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Educación: un campo de batalla

Por Axel Olivares

“Las nuevas generaciones corren el peligro de ser adoctrinadas con ideas erróneas”, manifiestan algunos autores. Pero quienes se oponen a esta afirmación pueden llegar a repetirla cuando no se enseñe su versión de los hechos. Entonces, ¿Qué se debe plasmar en los libros de texto?


Juventudes Hitlerianas marchando en 1932.

Días atrás, una particular llamada al 911 tuvo lugar en el Condado de Santa Rosa, Florida: una mujer exigió abrir una investigación criminal contra la bibliotecaria y el distrito escolar por exponer supuesta “pornografía infantil”. El libro en cuestión era “Furia y Tormenta” de Jennifer L. Armentrout, una novela juvenil que incluye pasajes sobre temas sexuales.

La mujer denunciante, identificada como Jennifer Tapley, no es solo candidata republicana para el consejo escolar del Condado, sino también miembro de “Moms for Liberty”, un grupo conservador compuesto principalmente por madres cuyo objetivo es censurar cualquier contenido escolar que incluya temas como diversidad sexual, teorías críticas de raza o información sanitaria sobre el COVID-19.

El Estado de Florida no es ajeno a este tipo de controversias. Su gobernador, Ron DeSantis, precandidato presidencial por el Partido Republicano, ha respaldado varias iniciativas que defienden una educación “fáctica y objetiva” libre de “teorías que distorsionan los eventos históricos”. Entre ellas se encuentra la ley “Stop WOKE”, que prohíbe en escuelas o empresas que se enseñe que “el carácter moral de un individuo o su estatus como privilegiado u oprimido está necesariamente determinado por su raza, color, sexo u origen nacional». A pesar de depurar culpas no correspondidas, no todo termina ahí. La ley busca eludir el pasado esclavista del país borrándolo de los libros de historia y así, en palabras de DeSantis, evitar enseñarles a «los niños a odiar a nuestro país o a odiarse unos a otros”.

Las legislaciones que buscan configurar la educación y protegerla de puntos de vista “distorsionados” no son algo propio del partido republicano estadounidense sino también, de quien podría ser su antítesis. En China, el Partido Comunista elaboró un proyecto de ley para inculcar una educación patriótica en los jóvenes e inspirar lealtad al partido.

La iniciativa busca «incluir el amor a la patria en la educación familiar”, pero también castigar cualquier ofensa como insultar a la bandera china o poner en duda a los héroes de la historia oficial china. La ley se da en un contexto de pérdida de popularidad del Partido Comunista, afirma Kathy Huang, una experta china del Consejo de Relaciones Exteriores, como también producto de la inseguridad de Xi Jinping por problemas que atraviesa el país como el alto índice de desempleo juvenil.


Ron DeSantis durante el acto de presentación del proyecto «Stop WOKE», el cual sería aprobado por el Estado de Florida semanas después.

La educación en los colegios parece tener una particular relevancia en un amplio campo de batalla ideológica que incluye las calles, los medios de comunicación, o los debates públicos. Los programas escolares no se escapan del ojo vigilante de los diferentes sectores del espectro político, pero ¿Qué tanta importancia tiene lo que un niño vaya a aprender en la escuela? Para algunos Estados y asociaciones, mucha. Los libros escolares pueden ser utilizados para instalar un discurso dominante en una nueva generación para que así ese discurso transcienda en el tiempo.

Un discurso dominante, afirma el profesor en sociolingüística argentino Alejandro Raiter, es dominante porque es capaz de instalar un sistema social de referencias desde el cual todo adquiere una significación particular. La historia, la actualidad, lo bueno o lo malo no tienen un significado autónomo sino en función de ese sistema.

Para eso necesita de signos ideológicos que le asignen un valor a lo que ese discurso vea como positivo o negativo. Históricamente los Estados más autoritarios son los que más han intentado incidir en la sociedad instalando su propia base referencial y silenciando a los discursos disidentes, por ende, las páginas escolares no podrían escapar a esa lógica.

Por ejemplo, durante el gobierno de Juan Domingo Perón, los libros de texto tuvieron un papel crucial para los intereses del régimen. Los autores recibían ordenes concretas por parte de la Comisión pertinente al Ministerio de Educación sobre lo que debía incluirse en los textos, por ejemplo, el preámbulo de la constitución del partido justicialista o algunas palabras sobre el día de la lealtad.

Por otro lado, las narraciones de algunos libros manifestaban las necesidades más urgentes del Estado. Durante el segundo plan quinquenal se publicaban narraciones que invitaban al ahorro y a la producción propia como también una alabanza a la industria agropecuaria.

En “Niños felices” (1954) se lee que “La granja y la huerta proporcionan abundantes productos. Esta familia no necesita comprar en el mercado. Siguiendo el consejo del general Perón (nuevamente), cultivan su huerta familiar”. Los consejos se daban en el marco del Plan de Emergencia Económica de 1952 producto de la crisis económica durante el segundo mandato de Perón.


Pero, ¿cuándo podemos hablar de “adoctrinamiento”? Si bien los libros publicados a principios de los años 50 en Argentina o los libros de texto cubanos que glorifican de manera impertinente a los próceres de la revolución son una propaganda explícita de los regímenes, muchas veces se habla de “adoctrinamiento” cuando la versión de los hechos o la perspectiva tomada para plasmar en el contenido escolar no coincide con la propia.

Es aquí cuando surge una vieja dicotomía malformada que sobrevive hasta el día de hoy. Las afirmaciones a las que uno suele oponerse se las llama “ideología” como lo contrario a los “hechos fácticos”. El filósofo neerlandés Teun Van Dijck define su significado más despectivo: para el uso cotidiano, la ideología se la suele describir como un conjunto de creencias erróneas y ajenas a la “verdad”. Esta es una trampa en la que incluso la comunidad científica suele caer. Muchos científicos manifiestan llevar a cabo una búsqueda desinteresada de la verdad. Sin embargo, suelen inclinarse a lo que desde un principio querían evitar.

Pero, a pesar de que reconozcan o no su propia ideología, los diferentes sectores sociales con interés en formar a los ciudadanos del mañana saben que la formación prematura de una base intelectual acorde a su perspectiva es clave. ¿Y en qué otra asignatura no sería más clave que en Historia? Diferentes organizaciones se han formado para rescatar la historia desde un revisionismo faccioso para que su visión no solo no muera sino también, domine.

Retomando el caso estadounidense, pero retrocediendo un poco en el tiempo, podemos citar al controversial grupo “Hijas Unidas de la Confederación”, una asociación hereditaria fundada en 1894 por esposas e hijas de soldados confederados de la Guerra Civil (1861-1865) cuyo fin es preservar la cultura sureña y difundir su versión de los hechos como la “historia real” para las futuras generaciones.

Su influencia en la sociedad y en los ayuntamientos les permitió levantar monumentos a la confederación en muchas ciudades, pero su mira estuvo siempre puesta en la educación. UDC -por sus siglas en inglés- formó un comité de revisión de libros de texto para persuadir a las juntas escolares sureñas a censurar cualquier material que “no fuera justo con el Sur” y además evitar cualquier influencia del Norte.

“Rechazar cualquier libro que glorifique a Abraham Lincoln y denigre a Jefferson Davis” eran algunas de las normas que la UDC proponían en un folleto llamado “Una vara para medir los libros de texto”. De esta forma, la “Causa Perdida” tenía la oportunidad de ganar una guerra, la guerra de la historia. ¿Lo lograron? A pesar de que su plan de estudio quedó en desuso, hoy muchos estadounidenses rememoran la “verdadera historia” para honrar a los “valientes confederados”.


Capítulo 29 “Cómo los negros vivían bajo la esclavitud” del libro “Virginia: Historia, gobierno y Geografía” (1957): «Existía un sentimiento de fuerte afecto entre amos y esclavos en la mayoría de los hogares de Virginia», “No se puede negar que algunos esclavos fueron tratados mal, pero la mayoría fue tratada con amabilidad. La opinión pública de Virginia desaprobaba a los amos duros”. Fuente: Washington Post

¿Acaso no puede haber una educación que acate a los hechos? La existencia de asociaciones o Estados que se interesen por incidir en los alumnos a través del plan de estudio demuestra que la educación no puede ser objetiva, por más que se lo intente, porque siempre habrá intereses, por más nobles que sean, para que la educación de una Nación siga un determinado camino.

Sin embargo, se aliviarían las tensiones si el ejercicio del debate prevaleciera en la enseñanza. También funcionaría la inclusión de material más diverso y plural en las bibliotecas, pero -cabe aclarar- no porque todas las versiones de los hechos o los marcos paradigmáticos sean igualmente verdaderos, sino porque la cancelación y hasta la demonización de cierto contenido producirá un efecto contraproducente que alimentará aún más al eterno conflicto ideológico. Solo el pensamiento crítico y el escepticismo ayudarán a que el dogmatismo no tenga lugar en las páginas escolares.


Axel Olivares (Argentina): Estudiante de Comunicación Social, Universidad Nacional de Cuyo.

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