Washington y la leyenda de los grandes líderes

María Isabel Granados Pérez
La figura de George Washington sigue siendo el espejo en el que se mide el liderazgo estadounidense. Entre la virtud personal, el poder contenido y las sombras de la esclavitud, su legado plantea una pregunta vigente: ¿qué define realmente a un buen presidente?

La confianza de los estadounidenses en sus líderes ha venido en caída en las últimas décadas. Para muchos, las elecciones se han convertido en una cuestión de elegir entre un abanico de malas opciones para definir quién hará menos daño a su país. Reflejo de este fenómeno es que, en varias encuestas realizadas en los últimos años a ciudadanos e historiadores, ningún presidente del siglo XXI clasifica entre los mejores cinco presidentes de Estados Unidos. Ante estos datos, resulta imposible no cuestionarse que define a un “buen presidente” y porque esas características parecen no estar presentes en la Casa Blanca en los últimos años.
Más allá de las discusiones ideológicas sobre sus políticas públicas, un factor que parece común en las presidencias de George Washington, Abraham Lincoln, o Franklin D. Roosevelt fue su capacidad de mantener la unidad de sus ciudadanos ante desafíos como la Guerra de Independencia, la Guerra Civil o la Segunda Guerra Mundial, y su determinación por defender los valores que cimentaban su Nación, posicionándolos en los primeros lugares del ranking. Sin embargo, estos presidentes no son celebrados únicamente por ser buenos líderes para sus ciudadanos y poseer destreza política, sino también por haber sido buenos hombres y contar con virtud personal para guiar a su pueblo.
Pero, ¿qué tanto deberíamos interesarnos en la vida privada de nuestros líderes? ¿basta con conocer sus decisiones políticas o debemos también intentar entender sus motivaciones personales? Neal K. Katyal, profesor de derecho en Georgetown argumenta que, a diferencia de los congresistas que tienen libertad cuando no están en sesiones, el presidente sí tiene un trabajo 24/7 y tiene solo una reserva limitada de confidencialidad de la cual hacer uso. En ese sentido, de cierta forma, la historia del presidente se vuelve la historia del país, y aspectos personales de la vida de los mandatarios pueden (y suelen) trasladarse al escenario político, tal y como se hizo evidente en el caso Clinton-Lewinsky.
Así, si nos interesamos en la historia política de nuestros países, deberíamos al menos entender a quienes estuvieron detrás de las decisiones que dieron forma a los Estados modernos. Este ejercicio permite además entender el contexto en el que definieron las normas y principios sobre las cuales actuamos hoy y discernir sobre los aspectos que son esenciales de nuestra sociedad y los cambios que han sufrido con el pasar del tiempo.

En el caso de Estados Unidos, este debate no podría empezar por otro personaje distinto a George Washington, el primer presidente y una figura crucial en el proceso de consolidación del Estado norteamericano. Siendo el único presidente elegido unánimemente, su gestión marcó los parámetros sobre los cuales se evaluaría a sus sucesores y que serían la guía en la consolidación del nuevo Estado.
Washington: A life de Ron Chernow es, sin duda, una de las mejores biografías disponibles para lograr entender a esta histórica figura política. Ofreciendo un relato detallado y extenso de la vida del primer presidente de Estados Unidos, este libro permite escudriñar a profundidad cada aspecto de la vida de Washington, desde sus ideales políticos hasta sus decisiones de moda y decoración. Este nivel de detalle podría parecer insensato u ocioso, pero cada episodio narrado en las 928 páginas de este libro deja entrever a la persona detrás de la leyenda. Solo un estudio robusto y riguroso como el de Chernow se puede usar para construir un juicio justo sobre el hombre que, tras dos siglos y medio de su muerte, sigue presente en cada rincón de Estados Unidos.
El Padre de la Patria
En una época en la que abundaban las monarquías, y habiendo ejercido como comandante en jefe del Ejército Continental, presidente de la Convención Constitucional, y presidente de los Estados Unidos de América, la principal dádiva de Washington a su país fue la mesura con la que actuó al tener a su alcance el poder absoluto en el naciente Estado. Como presidente, disfrutó de un poder sin igual, sin coquetear con un sistema autocrático, concentrando sus esfuerzos en construir un Estado sólido y bien gestionado. Sus decisiones dieron forma a un gobierno federal sin precedentes, con un sistema de pesos y contrapesos en el que las decisiones de Washington fueron esenciales para trazar los límites entre las tres ramas del poder.
Lo que parece diferenciar a Washington de otros líderes es su integridad moral y su capacidad de liderazgo. Como Chernow señala repetidamente en su libro, Washington no contaba con la preparación académica de sus compañeros revolucionarios, pero se destacó entre ellos cuando la Nación buscaba un líder y un modelo a seguir. Supo elegir y coordinar a las personalidades más fuertes y brillantes de su generación para alcanzar consensos y trabajar por un objetivo común, a pesar de las diferencias políticas entre republicanos y federalistas.
«Before there was a nation—before there was any symbol of that nation (a flag, a Constitution, a national seal)—there was Washington«.
Garry Wills
Como señala Chernow, Washington aprendió a subordinar sus sueños y aspiraciones al servicio de una causa más grande, convirtiéndose en un estadista con gran dominio de la política y un inquebrantable sentido de la grandeza futura de Estados Unidos. Como presidente, logró reactivar la economía, creó instituciones sólidas y mantuvo el orden, todo respetando escrupulosamente la constitución. Su entrega (y el hecho de no tener hijos) le daría el título de “Padre de la Patria”.
No todo fue perfecto
La esclavitud sería, sin duda, la mancha más grande sobre el legado de Washington. A pesar de expresar en cartas privadas su deseo por abolirla, la realidad es que, hasta el final de sus días, Washington se benefició de ese modelo económico basado en la explotación humana. Aunque pretendiera tener autocompasión por darles un mejor trato a sus esclavos en comparación con otros esclavistas de la época, Washington no pudo poner de lado su interés personal.
«Su búsqueda del interés propio y su dedicación desinteresada al servicio público a menudo se entremezclaban, lo que a veces dificultaba desentrañar sus verdaderos motivos«.
Ron Chernow
Por otro lado, el relato de Chernow desmiente la imagen de Washington como un militar intachable. Aunque Washington es reconocido por su liderazgo en la Revolución Americana, en realidad perdió más batallas de las que ganó. Las descripciones de episodios como el invierno en Valley Forge o la lucha constante por recursos para alimentar y vestir a sus soldados permiten rectificar la idea glamorosa que existe del Ejército Continental, reemplazándola por una realidad en la que los soldados llegaron incluso a caminar descalzos.
De forma similar, y a pesar de los términos glorificadores con los que en la actualidad suele describirse la presidencia de Washington, en su época hubo muchos periodistas hostiles que atacaban su política nacional y exterior. Estos ataques se intensificaron en su segundo mandato, convirtiéndose en agresiones personales que cuestionaban su integridad, sus principios republicanos e incluso su reputación militar.
Es común escuchar a políticos estadounidenses, tanto demócratas como republicanos, invocar a los “padres fundadores” para legitimar sus propias políticas y darles peso histórico, asegurando con certeza que, si vivieran hoy, estos apoyarían sus decisiones. Cuando se manipula la historia como una estrategia para hacer parecer coherentes los objetivos políticos con los principios de los líderes venerados del pasado, es responsabilidad de los ciudadanos informarse para poder discernir cuando se les está manipulando con mitos fantasiosos que solo apelan a elementos emocionales o morales.
Al final, conocer aspectos de la vida personal de nuestros mandatarios, presentes y futuros, nos da la oportunidad de conocer su relación con la verdad, las normas y las tradiciones. Esta es solo una herramienta para evaluar su forma de actuar y contrastarla con sus discursos grandilocuentes y las leyendas creadas a su alrededor.

María Isabel Granados Pérez (Colombia): Segundo Secretario de Relaciones Exteriores de la República de Colombia. Las opiniones expresadas en el documento son de responsabilidad exclusiva del autor y no reflejan la posición del Gobierno de Colombia o del Ministerio de Relaciones Exteriores.
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