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Cuestiones Artificiales Disputadas

Por Estanislao Molinas

La IA reconfigura el tablero de ajedrez global, desafiando a los hemisferios en una batalla tecnológica sin precedentes.

El reciente avance de DeepSeek, la empresa china que logró desarrollar un modelo de IA altamente eficiente con menores costos y sin la necesidad de chips avanzados de Nvidia, ha sacudido el panorama tecnológico y geopolítico. En cuestión de días, el precio de las acciones de Nvidia se desplomó un 17%, poniendo en evidencia la vulnerabilidad del liderazgo estadounidense en el sector. Mientras tanto, Estados Unidos respondió con la creación del Start-Gate Project, una iniciativa público-privada que involucra a OpenAI, SoftBank y Oracle, con una inversión proyectada de 500.000 millones de dólares hasta 2029. La competencia por la IA ha entrado en una nueva fase, donde los límites entre lo comercial, lo estratégico y lo militar son cada vez más difusos.

Este tipo de rivalidad tecnológica entre hegemones no es nueva, mucho menos una mera cuestión de Soft Power. Durante la Guerra Fría, la Unión Soviética y Estados Unidos compitieron ferozmente en el desarrollo de la computación, los satélites y la exploración espacial, con eventos como el lanzamiento del Sputnik en 1957 marcando hitos que alteraron el equilibrio de poder. Un paralelismo interesante con la situación actual es el desarrollo de la supercomputadora china Sunway TaihuLight en 2016, que en su momento superó a cualquier sistema estadounidense en términos de velocidad y eficiencia energética. Al igual que en la Guerra Fría, la innovación tecnológica no solo define el liderazgo en un sector, sino que también funciona como una declaración de poder global.

Si Robert Keohane y Joseph Nye analizaran esta competencia, probablemente destacarían cómo la interdependencia económica frena un conflicto abierto. Estados Unidos y China necesitan mutuamente sus mercados, recursos y talento tecnológico, lo que hace que una confrontación total sea improbable. No obstante, la interdependencia no significa estabilidad. La creciente presión de Estados Unidos para limitar el acceso de China a chips avanzados ha provocado un impulso de autosuficiencia en Pekín, acelerando el desarrollo de su propia industria de semiconductores. Empresas como Huawei y SMIC han logrado avances significativos en la fabricación de chips de 7 nm sin tecnología estadounidense, desafiando la idea de que China depende estructuralmente de Occidente para su progreso tecnológico. Esta tendencia podría consolidar un ecosistema tecnológico dividido, con estándares y plataformas incompatibles entre ambos bloques.  


Ilustración | Alberto Miranda

El desarrollo de DeepSeek-R1 no solo responde a una estrategia tecnológica, sino que también refleja principios filosóficos profundamente enraizados en la tradición china. El confucianismo, con su énfasis en la armonía y el pensamiento estratégico a largo plazo, y el Arte de la Guerra de Sun Tzu, con su principio de «ganar sin luchar», pueden verse reflejados en la forma en que China ha abordado la carrera por la IA. En lugar de competir frontalmente con las grandes tecnológicas estadounidenses en hardware, China ha optado por hacer hincapié en el training y  tokenización del modelo. Haciéndolo altamente eficiente y abaratando costos, o al menos así lo declararon en el Paper Oficial de DeepSeek-R1. Además, al ser open source, pone contra las cuerdas a los gigantes americanos.

La decisión de hacer DeepSeek-R1 un modelo de código abierto también refleja una estrategia geopolítica en sí misma. Al permitir que cualquier desarrollador acceda al código y lo mejore, China apuesta por la difusión descentralizada (paradójicamente) de su tecnología, en contraste con la tendencia de las grandes tecnológicas estadounidenses a monopolizar sus modelos de IA. En el largo plazo, esta apertura puede convertir los algoritmos chinos en estándares globales de facto, erosionando la influencia de OpenAI y Google DeepMind en la arquitectura de la inteligencia artificial global.

A este panorama se suma el factor Musk, quien ha mostrado su escepticismo ante la viabilidad del Start-Gate Project, argumentando que el modelo de negocios no es sostenible a largo plazo. Su empresa xAI, por otro lado, sigue desarrollando sistemas propios con una visión más descentralizada de la IA. Esto nos lleva a otra cuestión clave ¿Quién está realmente liderando esta carrera? Mientras que los gobiernos imponen regulaciones y restricciones, las empresas tecnológicas tienen su propia agenda, muchas veces en conflicto con los intereses nacionales.

Uno de los contrastes más marcados entre la estrategia china y la estadounidense en IA radica en sus modelos económicos. Mientras que en EE.UU. predomina un modelo de deployment basado en las  Big Tech Companies, donde las innovaciones emergen del sector privado y son luego absorbidas por el gobierno según sus intereses, en China predomina un capitalismo estatista, donde el gobierno central juega un papel activo en la planificación y financiamiento de tecnologías estratégicas. Este enfoque asiático tiene reminiscencias en la estrategia de los 24 caracteres de Deng Xiaoping, que promovía la cautela en la proyección del poder chino hasta alcanzar una posición inamovible. Bajo la administración de Xi Jinping, esta estrategia ha evolucionado hacia un modelo de «avanzar sin alardear», consolidando a China como un actor tecnológico de peso sin una confrontación abierta con EE.UU.

No es casual que este enfoque se alinea con la estrategia de «discreta acumulación de capacidades» que ha definido la política exterior china en las últimas décadas. A diferencia de la estrategia estadounidense, basada en proyectos de gran visibilidad y alianzas multilaterales, China ha priorizado el desarrollo tecnológico discreto hasta alcanzar una posición de fuerza innegable. Quizás, un escenario futuro que podríamos imaginar es aquel donde la competencia tecnológica se convierta en una herramienta de negociación geopolítica.

Más allá de los titulares sobre quién está «ganando» la carrera por la IA, lo cierto es que este es un juego de suma variable. No hay un punto final ni un claro vencedor. El futuro de la inteligencia artificial dependerá de cómo se equilibren la competencia y la cooperación, el nacionalismo tecnológico y la interdependencia económica, su regulación y la innovación.

Si la historia nos enseña algo, es que las revoluciones tecnológicas rara vez benefician a un solo actor. La IA no será la excepción. La pregunta clave no es quién ganará, sino cómo las grandes potencias manejarán los riesgos y oportunidades de este nuevo orden tecnológico.


Estanislao Molinas (Argentina): Estudiante avanzado en Relaciones Internacionales, Universidad Católica de Santa Fe.

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