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¿El fin de una era en Bolivia?

Por Ivana Patanè

Un país partido en dos, viejas heridas abiertas y un calendario político que no espera. Las próximas elecciones pondrán a prueba la resistencia de la democracia boliviana: una izquierda dividida y una derecha atrapada en sus ambiciones. El voto definirá si el país logra recomponerse o se hunde más en la crisis.

Imagen | France 24

El domingo 17 de agosto de 2025, en medio de una severa polarización política, Bolivia celebrará elecciones generales para decidir quién será el sucesor de Luis Arce Catacora (exministro de Economía bajo el gobierno de Evo Morales). En esta ocasión, la ciudadanía deberá elegir Presidente, Vicepresidente, los 130 miembros de la Cámara de Diputados y los 36 miembros del Senado.   

Sin embargo, el tenso clima político que se vive desde hace meses en el país refleja tanto las agitaciones populares como el descontento del histórico exmandatario boliviano, Evo Morales, quien busca un cuarto mandato pese a la decisión del Tribunal Constitucional de inhabilitarlo para las elecciones. La Constitución boliviana —enmendada en 2009 por el propio expresidente— permite únicamente dos mandatos presidenciales consecutivos.

Por añadidura, tras la Segunda Guerra Mundial, Bolivia ha sido el país que más golpes e intentos de golpe ha padecido. La violencia —especialmente la política— suele estar a la orden del día, lo que agudiza la ya frágil estabilidad institucional del país andino. A ello se suma una marcada inestabilidad macroeconómica, que desembocó en junio de 2024 en un fallido golpe militar encabezado por el general del Ejército Juan José Zúñiga, en La Paz, con el declarado objetivo de “favorecer la unión democrática” y frenar la formación de un nuevo gobierno de izquierda.

En un país políticamente fragmentado y económicamente asfixiado, las elecciones de agosto resultarán clave para la futura política del Estado plurinacional boliviano que ve, después de dos décadas, a su partido más importante (el Movimiento al Socialismo), dividido y sumido en una continua lucha entre Evo Morales y el actual mandatario Luis Arce.

De momento, el MAS atraviesa una profunda división entre los “evistas”, leales a Evo Morales, y los “arcistas”, partidarios de Luis Arce. No obstante, Arce dejó clara su intención de no buscar un nuevo mandato y manifestó su apoyo al candidato de Alianza Popular, el joven político Andrónico Rodríguez, considerado una promesa de la izquierda boliviana y delfín de Morales.


Imagen | Bolivia. com. El candidato presidencial Andrónico Rodríguez, de 36 años de edad.

En medio del caos, la lista de candidatos —marcada por la ausencia de la figura histórica de la izquierda boliviana— suma ocho aspirantes a la presidencia. En el espectro progresista destacan Eduardo del Castillo, rostro institucional del MAS, y el joven Andrónico Rodríguez, que cuenta con un 14,2 % de intención de voto dentro de la izquierda.

«Finalmente se impuso la fuerza de la razón. Tenemos el vehículo, tenemos la llave, tenemos el piloto. A correr en este proceso electoral pensando en Bolivia. No hemos venido a dividir, hemos venido a unificar».

Andrónico Rodríguez

En la oposición se perfilan varias figuras, entre ellas el empresario liberal Samuel Doria Medina, de Unidad Nacional, referente del centroderecha boliviano que ha intentado sin éxito postularse varias veces a la presidencia; el alcalde de Cochabamba, el conservador Manfred Reyes, de Autonomía Para Bolivia; y el expresidente Jorge Quiroga, al frente de Libre, de la derecha liberal-conservadora. Hasta el momento, las encuestas dibujan un escenario en el que Doria Medina lidera con un 18,70 % de intención de voto.

La sombra de Morales

Refugiado desde octubre en el Chapare y decidido a regresar a la Casa Grande del Pueblo, Evo Morales fue el primer líder indígena en gobernar Bolivia. En 2019, en medio de escándalos que lo vinculaban con presuntos casos de trata, tráfico de personas y fraude electoral, renunció a la presidencia, obtuvo asilo político en el exterior y puso fin al periodo presidencial más largo de la historia del país.

Morales, con pasado sindicalista en el mercado cocalero, llegó al poder en 2006 con una mayoría absoluta y una agenda política situada entre las más progresistas de América Latina. En aquellos años, la región atravesaba la llamada “marea rosa”, expresión que en el discurso político alude al giro a la izquierda de numerosos gobiernos latinoamericanos, con líderes como Hugo Chávez en Venezuela, Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil o Néstor Kirchner en Argentina como protagonistas centrales de este fenómeno.

En el plano internacional, Morales se fue distanciando de Estados Unidos y del mundo occidental, alineándose con gobiernos latinoamericanos de izquierda y con países del sur global, e impulsando una diplomacia basada en la cooperación Sur-Sur. Su cercanía a regímenes autoritarios como el cubano o el venezolano, así como a potencias como Rusia y China, ha generado malestar entre los candidatos de derecha, quienes, de llegar al poder, probablemente reorientarían la política exterior hacia una colaboración estratégica con actores occidentales y filoestadounidenses.


Imagen | CNN en Español

Asimismo, en los últimos años del gobierno de Morales, Bolivia apostó por una multipolaridad renovada, reafirmando su voluntad de fortalecer su posición en el tablero mundial. Este enfoque llevó al país a estrechar lazos diplomáticos con naciones como India, Turquía y Emiratos Árabes Unidos, entre otras.

Por ejemplo, La Paz ha mantenido intensas relaciones diplomáticas con la India, acordando con el gobierno de Nueva Delhi profundizar la cooperación en materia de inversiones y comercio. En el caso de Rusia, cabe destacar que en 2016 ambos países formalizaron acuerdos militares para la formación de personal boliviano en academias rusas y la transferencia de tecnología y material de defensa.

Sin embargo, la presidencia de Morales no estuvo exenta de controversias. El líder cocalero chocó en varias ocasiones con las lógicas del poder capitalista: una gestión cada vez más personalista; la dependencia del modelo extractivo —aunque acompañada de la redistribución de sus ganancias—; y el aumento de las tensiones sociales entre las propias comunidades indígenas.

Situación económica

Durante el gobierno del exsindicalista, Bolivia experimentó varios años de bonanza económica tras vivir, en particular en 2003, una desastrosa “guerra del gas” que se reveló perniciosa para la estabilidad macroeconómica del Estado. Este conflicto interno fue el auge de años de tensiones sociales a causa de la sistemática explotación del segundo yacimiento de gas natural en Sudamérica que se descubrió, en el departamento boliviano de Tarija, a principios de los años 90.

Ello conllevó la renuncia del expresidente Gonzalo Sánchez de Lozada y a las elecciones presidenciales donde Evo se llevó la victoria. Si se miran a los datos económicos desde 2006, según el Instituto de Estudios Económico (CEPR), las políticas económicas expansivas de Morales permitieron que el PIB creciera de casi un 5% por año, el PIB per cápita aumentara un 50% a la vez que la pobreza extrema cayera de un 38% a un 15%.


Por otro lado, Bolivia —que sigue siendo uno de los países más pobres de Sudamérica— cuenta con una abundancia de recursos naturales, albergando una de las mayores reservas de litio del mundo (alrededor de 23 millones de toneladas) concentradas en el Salar de Uyuni, así como importantes yacimientos de gas natural y minerales como la plata y el estaño, este último otro motor clave para el empleo y los ingresos.

Con respecto al gas natural, abundante en el país ya que cuenta con las mayores reservas en América Latina, su explotación fue clave en trazar la ruta para alcanzar el “milagro económico” boliviano. Al mismo tiempo, la presencia del litio, el “oro blanco” de la transición energética, podría ser otro elemento determinante para lograr la estabilización económica y las relaciones internacionales del país.

En 2008, para evitar la privatización del metal, se aceleró el proceso de su nacionalización creando, pocos años después, la empresa estatal YLB (Yacimientos del Litio Boliviano) para su explotación. Sin embargo, los planes estatales para su industrialización a gran escala no se han cumplido y la posibilidad de que la nación se convirtiera en la “Arabia Saudita” del litio se quedó una promesa rota y una utopía para muchos.

Por otra parte, las fallas en la gestión de los minerales (y del litio en primer lugar) se deben principalmente a la falta de personal especializado y de tecnologías avanzadas, a la fragmentación política y a la incertidumbre sobre la transparencia de las licitaciones. Es más, geográficamente Bolivia no tiene acceso directo al mar para la exportación de sus productos, y este aislamiento tiene también duras consecuencias a nivel geoeconómico.

En resumidas cuentas, a pesar del boom experimentado, que vio su fin en 2014, Bolivia empezó a tener un elevado gasto público, una inflación interanual que se disparó a un 25% en julio de este año, un aumento de la deuda pública y la reducción de sus reservas internacionales según el Banco Mundial.

La situación se volvió aún más gris con la llegada al poder de Luis Arce, que vio empeorar la crisis energética del país junto a las exportaciones de hidrocarburos que se desplomaron drásticamente de un 37% en el primer cuatrimestre de 2025, perdiendo en cuatro meses 220 millones de dólares (con Brasil como único destino para el gas boliviano). Aún así, es importante tener en mente el contexto geopolítico global con una sostenida volatilidad de los precios del petróleo y a los recientes conflictos registrados en Oriente Medio.

El Banco Mundial advirtió sobre la fragilidad del sistema económico boliviano ante la caída de los precios de las materias primas y los shocks de los mercados internacionales. Por ello, instó al país a considerar una mayor interacción con el sector privado y a diversificar su economía como vía para mejorar su situación macroeconómica.


Las elecciones del 17 de agosto serán la piedra de toque de la democracia boliviana. Si bien la izquierda llega dividida y paralizada, la derecha también enfrenta importantes desafíos internos: ambiciones personales y viejas lógicas de poder que acechan a sus candidatos, herencia de años de profundas fracturas democráticas.

En definitiva, en un contexto institucional latinoamericano cada vez más inestable y polarizado, donde el respeto del Estado de derecho está al borde del colapso, y el rostro del autoritarismo vuelve a perfilarse lentamente en el horizonte político, volviendo a evocar la memoria de un pasado infausto, ¿logrará Bolivia salvar su democracia este 17 de agosto?


Ivana Patanè (Italia): Estudiante de Relaciones Internacionales y Diplomacia, Universidad de Padova. Columnista en Diplomacia Activa.

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