Talibanes ¿aliados o enemigos de Pakistán?
Por Paula Gómez
El 8 de noviembre el primer ministro de Pakistan, Anwaar-ul-Haq Kakar expresaba alertado a los medios nacionales el incremento en un 60% de los ataques terroristas desde agosto 2021, cuando los talibanes reconquistaron Afganistán. Estas cifras han llevado a que a principios de mes se ordenara la expulsión de más de un millón y medio de afganos indocumentados, al igual que un incremento en la tensión entre los gobiernos de ambos países.

A pesar de que Islamabad ha sido clave para la emergencia y supervivencia del grupo desde la intervención estadounidense, las tensiones con Kabul han aumentado considerablemente ¿aliados o enemigos?
Alrededor de 1.7 de los cuatro millones de afganos que residen en Pakistán están indocumentados y son vulnerables a las nuevas acciones que está llevando a cabo el gobierno. La migración de afganos al país vecino comenzó tras la invasión soviética de Afganistán; sin embargo, la llegada de los talibanes al poder ha supuesto un antes y un después en la huida hacia Pakistán, donde la acogida de refugiados incrementaría de golpe entre seiscientos y ochocientos mil más.
Kakar puso como fecha límite para que salieran de Pakistán el 31 de octubre, y tras una semana, más de doscientos mil habrían cruzado de vuelta a su país por miedo a las acciones de las autoridades.
Hay que tener en cuenta el contexto en el que los talibanes surgieron. Contra las fuerzas de la Unión Soviética y más tarde los muyahidines, los refugiados en el Baluchistán pakistaní se apoyaron en el ulema y la red de madrasas que les proveyeron de alojamiento, comida y educación cuando no les quedaba nada. Estos “estudiantes”, como viene a significar la palabra talibán, y los líderes religiosos, fueron la única fuerza organizada, y bajo la interpretación radical del Islam consiguieron imponer el liderazgo pastún. Tomaron las armas para hacerse con Kabul, algo que no hubiera sido posible sin ayuda externa.

Aunque no se sabe en exactitud el apoyo que han recibido los talibanes afganos por parte de Islamabad y sus servicios de inteligencia nacionales (ISI), el constante flujo de guerrilleros hacia el país y los casi inexistentes controles en la frontera evidenció su involucramiento. Para Pakistán, el contar con un vecino estable y amigo es esencial, y preservar la influencia en el país en contra de otros poderes interesados en Afganistán, como India, aún más; es por ello que los talibanes se convirtieron en el principal grupo al que apoyar para preservar sus intereses en el país; a pesar de que siempre ha negado su involucramiento con el grupo.
Tras el 9/11, si Pakistán quería mantener su papel esencial en la región, tenía que tomarse en serio la lucha contra el terror, ya que la intervención estadounidense podría haber optado por India como aliado clave, su mayor rival, en lugar de Islamabad.
Las operaciones contra el terrorismo, especialmente al-Qaeda, en la que se vio envuelta Pakistán, llevó al nacimiento en 2007 de Tehrik-e Taliban Pakistan (TTP) en la frontera afgano-pakistaní. El principal objetivo del grupo es acabar con el gobierno nacional para establecer un emirato islámico que base su régimen en la interpretación radical de la Sharía, a semejanza del actual régimen de Kabul.
Sin embargo, la fidelidad pakistaní ha sido cuestionada durante las dos décadas de guerra en Afganistán, y la no declaración de actividades realizadas con las ayudas del gobierno estadounidense no despejan las dudas de su lealtad. Este doble juego de Islamabad habría ayudado a la planificación de la toma de Kabul, así como provisión de bases y entrenamiento a talibanes durante la guerra contra EEUU.

El propio gobierno de transición afgana pidió a al país vecino que pusiera más medios para parar las infiltraciones de extremistas en su territorio; a esto Islamabad culpó de vuelta al nuevo régimen de su debilidad para reconstruir el país y mantener la seguridad en sus fronteras.
Ahora, Pakistán responsabiliza a los Talibanes afganos de haber violado el Acuerdo de Doha por ayudar y acoger al TTP en su territorio con el objetivo de acabar con su gobierno. Islamabad recibe prácticamente la misma respuesta que el previo gobierno afgano, los talibanes han rechazado tal acusación, y el portavoz del régimen, Zabiullah Mujahid ha establecido que Afganistán “no es responsable del mantenimiento de la paz en Pakistán e (Islamabad) debería abordar sus problemas internos de seguridad en lugar de culpar a Afganistán.”
Desde la toma de Kabul por el grupo, Islamabad ha sido un fiel defensor de la necesidad de normalizar las relaciones con el nuevo gobierno afgano, además del levantamiento de las sanciones en contra de su mandato y el favorecimiento de incentivos para facilitar el comercio. Tras dos años de apoyo, y al acusar a Kabul de no poder o querer ayudar a solventar la crisis de seguridad que está afrontando Pakistán, Kakar ha decidido dejar de ayudar de una vez a este régimen que no cumple con su parte del “acuerdo”.
Las tensiones, además, han aumentado en su principal paso fronterizo, donde el gobierno talibán ha construido estructuras ilegales según ha considerado Pakistán. La ruta de Torkham fue cerrada tras un tiroteo entre ambas fuerzas, lo que ha bloqueado el intercambio de productos de primera necesidad.
La política pakistaní ha distinguido durante años a los talibanes afganos como el régimen que da estabilidad al país y la región; mientras que los talibanes pakistaníes son una amenaza a su integridad. Islamabad priorizó los lazos con el grupo radical que acabó con la República Islámica de Afganistán y ahora, una vez al mando del país no puede controlar sus acciones, el régimen que pensaba tener como aliado se está volviendo en su contra.
Además, estas políticas que Islamabad está tomando contra la población afgana, es contraproducente, ya que incrementa el sentimiento anti-pakistaní de esta población, así como en el país vecino. A pesar de que haya afganos nacidos en suelo pakistaní que jamás han pisado Afganistán, el gobierno ha acusado a esta diáspora del incremento de la violencia y los actos criminales. Esto ha aumentado el racismo en la sociedad del país, donde el discurso gubernamental culpa a los afganos de los problemas que sus propias decisiones han provocado.
De hecho, se puede hacer un paralelismo con la situación que se puede prever que ocurrirá entre los Palestinos después de los ataques en Gaza. Mientras que las acciones de los gobiernos que pretenden acabar con grupos terroristas no dejen de afectar a la supervivencia de miles de civiles, y sean tratados como daños colaterales, estos grupos ganarán simpatizantes al sentirse atacados indiscriminadamente.
La política exterior pakistaní ha sido polémica, y además no ha mostrado resultados contundentes, ya que sus aliados, a los que ayudaron a llegar a Kabul y por los que ha perdido la confianza internacional, ahora se están alejando y podría decirse que están volviéndose en su contra.
Lo que hay que sacar en claro en este caso es la volatilidad de las alianzas con grupos extremos, los cuales no aseguran el mantenimiento de las relaciones. Pakistán está recogiendo lo que ha sembrado mientras intenta echar balones al tejado de aquellos que huyeron de las consecuencias de sus decisiones; y son los refugiados civiles que escaparon del régimen que crearon, los que más están sufriendo, otra vez, sus políticas.
Paula Gómez (España): Estudiante de Máster en Estudios Geopolíticos, Charles University, Republica Checa.
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