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Los estados y la gestión de las poblaciones

Por Jesús del Peso Tierno

La población no siempre es sinónimo de fortaleza, pero es un factor determinante a la hora de comparar el papel que proyectan en el exterior los países, el valor humano juega un rol fundamental para la posición económica nacional y su desarrollo internacional.

En la actualidad se han desarrollado nuevas técnicas de control sobre la gestión de las poblaciones, sobre todo a partir del despegue de los flujos migratorios y la globalización económica, unos fenómenos que han hecho que, inevitablemente, todos los Estados hayan quedado vinculados entre sí en mayor o menor medida (interdependencia) y donde la gestión de las poblaciones juega un rol fundamental.  Entre los factores que intervienen en estos flujos migratorios encontramos variables que deben ser consideradas, en las que entran desde los motivos al cuándo o cómo se producen los mismos.

Con las tendencias actuales la gestión de los flujos migratorios es fundamental sobre los efectos que sus gestiones políticas tienen sobre sus economías, sus políticas o sus relaciones diplomáticas. Por ello, esta es una variable fundamental dentro de las agendas de los Gobiernos.

Sin embargo, en la actualidad las fronteras se han tornado en un elemento de gestión híbrida, pues deben gestionar desde la atracción de capitales y ciudadanos que se adapten a las necesidades migratorias del país receptor, hasta combatir los ciudadanos que son considerados como una carga para los intereses nacionales en materias de seguridad o economía.

Es aquí donde la diferente forma de organización interna de los Estados se puede permitir dar respuestas diferentes a la gestión de las poblaciones en este campo, unas respuestas que van desde la adaptabilidad de la entrada de estos migrantes, el perfil de aquellos que tienen una mayor o menor facilidad para acceder al país, así como su utilización como herramienta de presión exterior.


Los estados considerados como “Iliberales” tienen la capacidad de desechar cualquier tipo de cuota internacional o imperativos legales sin que esto supusiera un detrimento para la legitimación de sus gobiernos, mientras que las democracias liberales deben hacer frente a los problemas que los nuevos flujos migratorios les plantean, tratando de balancear las tensiones que estos flujos generan en el seno de sus propias poblaciones.

Es esta la diferencia la que lleva a las mayores vulnerabilidades o fortalezas en función del tipo de Estado en el que se constituya, pues mientras los gobiernos iliberales tienen menos problemática para su manejo, los Estados liberales deben hacer cábalas para nivelar las normas de acceso a sus Estados en función de las condiciones planteadas por cada solicitante de acceso y las necesidades de su población local, pues es, en gran medida, uno de los factores de mayor desgaste político dentro de estas sociedades.

Asimismo, los Estados iliberales se encuentran con una mayor dificultad para la atracción de talento e inversiones hacia el interior de sus fronteras.

La gestión de las poblaciones es una materia de difícil administración, genera un difícil equilibrio entre todos los países que tratan de gestionar los flujos de movimiento poblacional tratando de flexibilizar los tipos de movimiento que generan un mayor ingreso económico (como los turistas o los estudiantes) a la par que deben proteger los cupos de, por ejemplo, los estudiantes, nacionales y proteger su acceso a los ciclos educativos superiores respecto de las poblaciones migrantes.


Las poblaciones extranjeras

La administración de las poblaciones extranjeras es también un factor muy influyente en la gestión de las políticas internacionales y la influencia internacional. Los países que tienen unas mayores diásporas en el exterior, como por ejemplo China y la India, tienden a emplear las mismas en mayor medida como elementos dePoder Blando” y diplomacia pública, mientras que los Estados más débiles en esta materia suelen a tender a explotar su condición geográfica como “Estados Tapón” y tratar de capitalizar la gestión de las poblaciones como medio para la proyección nacional a través de la llegada de ayudas económicas y una flexibilización para el acceso de sus propias poblaciones hacia otros Estados.

Mientras tanto, los países que desean unas menores tasas migratorias se ven obligados, por ende, a protegerse de las mismas y se mostraran más abiertas a la cooperación con terceras vías como los Estados Tapón para bloquear la llegada de estos flujos. Por lo tanto, la posición que ocupe un Estado dentro del Régimen global de las migraciones determinará en gran medida las ventajas o las desventajas que tiene que afrontar en la utilización de unos u otros mecanismos a su disposición.

De la misma manera los Estados Iliberales, por su propia construcción carecen de normas que les impidan, tal y como ha venido ocurriendo recientemente a la UE con Marruecos o Bielorrusia, que estos regímenes utilicen la misma como un arma mediante la que ejercer presiones y por ende llegar a sus objetivos y desarrollo nacional.

La evolución de las tendencias migratorias y se gestión en las más altas políticas ha ampliado los medios en los que tratarla entre la diplomacia, los procesos de gestión, las políticas económicas… para ayudar a explotar los cruces de fronteras de la manera más eficiente posible.

Sin embargo, los retos que se plantean son muy amplios y, en este escenario, son los Estados Iliberales quienes tienden en mayor medida a trabajar en materias de cooperación interna y flujos nacionales como medio de progreso nacional como la mejor manera de exponerse a los riesgos y el desgaste que estos nuevos fenómenos están causando en la mayor parte de las democracias liberales en el mundo, en otras palabras, estos Estados están tendiendo, cada vez más, a un régimen autárquico demográfico, mientras que están aprovechando los flujos migratorios internacionales como mejor medida de presión internacional para el logro de sus objetivos.


El empleo y el entendimiento de la cultura

La era actual se caracteriza por un retroceso de los avances conseguidos tras la caída del comunismo, un periodo en el que los rincones más alejados del planeta, que en su momento adoptaron los valores occidentales y sus formas de gobierno, han comenzado a repudiarlos y a tornarse hostiles contra quienes acusan de ser colonos en un re-adopción de sus culturas autóctonas. 

En la actualidad se podría entender el ecosistema internacional bajo tres grandes premisas fundamentales; la de un ambiente de “descolonización” cultural, la de un rechazo a los valores liberales occidentales y, por último, la de un aprovechamiento de los regímenes más débiles en el entorno.

Fue en este contexto que el politólogo Joseph Nye argumentó que el debate sobre cómo influir en los demás se centraba demasiado en el “poder duro” –el músculo económico y militar del Estado– y no lo suficiente en el atractivo de las ideas y culturas de diferentes países y sociedades. La capacidad de atracción, a la que bautizó como “soft power”, le hizo desconfiar de los argumentos de quienes vaticinaban el declive de Estados Unidos.

En los albores del siglo XXI, la idea del poder blando parecía explicarlo todo. Explicaba por qué el comunismo soviético se había derrumbado, por qué la democracia se había extendido globalmente y por qué el mundo de la posguerra fría estaba dominado por Estados Unidos.

Pero la era de la conversión creó temor a lo que el filósofo francés René Girard ha llamado “similitud contagiosa”. Afirmó que la difusión de ideas podría generar zozobra en muchos países por una “pura y simple desaparición de su sociedad”


La revolución digital ha acelerado todo esto al facilitar que las diásporas mantengan sus culturas nacionales. También ha permitido un cambio de una cultura verbal a una no verbal que está comenzando a destronar la posición central del idioma inglés. En el nuevo mundo visual, uno no necesita hablar inglés para convertirse en una celebridad mundial.

Esto está conduciendo a un nuevo mapa de poder global que tiene dos dinámicas importantes; la primera hace referencia a una descolonización cultural. Esto está conduciendo a un nuevo mapa de poder mundial donde los poderes culturales más importantes no son los universalistas (los flat-worlders) sino culturas únicas que son difíciles de replicar y, por lo tanto, brindan novedad sin amenazar la cultura de las naciones consumidoras. El cine indio, los programas de televisión turcos y la música pop de Corea del Sur. Todas las cosas que no amenazan con apoderarse de la sociedad de uno, se han vuelto más atractivos que Hollywood o la música pop estadounidense.

Por último encontramos el desdibujamiento de la democracia y el autoritarismo. El primero se refiere al desempeño de las democracias. Cuando se trata de las grandes cuestiones de la agenda política, ya no existe un vínculo claro en las percepciones populares entre el tipo de régimen y la eficacia.


Jesús del Peso Tierno (España): Licenciado en Relaciones Internacionales, Universidad Rey Juan Carlos de la Comunidad de Madrid.

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