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Arte: ¿aliado o adversario del poder?

Por Agustina Miranda Giordano

El arte y la política se entrecruzan en un eterno diálogo. A veces, el primero alaba al poder; otras, lo desafía y lo resiste. Cada obra es una encrucijada inserta en una época determinada, donde la belleza se convierte en herramienta del poder o en un cuestionamiento de éste. 

La obra de arte tiene un carácter único que está imbricado e inserto en el entramado de relaciones de su tiempo, lo que le confiere una vivacidad y organicidad irrepetibles. Desde la antigua Grecia hasta los movimientos de vanguardia del siglo XX, el arte no sólo es expresión del artista ni muestra únicamente los valores de su época, sino que también los desafía, los cuestiona e incluso los configura. A lo largo de la historia de la humanidad, el arte ha actuado como un espejo que proyecta las dinámicas políticas y sociales, actuando como medio de expresión de los hombres.

Históricamente, las manifestaciones artísticas se han visto condicionadas por dinámicas políticas, oscilando entre dos polos: ser reflejo del poder y, a su vez, resistencia frente a este. La relación entre arte y política es compleja y ha sido abordada desde diferentes y diversas perspectivas. Walter Benjamin, filósofo, crítico literario, en su ensayo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (1936), realiza un detallado análisis crítico sobre los cambios del arte derivados de los avances, particularmente en la modernidad, en los métodos de reproducción técnica, y cómo estos afectan tanto su función como su percepción artística. Benjamin desentraña las implicancias políticas, sociales y estéticas de esta transformación en el arte.

No entraremos en detalle en el análisis de la reproducibilidad técnica del arte, sino que nos enfocaremos en su relación con la política. Históricamente, el arte estuvo ligado a rituales mágicos y religiosos. Desde la óptica de Benjamin, en épocas recientes, con los avances tecnológicos y la posibilidad de reproducir técnicamente el arte, éste se libera de esta relación ritual y adquiere una nueva función social. El filósofo observa que la reproducción técnica transforma el arte en una herramienta para fines políticos, produciendo un desplazamiento de su valor de culto por un valor de exhibición que responde a dinámicas propias de la modernidad. De este modo, la fundamentación de la obra de arte deja de estar en el ritual (mágico o religioso) para situarse en la política

La relación entre la estetización de la política y la politización del arte en la obra de Benjamin puede ser interpretada como un contraste entre dos formas de usar la manifestación artística en la esfera pública: una como medio para consolidar el poder y otra como instrumento para desafiarlo.

Walter Benjamin

Estetización de la política: el arte como herramienta al servicio del poder

La estetización de la política, según Benjamin, se ejemplifica en el fascismo, el cual usa el arte para glorificar ideologías opresivas. Esta forma de estetización se cristaliza en el modo en que el arte se convierte en un instrumento de propaganda para regímenes autoritarios. Desde esta perspectiva, el arte no sólo refleja la ideología de un grupo, sino que también la embellece, haciéndola atractiva y, sobre todo, aceptable a través de valores estéticos. Así, se busca consolidar y afianzar el poder, ofreciendo una imagen aceptable estéticamente de dicho grupo. El arte se convierte en un vehículo que transmite los valores políticos dominantes

Un ejemplo histórico concreto es el concepto de “arte degenerado”, empleado por el régimen nazi para describir y censurar al arte moderno. En contraposición, los nazis promovieron lo que denominaron “arte heroico”. El arte considerado “degenerado” fue prohibido en el territorio alemán y desvalorizada como “no alemán” (bolchevique o judío). Los artistas que producían estas obras eran perseguidos, sometidos y sancionados. Estas políticas llevaron a acciones concretas como la confiscación en julio de 1937, en Múnich, de más de 600 cuadros de los museos alemanes bajo la etiqueta de “degenerado”.

Alber Speer, conocido como el arquitecto principal del régimen de Adolf Hitler, buscó proyectar y diseñar la imagen de una civilización “perfecta” basada en la supremacía racial.  En este sentido, el nacionalsocialismo empleó el arte como símbolo político y estético, invadiendo los espacios públicos y llevando la ideología a todos los rincones de la sociedad. 


Ilustración | The Economist

En última instancia, según el filósofo, el fascismo se dirige hacia una estetización de la vida política que culmina en un punto: la guerra. Benjamin cita el manifiesto de Marinetti con motivo de la guerra colonial en Etiopía donde se lee que 

La guerra es bella porque, gracias a las máscaras antigás, a los megáfonos que causan terror, a los lanzallamas y los pequeños tanques, ella funda el dominio del hombre sobre la máquina sometida. La guerra es bella porque inaugura la metalización soñada del cuerpo humano. La guerra es bella porque enriquece los prados en flor con las orquídeas en llamas de las ametralladoras. La guerra es bella porque unifica en una gran sinfonía el fuego de los fusiles, los cañonazos, los silencios, los perfumes y hedores de la putrefacción. La guerra es bella porque crea nuevas arquitecturas como la de los grandes tanques, la de los aviones en escuadrones geométricos, la de las espirales de humo en las aldeas en llamas, y muchas otras cosas […] Poetas y artistas del futurismo, recordad estos principios de una estética de la guerra para que vuestros esfuerzos por alcanzar una nueva poesía y una nueva plástica […] sean iluminados por ellos. 

La politización de arte: el arte como herramienta para cuestionar el poder

A la estetización de la política, Benjamin opone la politización del arte, que, si bien no define con precisión en su obra, la trata como un modo de vincular el arte con la política, en una forma activa, no enajenante ni instrumental. En contraposición a la estetización, el arte puede devenir en una herramienta de expresión para la resistencia política. En este sentido, el arte no resalta la hegemonía de un grupo, sino que busca poner en evidencia las injusticias, contradicciones y abusos de poder. 

Afirma Pablo Hernández Jaime, que la politización del arte es la “activación política del arte como un arte consciente, reflexivo y crítico, que contribuya a formar estos atributos en la sociedad”. Siguiendo a este autor, podemos decir que mientras la estetización de la política convierte al arte en instrumento de destrucción, la politización del arte lo convierte en un actor de liberación

La politización del arte se refiere a su uso en movimientos progresistas o revolucionarios, como una forma de subversión en contra de ideologías dominantes. En este sentido, se trata de un arte que desafía las normas establecidas y propone, críticamente, nuevos modos de ver el mundo, abriendo espacios para la reflexión y la acción. 

Ejemplos históricos de este modo de abordar el arte son, entre muchos, el muralismo mexicano de artistas como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco. Se trata de un movimiento artístico que se originó en la década de 1920, en el contexto de la Revolución mexicana de 1910 y las políticas de modernización del Estado. Estos artistas emplearon el muralismo como forma de resistencia y buscaron representar la vida cotidiana del pueblo mexicano y su lucha por la identidad nacional, la justicia social y la lucha de clases.

Asimismo, durante la Primavera Árabe (2010-2012), una serie de manifestaciones populares, levantamientos y rebeliones armadas, el arte emerge como un instrumento de resistencia y de expresión frente a los regímenes autoritarios. Las calles de ciudades como El Cairo, Túnez y Damasco se transformaron en lienzos para grafitis y murales que captaron el espíritu de las revueltas, transformándose en símbolos de lucha. En un contexto de represión, los muros, las caricaturas y las pinturas se despojaron de cualquier valor ritual para adquirir un propósito político y social.

Otro caso relevante es el Guernica (1937) de Pablo Picasso, que no sólo denuncia el bombardeo de Guernica durante la Guerra Civil Española, sino que se convierte en un símbolo pacifista en contra de la violencia estatal. El cuadro fue un encargo del Gobierno de la Segunda República Española para ser expuesto en el pabellón español durante la Exposición Internacional de 1937 en París. Bansky, asimismo, emplea murales como herramientas de resistencia política, denuncia social y reflexión crítica. Dos de sus creaciones más emblemáticas, Slave Labour (2012) y There Is Always Hope o Girl with Balloon (2002), ejemplifican cómo el arte puede politizarse y convertirse en un actor de liberación, según la concepción benjaminiana.

Pablo Picasso afirmó en sus declaraciones hechas a Marius de Zayas en 1923, aparecidas en mayo de ese mismo año en la revista The Arts de Nueva York, que: “El arte es una mentira que nos hace ver la verdad”. El arte, en su imbricación política, ha funcionado tanto como legitimador, proyectando ideologías hegemónicas en el escenario global, como también ha desempeñado una función crítica frente a los sistemas de opresión. De este modo, el arte se presenta, naturalmente, como un lenguaje universal capaz de cuestionar activamente las dinámicas de poder desde una perspectiva crítica y reflexiva. 

Por un lado, existe el arte que destruye; por otro, el arte que edifica. La diferencia, en última instancia, reside en si la obra contribuye al autoconocimiento y fomenta la reflexión crítica, o si, por el contrario, se limita a ser propaganda acrítica que promueve la obediencia ciega o la indiferencia.


Agustina Miranda Giordano (Argentina): Profesora Universitaria en Filosofía, Universidad Nacional de Cuyo, y columnista en Diplomacia Activa.

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