Tal préstamo estabilizó la economía a corto plazo pero también provocó una recesión y un aumento de la pobreza.
En tercer lugar, cabe señalar cómo la deuda externa afecta la política económica de los países latinoamericanos. Los altos niveles de endeudamiento originan imposiciones por parte de los acreedores a los gobiernos para la adopción de políticas fiscales y monetarias restrictivas que no sólo tocan el nervio sensible de la soberanía, sino también restringe la capacidad de aplicar una política monetaria expansiva que fomente el crecimiento económico y la creación de empleo. Asimismo, las políticas de ajuste y medidas de austeridad tienden a generar un descontento social y político, fundamento usual de protestas, inestabilidad política e institucional cuya historia en la región tiene larga data. En 2019, Ecuador empleó recortes fiscales que desencadenaron masivas manifestaciones que obligaron al gobierno a suspender temporalmente las reformas.
Dada las circunstancias de una región que sigue en vías de desarrollo, las tasas de interés internacionales y los términos en los que se negocian la deuda externa pueden, a largo plazo, ser un motor económico o una herida visceral. Los gobiernos endeudados, de igual manera, deberán subordinarse al organismo siendo dependiente en dos niveles: obtener tasas de interés beneficiosas y que las metas fiscales no atrofien su seguridad soberana y política.
Tomas Peña (Argentina): Licenciado en Relaciones Internacionales, Universidad de San Andrés y Miembro de Diplomacia Activa.
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