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Bielorrusia: una amistad irrenunciable

Por Axel Olivares

El avance ruso en territorio ucraniano se ha sustentado de los sectores pro-rusos dentro de Ucrania. Pero cada vez que el Kremlin ha necesitado el respaldo de alguna de sus reducidas relaciones exteriores, la Rusia Blanca ha sido siempre la primera en atender el llamado.

Ilustración | Peter Schrank

Vladimir Putin confirmó que desplegará armas nucleares en Bielorrusia una vez terminadas de instalarse el siete u ocho de julio. Su traslado ya había sido autorizado por Alexander Lukashenko a finales de mayo. Pero a pesar de llegar a territorio bielorruso, el ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, aseguró que el control del armamento nuclear “no estratégico” estará en manos de Rusia.

Lukashenko ha mantenido un papel activo en la Guerra de Ucrania a favor de Rusia a pesar de que, desde un principio, optó por ser un mediador entre ambas partes. Pero su neutralidad nunca fue convincente teniendo en cuenta la histórica cercanía entre Minsk y Moscú.

Un país en busca de su identidad

Bielorrusia ha sido constantemente susceptible a la influencia de sus vecinos quienes a lo largo de la historia lo han anexado -como cuando fue parte de la Mancomunidad Polaco-lituana entre 1569 y 1795- o lo han fraccionado -como resultado de la guerra polaco-soviética. La cultura de la nación se vio modificada por las potencias aledañas siendo la sovietización la corriente imperante durante su periodo en la URSS. Una muestra de esto es la imposición del ruso como idioma oficial.

En el siglo XIX, Bielorrusia fue parte de los movimientos nacionalistas que, junto a Ucrania, Lituania y Polonia se revelaron contra el Imperio ruso dando lugar al “Levantamiento de enero”, una de las primeras oportunidades para que la nación fantasee con su soberanía. Luego tuvo un breve periodo de independencia proclamándose como República Popular Bielorrusa entre 1918 y 1919, pero rápidamente fue absorbida por la URSS. El país recuperó su autonomía con el Acuerdo de Belavezha, firmado entre los presidentes de Bielorrusia, Ucrania y Rusia, poniendo fin a la Unión Soviética. Así se fundó la Comunidad de Estados Independientes, siendo uno de sus preámbulos la creación de Estados democráticos basados en el imperio de la ley.

Sin embargo, la “metodología soviética” nunca se extinguió. En 1994, Alexander Lukashenko se proclamó presidente de Bielorrusia y su mandato se extendió por seis periodos hasta la actualidad. Sus políticas se han caracterizado por restituir los métodos soviéticos de represión dirigidos a opositores (disidentes y periodistas), irregularidades en el sistema electoral y su complicidad con Rusia. El “Estado de la Unión”, ratificado en 1999, es la mayor expresión de esta interdependencia. Su creación, abierta a otros países, aunque con una autoridad exclusiva para sus dos únicos miembros, tiene como objetivo crear una base económica común y una defensa militar de coparticipación. 


Ilustración | Tjeerd Royaards

La histórica cercanía entre ambas naciones ha sido tema de debate. Stasnilav Shushkévich, expresidente de Bielorrusia y participante del Tratado de Belavezha consideró que «Putin y Lukashenko siguen descontentos con la caída de la URSS. Quieren gobernar para siempre”, y que “la URSS aún existe en sus conciencias”. Pero además de una ideología compartida, Bielorrusia es el principal socio comercial de Rusia. Casi la mitad de sus exportaciones llegan a la Federación Rusa, mientras que sus principales importaciones provienen de la misma Rusia.

Elecciones… o algo así

Lukashenko comenzó con una buena aceptación por parte del pueblo bielorruso, pero su legitimidad ha ido decayendo a la par de cada elección presidencial. Los comicios han sido cuestionados por la comunidad internacional no reconociendo sus resultados. Además, su régimen ha sido objeto de controversias por las denuncias de detención a opositores y exclusión de candidatos. Las elecciones de 2020 fueron la gota que rebalsó el vaso. 

No solo Lukashenko venció en los comicios con un sospechoso 80.10 % de los votos ganando por sexta vez consecutiva, sino que además el candidato opositor Serguéi Tijanovski, fue detenido acusado de perturbar la paz. Un mes después el candidato Víktor Babariko fue también detenido por supuesta evasión de impuestos. Como consecuencia, miles de bielorrusos salieron a las calles para protestar contra el régimen del “Último Dictador de Europa”. Pero las manifestaciones fueron violentamente reprimidas por el Escuadrón Móvil para Propósitos Especiales, la policía antidisturbios y, cabe destacar, fuerzas rusas. La ayuda del Comando de Defensa del Distrito Occidental de Rusia expuso el nivel de dependencia que Lukashenko tiene del Kremlin para mantenerse en el poder. 

Una cooperación indubitable

Teniendo en cuenta su posición geográfica, Bielorrusia ha intentado funcionar como un mediador entre Occidente y Rusia para servirse de su flujo comercial desde ambos lados. Pero su neutralidad nunca fue muy constante terminándose por inclinar siempre hacia su vecino del este. Tal como sucedió en la guerra del Dombás en 2014, cuando se dieron los acuerdos de paz en Minsk. La nación presumió un carácter soberano y pacifista pero el tratado funcionó como un alto al fuego provisorio y la antesala a la actual invasión de Rusia sobre Ucrania.

Bielorrusia fue uno de los cinco países en votar en contra de la resolución de la Asamblea de la ONU que califica la invasión de Rusia sobre Ucrania como una agresión. Desde entonces, Lukashenko se ha mantenido en su -ya no tan legítimo- papel de pacificador desconociendo su complicidad con Rusia. Y si en un principio el líder bielorruso consideró a la invasión como una “operación especial”, el avance de la guerra lo ha colocado en una posición incómoda obligándolo a desconocer su antibelicismo a favor de su “hermano mayor”

Tropas rusas han sido autorizadas para ingresar a Ucrania a través de fronteras bielorrusas, como el ingreso de aviones de la fuerza aérea rusa a territorio bielorruso. Todo con el pretexto de asegurarse ante un posible ataque ucraniano a Bielorrusia. “Enfatizamos una vez más que el cometido del Agrupamiento de Fuerzas Regional es puramente defensivo. Y que todas las actividades llevadas a cabo hasta ahora buscaban proveer una respuesta suficiente a las acciones cerca de nuestras fronteras”, declaró Viktor Khrenin, ministro bielorruso de Defensa.

En febrero de 2022, apenas tres días después del anuncio de la “operación militar especial” por parte de Rusia en Ucrania, en Bielorrusia se aprobó un referéndum constitucional que permitía volver a albergar armas nucleares. La guerra, desde su comienzo, estaba destinada a escalar los máximos niveles de tensión. Fue precisamente en el pasado mayo que Alexander Lukashenko oficializó el traslado de ojivas nucleares a Bielorrusia. “Había que tomar una decisión y ésta corresponde al presidente ruso”, exclamó el dictador sin ningún tipo de pudor al aceptar que el control del armamento nuclear lo tendrá Rusia.

Efectos secundarios de la unión

Ya sea como “Estado satélite” para Rusia o como “Estado colchón” para Occidente, Bielorrusia ha sabido utilizar su lugar. Pero la balanza siempre se inclinó más hacia el este siendo Rusia, como el principal acreedor de la deuda externa bielorrusa, la autoridad que traza el camino de su vecino. 

La guerra ha puesto en jaque la dictadura de Lukashenko. Por un lado, los bielorrusos que aprueban su régimen solo el 5% aprueba el envío de tropas bielorrusas a Ucrania, siendo mayoritario el rechazo que tienen al involucramiento de su nación a la guerra. Por otro lado, la represión hacia los manifestantes antibélicos y el encarcelamiento a los opositores, no se podrían haber dado sin la ayuda del Kremlin. Así pues, Lukashenko ha liderado Bielorrusia gracias al respaldo de Vladimir Putin, pero su persistencia en el poder le ha costado la soberanía a la nación

Ilustración | KAL

Ante el indiscreto apoyo al Kremlin, y las constantes violaciones a los derechos humanos que se efectuaron en el país, Bielorrusia recibió un paquete de sanciones similar al que recibió Rusia por parte de la Unión Europea, entre ellas sanciones individuales, financieras y económicas. 

Por tales motivos, si antes Bielorrusia tenía a Rusia como su principal colaborador, hoy es la última esperanza de Lukashenko para mantenerse en el poder. El aislamiento por parte de la comunidad internacional de ambas naciones ha incitado a pensar que Rusia y Bielorrusia estarían restaurando el Estado de la unión, una entidad que nunca se terminó de definir, pero que con la constante colaboración entre Putin y Lukashenko, las negociaciones podrían renacer. De hecho, pensar en su integración regional no es descabellado teniendo en cuenta que el Kremlin ha pensado en esta idea para un futuro cercano. 

Si al acercamiento de estos países, que dependen mutuamente entre sí, le sumamos el despliegue de armas nucleares desde un lado de la frontera hacia el otro, podemos observar indicios amenazantes propios de la Guerra Fría. No obstante, un destino más predecible nos dice que mientras Rusia necesite de Bielorrusia para desplegar sus estrategias militares, Lukashenko seguirá en el poder.


Axel Olivares (Argentina): Estudiante de Comunicación Social, Universidad Nacional de Cuyo.

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